miércoles, 14 de enero de 2015

Ahora.

Día 4 de la masacre.

Me duele todo.  Mi hombro derecho,  el frágil de la camada,  ya está reclamando.  Ya van tres días seguidos de la hecatombe.  Ayer me regañaron.  Me sentí remal:  me salté un vinyasa en Durvasasana por estar pensando en tonterías.  Y los ojos de águila de mi maestro me trajeron de regreso duramente a la realidad.  

Hoy también:  el dolor de brazos era tan intenso en la Serie 3 que sentía que me los estaban arrancando.  Fui un momento al baño a echarme agua en la cara.  Cuando regresé me dijo
" No hiding. You do,  no stop."

Ouch....eso me dolió más que los ocho balances seguidos. 

Así que a mi ego no le ha ido muy bien estos dos días.   Sin embargo,  observo como todo eso está en la superficie y mientras me siento a escribir me doy cuenta de que estoy totalmente plena por dentro.  Serena y en paz,  observando con interés esas reacciones de mi personalidad.  En otro momento de mi vida la hubiera agarrado contra él en vez de asumir mi error.  Hubiera encontrado muchas justificaciones para no tomar responsabilidad por mi despiste. Pero sé que lo único que tengo que hacer es escucharlo.  Es así de grande la confianza en mi maestro.  Sé que mañana ya tengo dos cosas más que integrar a mi faena:  no salirme al baño en medio de los arm balances y estar presente en los vinyasas.

Hablaba el otro día con un amigo que está en las mismas que yo.  Me decía:  " mi error fue demostrarle que era fuerte y que podía...".   Mmmm...ojalá yo me sintiera fuerte como él!

Sé que mi práctica es un espejo y a veces refleja cosas que no le gustan a mi ser pequeño.  Pero he aprendido a no darle mucha bola.  Aquí hay algo tan valioso a nivel de sanación de todo mi ser que no voy a dejarlo ir por nimiedades.  Sé cómo me ha transformado la cabeza.  Sé que esto no lo sustituye ni un masaje,  ni una relación,  ni las amistades ni nada más.  Es mi instante de soledad profunda con una intención clara de conocerme mejor.   Intento no tener ninguna expectativa y sólo estar agradecida por estar aquí en India y poder ser parte de este shala maravilloso.  Y ya noto cuando me salgo,  ese es el primer paso. 

Mi mente se fragmenta a menudo, como todas las mentes.  Una parte jala para un lado, otra para el otro.  Pero la he entrenado por años para que la parte vencedora sea esa que siempre me trae de vuelta a mi alfombra,  a mi práctica sin apegos.  Al inicio,  tenía muchos apegos.  Quería ser la mejor.  Quería terminar las Series,  quería...quería.  Hoy sé que nada de eso importa si me pierdo el momento presente.  Si no agradezco los pajaritos allá afuera,  la voz de mi amiga Stefania y las canciones de su hija Lila en el primer piso,  los llamados en kannada (la lengua de Mysore)  de los vendedores de verduras en la calle y mi cuerpo cansado pero feliz.   De alguna forma,  me ayuda a salirme de la percepción pequeña y limitada de mi personalidad y me expande por dentro.  Es duro,  es difícil,  duele el cuerpo,  la mente reacciona.  Pero es todo lo que mi alma anhela. 

Por eso es que la práctica es el esfuerzo constante de cultivar la estabilidad.  Esfuerzo por largo tiempo,  sin interrupción,  hecho con presencia y con un espíritu de devoción-  hecha con amor.  Porque el yoga es todo lo que hacemos.  Todo.  Como dice un querido amigo por acá,  de qué vale ser el mejor contorsionista si no somos más amables con los demás,  si no estamos dispuestos a tender una mano a quién la necesite o a escuchar a nuestros amigos.  Sé que mi maestro está muy cansado:  ya lleva casi cuatro meses de dormir mal,  esta es la época más dura en el año,  más llena aquí en mi escuela.   Su humanidad resiente tanto esfuerzo.  El es para mí el mayor ejemplo:  nos enseña que el yoga es algo que va por dentro,  crece si lo cultivamos y es un camino de auto-transformación.   El nos da el ejemplo de alguien muy esforzado,  presente,  amable y también humano.  

La técnica nos ayuda a estar más despiertos y a enfocarnos en todo lo que hacemos.  Hay menos inclinación a que los vientos y dramas del día nos arrasen.  Así que la técnica es sólo una herramienta y la técnica misma nos ayuda a cultivar algo muy hermoso que en sánscrito llamamos Vairagya.  Vairagya es difícil de explicar pero es algo así como dejar de estar persiguiendo experiencias de los sentidos para sentirnos plenos.  En el estado de yoga sabemos que somos algo mucho más profundo y permanente.  El yoga nos llena por completo y naturalmente,  perdemos interés en lo mundano.  No que no podamos disfrutar una buena copa de vino o una buena película,    pero no las necesitamos para sentirnos bien.  Ya nos sentimos bien de todas formas.

Un maestro querido que acabo de conocer ponía el ejemplo de dos naúfragos.  Terminan cada uno en un extremo de la misma isla.  En la parte norte,  hay abundancia de comida.  El náufrago se repone rápidamente y aprende a comer los alimentos exóticos con gratitud y discernimiento.  En la parte sur,  la comida es escasa.  La pesca muy mala y el náufrago pasa muchas hambres y limitaciones.  Invitan a toda la isla a una boda y hay un buffet para todos.  Quién crees que va a hacer las mejores decisiones a la hora de comer? 

 El del norte o el del sur?

El del sur tiene hambre y probablemente comerá de más y con desesperación.  El del norte escogerá sus platillos y los saboreará con calma, disfrutándolos.  Cuando estamos llenos por dentro,  realmente presentes,  sentimos una des-inclinación a correr tras los objetos sensoriales.  Estamos llenos en el aquí y el ahora.  Lo que venga los disfrutamos,  lo que se va lo despedimos.  Es una libertad natural del deseo, una satisfacción profunda que viene de nuestra propia integración.

Ese es el estado del yoga.  Disfrutamos de todo en la vida porque sabemos que en todo está Dios.  Podemos escoger con sabiduría cómo llenar nuestros días y nos dejamos de identificar con la carencia y la escasez.  Somos la abundancia misma del universo en estos cuerpos y mentes.  Somos vehículos conscientes siempre conectados a la Presencia Infinita.  Somos más que las experiencias y a la vez, somos cada experiencia,  cada mirada,  cada caricia, cada encuentro. 

Y es en este estado de presencia que dejamos de recrear el pasado.  El pasado ya no nos encadena ni nos pesa.  Somos libres de estar y ser y experimentar la plenitud de cada segundo en esta tierra.  

Y todo esto viene de nuestra práctica,  del esfuerzo cotidiano por cultivar el centro.  Este arte y ciencia divino que nos pide reclamar responsabilidad de nuestra experiencia: 

AHORA.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.