sábado, 29 de junio de 2019

Mi música

Escribo en medio de una intensa ola de calor que acosa toda Europa.  

Todos nos sentimos pesados,  cansados y sudorosos.  El calor da dolor de cabeza,  cansancio y hoy,  para peores,  nos perdimos en la ciudad.  Caminamos por más dos horas en círculos a más de 40 grados,  intentando ubicarnos a pesar de un GPS que nos llevaba de aquí para allá y varias veces por el mismo lugar.

Sentía que me asfixiaba.  Sin embargo,  vimos esta ciudad hermosa de Torino en lugares que no planeábamos y encontramos una tienda de música.

Un tesoro. 

La música me acompaña desde que tenía 7 años.  A esa edad mi padres me vieron probablemente con mucha energía extra y decidieron ponerme en clases de piano.  Mi primera maestra era española,  doña Lolita.  Recuerdo que no quería ir a las clases y me subía en los árboles del patio para escapar.

A los 10 años,  di mi primer concierto en la escuela.  Una pieza completa de memoria.  Recuerdo el miedo que tenía de tocar frente a todos y equivocarme.  Mi madre mi vistió como una muñeca y todo salió bien.

Es más,  hasta me gustó.  Yo quería dejar el piano y mi mamá me dijo que este sería el último concierto:  que me preparara y que si no quería seguir estaba bien.  Psicología a la inversa me liberó de la presión de hacer algo a la fuerza...y continué. 

Continué en el conservatorio todo mi infancia y adolescencia.  Del colegio me iba cada tarde para la universidad y mi música se volvió más compleja bajo la guía de mi segunda maestra,  mi querida Maria Clara,  otra española llena de pasión por su quehacer,  estricta y dulce a la vez que me enseñó la disciplina y me adentró en la técnica.  Le tuve siempre mucho respeto.  Me enseñó el arte de disfrutar la música y sentirla y las muchas horas sentada al piano refinaron mi oído y cultivaron la disciplina interna de enfocarme.  

Hoy atribuyo esas muchas horas de entrenamiento diario a mi capacidad de enfoque y concentración,  cualidades vitales para mi trabajo y práctica del yoga que es ahora mi camino.

Con mi maestra,  conocí los barrocos,  los clásicos y los impresionistas.  Me perdí en el romanticismo y también exploré autores modernos.  Tocaba Bach y sus preludios y fugas a tres y cuatro voces;  las sonatas de Mozart y Beethoven;  los nocturnos de Chopin y estudios de Brahms.  Sentía a cada autor a través de sus acordes y ligaduras y sentía lo que sintieron cuando compusieron sus obras.  Conocía la personalidad intensa o la languidez,  la poesía,  la pasión,  la intensidad y la magia de Rachmaninoff,  mi compositor preferido.

Ayer entré a esa tienda y todas las sensaciones volvieron.  Me sentía como una niña en una tienda de juguetes.  Volví a sentir en mis manos las partituras que amo,  pude olerlas y compré algunas para una hermosa amiguita de 7 años que está empezando a tocar.  La música regresó a mis oídos mientras leía las notas.  Notas acariciadas y repetidas por años ante mi maestra,  y pude escuchar su voz recordándome sentir,  disfrutar y entregarme,  darme por completo a esta música misteriosa que nos transfigura.

Y es así como me entrego cada día a la música de mi práctica de yoga.  Ya no tengo piano:  se quedó en mi casa en Costa Rica.  Se venderá como todo el resto de mis cosas y alguien tal vez lo toque de nuevo.  Pero la música la llevo por dentro y sé que encontraré un piano pronto.  La vida es una espiral y nos devuelve a los lugares que hemos amado.  Aquí en Torino,  nos perdimos en la ciudad sí,  pero ya encontré mi música.  Me llevo a Rachmaninoff,  por supuesto,  mi sueño poder estudiar su segundo concierto para piano muy pronto.  Me llevo también la Catedral Sumergida de Debussy, uno de sus preludios más amados por mí.  Se van conmigo Beethoven y sus sonatas,  esperando el momento para de nuevo interpretarlas con pasión y energía y la Suite Bergamasque y los arabescos,  mis favoritos. 

En este compás de espera que cada día parece alargarse más entre procedimientos legales, ineficiencia procesal,  escritos,  incidentes,  apelaciones y el tedio inherente a un proceso legal que nunca busqué,  más la ausencia de mis criaturas,  ansío mi música de nuevo con renovada intención.  Quiero tocar para mí,  aflojar mis dedos que ahora sólo han escrito en este teclado por años y visitar de nuevo esos acordes que me hicieron tan feliz.  Muchos de ellos muy difíciles,  sobre todo cuando tenía que presentar un examen concierto de una hora y media ante un jurado muy serio.  Pero la fascinación con las emociones ligadas a cada nota permanecen aquí conmigo como si fuera ayer. 

Entonces no sabía qué me traería la vida.  Pero llevo la música siempre por dentro  y el alma de cada uno de esos maestros es una con mis fibras internas,  que crecieron entrelazadas a su música.  Expresión única y perfecta.  

Mientras escribo,  escucho el concierto número dos en do menor...parece describir mi propia vida con unos acordes mega potentes en el inicio,  seguidos por la intensidad de una mano izquierda monstruosa y ágil.  Las cuerdas llevan la melodía y escucho a mi maestra diciéndome 

¨Liga...¨

Liga una nota con la otra,  una frase con la siguiente.  Es una conversación,  un diálogo.  El piano implora:  la orquesta le contesta.  Son uno mientras comparten esta melodía de amor visceral,  teñida de colores púrpura,  azules profundos y rojos sangre.  De pronto,  la mano derecha se dispara y alcanza un pico que es suavemente contestado.  Cada frase una declaración de que en esta vida hay amor,  sí.  Amor puesto en negras,  blancas y corcheas.  Amor en clave de sol y de fa.  Amor en instrumentos que expanden nuestros sentimientos,  que nos hace audible nuestro corazón.

Los genios nunca mueren y vivirán para siempre en el compromiso de aquellos que comprendemos todo lo que vivieron y quisieron decirnos para acompañar nuestras propias experiencias.  Una compañía incondicional,   una dulce respuesta a la inquisición constante de nuestros espíritus.

Sí,  es intensa esta vida.  Y esta música me lo recuerda.  La he escuchado tantas veces y conozco cada entrada,  cada compás.  Aquí con mi partitura, sigo cada compás y las notas escritas apuntan a un lugar en mi alma que no se cansará nunca de escuchar.
  

Este es el sonido de mi corazón.




jueves, 27 de junio de 2019

Ahora



La filosofía del yoga nos confronta con las preguntas más importantes sobre nuestra vida y el Universo y por tanto,  lidia con un gran misterio.  Hay una relación íntima entre las leyes de la vida espiritual y la vida a nivel material.

La práctica del yoga está de moda y cuando se enseña como una técnica meramente física sufre una hiper simplificación que la vulgariza,  produciendo una impresión errada de su finalidad.  

El yoga es una llave a otro universo.  Es una medicina para todos.  Se basa en la experiencia,  no en creencias ni dogmas.  Se basa en intenciones de místicos,  santos y sabios que han visto con sus propios ojos y se han convertido en su mismo testimonio, producto de la profundización de su intuición e intelecto.

Mi experiencia en estos últimos meses con esta práctica ha sido absolutamente nueva.  El ejemplo es el de un buzo a quién se le ha enseñado a bucear con calma y paciencia durante años.  Tiene su instructor,  sus tanques de oxígeno,  su mascarilla.  Hace sus inmersiones en piscina y domina la secuencia.  Se siente seguro y diestro y disfruta cada segundo bajo el agua porque se siente seguro.

Mi caso equivale a que me quitan la máscara y los tanques y me lanzan a un océano abierto lleno de tiburones.  No puedo ver nada.  Las olas arremeten contra mí e intentan ahogarme.  Como soy buena nadadora y sé contener la respiración,  me abaten pero no me matan.  Y tengo la fuerza suficiente para nadar lejos de las corrientes y las bestias y refugiarme en una isla a recuperarme.

Desde mi isla,  observo las corrientes y los vientos y me pregunto cómo es posible que haya sobrevivido.  El milagro se lo atribuyo a mi práctica de años,  cultivada en el día a día cuando mi vida era ¨normal¨.  Me despertaba muy temprano,  de hecho un hábito que tengo desde mis cuatro años de edad.  Hacía mi práctica y luego llegaban mis estudiantes.  Luego a dejar mis niños a la escuela,  regresaba a trabajar y en la tarde,  llevaba a mis pequeños a sus clases,  compartía con ellos y nos preparábamos para el día siguiente.  

Bendita rutina.  Todos a la cama temprano después de unos cuentos,  muchos abrazos y besos y listos para el día siguiente. 

Todo se lo llevó la corriente.  Todo fue sustituido por mucha desesperación,   confusión y el más absurdo y doloroso caos.  Ahí he vivido mi vida desde noviembre del 2018.

El propósito último del yoga es el samadhi.  El samadhi es el estado de unión hacia adentro y hacia afuera con todo lo que es.   En el camino de nuestra práctica tendremos que enfrentarnos a cinco dragones que habitan en nuestra mente y nos distraen y confunden diariamente.   Les encanta ponernos por delante continuamente la pregunta

¨ Y para qué vas a practicar? ¨

Los dragones insisten en que debemos permanecer atados a las condiciones de sufrimiento de esta vida humana,  a su miseria y dolores vez de encontrar la determinación y el enfoque de la perseverancia para superarlas.   Nos quieren congelados,  desmotivados,  apagados.  Nos convencen que no podemos,  que son inútiles los esfuerzos,  que nada vale la pena de todas maneras.

Así me he sentido últimamente muchos días y cada mañana me levanto y me tomo mi antídoto.  Se compone de una sesión larga y difícil de posturas ligadas por la respiración.  Cuando termino mi práctica,  me siento abierta y agradecida,  por más que me duela el cuerpo y el corazón por la separación de mis niños. Comprendo que puedo invertir el tiempo de espera en desesperarme ante este proceso legal tan tedioso y largo y deprimirme y quejarme...o puedo usar mi energía para nutrirme y mantenerme estable y calmada ante los acontecimientos.  

Definitivamente,  una mente tranquila ayuda a estar mejor anímicamente.   Una mente serena también está lista para crear,  a pesar de las circunstancias extremas de dolor psicológico y emocional.

Aquí en Italia veo con claridad esta ´divina comedia´,  este intento por evadir la angustia e ir más allá de la tensión cotidiana de existir.  Este estar viva duele terriblemente en este momento.   El misterio de la vida humana y el sufrimiento necesariamente me lleva a realizar que la única forma de asimilar esto es la comprensión e intento por descubrir la verdad que está oculta en mi interior.  Para ello tengo un método inteligente y sensible.   

Es una intención a largo plazo- y aquí me refiero,  a un buen número de vidas invertidas en la investigación de quién soy.  Sólo en el fuego de la transformación es que nos damos cuenta de nuestro potencial.

Podemos esperar lo mejor pero debemos prepararnos para lo peor.

Me he preparado por años para esta batalla.  No lo anticipaba ni nunca la concebí.  En mi universo,  quiénes se han amado se respetan de por vida,  se ayudan y se comunican...se dejan ir mutuamente para iniciar vidas nuevas en vez de seguir pegados en el sufrimiento por años.  De todo esto he aprendido que mi práctica no es una teoría sino un intento por sostenerme en la estabilidad a pesar de la incertidumbre y el dolor de los actos reactivos de los otros.    

Despejar las ilusiones y ver la vida a la cara requiere valentía y muchas ganas de despertar.  No es para los débiles de corazón.  Tampoco para los que buscan vivir vidas cómodas o para los que están enfermos y convalecientes.

El camino del guerrero nos pide estar en nuestra mejor condición física,  mental y emocional.  Nuestro mundo necesita seres que tengan la intención de purificar su mente y reforzar su carácter, hasta que su grado de discriminación se vea fortalecido y pueda ser aplicado sabiamente en sus decisiones vitales. 

Nada en el mundo podrá entonces pararnos y con el corazón abierto nos dedicaremos a esta tarea ardua pero muy sagrada a la vez.  

Cuándo es el mejor momento para iniciar?  Ahora. 

En el momento en que comencemos seriamente,  alrededor de nuestro esfuerzo se aglutinarán una serie de fuerzas invisibles poderosas que nos impulsarán hacia la meta-  al inicio se mueven lentas pero luego se aceleran hasta que nos encontramos totalmente absortos y entregados a la búsqueda de quién somos como prioridad de vida.  

Y llega ese día en que descubriremos dónde estamos y miraremos hacia atrás maravillados y agradecidos por el largo y tedioso viaje a través del tiempo.  Y nos daremos cuenta que en todo ese tiempo,  a pesar de todos los obstáculos y baches,  vivimos en la eternidad del ser y sus posibilidades sagradas de gozo,  congruencia,  integridad y éxtasis a pesar de todo. 

Soy el ejemplo viviente de que esta ciencia funciona.







martes, 25 de junio de 2019

El miedo no existe

Hoy son siete meses desde que salí de Costa Rica. 

Hoy son siete meses que no veo a mis niños y el sistema legal no se mueve.  Hoy son siete meses que podría haber pasado deambulando en una casa vacía,  perdida y con el corazón roto y los ánimos por el suelo,  impotente ante un veredicto injusto y parcializado de una jueza que antepuso el patriarcado antes que a mi familia.

Siete meses que una apelación cuelga en algún lugar de un tribunal atiborrado de expedientes donde los afectos humanos no cuentan,  a pesar de ser lugares que supuestamente protegen la familia. 

Hace muchos años tomé una decisión y esa fue buscar hacia adentro.  Encontré una respuesta clara en medio de todo el caos que destruyó mi vida en Costa Rica y la dirección era afirmar la vida...en este caso la mía propia.  

Una madre destrozada no puede luchar,  no puede comer ni dormir.   Una madre deprimida no sirve de nada.  
Una madre sin corazón es un zombie sin vida.

Así que a pesar de mí misma,  escogí la vida.  

Escogí la verdad.  

Escogí ser consecuente conmigo misma y también con mi causa. 

Escogí no obedecer un veredicto indigno,  un veredicto absurdo.  

Escogí retraerme y recuperarme.  

Escogí no darme por vencida por ningún motivo porque mis niños me necesitan entera y fuerte y sobre todo,  alerta y viva.

Escogí también compartir públicamente mi caso para denunciar las atrocidades que leyes mal aplicadas pueden causar en las familias en mi país,  Costa Rica.  Escogí no quedarme callada,  aunque ya haya recibido sendas amenazas de muchas personas por ¨hablar de más.¨  Puedo escribir con tranquilidad porque lo que escribo es cierto-  no voy a estas alturas del partido  a utilizar la mentira como herramienta de comunicación.   Mi compromiso con mi práctica espiritual me lo impide pero ante todo,  la integridad de una madre que ama,  ya que un día mis hijos víctimas de este ultraje,  leerán estos escritos. 

Ser verdadera.  Hace muchos años pedí verdad,  pedí verlo todo aunque fuera doloroso.  Pedí que cayeran los velos de mis ojos,  aquellos que siempre pensaban lo mejor del otro y se hacían la vista gorda ante el abuso y la manipulación.  Pedí que se me mostrara todo:   la verdadera cara de mucha gente que a mi alrededor me pelaba el diente y me metía el puñal por la espalda.  

Todo se ha mostrado,  bendito Dios.  TODO.  He masticado el dolor más profundo y a la vez,  me he extasiado al verme liberada de presencias nocivas.  De todo lo que yo creía que era... y no era más que humo,  reflejos de mi propia realidad interna.  

Proyecciones y fantasías.

A esas presencias les digo:  no voy a dejar de exponer la verdad.  

Mis niños merecen saber qué ha pasado y lo sabrán en su momento.  

La verdad tiene una cualidad y es que nos protege del mal.  El voto de ser verdadero implica asumir las consecuencias y las consecuencias de no ser real son catastróficas en el camino espiritual y también desastrosas para las nuevas generaciones que vienen detrás nuestro. 

Mi camino espiritual está en expansión total.  Estoy viviendo todo lo que soñé,  estoy viajando gracias a mi dharma y compartiendo con gente maravillosa que me confirma que el camino del corazón es el único posible para quiénes vemos la vida como una oportunidad de crecer.  Evolucionar implica ver a la luz del día todas las historias que nos contamos en su momento para negar la realidad,  todas las mentiras que nos dijimos a nosotros mismos con tal de no estar solos,  aprender a estar con el miedo,  ser rechazados o mal interpretados.

Hay un grado peligroso de libertad que sólo accesamos cuando decidimos ser leales a nuestro corazón y ya no nos importa lo que los otros piensen o digan de nosotros.  Mi destino me llevó a dejar mi país; me pidió buscar la sanidad mental lejos de un lugar amenazante,  un lugar donde la ley se dobla a voluntad sin el más mínimo respeto por los sentimientos de una familia.

La violación a mis derechos humanos y los de mis niños ha sido flagrante.  La denuncia de este atropello tendrá repercusiones a futuro no sólo para mí y mi familia entera sino para muchos en todo el mundo que me leen.  Sé que el despertar espiritual implica necesariamente el ataque feroz por parte de las fuerzas de la ilusión a quiénes intentamos vivir una vida con integridad dedicada a la luz.   Implica ser demolidos en nuestros puntos más débiles y a pesar de todo, continuar la batalla sin darnos por vencidos jamás.

No sé cuál será el desenlace de mi drama familiar pero sí sé una cosa: ya no tengo miedo.  Cuando uno pasa por donde asustan obtiene el don ganado con nuestra propia sangre y lágrimas de la valentía.   Es como correr hacia los perros en lugar de huir de ellos-  no se lo esperan.  Ya no huyo de nada ni de nadie porque donde quiera que esté,  tengo mi corazón rebosante de amor por mis niños y ellos lo saben.  Cuando crezcan comprenderán que esta jugarreta del destino nos separó injustamente y que fue mi voluntad siempre estar cerca de ellos.

Mientras tanto,  no me quedo tirada en una cama,  triste y deprimida por su ausencia,  aunque en un momento sentí que me moría.  Pero la magia del dharma es que nos llama a pesar de nosotros mismos.  Gracias al llamado de muchos que están listos para escucharme,  recorro el mundo con la confianza profunda en Dios sabiendo que lo que es nuestro  irremediablemente regresará a nosotros en el tiempo preciso.  Tengo la seguridad de saber que mi amor no es negociable,  no puede ser amenazado por nada ni por nadie y no tiene fin.  Se expande cada vez que enseño,  cada vez que hablo y comparto por escrito mi verdad y esto lo sé porque recibo diariamente numerosos votos de apoyo de mujeres y hombres en todo el mundo que también atravesaron el fuego de la separación de sus hijos por sistemas legales inertes e ineficientes.

No hay contradicción entre el amor y la distancia,  eso he aprendido.   El dolor de la ausencia de mis bebés me abre más el corazón a todos los que encuentro y el amor se siente más puro e infinito.   El miedo al dolor ya rebasó todo límite y me siento en un lugar de serenidad y alerta.  Sé que mi lucha por una equidad en la relación de padre y madre con sus niños es justa.  La custodia compartida es el futuro y el futuro se alimenta de voces que cuestionan el sistema como la mía. Sé que la ley en mi país me ha desprotegido insensiblemente, al igual que mis niños,  pero tal vez este caso sea el punto de retorno a un sistema que contenga la realidad de las madres del siglo 21,  aquellas que hemos sido padre y madre a la vez y que se nos cobra no ¨cuadrar¨ en el molde impartido por la cátedra del patriarcado de mujeres ignorantes y débiles metidas en labores domésticas sin pretensiones profesionales y personales. 

Sé que mis niños vendrán a mí  porque las leyes del Amor están por encima de las leyes de los hombres.  Sobre todo,  por encima de las leyes que se aplican con ignorancia y valores y donde no hay equilibrio en la forma en que se juzga a una madre que trabaja y además aspira a crecer espiritualmente por el bienestar de su familia.  

Las leyes de los hombres no son nada sin los valores de la verdad,  la justicia y la equidad como base y sin la inteligente aplicación por parte de un ser sabio y sensible que sabe que tiene la vida de personas en sus manos.   Son letra muerta en manos de gente irresponsable que hace más daño que bien en posiciones de poder que no merecen.

El liderazgo en el mundo está en crisis porque quiénes debieran proteger a los más débiles carecen de la inteligencia emocional mínima para actuar con congruencia.  Aquellos que amamos debemos actuar y mi espada son mis letras y mi intención de preservar lo más frágil,  precioso y valioso que me dio la vida:  mis niños,  mi sangre.

A quiénes me amenazan,  adelante.  No pueden hacerme daño porque ya el fuego más grande y doloroso de la vida de una madre lo he pasado en estos pasados 7 meses lejos de mis tres pequeñitos.  

Ya no tengo miedo.  El miedo es un mito y yo ya no creo en él.  
Será esta la virtud de que nos saquen el corazón en vida...el resto ya es cuesta abajo.



domingo, 16 de junio de 2019

La espiral ascendente: el Amor nunca deja de ser

Me preparé para mi puesto como Embajadora por un año completo.  

Lecturas,  conferencias,  exámenes y numerosas citas con diplomáticos,  ministros,  organizaciones ambientales,  culturales y sociales en mi país con pasión y entrega para presentarle su cara a la India.  

Me empapé de Costa Rica por dentro y todo el 2016 fue un soltar constante de mi vida hasta entonces.  Continué enseñando lo que amo,  sosteniendo a mis niños y preparando todo lo concerniente a nuestro viaje a India.  El sueño era llevármelos a conocer el lugar que me había hecho renacer,  que ellos pudieran perfeccionar su inglés y conocer una cultura diametralmente opuesta en muchas cosas pero llena de una sabiduría milenaria que ignoramos en Occidente.

La sabiduría de la compasión,  la paciencia y el camino interior. 

Pasaron muchos meses.  Cada noche con mis niños era una despedida y lloré muchísimo porque acordé con su padre que yo me iría sola primero a explorar las posibilidades para ellos en escuelas,  vivienda y estilo de vida.  Sabía que no podía llevármelos de una vez porque India sorprende y Nueva Delhi era desconocida para mí.  Había viajado innumerables veces al sur pero en Delhi sólo de paso.  Mi exploración era necesaria e implicaba una despedida temporal pero nada agradable de mis pequeñitos. 

Partí hacia India el 15 de marzo del 2017,  después de dos meses de trabajo de planta en el Ministerio de Relaciones Exteriores de mi país.  Dejé listos los pasaportes diplomáticos de mis tres niños pequeños,  sus visas para Estados Unidos e India y también todos los seguros médicos que conllevaban mi puesto.  Los embajadores pueden viajar con sus familias,  menaje de casa,  seguros internacionales y dos ayudantes domésticos así que supe desde un inicio que quería llevarme a mi familia,  más siendo un puesto de al menos dos años.

Llegar a Nueva Delhi y comprender que mi sueño era una quimera fue una.

La ciudad de 25 millones de personas ardía no sólo en el calor del verano que arreciaba para llegar a los 50 grados,  sino que se hundía en una nube perenne de polución.  Conseguí un apartamento bien ubicado y sin muebles,  ya que me negué a llevarme mi menaje de casa que implicaba un gasto para el Estado costarricense de más de $35000.   

Me dije:  voy a empezar una vida nueva desde cero y con respeto por mis compatriotas.

Mi apartamento nunca llegó a tener muebles.  Dormía en el suelo y amigos generosos me dieron alfombras y los implementos básicos.  El aire acondicionado no podría protegerme del calor infernal ya que vivía en un último piso.  Con mucho dolor en el alma,  comprendí que traer a mis niños a estas condiciones de vida sería un suplicio para ellos:  la madre trabajando arduamente en la Embajada,  ellos solos con el servicio más una escuela en hindi e inglés,  el shock cultural y además,  las inclemencias del tiempo y la separación de su padre y familiares en Costa Rica.

Con mucho dolor,  como madre que soy,  antepuse su bienestar al mío propio y tuve que soltar a mis niños.  Cada noche los lloré anhelando el regreso lo antes posible.    

Durante mi gestión,  cada periodo de vacaciones lo pasé en Costa Rica y viajé incluso de emergencia con una licencia cuando mi niño Theo se enfermó.   

Pasé más de un año sirviendo a mi país con mucha dedicación.  No había habido Embajador en casi 4 años y a nivel diplomático,  las autoridades indias estaban muy complacidas de que finalmente Costa Rica tuviera una representante de mi rango.  En los círculos diplomáticos,  no tener Embajador con una embajada abierta es una señal de desinterés e inopia.  

Así que empecé a vivir en la ambigüedad permanente de extrañar a mis niños y fascinarme cada vez más con mi trabajo.  La paz,  la democracia,  el ambiente,  los derechos de las mujeres y los derechos humanos eran mi pan de cada día.   La misión de Costa Rica empezó a tener resonancia en los círculos del gobierno indio y el resto de las casi 200 misiones en Nueva Delhi de todo el mundo.  Amaba mi trabajo pero añoraba inmensamente a mis pequeños y mi práctica espiritual fue el pivote que me sostuvo en el dolor desgarrador de la ausencia y la separación. 

Varias veces llegué al punto de querer regresarme,  sin embargo,  el amor por mi país y las semillas que fui sembrando en India con el nombre de Costa Rica me pedían quedarme.  Mis niños me reclamaban y pedían que volviera en cada viaje...y cada regreso a India desde Costa Rica era dolorosísimo.  

Sin embargo,  ya sabía que mi gestión duraría poco por el cambio de gobierno y que mis días estaban contados. 

Así fue y después de un año y medio de estar con el corazón en la mano,  partida entre Costa Rica e India,  recibí la noticia de que mi gestión había terminado.  Sentí un alivio inmenso,  una carga menos en mi corazón de madre.  Comencé a preparar el regreso a mi vida en mi país con mis niños,  mi escuela de yoga y varios planes nuevos para seguir enseñando a nivel mundial.

Antes de partir para India a mi trabajo nuevo,  acordé con mi ex esposo por escrito con abogados y testigos que los niños estarían temporalmente viviendo con él hasta mi regreso a San José.   Mi intención siempre fue llevármelos para India.   Me fui con el corazón tranquilo confiando en su palabra de dármelos de vuelta a mi regreso y volver a las condiciones originales de nuestro divorcio.

Confié en él hasta el último día.

Regresé a Costa Rica finalmente y no tengo palabras para describir la alegría tan grande de estar de nuevo con mi familia.  Regresé a mi casa, mi escuela y mis pequeños y con mi ex siempre hablamos  de una transición equilibrada para los niños de la casa de papá a la de mamá.   Tenía varios planes de viajes y acordamos que estarían en su casa mientras yo trabajara fuera y conmigo cuando estuviera en el país.

Ver a mis niños y abrazarlos de regreso después de tantos meses de separación fue el cielo.  Ahora recuerdo cada segundo de esas tres semanas en Costa Rica con nostalgia:  llevarlos a sus clases de fútbol,   comer helados,  recogerlos en la escuela.  Tenerlos en mi casa en prácticas con mis estudiantes y celebraciones.  Todo se amalgamó en la noche en que Matías presentó su coro en el Teatro Nacional.  Fui con mi pareja Abhishek que fue a conocerlos desde India y mi padre.  Matías cantaba y yo me sentía tan feliz.  Todo estaba normal de nuevo.

Me sentía finalmente en paz.  

Mi ex esposo estaba muy normal y cordial.  Sus padres me saludaron como si nada...jamás hubiera anticipado lo que venía.  Me sentía feliz y agradecida de haber regresado a los míos y que aquel calvario profesional terminara.  El aire puro de mi país,  el cielo azul y las montañas me dieron la bienvenida después de numerosos días en una ciudad gris y café,  donde el cielo nunca se ve y donde las afecciones pulmonares son crónicas y la degeneración de la salud de las personas mortal.

De regreso a Costa Rica podía apreciar aquello con que había crecido.  La presencia de mis hijos grandes y mi nieto fue una fiesta para mi corazón adolorido por tantos meses de ausencia.   El abrazo de mis padres y amigos una bendición.  Mis estudiantes queridos estaban de regreso al shala,  la vida me sonreía de nuevo haciendo lo que amo con la gente que amaba.

El jueves de esa semana fui por mis niños a la escuela.  Fuimos a comer un batido y los dejé en la casa del padre porque al día siguiente se iban con sus abuelos para Tortuguero.  

No tenía idea que ese sería el último día que los vería...

La pesadilla inició el viernes por la mañana.  Iba saliendo de mi casa al supermercado cuando alguien tocó la puerta.  Llegó la notificación y ese día descendí al infierno más espantoso de mi vida, la pérdida más dolorosa que cualquier ser humano y especialmente madre,  podría experimentar.

Han pasado muchos meses desde ese nefasto día:  22 de noviembre del 2018.  

Los primeros días fueron de shock total.  

Quién me estaba demandando?  Quién me estaba quitando a mis niños amados?  Quién se atrevía a herirme de esta manera tan baja?  

La demanda había sido iniciada hacía 8 meses y yo en India nunca había recibido ninguna notificación!

Estaba en confusión total.  

Acudí a mis padres con el corazón destrozado.  Intenté llamar a mis niños y nunca pude comunicarme.  Fue un fin de semana infernal.  No había respuesta a los mensajes,  no había nadie que me dijera como estaban.  Los abuelos paternos se evaporaron en el aire con mis niños.  Mi ex esposo había salido del país y tampoco contestaba.  Habían planeado todos los detalles de la notificación de antemano de forma cruel e inhumana.

El dolor que experimenté en esos tres días fue y es el más intenso de mi vida entera.  El desgarro que mi corazón sufrió es una herida que no sana,  no importa cuántos días hayan transcurrido.  

Siendo abogada,  leí la demanda con incredulidad donde se me acusaba de ser una ¨madre ausente¨.  Una madre que había dedicado todas sus energías a sostener a sus niños desde su nacimiento con esfuerzo y dedicación,  a cuidarlos amorosamente,  preocuparse por su salud, educación y bienestar espiritual.  Una madre que los había dejado para ir a trabajar y sostenerlos en su estilo de vida.  Una madre que se moría por abrazarlos desde hace meses.  

Cada viaje de trabajo me aseguraba que los niños estaban cuidados por su padre,  los abuelos maternos y paternos y el servicio doméstico,  mujeres amorosas que tenían años de trabajar conmigo y conocían a mis niños como la palma de su mano.  Viajaba sí,  porque de no viajar mis niños hubieran tenido que ir a una escuela pública.  Amo lo que hago y es un placer enseñar yoga, pero también era responsable de ser la primera entrada económica de mis niños y darles una educación bilingüe era una de mis prioridades.

Leer la demanda me sacó lágrimas de cólera.   Cómo podía alguien mentir tan descaradamente?  Cómo podía separarme de mis corazones basándose en esta basura?  La redacción de la contestación de la demanda tomó días junto a mi abogado y sé que cada uno de los acápites fue contestado desde la verdad de una madre que fue padre y madre a la vez y que todavía no encontraba el don de  desdoblarse para producir lo necesario y a la vez,   estar presente físicamente con los niños.

La injusticia del patriarcado es que nos pide a las mujeres el doble de esfuerzo que a los hombres.  Nos pide ser profesionales y cumplir con carreras y compromisos financieros en las familias pero a la vez nos condena por no estar 100 por ciento presentes.  Hay una imposibilidad material al intentar ser madre soltera, profesional y médula económica del hogar y ser la madre arquetípica costarricense que cocina y amasa la masa.  Al hombre se le concibe con una pareja que lo apoya:  a las mujeres,  sobre toda a las que tenemos anhelos más allá de la maternidad y nos toca criar hijos sin pareja,  nos la tenemos que jugar solas.  

Y para peores se nos cataloga de ´malas madres´.

La demanda se contestó con todas las pruebas pertinentes:  recibos de las escuelas pagados con puntualidad,  transferencias mensuales de dinero al padre de mis niños,  prueba de los pasaportes de los niños listos para viajar a Delhi que nunca fueron usados. Además,  un recuento de la contaminación en Nueva Delhi y las razones para no llevarme a mis niños.  Fotos y numerosos testimonios de amigos y familiares donde constaba mi compromiso y amor por mis pequeños.  

Sin embargo,  nada de mi prueba fue considerada para fijar la medida cautelar que me traspasó el corazón.  La jueza falló a favor del padre sin demora y le otorgó la convivencia con mis niños,  dándome el insulto de verlos dos meses al mes y además, con supervisión. 
  
Como madre,  la sensación era incomprensible.  Había estado sacrificando mi corazón por meses por mi país y ahora que regresaba a mi tierra,  las mismas autoridades que me enviaron me castigaban con el peor castigo, la separación forzada de mis amores.  

Sentí la muerte.  La muerte en vida. 

Recorría mi casa llena de habitaciones vacías y me preguntaba quiénes eran estas personas que me acusaban,  que mentían sin ningún tipo de consciencia,  de moral y sinvergüenzas.  Veía las camitas de mis pequeños y abrazaba las almohadas extrañando su olor,  su abrazo y sus bracitos en  mi cuello.  

Escuchaba sus voces en mi cabeza nada más porque todas las llamadas estaban bloqueadas.   

No podía dejar de llorar.

El abogado me dijo que apelaríamos,  que fuera positiva.  Mis padres me apoyaron como pudieron pero el dolor que me aquejaba nadie lo puede comprender,  a menos que hayan pasado por lo mismo.  Hablé con numerosos padres de familia,  todos víctimas de la injusticia que me estaba sucediendo.  Hombres todos flagelados por una sistema donde la ley prevalece sobre los sentimientos y el amor.

Yo también era ¨el hombre de la familia¨-  sí, yo era el hombre.

Dejé de dormir.
Dejé de comer.
Dejé de moverme.

Lloraba y lloraba, impotente ante la realidad irreal que me estaba sucediendo.  Se sentía como un realidad paralela, donde nada tenía sentido.  Comencé a ver la decadencia en mi ánimo:  no podía practicar, sólo lloraba.  

Fue un momento de muchísima verdad ya que supe instantáneamente quiénes eran mis amigos verdaderos.

Había pedido verdad.  Aquí estaba.  Dolorosa y presente pero a la vez liberadora.  

Como abogada sabía que empezaba un calvario.  Demandar a alguien por la espalda equivale a una puñalada con consecuencias nefastas no sólo para las partes sino en este caso para tres niños pequeños.  La vía del diálogo en que creo fielmente hasta el final había sido sustituida por una guerra sin cuartel.   

La imagen de dos elefantes peleando me venía a la mente constantemente,  uno de ellos indiferente al destrozo de sus crías entre sus patas. Sabía que yo no quería pelear,  pero indudablemente me tenía que defender.  

Comprendí los tiempos procesales y los  muchos meses de espera que venían.  Con el corazón compungido cerré mi casa y tomé el avión a los brazos de quién me esperaba para sostenerme. 

En India  un guerrero me cuidó,  alimentó,  abrazó y sostuvo por meses,  devastada y enferma,  deprimida y doliente ante una realidad que no podía digerir y el dolor extremo de la pérdida de mis niños amados.
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Hoy,  aquí en Ibiza,  después de un mes de viajar por España y varios de vivir en India,  sé que hice lo correcto.   

Volé a la tierra que me cura,  a aquella que sana las heridas del alma más quebrada.  

Siete meses después nuestra apelación fue resuelta en negativo lo que implica que los niños se quedan con el padre.  En cuanto al fondo de la demanda,  todavía no hay humo blanco.  Se habla en este tipo de procesos entre 3 y 5 años,  lo que significa que mis niños tendrán 16,  15 y 14 años cuando finalmente la sentencia resuelva la custodia compartida que estamos pidiendo.  

En siete meses he muerto a quién era y he renacido a quién soy aquí ahora,  la magia y poder del yoga y mi maestro la mejor medicina para el alma rota de una madre que injustamente fue separada de su sangre.  Un sistema machista, patriarcal y retrógrado donde la imagen que no calza en el inconsciente colectivo de un país atrasado determina las vidas de aquellos que anhelamos vivir vidas conscientes.

Una patria que me envía como su representante a un lugar tan lejano y difícil y luego me cobra el peso de mi ausencia en sangre.  Una patria donde las autoridades no comprenden el impacto de favorecer desequilibradamente a uno de los progenitores y viola principios sagrados de vida  es una patria de ignorantes.  Una patria donde las mujeres y los niños somos sometidos a dolores psicológicos extremos por la separación forzada  es una patria donde reina la oscuridad y la violencia.

Mis niños sufren el Síndrome de Alienación Parental desde que partí a India a servir a mi país y probablemente desde antes.   Les han dicho que los abandoné.  Les han dicho que no los amo.  Algún día leerán estas letras y sabrán que nada de eso es cierto.  Lo sé porque les hablo cada semana y sus ojitos están tristes y caídos.  Sus sonrisas a medias,  atrapados en la injusticia de una realidad familiar donde se ataca a su madre de maneras sutiles y donde no se les permite expresar sus sentimientos libremente.

Y ese no es el problema:  el problema es que un Juez que se llame así decida a favor de la inmoralidad y la injusticia.  Y lo peor de todo:  que ese Juez sea una mujer y también madre.

Apelo a quiénes me conocen y saben de mi amor por mis niños,  no sólo en Costa Rica sino en muchos lugares del mundo ya que conocieron a mis niños y vieron el tierno amor que les profeso.  La custodia compartida es el derecho de vida de los niños:  su padre y su madre por igual.    

La espiral ascendente del Amor no podrá cerrarse nunca y toda fuerza inferior al amor será destruida:  es cuestión de tiempo.  










sábado, 15 de junio de 2019

La espiral descendente: el Vacío es una cama de plumas continuación


A través de los años experimentamos todo tipo de montañas rusas:  momentos de gozo supremo seguidos de etapas de mucha soledad,  incertidumbre y miedo.  

Esta es la rueda de la vida y algunas veces sube y otras desciende estrepitosamente,  a gran velocidad, sin ningún sentido y sólo la fe en que hay algo más grande guiándonos en la oscuridad y la incerteza nos permite continuar.

Entré en la espiral descendente a partir del año 2012.  Cuando mi hijo Matías,  el más pequeño,  cumplió 1 año,  ese mismo día supe que tenía que terminar mi matrimonio.   Cuando una relación pesa,  cuando los altercados son más que las conexiones,  cuando el otro piensa distinto en muchas cosas y no encontramos ese cordón al corazón,  es hora de sacar la espada. Algunos se quedan en relaciones mediocres y ahí envejecen,  quejándose de su destino y echándole la culpa de su infelicidad al otro.  

Otras tomamos acción.

Yo ya sabía que estaba con mi entonces esposo más por los niños que por mí misma.  Me despertaba muchas veces en la noche con una sensación de ahogo en el pecho.  Lloraba y me volvía a dormir,  atrapada en una noria de cotidianidad donde mis hijos eran una distracción que me permitía sentirme útil,  pero al mismo tiempo sufría de angustia existencial,  tristeza constante y mucha apatía.  Coincidió todo esto con el efecto de mi práctica de segunda serie diaria,  donde las emociones de atrás empezaron a aflorar.  Me sentía sombría y desmotivada ante la vida misma a pesar de mi práctica.  

Era una ironía todo esto:  tenía a mis hermosos hijos,  todos maravillosos,  sensatos,  intensos e inteligentes.  

Por qué no podía ser feliz?  


Por qué no podía acoplarme a este tren que ya iba rumbo a no sé dónde pero que contaba con la aprobación social,  un estudio floreciente y una fachada de pareja que parecía ideal?



Las profundidades de la psiquis femenina son difíciles de comprender,  incluso para nosotras mismas.  Leía y releía mi libro preferido,  Mujeres que corren con los Lobos, buscando una respuesta.  Sabía que era una loba y como loba,  nuestra prioridad es cuidar de nuestros cachorros.  Pero también leía sobre la importancia de seguir la intuición y ver más allá de las apariencias.  Lo vital de seguir mis instintos y no contarme la historia de la familia feliz cuando la madre y esposa vivía una crisis existencial de quién nadie más se percataba.

Continúe mi camino en el yoga, profundizando y aprendiendo.  Hicimos en mi estudio de yoga un curso de filosofía por un año completo con un grupo de maestros y fue un año de gran transformación para todos.  De ese grupo muchos irían a Mysore en India a conocer y practicar con mi Guru.  Todos y cada uno de mis estudiantes seres comprometidos, serios y dedicados y muy buenas personas.  

Al finalizar el curso comprendí que era momento de ser fiel a mi corazón y le pedí a mi entonces esposo que se fuera de mi casa. Necesitaba espacio para pensar y sentir qué seguía.  Si este yoga era cierto, necesitaba ser coherente y escucharme sin interferencias.

La despedida fue dolorosa.  Había mucho amor y también muchísimo apego.  Desgranar mi familia se sentía como arrancarme un brazo.  No podría estar en paz por muchos meses,  noches diarias de insomnio,  tristeza,  constante ansiedad pero también una sensación de libertad que necesitaba y reconocía.  No sabía qué me traería el futuro y ahí fue cuando empecé a escribir este blog.  Ahí fue que necesité compartir lo que me pasaba porque me ayudaba a decantar todo el arsenal emocional en que me encontraba sumergida.

Después de tres meses de separación,  dramas,  reencuentros,  citas con psicólogos de pareja y niños extrañando al padre,  además de la presión de las familias para una reconciliación,  comprendí que tenía que soltar de nuevo mis planes y regresé a la relación a regañadientes.  Regresé no por mí sino por el bien de los niños,  eso me decía a mí misma.  

Hicimos múltiples acuerdos en un intento final de superar nuestras limitaciones propias como personas y reeconectarnos desde el lugar profundo y amoroso que nos había unido. Sin embargo,  el intento fue en vano-  a pesar de que estuvimos juntos dos años más.  

Empecé a recibir muchas invitaciones para enseñar y cada viaje me conectó más conmigo misma,  mi práctica y mi enseñanza.  Decidí hacer esos viajes sola y abrazar Mi Dharma, como dice el Bhagavad Gita.  Estaba en Holanda enseñando cuando comprendí en una llamada que todo se había terminado.   Uno reconoce el instante preciso en que continuar en una relación daña más que dar la estocada final.

Fue un regreso profundamente triste a Costa Rica seguido de la partida de mi ex esposo de la casa y los trámites para un divorcio que se negoció en términos muy civilizados y tomando en cuenta mi estilo de vida que implicaba viajes continuos a India y trabajar en el extranjero y el bienestar de nuestros tres pequeñitos que eran siempre nuestra prioridad.

Del 2014 al 2017,  mi vida se expandió de maneras inesperadas y muy gratificantes.  Mi energía estaba más libre y comencé el proceso de creación de mis sueños a mayor velocidad.   Continué mis viajes a India y mi maestro Sharath me introdujo en el reto de la Serie Tercera,  la Serenidad Sublime.  

Libre de embarazos finalmente,  pude darle rienda suelta a todo el fuego que me quemaba por dentro entre el duelo por la relación y la incertidumbre del futuro.  Los meses en Mysore fueron mi oasis y el origen de los cursos que empezaron a suceder en Costa Rica y que llegaron a ser más de 12 en toda Latinoamérica para compartir el método y sus beneficios.  

Muchos de estos estudiantes terminarían también en Mysore. 

Viajé por Latinoamérica y Europa enseñando.   Sostuve grupos grandes de practicantes en mi casa y shala en Costa Rica,  gentes de muchos países que viajaron a profundizar sus prácticas y algunos de ellos a vivir conmigo y mis niños por varias semanas. 

Comprendí el sentido de que el estudiante viva con su maestro pues es en las acciones del día a día que comprendía las cualidades de las posturas de mis discípulos.   Sus rasgos de personalidad eran claros a la hora de cooperar en las labores de la casa,  el cuidado de los niños,  el seva o servicio al grupo y todo el día a día que es donde se muestra a un yogi-  o a alguien que sólo hace asana.

Hay una diferencia importante entre los dos.

En estos años de entrega conocí yogis amorosos,  seres de luz con prácticas limitadas y también conocí acróbatas que eran egoístas y ensimismados.  Pude experimentar en carne propia la inconsciencia  pero también la amabilidad de aquellos con quiénes sigo conectada hasta hoy en día a pesar de la distancia.   Entendí que el yoga es una máscara que puede esconder muchos demonios y que ver detrás de la máscara no es para todos.  Comprendí que como maestra podía ayudar a ver detrás de muchas máscaras y di mi mejor intento para apuntar a los puntos ciegos.

Algunos lo tomaron con madurez,  otros reaccionaron muy enojados.  Comprendí la frase que dice que los maestros llevamos cicatrices por todo el cuerpo producto de los mordiscos de aquellos a quiénes intentamos ayudar.  Los egos son implacables y en un instante pueden voltear a un practicante de años en cruel enemigo.  


Estando en India en mi viaje número 12,   recibí la invitación a considerar la posibilidad de ser embajadora de mi país Costa Rica en India.   Recuerdo que de pronto sentí que la vida finalmente me respondía el anhelo de mi corazón de años de vivir en un país que amo,  un país que me ha transformado en todas las dimensiones.  

Había llegado el momento de desplegar mis alas.  Había llegado el momento de unificar en esa oportunidad la preparación académica de mi primera vida:  la vida de abogacía con mis maestrías que nunca había comprendido bien para qué eran pero que me daban el boleto académico para accesar el puesto y la vida en India,  el país que espiritualmente me despertó.  

De pronto, todo se conectaba.  Todo coincidía. 
La sincronicidad del cosmos llamándome al otro lado del mundo.

No tenía idea de las consecuencias que esta decisión de vida tendrían para mí, mi familia y mis niños.  No anticipaba la devastación que conllevaría anhelar conectar mi corazón a los dos países que amaba.  

No podía imaginar que esta decisión me pediría entregar lo que amo.












viernes, 14 de junio de 2019

El Vacio es una cama de plumas: continuación


El año pasado escribí mis memorias de vida.  El tiempo que viví en India me dio la inspiración para recopilar los eventos más importantes de mi vida y ponerlos en el papel.  

Fue un proceso de recordar y perdonar al mismo tiempo muy poderoso.  El título del libro me lo dio mi hija Adriana en una conversación por WhatsApp:  

¨El Vacio es una Cama de Plumas¨

Tengo que confesar hoy,  aquí en una mañana oscura en Ibiza,  acompañada por el silencio de la montaña,  el viento en los árboles y los cantos lejanos de pavo reales,  he de confesar que el título me suena hoy como una profecía de lo que venía- no tanto de lo que escribí en su momento.

Así que hoy inicio el capítulo final de mi libro aquí en mi blog,  el cual adjuntaré al libro que ya está circulando.  Gracias a mi amiga Thaís Aguilar por leer mis escritos y sugerirme que el final todavía quedaba inconcluso. Vernos en Madrid fue un paso importante no sólo en esta realización sino también en la perspectiva de cómo escribirlo. 

Siento que es el momento de plasmar mi final...un final abierto ya que todavía no se resuelve nada respecto a mis niños.  

Escribir este capítulo es como meter el dedo en la llaga, una llaga que ya tiene muchos meses abierta y que sangra y supura constantemente.  Es sólo gracias a la misericordia infinita de mi Guru y mi práctica espiritual que me sostengo en pie y por supuesto, a la compañía amorosa de aquellos que me aman y apoyan personalmente y también a través de mensajes, correos y llamadas de todas partes del mundo.

Estas letras serán leídas algún día por mis niños y las escribo para ellos.

Gracias a la vida.


CAPITULO FINAL
EL VACIO ES UNA CAMA DE PLUMAS


Cuando uno llega al yoga,  llega porque ha buscado mucho.  Ha buscado y ha encontrado tal vez pedazos de un lienzo más grande,  pero no todo el lienzo completo.  

Llegar al yoga en esta vida equivale a querer verlo todo y entender de qué se trata este viaje.   Es a través de las prácticas realizadas por años, sin interrupción y de la mano de un maestro que nos acoge,  que empezamos a ver que nuestra historia personal es una pequeña aguja en el pajar de algo mucho más grande.

Somos una pequeña estrella en el firmamento de la vida,  pero somos importantes y únicos cada uno de nosotros con su propia historia.  Llegar al yoga equivale a ganarse la lotería,  a pedir verdad cueste lo que cueste y esa ha sido mi plegaria por muchos años.  Gracias a esta oración constante,  he visto desaparecer de mi vida lugares y gentes que eran un obstáculo para mi evolución y he manifestado seres que me inspiran a seguir adelante y seguir explorando con fe.  

Llegar al yoga equivale a ir más allá de la esperanza.  Es estar dispuestos a verlo todo, no importa cuán intenso y difícil sea desenmascarar a la ilusión.  La ilusión o maya,  la fuerza de la oscuridad en este mundo,  se disfraza con cara de bondad, de devoción y de amor-  un amor muy pusilánime comparado con el amor de verdad.  Nos seduce y engaña y caemos presa si todavía estamos dormidos y anhelamos la incompleta felicidad de este plano.

Mi historia de vida ha estado plagada de dolor que yo misma he creado al proyectarme en otros.  El yoga me ha enseñado que hay muchos espejos y he aprendido a verme primero yo con honestidad.
Veo hacia atrás y recuerdo la pasión que sentía por este camino que empezaba a abrirse.  

Era la respuesta que había buscado por tantos años a mis preguntas...llegaban respuestas y a la vez, más y más preguntas venían y me desconcertaban y motivaban al mismo tiempo. 

La espiral ascendente le llamo ahora. 

Gael nació en una parto divino,  en una piscina de agua tibia con la compañía amorosa de mi doula y su padre,  inmersos en agua,  gritos de extasis y tanta belleza.  Fue un parto sin ningún tipo de anestesia y por lo tanto,  profundamente intenso pero la intensidad se puede soportar sin ningún problema con la fuerza del amor.

Vino la etapa màs dulce de todas.  El bebé amoroso y tranquilo se volvió el centro no sólo de mi familia sino de mi estudio de yoga.  Gael me dio algo que no había conocido:   aprender a aplicar el yoga en un cuerpo que crecía y decrecía,  un cuerpo que probó mi mente ampliamente cuando viajé a India sola con tres meses de embarazo en medio de muchas náuseas y vomitos.  Pasamos este bebé y yo momentos muy difíciles en el vuelo y luego en Mysore y a la vez,  comprendí el sentido de ir más lento,  de escucharme más.  El sentido que mi práctica no era lo más importante,  sino sólo un medio para el fin de estar más presente con mi vida y conocerme mejor a través de las espirales descendentes. 

A Theo lo pedí yo.  Veía a Gael crecer a tantos años de sus hermanos y sentí que un hermano o hermana era importante.  Tuve que insistir y finalmente llegó...fue un embarazo muy sano igual que el de Gael, mi cuerpo de yogini fuerte y presente para lo que le pedía.  Hice mi práctica de yoga durante todo el embarazo de Theo,  canté mantras,  medité,  hice japa...el pequeñito sintió y vivió todo esto y ahora comprendo su personalidad espiritual,  etérea y profunda.

Me sentía tan fuerte y segura para el parto que incluso invité a mi cuñada y a mi hija a estar presentes,  un parto que anticipaba fluiría tan bien como el de Gael.  Yo les iba a mostrar cómo parir en extasis...piscina preparada,  doula amorosa...y luego la tragedia sangrienta de un suceso inexplicable,  inaudito e inesperado. Tal y como es la vida,  que nos sorprende con lo más hermoso o grotesco a la vuelta de la esquina.

La cabecita de Theo se movió ligeramente y no descendió.  

Después de horas de parto y una madre agotada,  el médico intuyó que el bebé no estaba bien.  En mi modorra de labor,  escuché que llamaban a un anestesista y me sacaron de la piscina.  Recuerdo mucho movimiento en el cuarto mientras yo esperaba sola,  totalmente sola y desnuda con mi bebé en mi panza y las salvajes  contracciones que arreciaban intentando sacar al pequeño de mi cuerpo ya que eran demasiadas horas de labor.  

Yo me sentía perdida en el limbo de las madres que damos a luz, confiada en que el proceso me entregaría a mi bebé muy pronto.  

Qué equivocada estaba. 

Theo nació con fórceps y salió azul- envuelto en sus propias heces y ya casi sin oxígeno.  La dosis de anestesia para la madre fue muy alta porque parecía no hacerme efecto,  tanto que después de su nacimiento los músculos de la respiración,  esos que tan bien conozco gracias a mi práctica de yoga,  se paralizaron-  producto del trauma del parto y el miedo de perder a mi bebé.  Por unos minutos no pude respirar.   Sentí como se me escapaba la vida y salí de mi cuerpo y pude observar al pediatra con Theo,  mi hija Adriana y el papá,  todos pendientes del pequeñín mientras yo flotaba en el techo despidiéndome de todos, viendo como mi cuerpo yacía en la cama de un hospital donde yo misma había nacido hacía muchos años atrás.

Ese día saboree la muerte.

Sólo recuerdo que abrieron mis piernas con mucha fuerza y quedé lesionada por muchos meses por la ruptura de mi músculo piramidal en la espalda baja.  Quedé además con una depresión post- parto de meses,  donde lloraba inconsolable de día y de noche ante el trauma que habíamos sufrido.  Theo tenía reflujo y siempre estaba muy incómodo después de comer,  procesando a su tierna edad una experiencia tan fuerte e intensa.  

A diferencia de mis niños anteriores,  el postparto fue muy incómodo y doloroso.  Nunca había sufrido depresión y sólo puedo decir que es estar en una cueva negra sin cielo por muchos meses.  
No quería ni practicar y aunque hubiera querido no podía-  la lesión me acompañó por varios meses y tuve problemas incluso para caminar normalmente. 

El trauma de la violación con unas paletas metálicas impactó mi cuerpo y mi psiquis violentamente a pesar de la anestesia.  Me sentía totalmente sola en mi dolor.  Amamantaba al pequeñito pero no estaba presente,  rememorando continuamente el trauma del nacimiento. 

A pesar que me insistieron en tomar medicamentos,  comprendía que tomarlos se los pasaría a Theo en la leche y por tanto me negué rotundamente.  Ya suficiente tenía mi bebé que procesar para además hacerlo adicto a medicinas psiquiátricas desde tan pequeño...así que decidí reiniciar mi práctica de yoga.  

Un dia a la vez...sólo respirando ya que no podía moverme.


Theo nació el 4 de febrero.  En agosto me dí cuenta que estaba de nuevo embarazada.  Recuerdo sentirme feliz,  a pesar de que todo apuntaba a que era mala idea.  Theo tenía sólo cinco meses y estaba amamantando,  como amamanté a todos mis niños por un año,  incluso más.  Supe de Matías porque Theo ya no quería mi leche...había cambiado de sabor.

Y fue entonces que llegué a ese punto en que todos llegamos en la vida,  ese punto de encrucijada donde decimos ¨por qué a mí´...ese lugar de posibilidades donde se cuecen milagros o tragedias.  Ese momento donde la duda no sirve ante la insistencia de la vida en que abracemos lo que es.

El yoga más arduo de todos,  la aceptación radical de lo que es.

Mi amor Matías nació con una cesárea porque su madre no podía acuclillarse.  El piramidal empeoró con la subida de peso en el embarazo y me resigné a caminar con mucho dolor y a no poder parir a mi niño.  

Matías es mi héroe personal porque vino a unos padres que estaban cerrados y deprimidos.  Nos ha tocado a todos con su gracia y sabiduría y es alguien que respeto inmensamente por su gran valentía de saltar al vacío con fe.

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Hoy llego hasta aquí.  

Así fueron las entradas de mis preciosos hijos en el mundo.  Cada parto muy simbólico e importante en mi camino como madre.  Cada ser que ha venido al mundo a través mío es un maestro en amor incondicional,  paciencia,  compasión,  entrega y fe. 

Mañana continúo este relato de amor y envío hoy,  como todos los días,  mi corazón hasta Costa Rica donde mis niños duermen y en sueños los acaricio y abrazo como el primer día que los conocí, extrañándolos y amándolos a distancia por designio del destino.

Unidos en alma y corazón porque el amor no conoce distancia.