martes, 29 de octubre de 2013

Choices, choices, choices....

Mientras releo mi querido Bhagavad Gita,  pienso en qué será exactamente Mercurio Retrógrado.

Tres semanas de caos,  anticipan los astrólogos.  Y sí,  definitivamente he escuchado de accidentes,   quebraduras,  caídas,  enfermedades,  desorden,  caos y más caos....mmmm....

No creo ni dejo de creer.  Lo que sí creo es que este no es un buen momento para tomar decisiones,  confirma el oráculo.  No hasta el 10 de noviembre cuando la influencia de este planeta se suavice.  No soy supersticiosa,  pero mi Gita me confirma que la vida siempre nos da un abanico de posibilidades y está en nuestra sabiduría escoger la mejor de todas.  Y no sólo la mejor de todas,  sino en el timing correcto y con las mejores consecuencias para todos los involucrados.

La mejor para todos.

Habrá alguna posibilidad buena,  otra mediocre,  otra pésima.  Pero habrá una sola que se sentirá bien,  no sólo a nivel mental sino también en el corazón.  Esa es.  Las demás están descartadas.  Mientras se muestra,  qué nos toca hacer entonces?  Pues despertarse lo más posible para escucharse uno lo suficiente y poder dar el sí correcto.  O el no perfecto.  Sin prisas,  sin eufemismos ni fantasías.

La realidad nos otorga la libertad de construir nuestra vida cada segundo,  cada momento.  La decisión es un proceso continuo,  nunca se detiene.  Si hemos escogido mal,  las consecuencias serán desagradables.  Si escogimos bien,  no mediocre,  sino A HELL OF A YES,  las consecuencias serán maravillosas.  Aún y cuando hayan obstáculos en el camino.  Porque uno nunca pierde si se deja llevar por el corazón.

Mercurio me impide tomar decisiones grandes por las próximas dos semanas.  Pero no me impide ponerle emoción y fuego a aquellas que ya he tomado en el pasado.  Hoy tuve un momento de Ahhhh que hace mucho tiempo no tenía:  después de una transformación intensa en mi brazo y hombro derechos por todo este año,  descubrí que necesitaba un cross training para prepararme para mi misión,  mi maratón,  mi querido Mysore.   Incluí en mi entrenamiento el placer de correr y el gozo infinito de escalar.  Escalar es una metáfora hermosa del Yoga en todos los sentidos.  Al igual que en mi práctica,  la simplicidad del cuerpo,  el movimiento y la respiración permean todo.  Las manos,  los pies,  las piernas y la mirada guían.  La intensidad es sublime,  el espacio interno meditativo.  Cada reto y cada ruta parecen imposibles para la mente.  Pero mis dorsales agradecen los movimientos nuevos y siento como mi lateralidad derecha agradece el cambio de rutina.  Complemento vital de mi práctica en este momento.  Y no sólo de mi práctica sino también de mi capacidad de maravillarme ante lo nuevo.

La escalada la completan dos de mis retoños que están tomados por las paredes,  las cuerdas y el sudor. Sigo sus pasos con la certeza de que han descubierto en ellos un héroe dormido,  cualidades y fortalezas que están disfrutando enormemente y que los llenan de luz.  Se mueven por las paredes ya con la gracia de una araña,  sin esfuerzo.  En mi modesta pared,  sólo el primer tercio y hoy por primera vez dos niveles más arriba,  respiro mientras mi mente encuentra conexiones nuevas para evitar saltar al vacío,  salta sin posibilidades para verse de pronto agarrada de las maneras más incompresibles para mi cuerpo de yogini y comparte una sonrisa al haber roto todavía un límite más.

Desde ese espacio de vacío y plenitud,  realizo que mis decisiones las tomaré en el momento adecuado,  ni antes ni después.  Ninguna presión externa va a empujarme a una decisión intempestiva,  emocional o desarticulada.  Mi corazón me dirá el momento y el lugar.  Y mientras tanto,  disfrutaré de las alturas al igual que disfruto inmensamente de mi alfombra.  Complemento perfecto para que mi mente suelte expectativas y se encuentre,  minuto a minuto,  en ese espacio de silencio que es requisito indispensable previo a toda decisión sabia.

Al igual que Arjuna,  con miedo,  con duda.  Al igual que él, sintiéndome protegida y acuerpada por El Que Es.  Porque sí creo,  y en esto soy contundente,  que el dolor futuro puede prevenirse.

viernes, 25 de octubre de 2013

Verdad constante y cambiante

El vivió siempre bajo su zapato...

Veía,  comprendía y asimilaba el mundo a través suyo.  Sus preferencias, su forma de saludar,  sus aversiones,  hasta sus gustos por la comida.  Se convirtió en un addendum andante de este ser seguro,  fuerte y decidido. Con admiración y mucho temor.

Durante muchos años dudó que haría para poder separarse de ella. No vislumbraba una salida fácil.  Era una paradoja viviente:  sentía que no podía estar lejos de su campo energético porque perdía fuerza. Pero a la vez,  sentía que estar cerca suyo lo convertía en un satélite sin futuro ni destino propios.

En su constante devenir entre si dar el paso o no,  ella fue la que tomó el paso por él.  Violenta y cortante,  cercenó de una vez por todas el cordón umbilical que en algún momento los unió.  Sin pensar en ella misma.   Este hombre necesitaba encontrarse y nunca lo haría metido entre sus enaguas.  Su visión estaba obstruida y necesitaba crecer.  No había opción:  había que empujarlo del nido.

No experimentó vacío ni arrepentimiento luego del desenlace.  De hecho,  se sintió más liviana.  Siempre había creído que no podría vivir sin él,  que era parte indispensable de su identidad.  Sin embargo,  comprendió que la conexión simbiótica que habían construído lo asfixiaba a él tanto como a ella. Aunque él nunca se hubiera atrevido a decírselo.  Y ahí seguiría atrapado entre sus dudas y miedos.

El siguiente paso fue avanzar por la vida con un ímpetu feroz.  Sentía que la habían soltado.  Podía anticipar todo un futuro que antes se veía oscuro.  Las nubes se disipaban y su energía comenzaba de nuevo a brillar.  Pero esos años no habían sido en vano:  la fuerza que sentía no la había sentido nunca antes.  Tomó multiplicarse para comprender que su fuerza no se disipaba,  sino que crecía.  Pero crecía sólo con la condición de que no deseara apoderarse de ella.  Que no se la apropiara.  Porque no era suya sino la Vida misma transcurriendo a través suyo.

El proceso fue el mismo para el segundo cachorro.  Y todos los que siguieron.  La calidez del nido fue sustituido por una bandada de águilas en pos de sus destinos,  volando juntas sin tocarse en la dirección de su libertad.  Los años juntos lograron amalgamar  energías que cada uno mostraría al mundo en una faceta diferente del mismo arte.  Juntos pero separados.  Unidos inexorablemente por un karma antiguo que ahora se desdoblaba ante el mundo en estelas de colores nuevos.

La primera partida marcó un hito que todos seguirían dulcemente.

Uno de los cachorros preguntó:  "Hacer lo que amamos?"
Todos contestaron:  "No existe otra opción".

Los sueños tomaron fuerza,  agarraron impulso y materializaron esperanzas.  El viejo " qué dirán"  fue sustituido por  "amo esta vida con todo el corazón".  Las expectativas se rindieron ante las vitalidad de pasiones compartidas y materializadas con materiales multifacéticos,   notas musicales, creaciones plásticas y musculares.


Los corazones fueron pelándose hasta quedar en el mero centro.  Y entonces,  todos juntos contaron la más bella historia a la siguiente generación.

Que a su vez contaría a la siguiente....
y a la siguiente.

En un eterno devenir de consciencia transmitida con la leche y arrullada con ternura.  Sin el lazo que cercena....

más con el abrazo que libera.


domingo, 20 de octubre de 2013

Gravedad

Ella ya no tenía motivos por qué vivir.  Había perdido lo que más amaba y su vida era un eterno retorno entre los recuerdos y la desesperación.  Su mirada estaba perdida.  Su corazón ausente.

Continuaba presente en su trabajo como en un trance mental.  Sin motivación,  sin entusiasmo.  No tenía siquiera energía para tomar una decisión al respecto:  irse de una vez por todas de este mundo sin sentido o despertar.  Ni siquiera podía contemplarlo.

No tengo la menor duda de que el dolor de perder un hijo es el más difícil de superar en este mundo.  No puedo siquiera imaginar su dolor.  La vastedad interna que intuyo es más allá de las posibilidades de comprensión de mi mente.  Simplemente,  es un mundo desconocido que puedo sentir pero no accesar.  Tuve,  sin embargo,  experiencias de dolor que me llevaron a ese lugar de desconsuelo y resignación. Ya nada valía la pena. Todo se veía opaco y absurdo.

Toma un hecho drástico sacar a un alma flotante de su limbo.  Algo que la enfrente directamente a su propia muerte y aniquilación.   En esos estados límites es que surge de nuevo el deseo por la vida:  instintivo,  total.  Ahí no hay idioma ni dolor pasado que aguante:  sólo hay que buscar la siguiente respiración.

Hablamos del miedo a la muerte como un evento futuro.  Se siente lejano.  Parece ajeno.  Nos toca una muerte cercana y nos acostumbramos a la ausencia de ese ser,  como si se hubiera ido de viaje.  Algo en nosotros nos protege ante la cruda realidad de la muerte.  Es un mecanismo interno que impide que nos lancemos por la borda antes de tiempo,  aunque comprendamos que estamos irremediablemente condenados  en este Titanic llamado vida.  Hoy, mañana,  en diez años,  en cincuenta.  No importa.  Es igual.  El día llegará...

Personalmente,  mi miedo mayor es sufrir la pérdida de mis seres amados, como esta chica del ejemplo. Mi propia muerte la anticipo con curiosidad,  lista a observar mi mente en ese momento de transición.  En la filosofía que practico,  creemos en la reencarnación como un hecho y los maestros hablan de que nuestros pensamientos en la hora final determinarán la siguiente vuelta.

...

Qué inmenso reto poder entrenar la mente para que ese momento esté lista.
Para que no se aterrorice,  se aferre,  se nuble.
Para que en el momento de soltar,  suelte con alegría por todo lo recibido en este vida y anticipe una nueva donde más haya más Amor.

Claro.  Todo esto son sólo teorías.  Dicen que el miedo a la muerte es el miedo más primitivo y profundo de todo ser humano.  Especialmente en nuestra sociedad,  somos expertos en taparlo y esconderlo.  A todos nos invitan a un funeral como a algo prohibido.  Hay un misterio perenne en la forma en que el muerto vivió sus últimos instantes.  Tabú absoluto.  Los familiares guardianes de un secreto que no se comparte y que nadie pregunta.  Hermetismo.  Más miedo.

En India,  recuerdo que mientras caminaba por las calles de Varanasi,  una de las ciudades más sagradas- lugar donde todos quieren morir y que garantiza la ascensión a una vida siguiente más elevada en consciencia-,  recuerdo que los desfiles con el muerto estaban llenos de alegría y música.  Estando yo en el ghat donde queman los cadáveres,  las caravanas llegaban a veces cada diez minutos e inmediatamente,  el movimiento se intensificaba:  como si hubiera llegado el invitado principal.  Muchos invitados principales en el transcurso de unas pocas horas.

El ghat se ponía como un hormiguero:  cada ser sabía qué papel le correspondía.  El hijo mayor del difunto,  rapado y vestido de blanco,  compungido y empoderado a la vez,  cumplía con los rituales de despedida casi siempre sereno y ecuánime.  Nada de mujeres en el ghat:  sus lloros pueden molestar al alma.  Fuego,  cenizas,  animales y seres humanos junto al Río Sagrado del Ganges,  compartiendo una salida más.  Contemplando todos internamente nuestro propio momento a futuro.   La inevitabilidad de la muerte en un contexto de naturalidad y público en todo su esplendor.  El cadáver ardiendo,  los olores y sonidos de ese instante y los restos a simple vista.

Nada que esconder.
Esto es lo que más amo de India:  que la vida se muestra cruda y mágica a la vez.

Mis muertos personales todavía rondan en mi inconsciente como presencias que en su momento de partida no supe celebrar.  Estaba demasiado atrapada en el tabú y el miedo que a todos nos han enseñado.  Quisiera que mi propia muerte fuera un momento de celebración y alegría por una vida bien vivida.  A diferencia de la chica de la anécdota,  he sido bendecida con una vida con los ojos abiertos.


 

Y así deseo entrar en mi último momento por acá:  no sé cuándo ni cómo,  pero con la confianza de que  el camino sigue y la fe en que una evolución natural de las almas es una posibilidad real.

Y hasta que ese día llegue,  seguiré acumulando material para poder irme, ojalá,  con una sonrisa muy grande en mi rostro.  

domingo, 6 de octubre de 2013

Mi casa

El dolor es un hecho en esta vida.  El sufrimiento no.

Multiplicidad de situaciones nos pondrán una y otra vez contra la pared.  En el yoga que practico,  aprendemos a ir diariamente a esos lugares incómodos.  Las series nos hacen temblar y aún así,  mañana de nuevo entramos en ese lugar doloroso,  a veces más mental que físico.  Muchos llegan a este yoga y se asustan.  No es una práctica para todos, pero a mí me ha ayudado enormemente.

El secreto consiste en encontrar la alineación interna para enfrentar cada día la alfombra.  Si lo hacemos desde un lugar de comparación,  competitividad o si no tenemos muy claro por qué lo hacemos,  la práctica misma se encargará de disuadirnos de continuar.  O tal vez,  reformularemos nuestra intención y descubriremos que no somos esa persona siempre preparada para pelear,  resistir o cínicamente cuestionar todo.   Tal vez, esa es sólo una idea que hemos albergado de nosotros mismos durante muchos años y ya le está llegando el momento de cambiarla por otras.

Cuando pienso en todas las actitudes, expectativas, prejuicios e ideas que he tenido que soltar para sostenerme en mi práctica,  siento que estoy prácticamente vacía.  Y este lugar de vacío por mucho tiempo me asustó.  Me sentía de alguna forma protegida por lo que "sabía",  había "leído" o "aprendido".  Todo esto había sido adquirido con el afán de no sentirme tan insegura.  Habían títulos que confirmaban que, efectivamente,  yo era alguien culto y estudiado.

Ha.

El problema con esta identificación era que traía consigo una tensión perenne en mi cuerpo y mente.  Al punto,  que esta tensión comenzó a deformar quién yo era . Dolorosamente,  tuve que aceptar que seguir identificándome con mi mente no me iba a llevar a ningún lado que valiera la pena y desamarrar ese barco lleno de supuesto conocimiento me dejó maltrecha,  sintiéndome débil y un poco perdida.  Aquí fue donde el Yoga comenzó a reconstruirme.  Mi alma pedía algo más sustancioso,  amigos más sinceros y sobre todo,  un reconocimiento profundo de mi verdadera naturaleza.  Aunque a veces  sintiera que este llamado era tan abstracto que si no estaría literalmente loca. 

Creo que cuando uno le pasan cosas muy fuertes,  es como si nos arrinconaran junto a un precipicio.  Tenemos la opción de sostenernos ahí,  llenos de dolor y de miedo,  viendo las profundidades del abismo y dudando una y mil veces qué habrá al otro lado.  Sudamos y lloramos,  las piedras cortan nuestras manos,  los músculos ya no nos sostienen,  pero nos aferramos a morir.  O damos el salto.  Y por un instante,  abandonamos el cinismo,  el nihilismo y el hábito de dejar todo para mañana.  Un mañana que no sabemos si llegará y que ojalá no nos encuentre retorcidos de miedo,  en esa postura de aferrarnos.

Saltar al dolor implica reconocer ese lugar dentro de nosotros que no controla nada.  El dolor de no tener propósito.  El miedo a no saber.  Todo grita "PELIGRO".  Pero el dolor nos empuja cada vez más cerca del precipicio:  algunos deciden terminar con su vida.  Es demasiado aterrador.  Otros saltamos al vacío confiando en que Algo Más Grande nos va a apañar.   Y así es,  irremediablemente,  así es.

Estoy aquí para contarles que ese Algo es una energía de Amor y Benevolencia que nunca se olvida de uno,  por más desesperados que estemos.   Nos pide algo que a ninguno nos enseñaron: nos pide que creamos sin condiciones ni garantías.  Esta es la lección crucial,  la más difícil para un ser humano.  Nuestras mentes nos protegen continuamente de la supuesta aniquilación.  Pero todas las mentes tienen un punto ciego:  y es precisamente el punto ciego del Espíritu.

El Espíritu nos mueve,  respira y es en todo momento.  Pero es necesaria primero esa confrontación con los patrones psíquicos de años para poder verlo al otro lado.  Naturalmente,  evitamos siquiera ver esos patrones.  Se han convertido en quién somos. Han tomado nuestra casa y toman café en la sala, muy cómodos y a su gusto.  NO quieren irse nunca,  ni locos.  Y sacar la escoba y empezar a espantar a todo este gentío demanda hasta la última gota de energía vital de nuestro ser.

Seguir conviviendo con este grupo de gente- voces en nuestra mente,  ideas, conceptos,  críticas y juicios-,  es vender nuestra vida a la incoherencia.  Despejar la sala, el baño,  los cuartos y hasta la cocina de impostores es una empresa de titanes.  La casa va a quedarnos vacía y a todos nos da miedo la soledad.  Pero he aprendido que una vez que van saliendo,  uno a uno,  el espacio vacío queda vibrando con una presencia,   con una compañía de amor.

Escondido entre tanto gentío,  ese espacio fue en un principio irreconocible para mí.  Las viejas voces del drama y la confusión todavía tenían un eco en mi mente.  Comenzar a sentir el silencio me ha ayudado a invitar a mi casa a quién realmente aprecio y amo.  Este espacio sagrado se ha vuelto una conversación íntima entre amigos queridos,  un lugar seguro,  sencillo y sereno.   En este espacio,  puedo decantar cuando algo me duele,  puedo llorar si necesito sin juzgarme y extrañar a todas aquellas personas que amo, aunque estén lejos.  Aquí puedo pensar con claridad sobre el próximo paso,  abrazar a mis seres queridos,  acariciar a mis niños sin prisa y meditar al final de la tarde.

Mi casa es su casa.  Me encanta esta frase que he visto en muchas casas a la entrada.  Ahora,  cuando invito a alguien a pasar adelante es porque realmente es mi invitado o invitada de honor.   Ya nadie se me cuela en la cocina sin permiso,  ni se mete en mi cuarto sin tocar la puerta a revolcarme mis cosas.   Mi casa se ha vuelto un espacio sagrado donde reina el silencio,  la calidez y la alegría.




Y todos ustedes están cordialmente invitados a pasar adelante.

jueves, 3 de octubre de 2013

DUKKHA: Sufrimiento.

"Llevo ya varios días dándole vueltas.

La verdad,  quién me tiene a mí de idiota?  Tantos años poniéndole con todo,  nunca faltando a clases.  Y después de todo,  para qué?  Si al final,  llega gente nueva y les dan más pelota que a uno.  Diay si....igual que cuando estaba pequeña.  Todo para mis hermanos...y yo,  siempre de última.

La más esforzada,  la más pilas.  Y para qué?  Para que al final a uno ni lo vuelvan a ver.  Mejor me voy.  La verdad,  quién necesita que lo hagan sentir mal?  Yo prefiero mil veces estar en un lugar donde me sienta bien.    Sin esa sensación permanente de que estoy haciendo algo off.  Será?  Mmmm....la verdad es que siempre me he sentido un poco fuera. Desde que estaba en la escuela.  Siempre me molestaban.  Por eso me duele tanto.

Yo hubiera querido ser la mejor.  Que mis amigos dejaran de burlarse.  Pero no,  siempre me molestaban.  Nunca tuve verdaderos amigos.  Creí que los encontraría aquí.  Pero ahí voy,  siempre de idiota.  Ahora me doy cuenta de que todo fue una farsa.  Yo creí que aquí iba a encontrar algo verdadero.  Lo único que he encontrado es más dolor.  Me siento remal.  Y ahora qué hago?

Algo se me ocurrirá.  Siempre he sido buena en encontrar un escape.  Puedo distraerme de mil formas.  He ahí la ventaja de ser inteligente.  Puede contarme historias...soñar.  Puedo hacerme como que no tengo miedo.  Como que no existe.  Y después se me pasa.  Salgo con alguien que me cuenta un chisme,  eso ayuda.  Me voy de comprars. Sino,  me voy a pasear.  O como algo rico.  O veo a ver que invento...

Se pasa.

Pero luego,  me acuesto y ahí no me puedo distraer.  Cómo me cuesta dormir.  De dónde viene tanto dolor?  Qué hago con él?  Estoy perdida.  Me siento tan sola.  Con razón nadie quiere estar conmigo.  Con razón todas mis relaciones fracasan.  Será que hay algo que no quiero ver?

Pero no.  Yo estoy bien.  Esa gente que me dice que vaya hacia adentro es porque no entienden que ir ahí me da demasiado miedo.  No tengo la fuerza.  Yo creí que la iba a tener algún día.  Pero no la tengo.  Es mejor evadirme.  Así no sufro tanto.  Y creer en algo me cuesta.  Creo que no creo ni siquiera en la vida.  Menos en mí misma.  Cómo voy a creer en un maestro?  Son todos iguales.  

Quién me puso en este mundo? Para qué...

Por ahora,  simplemente mejor me alejo.  Soy buena en eso. Sé exactamente cómo construir una muralla alrededor y no dejar entrar a nadie.  No sentir nada.   Excepto aquella vez con aquel chico...ahí sí se me cayó.  Se me desordenó la vida,  empecé a sonreír.  Fue tan efimero.  Rapidito lo mandé al carajo.  Me dio demasiado miedo.  Y desde ahí,  ya nunca más me volví a abrir a nadie.  Me lo prometí.  Dolió demasiado. 

Demasiado. 

Ahora solo queda buscar algo que me alivie este hueco.   Qué?  Mmmmm......yo creí que esto del Yoga me iba a ayudar. Pero me doy cuenta de que me siento cada día peor.  La verdad, creo que es una moda y que no sirve para nada.  Y seguir un maestro?  Pura hablada.  La verdad es que todos somos iguales,  no hay en quién creer.  Todos se equivocan,  yo ando buscando alguien de verdad.  Creí que tenía amigos,  pero todos están tomados por una fuerza maligna.  Pero yo ya no.

Yo estoy bien.

Estoy llena de amor.  Lo que pasa es que a veces me siento mal porque no tengo una pareja.
He ahí el problema.


Todo se resolvería si pudiera ir a India.  Ahí dicen que uno se transforma.
Que después de India,  nada es igual.


Mmmm...Pareja e India. 
Mi solución perfecta.

Y así no me voy a sentir nunca más así de sola y triste.  Me siento defraudada.  No soy lo suficientemente buena.  No doy la talla.  Soy muy débil,  siempre lo he sabido.  Por un instante creí que era fuerte:  sentí como si el sol saliera después de una larga noche.  Pero fue una historia que yo misma me conté.  Nunca lo creí realmente.

Pero algo voy a encontrar para distraerme de todo este malestar.  Yo sé que sí.  Hay gente que se ve muy feliz.  Yo también puedo estar feliz.  Lo voy a lograr.  Y este lugar de dolor nunca más voy a sentirlo.

Tengo que hacer algo.
Tengo que hacer algo.

Ay,  cómo me duele el alma.

A ver,  adónde está el teléfono?
Hoy es jueves,  día perfecto para el Happy Hour.

Llamar a Fulanita...a ver si salimos.
Ya me cansé de esta vida de yogi.

Ahora sí,  voy a vivir."

Relato de una yogini que empieza a entrar en la Sombra.