viernes, 2 de enero de 2015

Caleidoscopio

La alarma suena a las 3 am.

Me levanto,  me tomo mi agua con limón.  La leche con cúrcuma y miel de anoche me ayudó a dormir muy bien.  Me intento bañar pero India tiene su forma de recordarme que aquí todo es distinto que en casa.  El balde de agua dura un buen rato en llenarse y no está tan caliente como quisiera.  Con una sonrisa agradezco tener el agua aquí y no tener que ir a buscarla a kilómetros de distancia como lo hacen diariamente millones de mujeres en muchas otras partes de este subcontinente.

Intento sin éxito contestar un par de correos que anoche quedaron pendientes.  El internet está caótico.  Es como si una fuerza me obligara a desconectarme.  La acepto sin miramientos y alisto el resto de mis cosas:  el mat,  la alfombra,  ropa para cambiarme después de practicar,  unas rupias para el agua de coco.  Salgo y la madrugada me recibe cálidamente.  La calle está oscura pero camino sin miedo hacia mi primera práctica de la temporada.  Y se siente como la primera de  mi vida.

Llego al shala en el preciso momento en que están haciendo la invocación.  Se me ponen los pelos de punta al escuchar al voz de mi maestro.  El coro de estudiantes responde con decisión y exactitud el sánscrito en que pedimos al Guru que nos ayude a encontrar la felicidad verdadera.  Con humildad,  sabiendo que cada día es una nueva oportunidad para salirnos del yo pequeñito y reencontrarnos con ese espacio de serenidad y paz que todos llevamos por dentro.  Le pedimos que nos dé el discernimiento para dejar de identificarnos con posiciones "correctas" o "incorrectas",  sabiendo que somos algo que está más allá del bien y del mal.

Entro al shala y muy pronto escucho su voz:  "One more"....!!!

"Ay no,  me tocó en el stage!"

Es mi primera práctica y desearía estar al fondo del cuarto.  Todavía cansada por el viaje,  no es mi mejor día.  Sin embargo,  ese destino que nos da exactamente lo que necesitamos en cada momento me pone a los pies de mi Guru.  Situada a escasos diez centímetros de su silla es para mí como estar cerca de un reactor nuclear.  De pronto veo el reloj y ya terminé mi práctica.  Una chica a mi lado que empezó igual que yo va apenas por la mitad.   Me doy cuenta de que definitivamente venir a este shala es una experiencia suprahumana.

Cada día agradezco el poder sentir el efecto en mi mente,  además de mi cuerpo.  Ayer me sentía como que estaba en el cuerpo de alguien más.  Siempre digo que el viaje este es tan salvaje desde América que a uno le toma la misma diferencia de horas adaptarse.  O sea,  doce días para volver a ser yo.  Llegó el cuerpo pero el resto de mis koshas están todavía perdidos en algún lado.  Y con cada respiración logro integrar un pedacito más.

En los backbends de mi primer día,  mi maestro se acerca a ajustarme.   Recibo su cercanía con un poco de miedo:  "Pero si acabo de llegar..."  Sin miramientos me coloca en la cúspide de mis límites.  Y luego me entrega un "Yes,  very good" que se siente como un bálsamo de sanación para todas las células de mi cuerpo.  Me mira sonriendo y siento que el alma me va a explotar de felicidad.

Encuentro amigos de muchos años:  canadienses,  mexicanos,  italianos,  colombianos,  venezolanos,  guatemaltecos,  indios y norteamericanos.  Un caleidoscopio de figuras humanas todos movidos por la intención de ir hacia adentro con honestidad.  Esta práctica requiere una sinceridad más que brutal con nosotros mismos.   La práctica en sí misma expone todos nuestros patrones mentales:  si nos juzgamos mucho,  si somos muy rígidos con los demás.    Si tenemos conceptos el cuerpo no se abre,  si lo forzamos se resiste.  Todavía no he encontrado el secreto,  pero sí sé que la cercanía con el Guru lo prepara a uno para todo,  incluso para esa postura tan loca que ya casi me toca y que me da pánico.

Mientras camino por Mysore y sus calles amadas,  me topo a los amigos indios de mi hijo Ariel.  El año pasado vino conmigo y me dice que lo extrañan muchísimo,  que hablan constantemente de él.  Que por qué no vino.  Que cuando viene de nuevo.  Que lindo escuchar estas palabras sobre mi querido hijo.  Me dan ganas de llorar.

Ariel me dijo antes de irnos de regreso a Costa Rica que le gustaría vivir aquí.  Creo que es una de las frases más hermosas que he escuchado en mi vida.  

Y me pregunto si ser una madre no tradicional, yogini tatuada,  viajera incansable,  estudiante perenne es tan malo como algunos piensan.  Si estar comprometido con el dharma es un problema en vez de una bendición.  Mis tres hijos mayores ya han estado en India y el cuarto ya está muy emocionado por venir.  La simplicidad de India y sus contradicciones constantes son una enseñanza mayor de la vida.  Aquí todo fluye a un ritmo distinto a Occidente y la gente amable y sus sonrisas compensan cualquier desperfecto en la vida material.

Ojalá más occidentales tuvieran el deseo de venir por estas tierras y sentir como este país lo enamora a uno de corazón.

Sí mi querido Ariel: 
A mí también me gustaría mucho vivir aquí.




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