martes, 28 de mayo de 2019

Arde


Desde la última vez que escribí,  recién llegada a Málaga,  es un antes y un después.   Todo se ha movido muy rápido. El Amor nos mostró su hermosa faz este último fin de semana y nunca estoy realmente preparada para ello. 

Lo siento como va acumulándose,  poco a poco, sin llamar la atención.  Cada día parece insignificante pero no lo es:  la convergencia de fuerzas invisibles es algo que todavía me sorprende.

De igual forma,  la vulnerabilidad es dolorosa.  Estamos tan acostumbrados a pasearnos por esta vida con máscaras,  con juicios que llevamos por dentro y que distribuimos como etiquetas por todo lado.  Desnudarse de todos los roles y qué dirán es inmensamente difícil pero a veces sucede sin esfuerzo.  

Cuando siento que viene en camino,  me quito de en medio y doy espacio.  

Y eso fue lo que nos sucedió el fin de semana pasado.

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Había una vez un príncipe.  Era un guerrero honesto,  leal y valeroso.  Amaba a su familia y  sus maestros. Era diligente,  disciplinado y de buen corazón.  Enfocado en su propósito,  sin envidia ni celos.  

No se imaginaba lo que le esperaba.

Había otro guerrero cercano pero este estaba herido en su corazón.  Le dolía profundamente y no asumía el dolor sino que se lo tiraba a otros y siempre encontraba falta en los demás.  Andaba por el mundo embarrando en otros su propio desvalor,  su inseguridad y miedos y los resguardaba bajo una apariencia de fuerza falsa,  dureza perenne y mucho enojo.

Ambos eran primos. Habían crecido juntos.  Habían estudiado con los mismos maestros y se habían formado en la flecha,  el arco y eran jinetes excepcionales.  Tal vez la única diferencia entre ellos era que el príncipe bondadoso creía,  tenía esperanza,  amaba, tenía corazón.  El otro adolecía de un nihilismo permanente y unas ganas de aniquilar todo lo que amenazara su visión distorsionada.   

Era un aniquilador de sueños-  un saboteador de la vida.

La familia del primero apoyaba sus quimeras e igualmente, fue castigada por el exilio producto de las jugarretas del malvado.   El mal parece vencer en un inicio, pero nunca es duradero.  Durante doce años fueron exiliados del reino,  dejando su hogar para evitar una guerra. Prefierieron bajar la cabeza que cortar muchas,  con la esperanza de que al regreso el nihilista habría meditado sobre los beneficios de la paz y conciliado. 

Pero el nihilismo no muere y a su regreso,  su odio y ambición habían crecido en vez de mermado... la guerra era la única salida.  Los secuaces del malo acudieron a las más bajas jugarretas:  engaño, manipulación,  mentiras,  chisme y no dudaron en engañar a quién fuera con tal de derrocar a los que regresaban e impedirles afirmarse en su hogar. Los exiliados aguantaron hasta el último instante pero ya fue demasiado...  

La reconciliación es imposible cuando uno de los contendientes es sordo,  ciego y mudo. Cuando la ignorancia rige su mente y sus decisiones son egoístas y limitadas a su propio bienestar.  

Y ante todo, a ganar.  Sea como sea.  Hay que ganar,  aplastar,  deshacer,  derrotar.  No importa el precio.  No importa si al final todos mueren, si ya no hay comida ni gente ni pueblos.  No importa nada más que derribar y someter.  El agasajo mental del triunfo final admite cualquier cosa.  Los medios no interesan:  el fin es aplastar y destrozar.  

El principe bondadoso duda pero comprende que su duda no es positiva.   Perder tiempo hace que el enemigo se fortalezca y lo use para plotear.  

Hay que atacar ya y no hay opción.  

No hay tiempo que perder.


La guerra es una matanza y no queda alma en pie de los malos.  El Bien destaza para evitar un mal mayor:  el guerrero comprende que de no actuar, el mal tomará el control y todos perecerán.  Más allá de sus dudas personales, comprende que la no acción traerá consecuencias nefastas.

La no acción es en sí misma,  acción.


El resultado es positivo y el orden regresa al reino.  El guerrero llora la muerte de quiénes ama, tomados por una fuerza ingrata que no supieron controlar.   Se enjuga las lágrimas y toma posesión de su legado, sabiendo que hizo lo correcto.

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Este yoga que practicamos es el yoga de la mente.  

Nuestras mentes son el campo de batalla entre el samsara y la verdad.   La resistencia viene del no comprender que somos presa fácil de la oscuridad sino estamos alertas y despiertos.  Hay mil formas de adormilarse y nuestra mente nos pierde en los terrenos tortuosos del ego,  la ignorancia,  la aversión, el apego y el miedo.  Sólo una mente ágil y consciente puede esquivar las muchas trampas que nos ponen diariamente.  

El yoga es la preparación para la batalla más importante,  la batalla diaria de no caer presa de energías más bajas y sostenernos en el punto de unión,  en la esencia de quién somos,  al borde del abismo por nuestra condición humana ... intentando no caer. 

Pero a pesar de todo, caeremos muchas veces.  Comprenderemos a través de las caídas que fue pésima la reacción,  fueron absurdas las palabras o insensatas las acciones.  Que las compañías hay que cambiarlas,  que las relaciones deben morir para iniciar nuevas. 

Y tal vez un día,  ojalá cercano, comprenderemos que lo que le hacemos al otro nos lo hacemos a nosotros mismos.  

Que no hay otros.

Ese día llegará cuando el dolor infligido por nuestra inconsciencia nos enseñe humildad,  paciencia y compasión por nosotros mismos y esa parte que todavía se toma todo personal y se engancha.  Pero pondremos más atención a la que anhela ir más allá de los venenos.  

El yoga es la intención de ser cada día la versión más amorosa en vez de la más egoísta.  Ver el impacto de nuestras acciones en los demás y decidirnos a ir más allá de nuestra zona de confort para beneficiar a otros.

El yoga 24 horas.

El yoga del diario vivir.



Salgo de mi taller movida hasta la médula por un grupo de seres extraordinarios.  Seres humanos de una pieza,  conmovidos por sus presencias e historias mutuas y dispuestos a entregarse al máximo.  Salgo transformada porque estar en su poderosa presencia me abre y me parte exactamente donde duele.  Me lleva a ese lugar que sé que es el punto de inflexión,  ese pedacito de amor que somos que no muta,  que nos atraviesa en todo lo que duele y nos muestra su inmortalidad.  

No hay atajo,  hay que sentir la espada del amor.  

Y sentirla significa llorarla hasta el fondo.  He llorado muchísimo desde el domingo. Desde ese lugar herido que esperaba amor y en su lugar recibió odio.  Desde ese lugar que anhelaba compartirse y en su vez fue abusado.  Desde ese lugar traicionado que nunca imaginó lo sucedido.

Ese lugar suavecito sobrevive, a través de los años y a pesar de todo no ha muerto ni nunca morirá,  porque la traición no lo toca-  aunque queme...  aunque arda.






jueves, 16 de mayo de 2019

El vacío es una cama de plumas

Escribo en mi ventana malagueña arrecostada en un suave almohadón de plumas y rodeada por el murmullo del mar,  un cielo azul intenso y los pajaritos que me acompañan.  Escribo desde un lugar en mi corazón que agradece todo lo que me ha traído hasta esta ventana,  hasta este momento y este lugar.

La vida a veces nos arrincona contra la pared y nos obliga a escoger a la fuerza.  No es fácil.  Los planes se caen,  las expectativas se destrozan.  No nos sentimos preparados y,  sin embargo,  el suceso nos impulsa a ir más allá de todo lo conocido honrando el valor inalienable de nuestra libertad.  

Y es que sin nuestra libertad personal no somos, no existimos. Seríamos un remedo,  una sombra,  un fantasma de ser humano.

La búsqueda de la libertad interna va de la mano de nuestros miedos.  Son ellos los que nos han mantenido atados a muchas ideas y conceptos que no podemos aplicar más.  En mi caso,  pedía mi libertad pero con la condición que mis condiciones familiares no cambiaran.  Veo hacia atrás y me parece hasta jocoso: ponerle condiciones a la Vida de cómo queremos recibir lo que nos tiene guardado.  

Cómo si nosotros supiéramos mejor que Ella.  

Cómo si nuestra mente pequeñita pudiera comprender el Plan maestro.

La verdad es que somos sólo observadores de la vida,  ella tiene la batuta y podemos escoger  participar o no en el menú de experiencias que nos muestra.   

Mi lema es no participar en aquello que me hunda en los terrenos de la ilusión.  

La ilusión es el Samsaara,  el Maya,  la oscuridad.  

Si algo o alguien aspira engancharme,  tengo ya el discernimiento  de ignorar.  El movimiento es hacia adentro,  sólo hacia adentro.  Hay un lugar en mí que ya no reacciona,  por más pataleta que el otro haga.  

Lo observo,  me observo.  Terminan peleando contra el aire porque no hay nadie ahí para seguirle el juego a la inconsciencia.

Es por eso que el yoga es una práctica de 24 horas.  No es sólo hacer nuestra asana:  es todo lo que viene después cada día al salir de ella.  Para nosotros, yogis urbanos del siglo 21,  consiste ante todo en mantenernos serenos ante todo el bombardeo mediático.  Obsevar cuándo algo es inspirador y cuando algo nos distrae.  

Cambiar de canal,  darle Unfollow.  Desamigar.  


La amistad es un vínculo que nos invita a crecer.  Cuando una amistad es real,  salta con nosotros al vacío.  No que tenga que vivir lo mismo, pero nos impulsa a no dejarnos cortar las alas.  Si alguien nos pide quedarnos en un lugar donde no podemos crecer,  ese alguien quiere nuestra destrucción y no merece nuestra atención.  

Los últimos meses han hecho una limpia profunda de mis relaciones y hoy cuento con las manos a aquellos seres que considero cercanos.  Son todos yoguis, algunos de asana- otros no.  Pero tienen en común que están, al igual que yo,  en la arena,  llevándose los golpes,  poniendo su grano de arena,  haciendo su mejor esfuerzo.  

No son de esos que observan los toros desde la barrera.  

En la intensidad de la arena,  las caídas son todas aprendizajes.  

Algunas violentas,  otras más suaves. Pero tienen en común una intención de romper con lo que no somos, de atrevernos a dar el paso hacia una realidad más clara,  menos forzada, más natural. Eso es lo que muchos llaman el camino de menor resistencia:  gravitar hacia aquello que se sienta mejor,  que no nos dañe,  que nos edifique y nos inspire. 

Para llegar a ese lugar de no resistencia,  donde todo fluye y participamos con alegría del aquí y el ahora es necesario saber con claridad qué nos daña y dar el paso valeroso para  salirnos de lo habitual y atrevernos a improvisar.   Nada puede moverse en la zona de lo cómodo.  Nada puede revolucionar nuestra alma como el cambio.

Adaptarnos al cambio es la magia de la práctica espiritual.  

Observarnos,  entender nuestras reacciones y eventualmente,  soltar resultados y hacer cada acción con devoción.  Al final, todo es entre nosotros y Dios.  Nadie más puede comprender las repercusiones de nuestras acciones y sería injusto juzgar la vida de otros si con costos comprendemos la nuestra.  Pero si es para brindar una mano, si es para ayudar al necesitado,  si es para con amabilidad salirnos de nuestra rutina y crear puentes,  ahí sí es imperativo detenernos. 

Es hasta entonces que empezamos a comprender el verdadero significado del yoga.

Quién está interesado en más posturas imposibles?  Yo no.  Cultivo mi práctica de asana diariamente,  por supuesto   Me ayuda a mantener la mente serena y desconectar la mente reactiva.  Pero personalmente  me atrae más la forma en que el Prana se mueve en mi cuerpo y me invita a ir a lugares nuevos físicamente.   Me pide que cambie de perspectiva,  que me atreva a escuchar todo lo que me asusta y me congela. Me empuja suavemente adonde no he estado antes y cada día aprendo algo nuevo sobre quién soy.  

El cuerpo como antena de todo lo que sucede. Por eso,  le doy entrada al Prana cada día para que me muestre cómo puedo servirle mejor.

Sí,  a veces me vuelvo sorda y ciega y no me veo ni escucho. Entonces a la siguiente vez,  lo hago.  Unos días no veo nada claro;  otros las respuestas llegan por sí solas.  La dicha de vivir en el presente del vacío es la conexión inevitable con el ahora.  Lo que quedó atrás ya casi no se escucha...lo que viene,  depende de vivir este momento con honestidad y gratitud sin esperar ningún resultado.  

Esta ventana con cielo azul me dice,  con los pájaros y el mar de fondo,  que está bien todo.  Que no  me preocupe.  Que aquellos que amo también me aman.  Que  los que anhelamos vivir vidas distintas nos piden atravesar lugares inhóspitos.  Nos piden ser conejillos de indias de nuestro propio laboratorio para así poder aprender.  Nos prueban y está bien.   Las pruebas limpian y fortalecen y ante todo,  apaciguan el deseo por más ilusión.

El vacío nos dice menos,  más livianos,  más relajados.  

Dice aflójate que yo me encargo.  




miércoles, 8 de mayo de 2019

The Faustian shadow of abuse in Ashtanga yoga



This entry is painful and I write it because I’ve had it in the inkwell for months, anticipating the moment when I would feel finally ready. 

I have also been receiving messages from students of mine concerned about the rumors and more than detailed information about the sexual assaults of Pattabhi Jois and the impact of his actions on us, the following generations and all those who will come to yoga for healing. 

The meaning of the practice of yoga goes far beyond the skill in physical postures. The positions in my lineage are beautiful and striking and therefore attractive and highly aesthetic. Ashtanga yoga became popular since the 80s and it was this yoga that revived the practice worldwide and renewed it up to the boom it is today.

Just as yoga promises joy, awareness and awakening for the devout practitioner, for others it is a hook that anticipates admiration, economic benefits and also, media popularity.

I must take a step back and before referring to the topic itself, talk about a place hidden behind all the paraphernalia of modern yoga, not only from the point of view as a student but also as a teacher of the lineage that I represent. 

There is a secret place rarely visited by practitioners and that is not found in the crowds or in the photos with the Guru or in the feeds. Yoga is vast and everything is part of a larger whole. It is a system which undoubtedly detonates personal power and charisma.  Focusing on only a part of the whole without connection to the rest causes delusions of grandiosity, violations of the leader's ethics, undermining of the delicate system of checks and balances and lack of transparency.

The patriarchal culture as an external authority may slap us in the face. Its so deeply ingrained in our psyche and its hard not give our personal power to The Man and even more if he is a Guru and its treated as such by many others. The path of yoga is the path of discernment and a fierce encounter with our own independence and the awakening of our consciousness.  The ¨yoga¨ whose roots lie rather in the poisons of the soul is a contradiction:  the practice becomes itself the poison we are seeking to eradicate.

An oxymoron. 

The task of those of us who practice this ancient art and science is to sustain the chain of wisdom in an industry saturated by superficiality and hedonism the best we can. 

For me,  it has been about periodically responding intimately to three questions, whether we are teachers or students: 


1. What do we want to experience in this life?
2. How do we want to grow and develop?
3. How are we going to contribute to the world?


Only by answering these questions in the intimacy of our sadhana can we balance the bombing of the yogas that are not such, of practitioners who teach imitating others and of packet yogis that are produced massively and sold to the highest bidder. We will also eradicate corrupt teachers, abusers, pedophiles and the whole range of unhealed healers who also yearn to be part of a highly popular phenomenon that promises redemption.

The essential experiences for a yogi are those authentic ones, those that she or he chooses within all the present possibilities. We aspire to choose that which fills our soul and heart, that is beneficial for us and others and that also affirms life.

We grow in the going against the grain of our practices and also in the constant friction of life. The obstacles cannot stop a seeker, however impossible they may seem. The higher the mountain, the more devotion and dedication we need. And of course, follow in the footsteps of our teachers. Without their energetic support we are lost in the jungle of samsara. Without their protection, we are leaves in the Mayan wind that can destroy us against the cement of our own resistances.

There can be no spiritual practice disconnected from the teacher. They go hand in hand.  Yoga is not a self prescribed medicine.  

Its a Shaktipat.  

It would be as dangerous and risky as entering the Amazon without help or climbing Mount Everest without a sherpa.

Our practice necessarily implies becoming elements of change for those around us. Whether families and friends, everyone will be touched by our transformation. For those of us who know that our destiny is to help, we must double the tapas:  our personal practice, source of everything we long to share, and our teaching. 

Since Yoga is a flower that was born in India and was transplanted to the West, it is essential to visit the subcontinent.  Yoga takes the form of the culture where it is practiced and the teachings are diluted once they leave their source. It is important and necessary to live and experience the origin and connect to a teacher in India that touches our hearts and to whom we return continuously.

As teachers, our function is to be mirrors of the goodness and wisdom inherent in every student. A sample of the success of our teachings is when our student decides to share yoga as well. Thus, it could be said that the most successful teacher is the one who ends up without students: all have flown to teach, they have been taught to be independent, to take action, to be creative and to go out into the world.

Even when there is no physical connection, the presence of our teachers always accompanies us. When I teach, wherever I am, I know that my teacher Sharath is there with me holding the sacred circle where the transformation happens.This practice beats us inside and removes and scrambles thoughts, beliefs and emotions. We practice to be more empathetic with ourselves and others, to develop compassion for all living beings.  Developing empathy in practice and in teaching means trying to understand and forgive ourselves constantly. 

In the midst of the bleak panorama that has affected my lineage for more than a year due to the actions of Pattabhi Jois, I see the evolution that has happened in my own personal path since I arrived to my school of Ashtanga yoga in 2003 in Mysore, India. I came to a very old teacher who I did not know much about. I reached for his grandson who gave me all the energy and sweetness that this practice requires. 

I never had any idea of ​the abuses that were happening. My approach was totally focused and my closest teacher Sharath. Yes, I was with Pattabhi Jois on several of his tours in North America but I never saw or heard anything, no rumor, no one complaining. For me, the shock of reading the testimonies of many women in recent months has been painful and poignant, especially since I am also a survivor of sexual abuse.

I can say that my teacher Sharath has given me a safe space to open my Pandora's box. I have felt his presence and dedication full of integrity and devotion. Many of us have to break with heavy family karmas and straighten the crooked boat. I think that Sharath has shown with his own life an example of a teacher who is very different from his grandfather and his actions speak for themselves. 

I can not speak on this subject from my own experience.  I cannot assure these women are not lying or that Guruji did something unseemly - I never saw or heard anything about it. The shala in Mysore for me has always been a container of love at the highest level in this world of plastic yoga, in this wave of mass yoga. My best moments in my spiritual quest have happened in this place and I never felt any kind of harassment, fear or distrust.

The facts ultimately invite us to reflect on the importance of being with a teacher that does not inflate our ego, but someone who we trust and guide us effectively. The argument of these women that they stayed and consciously became victims of abuse for years simply because they wanted to learn the method, or because there are predators everywhere anyways does not convince me. The space to develop spiritually must be clean and this is not negotiable: otherwise, staying in it is an intrinsic complicity and a senseless self-immolation that speaks a lot about our own beliefs and values.

I cannot understand how they could remain so many years under the watchful eye of someone who was publicly attacking them.

Yes, I know from my own experience that there is a period of denial of abuse and that it is very hard to come out of the closet. But to remain years under the scaffold of someone who does not respect us for the status that means to belong to a group or receive recognition for our physical skills,  I cannot understand no matter how much I think about it.   Not only as a student but as a woman who has also been a victim of sexual abuse. I sincerely feel that it was their own ambition for practice surpassed even their personal integrity to extreme levels. I do not judge them, but their painful example gives light to the following generations so as not to make the same painful mistake.

If to progress on our way we have to sell our soul to the devil, Faustus sticks out his ugly head and we are undoing with our elbows what we write with our hands. We would be practicing with darkness and for darkness with a hidden agenda that has nothing to do with devotion or serious commitment. 

May these examples of so many who lowered their heads before the Guru to not be expelled from the group, who kept silence so they were awarded advanced positions or suffered vexations to advance in their professional careers remind us that personal well-being and integrity is not negotiable anywhere and much less, in the sacred space of our spiritual practice.

Without it, there is no yoga.  
Without it,  there is not even life. 


Vande Gurunam

martes, 7 de mayo de 2019

Del Fausto en el Ashtanga yoga


Esta entrada de hoy es dolorosa y la escribo porque la he tenido en el tintero por meses,  anticipando el momento cuando se sentiría bien escribirla.  También he estado recibiendo mensajes de estudiantes míos de años,  preocupados por los rumores e información más que detallada sobre los asaltos sexuales de Pattabhi Jois y el impacto de sus acciones en nosotros,  las generaciones siguientes y todas las que vienen. 


El sentido de la práctica del yoga va mucho más allá de la destreza en las posturas físicas.  Las posturas en mi linaje son hermosas y llamativas y por lo tanto,  atractivas y de mucha estética.  El Ashtanga yoga se popularizó desde los años 80 y fue el yoga que reavivó esta práctica a nivel mundial y la renovó hasta hacer del yoga el boom que es hoy. 

Así como el yoga promete gozo,  consciencia y despertar para el practicante devoto,  para otros es un gancho que anticipa admiración,  beneficios económicos y también,  popularidad mediática.


Debo dar un paso atrás y antes de referirme al tema en sí mismo,  hablar de un lugar escondido detrás de toda la parafernalia del yoga moderno,  no solo desde el punto de vista como estudiante sino también como maestra del linaje que represento. Hay un lugar secreto visitado raramente por los practicantes y que no se encuentra en las multitudes ni en las fotos con el Guru ni tampoco en los feeds.  El yoga es vasto y todo es parte de un todo más grande.  Es un sistema de detona el poder personal.  Enfocarnos en sólo una parte del todo sin conexión al resto causa delirios de grandiosidad,  violaciones a la ética del líder,  menoscabo del delicado sistema de chequeos y balances y falta de transparencia. 

La cultura patriarcal como una autoridad externa siempre nos dará una cachetada en la cara.  No podemos darle nuestro poder personal a nadie y menos todavía si practicamos yoga.  El camino del yoga es el encuentro feroz con nuestra propia independencia y es necesario que detone el despertar de nuestra consciencia,  sino no puede llamarse tal.  Será un adefesio cuyas raíces yacen más bien en los venenos del alma que la práctica misma busca erradicar. 

Un monstruo.  


La tarea de quiénes practicamos este antiguo arte y ciencia es sostener esta cadena de sabiduría en una industria saturada por la superficialidad y el hedonismo.  Se trata de responder íntimamente a tres preguntas,  ya seamos maestros o estudiantes y la verdad, quiénes enseñamos somos ambos hasta el final.


1.  Qué deseamos experimentar en esta vida?

2.  Cómo queremos crecer y desarrollarnos?

3.  Cómo vamos a contribuir con el mundo?


Sólo contestando estas preguntas en lo intimo de nuestro sadhana podremos equilibrar el bombardeo de yogas que no son tales, de practicantes que enseñan imitando a otros y de yogis de paquete que se venden al mejor postor.  También erradicaremos corruptos,  abusadores,  pederastas y toda la gama de enfermos que también anhelan ser parte de un fenómeno altamente popular  que promete redención. 

Las experiencias esenciales para un yogi son aquellas auténticas,  aquellas que escoge dentro de todas las posibilidades presentes.  Aspiramos a escoger aquello que nos llene el alma y corazón,  que sea beneficioso para nosotros y los demás y que además, afirme la vida.  

Crecemos en la fricción del tapas y también en la fricción constante de la vida.  Los obstáculos no pueden detener a un buscador,  por más imposibles que parezcan. Entre más alta la montaña,  más devoción y entrega necesitamos.  Y por supuesto,  seguir los pasos de nuestros maestros.  Sin su apoyo energético estamos perdidos en la selva del samsara.  Sin su protección,  somos hojas en el viento del maya que nos puede destrozar contra el cemento de nuestras resistencias.  

No puede haber practica espiritual desconectada de un guía.   Sería como entrar en el Amazonas sin ayuda o subir al Everest sin sherpa.

Nuestra práctica implica necesariamente volvernos elementos de cambio para aquellos a nuestro alrededor.  Ya sean familias y amigos,  todos serán tocados por nuestra transformación.  Para aquellos que sabemos que nuestro destino es ayudar,  será doble la entrega:  a nuestra práctica personal,  fuente de todo lo que anhelemos compartir, y a nuestra enseñanza.   En esto del yoga,  siendo una flor que nació en India y fue transplantada a Occidente,  es requisito imprescindible darse una vuelta por India.  El yoga toma la forma de la cultura donde se practica y las enseñanzas se diluyen una vez que salen de su fuente.  Es importante y necesario vivir y experimentar el origen y conectarse a un maestro en India que nos toque el corazón y a quien regresamos continuamente.  

Como maestros,  nuestra función es ser espejos de la bondad y sabiduría inherente a todo estudiante.  Una muestra del éxito de nuestras enseñanzas es cuando nuestro estudiante decide compartir el yoga también.  Así,  podría decirse que el maestro más exitoso es aquel que termina sin estudiantes:  todos han volado a enseñar,  se les ha enseñado a ser independientes,  a tomar acción,  a ser creativos y salir al mundo.

Aún cuando ya no haya conexión física,  la presencia de nuestros maestros siempre nos acompaña.  Cuando enseño,  esté donde esté,  sé que mi maestro Sharath está ahí conmigo sosteniendo el círculo sagrado donde sucede la transformación.  

Esta práctica nos bate por dentro y remueve pensamientos,  creencias y emociones.  Practicamos para poder ser más empáticos con nosotros mismos y los demás,  para desarrollar la compasión por todo ser viviente, nos guste o no,  nos hayan hecho daño o no.   Desarrollar la empatía en la práctica y en la enseñanza significa intentar comprendernos más allá de que haya acuerdo o no y perdonarnos continuamente. 

Pero también implica rendir y pedir cuentas y ser lo suficientemente íntegros para hacerlo a la luz del día.

Ante todo el panorama sombrío que aqueja mi linaje desde hace más de un año por las supuestas acciones de Pattabhi Jois,  veo la evolución que ha sucedido desde que llegué a las filas del Ashtanga yoga en el 2003 en Mysore,  India.  Llegué a un maestro muy mayor de quién no sabía mucho.  Llegué a su nieto que me transmitió toda la energía y dulzura que esta practica requiere.  No tuve nunca idea de lo que estaba sucediendo porque nunca sentí ese tipo de energía en el shala.  Mi enfoque era total y mi maestro más cercano fue Sharath.  Sí,  estuve con Pattabhi Jois en varios de sus tours por Norte América pero nunca vi ni escuché nada,  ningún rumor, a nadie quejarse.  Para mí,  el shock de leer los testimonios de muchas mujeres en los últimos meses ha sido doloroso y punzante,  sobre todo al ser yo también sobreviviente de abuso sexual.

Puedo decir que mi maestro Sharath me ha brindado desde que lo conozco, un espacio seguro donde abrir mi caja de Pandora.  He sentido su presencia y dedicación llenas de integridad y devoción.  A muchos de nosotros nos toca romper con karmas familiares pesados y enderezar el barco torcido.  Creo que Sharath ha mostrado con su propia vida un ejemplo de maestro muy distinto a lo que fue su abuelo y sus acciones hablan con creces por él.  

No puedo hablar en este tema desde mi propia experiencia como me pide el yoga mismo y decir que estas mujeres no mienten o que Guruji hizo algo indecoroso-  sería mentirme a mí misma porque nunca lo vi ni escuché nada al respecto.   El shala en Mysore para mí siempre ha sido un contenedor de amor al más alto nivel en este mundo de yoga plástico,  en esta ola de yoga masificado.  Mis mejores momentos los he tenido en este lugar y nunca sentí ningún tipo de acoso,  miedo o desconfianza.

Los hechos en definitiva invitan a reflexionar sobre la importancia de estar con un maestro que no nos infle el ego, sino alguien en quién confiamos y nos guia efectivamente.  El argumento de estas mujeres de que se quedaron a ser víctimas de abuso por años simplemente porque querían aprender el método,  o porque de todas formas hay depredadores por todo lado no me convence.  El espacio para poder desarrollarnos espiritualmente debe ser limpio y esto no es negociable:  de lo contrario,  permanecer en él es una complicidad intrínseca y una auto inmolación sin sentido que habla mucho de nuestras propias creencias y valores.  No entiendo cómo pudieron permanecer tantos años bajo la mira de alguien que las atacaba.  

Si, sé por experiencia propia que hay un periodo de negación ante el abuso y que cuesta mucho salir del clóset. Pero permanecer años bajo el cadalso de alguien que no nos respeta por el status que significa pertenecer a un grupo o recibir un reconocimiento,  va más allá de mi comprensión no sólo como estudiante sino como mujer también víctima de abuso sexual.  Sinceramente siento que fue su propia ambición por la práctica la que sobrepasó incluso su integridad personal a niveles extremos.  No las juzgo, pero su ejemplo tan doloroso nos da luz a las generaciones siguientes para no cometer el mismo craso error.  

Si para progresar en nuestro camino tenemos que vender nuestra alma al diablo,  Fausto saca la cabeza y estamos deshaciendo con el codo lo que escribimos con la mano.  Estaríamos practicando por la oscuridad y para la oscuridad.  

Que estos ejemplos de tantas que bajaron la cabeza ante el Guru para no ser expulsadas del grupo,  que callaron para que les dieran las posturas avanzadas o que sufrieron vejaciones para avanzar en sus carreras profesionales nos recuerden que el bienestar personal no se negocia en ningún lado y mucho menos,  en el espacio sagrado de nuestra práctica espiritual.  

Sin él,  no hay yoga que valga.

Vande Gurunam. 



viernes, 3 de mayo de 2019

HaraKiri

Despierto a una nueva vida.  Me recibe con copos de algodón y una tormenta con aguacero, truenos y relámpagos en este corazón del norte de la India. 

Mientras escribo,  recibo dos mensajes desde Miami:  dos queridas estudiantes que están practicando con mi Guru.  Estoy ahí también,  no en carne pero en corazón.  Mi corazón ya no es mío:  es de esta vibración poderosa y mágica llamada Yoga.

Me cuentan que mi hijo Ariel está en este preciso momento sudando al conteo de mi maestro en Serie Intermedia.  Casi puedo escuchar la serie que he pasado tantas veces,  primera vez en San Francisco,  California, hace muchos años.  

Recuerdo que Guruji dijo ONE! y se fue al baño. Estábamos en un salón grande y caminó desde el stage hasta la parte de atrás mientras temblábamos en Kapotasana,  la paloma real más larga de mi vida.  Mi sistema nervioso alcanzó decibeles megatónicos y comencé a sentir el milagro tangible y dolorosísimo de la transformación.  Millones de minutos después salió del baño,  escuchamos  sus pasos lentos y rítmicos,  pero ya yo había despegado a otra dimensión:  la dimensión del gozo,  del canal de la luz,  del plano de libertad conmigo misma,   el Amor más grande corriendo por mis venas y sudándome sin piedad.

TWOOOOOOOO.....

Escucho la voz de mi maestro Sharath entre mis pensamientos.  Lo extraño entrañablemente aquí al otro lado del mundo.  Quisiera tener el don de la ubicuidad,  uno de los siddhis que llegan después de muchos años de práctica.  Poderes especiales, si.  Siento a todos mis amigos,  colegas y estudiantes de años moviéndose todos como una gran ola de amor que barre con todo lo que no es verdadero. 

Amor puro.

Y con esa intención,  en medio de esta tormenta violenta de arena,  lluvia y copos de nieve blancos al estilo de la Navidad,  comprendo que hoy abro oficialmente mi vida nueva.  Una vida que surgió de una tragedia.  Una vida que no tenía idea que venía hacia mí.  Los ángeles confabularon para sacarme de donde yo creía que tenía que estar y traerme de vuelta adónde realmente pertenezco.  

No tengo la menor duda. 

Poner pie en esta tierra me alivió el espíritu,   me endulzó la sonrisa.  Estar lejos de ella me dolía, más en medio de los acontecimientos incómodos y crueles de los últimos meses.

Atrás quedó todo lo que fui,  excepto tres pequeñines cuyo destino es venir pronto a conocer el mundo de Mami.  Esa India que los acompañó desde que estaban en mi vientre,  dos de ellos aquí en mi pancita mientras hacía mis series con mi maestro,  entre vómitos y náuseas,  lágrimas y dudas.  

Dudas que hoy se disipan porque todo ha sido parte del camino que me trajo a este sagrado lugar.   

En toda tragedia,  en el centro silencioso del dolor,  yace un diamante.  Hay un milagro escondido que sólo puede sernos entregado si estamos dispuestos a sentir como el corazón se parte y no hacer nada al respecto.  No reaccionar ante los ataques, aunque nuestro orgullo se deshaga en la amargura del desprestigio que otros quieren inyectarnos como veneno.  

India sana,  nos recoge de la vida insípida y superficial y nos arrulla en su seno.  Nos pide silencio,  confianza y certeza.  Silencio de la mente enferma y reactiva.  Confianza en que hay un plan más grande.   


Sigue lloviendo y me llega la certeza total y serena de que he hecho algo bien: mi hijo está en manos de mi maestro. Y sé que los demás también están,  aunque físicamente estén repartidos en este momento entre Estados Unidos,  Costa Rica,  México y Alemania. Conmigo en India cubrimos medio mundo.  

Es como si mi sangre se hubiera dispersado mundialmente para tener un soldado en cada continente, pintados con los colores de la consciencia,  de la fuerza interior,  de la valentía y perseverancia.  Cualidades que no son mías ni muchos menos sino de la energía misma.    

Estos días pasados he pasado canalizando información, más allá de lo que mi propia mente podría concebir.  Preparando mi tour,  me dictan,  me susurran al oído qué tengo que estudiar y decir.  Las palabras salen como flechas,  dirigidas a muchos corazones en todo el mundo.  Algunos me escriben de vuelta,  confirman que sí,  que ahí están,  que son ellos.  

No estoy imaginando nada.  

Y mi hijo Ariel me confirma que el amor es.  Ese pequeñito gordito y travieso está hoy ahí,  en las filas del ejército de amor,  en las manos del ser en quién más confío en esta tierra.  


Entre lágrimas aquí en medio de la cafetería,  me asomo a las puertas de mi corazón y no encuentro rencor, no puedo hallar odio hacia nada y hacia nadie.  India me cura instantáneamente con sólo estar posada en ella.  Me abraza y me dice que la paciencia es la madre de todas las enseñanzas y me recuerda que sé esperar,  meditar y ayunar.  Que todo viene.  Que ya está en camino.  Así como Ariel llegó adonde mi maestro, todo llega. 

Igual llegarán los que amo a esta tierra a su tiempo.  Mientras tanto,  tengo que acelerar.  Tengo trabajo importante que hacer, mensajes que llevar.  Me dictan,  me indican por dónde,  adónde,  con quién y cómo.  

Escucho y sigo instrucciones.  

Me piden tolerancia,  sobre todo con los que me atacan.  Sufren mucho.  Sufren todavía más porque no pueden controlarme.  Cómo controlar el mar y el viento?  Cómo controlar la fuerza de la vida que ya me hizo suya?  Se desesperan.  Reculan.  Se asustan.  

Tienen miedo.   

Estar desconectados es lo más triste para un ser humano.  


PASANANAAAA sapta...

Escucho el conteo en mi mente.  

Estoy a 9 días de un salto cuántico.  En 9 días vuelo a un viaje con 9 paradas,  cada una diseñada para completar un rompecabezas mágico que se formó prácticamente solo.  Sé que la obra es magnífica,  no porque yo sea la mensajera sino por los que vienen.  Ya los siento.  Ya saben qué vamos a vivir algo importante,  más allá de lo que nuestras mentes puedas anticipar.  

KROUNCHASANA sapta.....

La receta del milagro?  

Tomé esa ira,  ese enojo infinito ante la ilusión,  ante esa fuerza maligna que se ensaña como un pitbull y no suelta...  agarré esa  furia por el cuello y la llevé hacia adentro,  como aquel guerrero que entierra en su carne la espada y se abre los intestinos en Harakiri.  Hacia adentro,  con paciencia,  con dolor y mucha sangre.  La incomodidad creció y creció y sentí que me moría pero no me moví.  Continué hacia adentro.  No seguí el impulso y el hábito de rebotar lo que la vida me trae y echárselo a los otros,   no esta vez.   Me quedé quieta,  desvanecida,  despedazada,  suspendida  en la austeridad de no proyectar,  de no culpar ni devolver el golpe.  

Me quedé absorta en el sinsabor de la maldad y su plan de atacar a otros insensiblemente  por el puro placer de hacer daño.   

Me atacó sí,  me atacó porque sabe que trabajo para el equipo de Dios.  Sabe que tenerme viva y fuerte no le sirve.  Qué va.  Voy a hablar de mi maestro,  voy a traer más gente a India,  voy a pregonar el yoga como medicina.  No le sirve.  No quiere que nadie despierte.  Quiere tenerme prisionera y me apuntó a mi talón de Aquiles:  a mi apego mayor: mis amados cachorros.  Me apuntó donde sabía que podía desmoronarme y casi lo logra.  

Pero no contaba con la fuerza y protección de mis guardianes.  Ellos me susurraban al oído que todo estaba bien,  que el plan era perfecto para mi misión.  Que respirara tranquila porque el destino era mucho mayor del que podía imaginarme.  

Pero me pidieron una condición mordaz y esa fue silencio en vez de acción.  Serenidad en vez de desesperación.  Qué difícil no querer desintegrar a aquellos que dañan a nuestros corazones,  a lo más tierno y puro que tenemos en esta vida.  Qué difícil no seguir el impulso,  no caer en la trampa.  Qué difícil fue no engancharme,  más cuando cada conversación era una provocación,  cada bloqueo una bofetada.

Silencio dulce.  Silencio del alma.  Silencio hacia afuera y hacia adentro por cinco largos meses. 

Silencio me pidieron.  

Pero mis niños?  Cómo hago sin hablarles?  Cómo les explico?

Silencio.

Más allá de mis gustos y aversiones.  Ve al corazón.  Descansa ahí.  

Cuál corazón?  No hay nada.  Está explotado.  No tengo más corazón.  Estoy muerta.  No tengo nada. 

Y la instrucción siguiente fue ¨nota¨.  Haz una nota mental de cada instante,  de cada segundo.  Y encuentra en ellos algo hermoso,  por más pequeño que sea.  Por más insignificante.

Ok.  

Respiro.
Tengo ojos.
Manos. 
Pies...

Y así,  cada día,  noté algo nuevo.  Hasta que me levanté y pude arrastrarme a mi alfombra.  Y ahí,  en este metro y medio había un paraje desolado.  Abandonado y lleno de polvo.   Posición de niña y lágrimas por muchos días.  

Savasana.  Savasana.  Savasana.

Ver el cielo.  Aprender de nuevo a sonreír.  Saborear una fruta.  Momentos de felicidad pura pequeñitos, efímeros y sanadores.

Cultivé la paciencia por cinco meses, el dolor de no salir a cortar cabezas en mi cabeza y apechugar la incomodidad.  Quedarme con esa crudeza que me abría el pecho en franca impotencia y me urgía a despedazar, morder,  vilipendiar y planear la peor venganza.  

No seguí el impulso.  El trauma viajó profundo desde la herida abierta hacia el interior de la pérdida y una luz tenue empezó a brillar.  No sé cómo,  yo no hice nada.  La sangre escarlata que manaba atrajo una palabra:  libertad.  

Eso querías verdad?  Aquí está.  

NOoooooo...pero así noooo....yo no la quería...la quería así y asá y.....esta no me gusta.  Esta me duele y se siente absurda....bla bla 

He aquí tu libertad.   No como la concebí,  no.  Libertad despavorida,  desencajada,  deshecha en lágrimas y mocos.  Descolorida y envuelta en soledad.  Libertad que arde y muerde.  Libertad que me pide silencio.  

No es eso que está fuera, no.  No es él,  no.  No es su dolor porque lo dejaste,  no.   Sos vos,  podes verlo?  Sos vos que no te habías atrevido antes a pedirlo todo,  que sentías que no merecías nada.  Que inventabas excusas para no vivir y usabas a tus niños como impedimento para no saltar al vacío.   Sos vos,  lo ves?  no es nadie allá afuera. 

Y así fue como comprendí que tenía que caminar hacia esta tierra:  desnuda,  descalza,  sin nada.  Dejar todo y tomar mi pequeña maleta.  Volar a mi destino sin volver la vista atrás.  Abrazar a quién me ama.  Agradecerle a la vida todo...sí,  todo.

USTRASANA sapta...

Cuando el dolor toca nuestra puerta,  es un momento de verdad pura.  Un instante  que puede despertarnos y hacernos más grandes y sabios por dentro o catapultarnos a más miedos y egocentrismo.  El gran drama. Puede ponernos en guerra con nosotros mismos y todas nuestras cualidades,  sepultándonos en desvalor y terror. 

La disposición a abrir nuestro corazón e intestinos al Harakiri,  a la crisis,  a la pérdida y al trauma es el puente.  Hay algo al otro lado,  hay un lugar suave y tierno esperándonos desde hace mucho tiempo.  Sólo podemos escucharlo cuando nuestra coraza se ha desmembrado y la estructura completa de nuestra identidad personal cae a pedazos a nuestro alrededor. 

Nuestro trabajo interno es des- escalar el impacto de la agresión en vez de alimentarla.  Es sentir en toda su extensión lo masivo del golpe.  No resguardarnos sino dejar que queme,  que rompa,  que destroce.  

En este período de desintoxicación,  soltando mis posiciones personales y opiniones,  supe que ese ardor cedería ante ese lugar suave y tierno.   Y para mí,  esos son los verdaderos héroes, los que finalmente logran llegar a ese lugar que está misteriosamente resguardado por los dolores más espantosos y logran vivir desde ahí.  Yo apenas lo estoy conociendo.    

Es como si tuviéramos que atravesar una selva de espinas y algo nos espera en el centro del bosque y nos llama,  nos ha llamado desde hace mucho pero nunca habíamos encontrado la valentía de cruzar. 

Siento que he empezado a romper la ola de violencia en mi mente.  He comprendido que el dolor rompe el orgullo,  nos inspira respuestas,  nos vuelve suaves y humildes,  más conectados con la gente,  más empíricos y pacientes.  Sé después de mi Harakiri,  que hay tantos que andan con sus intestinos en la mano a pesar de las sonrisas,  a pesar de los posts de #bestlifeever....los reconozco al instante porque yo ando igual.  

Ser auténtica ha sido lo más difícil que he hecho en mi vida,  no conformarme con lo que no me hace absoluta y locamente feliz.  Mi peor pesadilla es una vida mediocre,  descolorida,  de la cual recuerde solo rutinas.  Mi vida será vivida hasta la médula,   llena de los colores vivos,  elefantes y camellos,  castillos y bosques,  montañas nevadas y templos.  

Mi vida tendrá además tres niños,  tres saddhus,  tres mosqueteros que me escogieron como madre y cuyas almas ya están aquí conmigo.  

EKA PADA SIRSÄSANA:::Sapta...

Y uno más que se está poniendo en este momento la pierna detrás de la cabeza. Y cuatro más que palpitan en México y  Alemania y que recorren conmigo en mi corazón las calles mojadas de Delhi al atardecer,  llenas de copos de algodón que limpian las calles del calor sofocante y nos dan a todos un respiro. 

Siempre habrán injusticias,  siempre habrán crueldades.  Podemos escoger ser parte de ellas o podemos intentar sostenernos heroicamente en el Hot Seat y no atacar de vuelta.   Para ello,  los yogis entrenamos nuestra mente cada día y desarrollamos la paciencia a través de la repetición.  Es incómodo y equivale a limpiar la herida diariamente cuando está llena de sangre y pus y  echarle alcohol gritando de dolor.  Pero lo contrario es crear más dolor con nuestra propia reactividad. 

Sí,  la Gracia me sacó.   No podría estar más feliz.  Los que hacemos el voto de ayudar a otros tenemos el deber de hacer primero nuestro trabajo interno con seriedad.  Sólo así seremos un elemento de cambio efectivo en los demás. 

Supongamos que alguien te escupe en la cara.  Podemos escupirles de vuelta, pegarles,  insultarlos.  O podemos ver que están llenos de dolor,  cortar la cadena de la violencia y enfocarnos hacia adentro dándoles una mirada compasiva y siguiendo nuestro camino.   

Nada es fijo,  todo cambia.  No hay nada sólido a qué aferrarnos en la danza eterna y perfecta de la impermanencia.  Y en ese devenir,  la lógica del agua es la más inteligente.  El arte de sostenernos en la paradoja con apertura y curiosidad.  Asombrarnos ante las decisiones del otro y liberarnos de la necesidad de tomar posiciones.  Disfrutar la ambigüedad.  El agua calma el sufrimiento. Aquellos que nos provocan son quiénes más sufren.  

Podemos aprender a tener tolerancia en medio del fuego del ataque.  Sentada con lo intolerable de mi historia,  he aprendido a encontrar ese lugar suavecito y tierno que todos llevamos adentro.  He desarrollado una extrema tolerancia hacia la parte de mi mente que cada día desarrolla una forma más creativa y punzante de destrozar al enemigo.  

Dejo que pase.  Mi práctica ayuda.

PINCHA MAYURASANAAAA sapta...

Dicen que las crisis nos pueden ayudar a iluminar nuestros lugares oscuros.  Nuestra reacción ante los acontecimientos puede hacernos caer más profundo en el barro o elevarnos a los pétalos del loto.  He trabajado con mi mente estos meses como nunca lo había hecho antes y he podido observar el patrón habitual de culpar a otros por mis desventuras.   He podido constatar que todo dolor es auto-inflingido y viene de nuestras propias expectativas hacia los demás.  He tenido la enorme oportunidad de saldar fuertes cuentas kármicas y alivianar mi carga...porque decidí comerme este dolor y dejarme arder.  

Aquel que ha causado mi sufrimiento tendrá sus propias deudas kármicas que saldar y no tiene nada que ver conmigo.  

Termino mi sopa de tomate con albahaca.  Afuera,  la tormenta ya pasó.

KARANDAVASANAAA sapta...

E imagino a mi muchacho subiendo de ese lugar que arde,  de esa postura que nos vuelve al revés,  este pato Himalayo que reta hasta al más devoto.  Lo veo sudar,  exhalar con fuerza, totalmente enfocado y presente.  Lo veo sonreír para sí mismo en un instante de triunfo íntimo personal.  

Sólo suyo y para siempre suyo.   

Máxima felicidad condensada en un segundo de vida. Lo conozco bien.  Ese instante lo vale todo.

Todo.