jueves, 8 de enero de 2015

El Guru no es perfecto

India y mi práctica me enseñan a no tomarme nada literal y a contemplar el poder de abrazar supuestos contrarios,  dualidad que existe sólo en mi mente.

Este país es experto en abrigar contradicciones.  Modernidad convive con tradición,  lujo con pobreza.  Hay una pluralidad inmensa de lenguas,  castas,  dioses y ritos,  costumbres e ideas.  Pero ante todo,  conviven en esta tierra el hinduísmo y el islam,  el politeísmo más rico y matizado frente al monoteísmo más puro.

El yoga no es una religión y muchas veces se le atribuyen características religiosas que no tiene.  Pero por haber nacido en esta tierra sucede que todo se mezcla.  Más que una paradoja histórica,  el enfrentamiento entre hindúes y musulmanes es una herida profunda en el corazón de la Madre Bharat.  Parecida a la que traemos todos en la dicotomía que significa vivir esta encarnación.

Es interesante notar que durante todos estos siglos de convivencia,  las dos comunidades han preservado su identidad.  No hubo fusión.  Y al mismo tiempo,  muchas cosas unen a los indios musulmanes con los hindúes:  costumbres,  lenguas,  amor a esta tierra,  la cocina, la música, el arte popular y la historia.  Esta convivencia ha sido una larga rivalidad y han terminado más de una vez en encuentros sangrientos.

Hubo un emperador mogol,  hombre de inteligencia superior,  voluntad infranqueable y severidad moral, no exenta de crueldad.  Llegó al trono y siendo un fanático sunnita se propuso un imposible:  gobernar a los infieles e idólatras conforme a los principios del ascetismo musulmán.  Su padre,   Shah Jahan,  había sido un emperador más conciliador,  famoso por la construcción del Taj Mahal.  A su hijo, el Taj le parecía un monumento a la impiedad y con su reinado comenzó la decadencia del imperio.

Será que el enfrentamiento no es ni será nunca la solución?



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Decía en alguna entrada anterior que el maestro es importante cuando practicamos yoga.

Llegamos a nuestro mat a veces cargados de penas y corazones rotos. Nuestros cuerpos han sufrido el embate de tales experiencias y se han vuelto una carga en vez del vehículo de nuestro espíritu en esta tierra.  Se sienten pesados, aletargados y rígidos:  todos esos lugares en nuestro ser necesitan tolerancia y aceptación en vez de fanatismo.  Necesitan tiempo y mucho amor.  Necesitan sobre todo guía y mucha aceptación.

Podemos dividirnos y negarnos a escuchar nuestras emociones,  limitarnos a vivir la mente desde la mente y descartarlas de la ecuación.  En algún momento inevitablemente recibiremos una señal de alarma. Algo empezará a doler,  algo se enfermará.  Si vamos lento y escuchamos,  podremos percibir  la respuesta escondida en la honestidad de nuestro cuerpo.   Y nuestra práctica hará precisamente eso:  hará que todo el conjunto de quién somos se sienta escuchado y reconocido.  Que todo nuestro reino finalmente se integre y habiten por igual  opuestos bajo un mismo techo.

Aspirar a convertir a los infieles a la fuerza es batalla perdida.  Tengo un par de estudiantes que vienen de disciplinas físicas muy fuertes y enfocadas:  ciclismo y fútbol.  Ambos han usado sus músculos por años de la misma manera.  Y no sólo los músculos:  han dirigido sus músculos con los comandos de la competencia,  la lucha y la presión.  Sus cuerpos son rígidos,  duros y muy fuertes.  Sus almas anhelan la suavidad,  la flexibilidad y la relajación, sino no estarían buscando esto. Como seres humanos necesitamos el balance,  el equilibrio y la justa medida entre los opuestos.  A estos seres fuertes y potentes les toca rendirse al poder sutil de la respiración, a lo más suave e invisible.

Conquistar el cuerpo es una hazaña descomunal ya que todos tendemos a la inercia y a lo conocido.  Mentalmente también queremos hacer las cosas donde nos sentimos ágiles y a todos nos cuesta enfrentar cara a cara  nuestros patrones viejos.  Hay partes rebeldes en el cuerpo que se niegan a cooperar pero sobre todo,  la mente es la que lucha para no avanzar en terreno desconocido.  He aprendido que la ayuda de un maestro en estos primeros pasos puede hacer toda la diferencia.  Un maestro que entienda  que la identificación con la forma es sólo una de las muchas facetas del yoga y que pueda comprender al estudiante aunque éste se siente torpe e incómodo y motivarlo a seguir adelante.

A través de la práctica realizamos que el cuerpo humano posee una extraordinaria belleza, independientemente de la forma externa.  Una vez que conectamos con la respiración y el prana entra libre y conscientemente en nuestro ser, nos damos cuenta que el maestro externo nos ha estado empujando hacia nuestro propio maestro interno.  Así que un buen maestro utilizará una serie de técnicas para liberarnos en aquello que nos mantiene encerrados en un sistema de creencias y en la necesidad que todos tenemos de saberlo todo.

Un buen maestro nos guía hacia la verdad para que ya no podamos escondernos de ella en los subterfugios del ego.  Y el ego tiene muchas técnicas también,  entre ellas la pereza,  el despiste,  la confusión y las falsas alegrías del mundo del samsara,  todas temporales por naturaleza y sumamente efímeras.   Al ego también le encanta juzgar y El Guru con sus acciones y trucos nos apuntará exactamente a aquello que nos obligue a desenterrar nuestra propia oscuridad.

Qué pasa si no tenemos un "buen maestro"?  Cómo sabemos si nuestro maestro@ es clase A o si es un maestro "mediocre"?  En mis propias búsquedas,  he comprendido que los buenos maestros no están desconectados del "mundo" ni se sienten por encima de nadie.  Son personas normales,  padres y madres de familia que se despiertan temprano a atender niños,  hacen tareas con ellos y van al supermercado.  No usan una bata blanca y una multitud de malas en su cuello ni buscan séquito.    Son aterrizados y llenos de compasión y funcionan en el mundo.  Son seres responsables con su propio camino de transformación.

Estos maestros tienen una honestidad que se nota no sólo mientras guían a sus estudiantes sino en  sus propias prácticas. Tienen su propio maestro. Son seres despiertos, hay una cualidad de alerta en sus ojos.  Encontrar un Guru puede ser lo más difícil que enfrentemos en nuestra vida,  especialmente en estos tiempos en que el gran deseo de las personas por aprender yoga puede confundir su discernimiento.  Esto es muy triste y lo he visto  en casos muy cercanos: los estudiantes están en una posición vulnerable en sus propias vidas y maestros inescrupulosos se aprovechan de ello.  Otros les impiden el acceso a textos importantes e incluso a escuelas serias y los disuaden de avanzar en el camino por miedo a perderlos como discípulos.

Hay una diferencia entre conocer tanto a un estudiante para saber que tiene todavía mucho por recorrer hacia su interior y que todavía no está listo a impedirle a uno que está listo moverse en el camino.  Me han sucedido los dos casos:  gente cuyos egos los ciegan y cuya ambición está por encima de cualquier cosa (a esos hay que disuadirlos y frenarlos,  como hace mi maestro Sharath aquí en Mysore a menudo)  y otros que están listos a pesar de tener pocos meses en su mat ( a esos hay que alentarlos a ir más allá de sus límites).

El yoga es algo que es real y todos los estilos de yoga siguen ciertos principios claves.  Pero lo importante es saber que hay esperanza:

Sea que tenes un maestro y lo querés y respetas;
sea que no lo tenés;
sea que tenés un buen maestro pero no te has dado cuenta;
sea que amás a tu maestro aunque no sea muy bueno o si no lo amás precisamente porque es muy bueno:

no importa el caso,  el principio mismo de la relación - dos puntos de vista que confluyen,  eso es lo importante.

El principio de relación con el maestro es lo más importante en yoga,  tan importante como la relación con cualquier otra persona:  sea tu novio o tu novia,  tu esposo o tu esposa,  tus padres,  tus mascota, tus hijos.  

A todos nos gusta poner a nuestro Guru en un pedestal,  al igual que hacemos con nuestros amantes en el inicio de cualquier relación.  Queremos que sean el símbolo de todo lo que anhelamos:  sabiduría,  libertad,  belleza y energía vital.  Los idealizamos y por tanto,  los reducimos a nuestras teorías sobre ellos.  Queremos que sean exactamente como nosotros queremos y esto nos impide accesar ese lugar de profundidad en nuestro corazón,  ese lugar que todavía no conocemos y que aspira a abrirse.  Cuando ponemos al maestro en un pedestal,  nos ponemos nosotros mismos en un hueco.  Y así se nos disipan nuestros propios dones,  nuestra visión y nuestro propio anhelo.

Como cualquier relación de crecimiento,  un buen maestro nos devuelve a nuestra propia inteligencia, a nuestro propio corazón,  nos estimula a tener un encuentro profundo con quién realmente somos.  Y esto lo hacen siendo primero y ante nada ellos mismos,  siendo honestos y transparentes en su propia humanidad.

El proceso del yoga nos pide que admitamos nuestra propia ignorancia cuando nos damos cuenta de que hemos estado proyectando en el maestro.  En vez de sacar conclusiones apresuradas una vez más,  tal vez valga la pena observar cómo nuestra propia mente puede separarnos de nuestra inteligencia superior.  Existe una tendencia en todos a ver al Guru como infalible y el proceso del yoga es precisamente la practica de traer consciencia a esta función reductiva de la mente.

Soltar expectativas.  Dejar de identificarnos con estados mentales.  Deshacernos de nuestra codependencia de conceptos y dejar de perder el tiempo hablando de otros a sus espaldas,  opinando sobre lo que nosotros "creemos"  que es lo correcto en vez de ocuparnos de nuestro propio camino: y tal vez entonces podamos ver las cosas como son.  El Guru inicialmente aparece como el "otro" y tendemos a idealizarlo,   pero no hace falta que el Guru sea "perfecto"- o que se adecue a nuestros estándares mentales.

Mejor que sea un maestro con un corazón abierto y que haya comprendido que el fondo del asunto es la unión de los opuestos;  que sea capaz de reiniciar su propia práctica cuantas veces sea necesario y empezar de cero;  que nos permita observar nuestra propia mente y sus errores,  super-imposiciones y transferencias.  Que siga a su propio maestro con devoción.

Porque la verdad última,  que a menudo se explica con la profundidad del silencio,  es que la naturaleza verdadera de quién somos está más allá de cualquier pensamiento y lenguaje.  Está más allá de la forma y a la vez,  es la forma misma.  Está más allá del lenguaje,  pero nutre el lenguaje.  No podemos hablar de ella,  pero es sobre lo único que vale realmente la pena conversar.

Y tal vez algún día,  en este continuo observar de lo que es,  podremos realizar esa verdad.   Y para eso es que ha estado nuestro maestr@ ahi todo este tiempo:  para guiarnos, resguardarnos y protegernos en la vulnerable y peligrosa aventura del despertar.



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