jueves, 22 de enero de 2015

Lo invisible

Termino la tercera semana.

Mucha gente vienen en busca de la siguiente postura, otros de la autorización,  la mente fija en una meta concreta.  Ese no es mi propósito aquí.

Estoy aprendiendo a conocerme.  Sé que mi maestro lee cosas en mí que ni yo misma entiendo todavía.  Sé que tal vez comprende que tengo que accesar una fuerza interna que todavía no conozco a través de este calvario de dos series en una sesión.  Pero también sé que hoy por algunos segundos sentí algo nuevo:  que sí podía,  que era posible.

En medio de la marea de sudor,  del dolor muscular,  del mal de estómago que continúa...algo empezó a asomarse.  Después de Koundiyasana las piernas subieron casi solas.  Un instante,  un segundo apenas.  Me queda una semana acá y si esto es lo que me llevo de este viaje estoy conforme.  En algunos momentos me siento estancada,  derrotada por dentro y estos instantes mínimos de apertura confirman que todo está en movimiento y nada es estático.

La práctica del Ashtanga yoga nos enseña humildad ante todo.  Es una práctica ardua y temible,  especialmente las Series Avanzadas.  Están diseñadas para mostrarnos lo que llevamos por dentro,  luz y oscuridad.  Pero tengo la certeza ya probada en muchas experiencias de mi vida y sé que la Luz siempre prevalece.

Siempre.

Los ataques del ego y sus secuaces se caracterizan porque siempre nos ataca en la oscuridad.  No se identifica.  No da la cara.  Le encanta sabotearnos la jugada y trata de tocarnos los botones.  Aquí es donde la ecuanimidad del yoga entra en acción.  Si hemos cultivado un lugar interno de paz y serenidad durante años,  cuando vengan esas voces insensatas,  desconectadas,  llenas de rabia y furia no bien manejadas,  la sensación que no podemos,  que no somos suficiente:  todo se dispersa ante la fuerza incontenible del Amor y la Luz.

Cada mañana que regreso del shala vengo casi gateando.  Mi cuerpo físico apaleado pero mi espíritu despierto.  Observo cómo a mi ego le gustaría más atención de mi maestro, más posturas,  más títulos.  Y me río porque sé que por ahí no va la jugada.  Aquí en este camino menos es más.  Más es menos.  La paradoja de la vida y su intersección:  eso es el Yoga.  Es permanecer impasibles en lugares incómodos.  No dar el brazo a torcer ante aquellos que insisten en jorobarnos la vida.  Encontrar dentro nuestro un lugar de calma para enfrentar lo que sea que trae el día.   Sin expectativas y mucha gratitud.

Nos preparamos para otro shoot de fotos en un palacio fuera de Mysore.  El día está espectacular,  soleado y con una brisa fresca.  Mi cuerpo está cansado pero mi alma me mueve a ir más allá de mi mente y aprovechar con todo esta semana por acá.  Las limitaciones son siempre auto impuestas y sé que puedo ir más allá de cualquier obstáculo con mi deseo de libertad,  mi intención pura y mi corazón abierto.

Esa es la herramienta más importante de todas.
La invisible.

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