domingo, 18 de diciembre de 2016

Guru Lovers

He conocido muchos yogis y aspirantes de yogis en mis recorridos. He aprendido mucho sobre el efecto de la práctica en las vidas y los egos al interactuar con ellos,  conocer sus familias y amigos y reconocer en muchos almas gemelas.

Lo que básicamente hace un maestro o maestra es modelar los efectos de la práctica en su vida.  En cada gesto,  en cada reacción (o no-reacción); en su interacción con la gente;  la mirada;  el tacto,  el contacto humano:  ahí puedo notar de inmediato si la vibración es estable,  si el cuerpo se ha calmado,  si los ojos están brillantes y amables y la voz temperada y serena.

No necesito ver la práctica de asana de alguien para saber si ya está experimentando la transformación.  Se nota en su ritmo al caminar,  en cómo enfrenta el día a día.

En aquellos que son padres y madres,  es interesantísimo ver cómo se relacionan con sus cachorros, cómo son los niños- porque los niños son,  al igual que nuestros estudiantes,  la biografía andante de los maestros.

Así que básicamente no hace falta decir nada.

La presencia de un yogi de verdad se siente.  Y cuando escribo esto mi mente viaja a aquellos que tengo el honor y gran placer de conocer,  de llamar mis maestros y amigos,  de conocer de vidas.

Recuerdo el gran placer que es estar junto a un ser estable:  se siente como una caricia, como una brisa suave.  No hay voces estridentes,  no hay dramas innecesarios.  Todo es posible,  todo está bien. Hay una amabilidad que lo circunda todo y me permite ir profundo en esa vibración de amor.

Todos hemos hecho este maravilloso viaje llamado vida millones de veces,  algunos enfocados en este yoga misterioso que nos recuerda quién somos en verdad.  Nos hemos apoyado y acuerpado desde los Himalayas hasta el medio urbano,  hemos compartido encarnaciones sin recordarlo.

Ayer chatee un rato con uno de esos cuates que está en India.  Me escribió desde una de las ciudades más sagradas e importantes a la orilla del Ganges,  Varanasi.  Varanasi es una ciudad sagrada y millones de hindúes peregrinan a lo largo de su vida allí para rezar y lavar sus pecados en la Madre Río.  Recuerdo la niebla,  el frío,  el bote al amanecer y las ofrendas que puse en el agua para cada uno de mis niños deseando abundancia, sabiduría y amor para cada uno de ellos.  Recuerdo los rezos, los sadhus en la orilla absortos en meditación,  el olor a perfume que emanaba del ghat de cremación- incomprensible para mi mente occidental.  Todo se detuvo para mí en esa ciudad y todo reanudó sin yo misma darme cuenta.

A través del chat pude sentir de nuevo Kashi.  Al igual que me vi bañada en esa amabilidad profunda en un restaurante en Buenos Aires hace una semana,  compartiendo con otro yogi que admiro. Ambos padres de familia,  ambos siguiendo este camino arduo que implica despertar uno mismo y de alguna forma incomprensible, ser faro para la progenie.

Contrastan  la serenidad y amabilidad de estos amigos con las vibras inquietas,  desarraigadas y egoístas de muchos que creen siempre tener la razón.  Mentes perdidas en el pasado,  almas ansiosas de perdonar que no encuentran la vía y se quedan suspendidos en un universo opaco de terror y soledad internas.  Que buscan imponer sus puntos de vista sin escuchar e insisten en mantener despiertos dramas antiguos.

Que no tienen paz.

Y hoy,  vísperas de Navidad,  la celebración de dar por excelencia,  quisiera con todo mi corazón que más seres despierten.  Cada ser que despierta en esta vida a la realidad del Amor es fuente de alegría y conexión para aquellos a su alrededor.  Cada ser que insiste en sostener posiciones rígidas un recordatorio para que los demás practiquemos con más ahínco y pidamos por ellos.  Ninguno de nosotros está libre hasta que todos lo seamos;  ninguno totalmente feliz hasta que todos los niños del mundo tengan abrigo,  comida caliente y al menos un juguete esta Navidad.

Pidamos porque las más altas vibraciones cubran el mundo entero,   sin excepciones.  Y que aquellos que hoy sufren detrás de la máscara de la auto-absorción,  la inmadurez y el rencor puedan dejarse penetrar por la única realidad posible,  la invisible,  la silenciosa...esa que se expresa en una calma al caminar,  en sonrisas desde el corazón y en un deseo sólido de que todos los seres,  en todos los planos,  encontremos la felicidad verdadera,  la paz y la libertad.



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