viernes, 8 de enero de 2016

Theo y la Vida: la devastación de mi práctica

La muerte espera a la vuelta de la esquina

El embarazo de Theo fue todo un reto.  Uno de los músculos de mi cadera,  el piramidal,  empezó a ceder por el peso y las hormonas.  Tuve molestias en el nervio ciático durante casi todo el embarazo y terminé bastanta renca,   pero estaba muy feliz de estar embarazada y como siempre,  el bebé fue un compañero de aventuras para nosotros.

Me dieron una beca para estudiar con unos de los maestros más prestigiosos en el mundo del Ashtanga.  Llegué a Boulder,  Colorado,  con un panza de 7 meses.  Sólo recuerdo la expresión en las caras de mis maestros cuando entré al shala:  les quería dar la sorpresa y además,  confirmar que uno puede practicar siempre...lo único que se necesita es deseo ardiente.

En Boulder ya empezaba el frío.  Llegamos en medio de una ventisca que enterró el carro hasta las ventanas.  A menos 10 grados,  Marco escabó el carro al día siguiente y disfrutamos de este lugar tan hermoso con sus montañas nevadas y yogis por doquier.  Eramos más de 30 en el curso,  gente linda de todo el mundo.

Fue uno de los meses más bellos de mi vida.

Recuerdo que ya casi al final del curso,  tuvimos un fin de semana de meditación en uno de los centros budistas,  el Shambala Center. El fin de semana consistía en meditación Vipassana diez horas diarias.  Con mi salvequito-bebé encima, me desperté esa mañana fría y me puse las botas de nieve.  Había caído una nevada gigante la noche anterior:  recorrí casi un kilómetro a pie con la nieve hasta la cintura y armada de un palo.  Me sentía como un sherpa en el Everest.   Recuerdo que iba hablando con el bebé:  "Vamos amor,  ya casi llegamos!".  Caí en la meditación profundamente después de semejante esfuerzo y sentí las pataditas de este ser que,  todavía no anticipaba,  me llevaría a lugares desconocidos, más intensos que los propios Himalayas.

Después supe que,  a raíz de mi embarazo,  Richard dijo en Tailandia a un grupo que el Ashtanga Yoga podría practicarse hasta con 8 meses y me puso como ejemplo.  Escribí un artículo en una revista virtual sobre el Ashtanga Yoga prenatal y recibí todo tipo de comentarios. Incluso uno que decía que estaba totalmente loca,  que pobrecitos mis chiquitos y que deberían encerrarme en un manicomio:  claro,  la foto era de un handstand con la panza...creo que esta persona no dejaba de tener cierta razón.

Practicaba y siempre le pedía permiso al baby.  Le pedía que me hiciera saber si no se sentía bien. Nunca recibí un no,  más bien un SI GIGANTE.  No había nada igual a  descansar en el savasana de lado al final de la práctica y flotar en ese espacio sagrado con mi bebé.  Inspiré a varias a pedir babies en ese training y por eso me siento muy feliz.  Varias chicas tenían muchas reservas a tomar un break de dos años de sus prácticas avanzadas:  creo que con mi panza les recordé que esta práctica tiene como fin abrir el corazón y que no hay nada como ser canal de estos seres de luz para sentir el Amor.

Marco,  Uva- nuestra partera- y yo nos preparamos para el parto sin novedad.  Piscina, nuestro doctor muy progresista y yo super confiada que todo iba a salir bien.  Incluso,  invité a mi cuñada y a mi hija a estar en el cuarto para el nacimiento.

Según yo,  les iba a dar una lección de cómo era traer a un hijo al mundo en estado de éxtasis...JA.

Las contracciones empezaron en la madrugada. Llegamos a la clínica Marco, Adri  mi hija mayor y yo.  Ya Uva la partera nos estaban esperando.  Dormimos un rato y a las 4 am sentí la cabecita bajar en una contracción explosiva.  "Ya viene,  ya viene!" Temblaba de emoción de conocer a mi bebé.  Las contracciones se regularizaron y decidí entrar en la piscina.  En el cuarto,  había incienso y música.  El ambiente era muy cómodo y todo se iba desarrollando normalmente.

Después de 4 horas de piscina y olas intensísimas,  el doctor realizó que este bebé no iba a salir. Podía sentir su cabecita ya bien abajo,  sin embargo,  Theo tenía otros planes para mí.  Mi querido doc me pidió salirme del agua.  Con ese cuerpo de ballena y medio de las contracciones,  lo intenté pero no lo logré sin ayuda.  Uva y Marco literalmente me alzaron y me pasaron a una silla de parir.

Ya yo estaba un poco fuera.  Sólo recuerdo el frío en mi piel.

De pronto,  todo en el cuarto empezó a moverse más rápido.  Yo, desnuda y en medio de tanta intensidad,  me percaté de que las enfermeras corrían.  Desarmaron la piscina,  el ambiente se puso tenso.  Mi doctor cambió de semblante.  Siempre está super tranquilo y relajado,  lo vi preocupado. Nadie me decía nada,  sólo sé que me pusieron una vía.  Marco tenía cara de susto.  Tenía mucho frío.  El anestesista tardó en llegar porque- después supe- se quedó pegado en una presa.


Me levantaron a la cama.  Me pusieron la anestesia.  Sólo sé que los minutos que siguieron fueron los más horribles de mi vida.  Luego supe que el bebé podía asfixiarse y que hubo que sacarlo con fórceps. Sólo sé que mi cuerpo desapareció,  de pronto vi mis rodillas en mis orejas y a Marco empujando con fuerza mi panza, literalmente montado encima mío mientras el doctor gritaba:  "Empuje!!"  Mi partera me decia PUSH!!! en la oreja y yo estaba literalmente aterrorizada.  Theo salió con fórceps- supe después.  Ya estaba cianótico (azul por la falta de oxígeno) y salió envuelto en meconio (signo de mucho estrés).

Con el bebé en mi pecho, Marco y yo lloramos desde el alma de poder tener a este ser en nuestros brazos.

Después que Theo nació,  el efecto de la anestesia continuó e hizo estragos en mi cuerpo: comenzó a dormirme los músculos de la respiración.  Estaba muy mareada por toda la intervención tan violenta,  un poco perdida,  pero cuando sentí que ya no podía tragar ni respirar bien,  me di cuenta que bien este podía ser el último día de mi vida.  Marco estuvo conmigo todo ese rato de angustia y zozobra,  no soltó mi mano ni un segundo.  Ahora viendo hacia atrás,  hubiera sido una salida perfecta. Feliz porque el bebito estaba bien y tranquila de haber hecho mi mejor esfuerzo.

La muerte es una sombra que nos persigue toda la vida.  Sin embargo,  en contados momentos la vemos cara a cara.  La primera vez fue cuando tenía 15 años en una playa costarricense.  Siete olas gigantes estuvieron a punto de ahogarme...y eso que soy buena nadadora.  Realmente,  eran gigantes.  Mientras luchaba por respirar,  veía a mi papá jugando en la playa con mi hermanos.  Le gritaba,  pero no me escuchaba. 

El día que nació Theo fue la segunda vez.  Todo comenzó a irse.  Aunque estaba asustada,  sentí una placidez y una sensación de que no podía oponerme a esta fuerza.  Al momento de soltar, sentí que podía inhalar de nuevo.  Y poco a poco,  la respiración- que ahora aprecio como nada- se volvió de nuevo libre y plácida.

Theo quedó muy maltrecho del parto.  Su frente marcada por el fórceps y muy asustado.  Lo poníamos en la cuna y brincaba.  Necesitaba mucho amor y contención.

La madre quedó bastante afectada también.  Tuve depresión post-parto.  En esos días, recuerdo que no hacía más que ver por la ventana un árbol a lo lejos y llorar.  Lloraba porque sentía que no había podido vivir la experiencia tan hermosa que es un parto normal.  Porque me sentía violentada en mi cuerpo.  Porque me dolía mucho la cadera:  en la carrera y la emergencia,   el famoso piramidal que ya venía frágil quedó desgarrado y me dolía al caminar y sobre todo de noche.

Tuve que dejar de practicar por el dolor y esta fue la peor parte.  Acostumbrada a lidiar con mis emociones en la alfombra de yoga,  de pronto me vi sola frente a este monstruo de tristeza que no se iba.  No quería alzar al bebé,  lo alimentaba y ya.  

Marco fue mamá y papá de Theo por 6 meses.  
Y a los 6 meses,  quedé de nuevo embarazada-  sin pedirlo.

Ahí la cosa se puso fea.  

No estábamos listos,  ninguno de los dos,  para recibir otro bebé en esas circunstancias.  Matías me enseñó el valor de venir a dos papás que estaban bastante desconectados.  En nuestra furia y resistencia,  contemplamos posibilidades que ahora suenan absurdas. Pude sentir la soledad total y esa sensación de que todo está mal -  aunque no sea cierto- ,  y no ver ni un ápice de esperanza.

Dos embarazos tan seguidos devastaron mi práctica y mi mente.   Fue como un tsunami que arrasó con todo.  Ahora viendo hacia atrás veo la perfección de los acontecimientos y el apego que tenía a la forma externa.  El yoga es una práctica interna y todo esto me enseñó a la fuerza a ir más profundo.

La desesperación llegó a su extremo cuando varios ortopedistas me dijeron que no podía ponerme la pierna detrás de la cabeza nunca más y que lo que correspondía era una cirugía de cadera urgente.  Acostumbrada como estoy a confiar en mi práctica,  después de cuatro años puedo dar testimonio que estoy totalmente curada- paciencia,  fe,  devoción y por supuesto, India y  la confianza total en mi maestro hicieron el milagro.

Ahora con estos tres bellos en la casa,  mi cuerpo recuperado,  mi mente tranquila,  veo como me quedé pegada en ideas y conceptos de lo que tenía que ser mi vida.  La idea de India,  mi escuela, mi práctica y "mi mi mi" se desboronó.  Todo cayó.  La vida me pidió servir incondicionalmente y dar a estos bebés preciosos.  Aprendí a salirme de mí misma y el valor de realmente entregarme. 

Poco a poco,  día a día,  pañal a pañal,   de mala noche en mala noche,  la parte más dura de mi corazón fue deshaciéndose y dio paso a un nuevo ser:  más generoso y más relajado.

La enseñanza que mis tres hijos pequeños me trajeron no se las podré agradecer nunca.  Yo que creí ser una yogini.   Su amor diario me abre el corazón,  me despierta el alma.  Y gracias a ellos, pude apreciar mejor también la belleza y pureza de mis cuatro hijos más grandes.  Siento que después de semejante devastación puedo ver también con más claridad  los seres hermosos que vienen a practicar y a todos los demás,  incluso a los meseros,  personas que me ayudan,   gente en la calle y todos los seres vivos que mágicamente habitan este planeta.

Los caminos de Dios son misteriosos.  
Y la vida es saber que existo,  aún en espacios que  yo misma desconozco.

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