miércoles, 13 de enero de 2016

India y Ariel: diez mil horas

Ya van cuatro días de mi práctica y estoy bien cansada.


Sudo tanto,  tantísimo en mi práctica que no puedo ver.  Dos horas completas hice hoy. Tengo que limpiarme el sudor después de cada postura.  El sudor arde en mis ojos.  Siento que me estoy volviendo literalmente al revés.

Sin embargo,  me siento fuerte.  Puedo terminar mis balances de brazos sin detenerme.  El año pasado tenía que tomarme un descanso entre cada uno.  Y él me decía:

"YOU No stop."

Y yo pensaba:  

"No tengo la fuerza.  De dónde quiere que la saque?"

Pero he ahí la magia de la confianza en el maestro:  él sabía que venía,  que estaba en camino.  Yo no.  Y aún así confié.  El año pasado hice mi práctica como me la prescribió.  Y ahora veo los resultados.

Cuánta confianza puedes tener en tu maestro?
Hasta qué punto estás listo para rendirte?

Estoy en casa muerta de sueño y lista para una siesta.
Es mediodía y Mysore arde de calor.

Pero antes me remonto al viaje con Ariel,  mi amado hijo que está siempre en mi corazón al igual que los otros seis.

Viaje 11:  continuación

India lo lleva a uno a un lugar nuevo en cada viaje.


La oportunidad de compartir con mi hijo es un regalo invaluable.  Lo escucho,  me interesa todo lo que dice.  Acabamos de ver un video de TED sobre el talento.  Hablaba el experto de cómo se vuelve uno bueno en algo:  diez mil horas de práctica ininterrumpida,  sin distracciones,  con mucha disciplina.

Más o menos diez años. 

Me pregunto si para ponerle diez mil horas a algo no tendremos que estar genuinamente enamorados del tema.  Recuerdo mis primeros pasos como mamá:  mi bebé Hernán en manos de una casi adolescente que todavía no entendía cómo alimentarlo,  vestirlo,  cuidarlo.  Conejillo de Indias en manos inexpertas pero amorosas.  Y lo comparo con la facilidad y comodidad con que pude criar a mis tres retoños pequeñitos quince años después, sin miedo a que se quebraran.

Hay sido más de veinte años de ejercer el oficio sagrado de la maternidad.  No sin antes entender que no es para todos.  Decidir traer hijos a este mundo ha sido para mí una fascinación completa. Me parece un milagro ser canal de tanto amor.  Cada uno de estos seres me ha maravillado desde el instante que supe que estaba embarazada.  Cada uno es un cúmulo de cualidades y sorpresas, todos distintos,  todos perfectos a mis ojos.  Me han enseñado tanto sobre cómo salir de mi ensimismamiento.  

Me han regalado la posibilidad de entender la vida desde una perspectiva más amplia.

Lo mismo ha sucedido en mi camino en el yoga.   Sé que le he puesto con todo porque me encanta.  Además de encantarme,  me ha dado muchos otros regalos:  sanación,  tranquilidad, conexión, maestros, buenos amigos,  sueños,  viajes.  Pero incluso si no existieran estos bonos lo haría de igual manera porque amo lo que hago.

Hoy conversaba con dos amigos de España y hablábamos de cuán subjetiva es la calificación de maestro en el mundo del yoga.  Gente con prácticas de asana increíbles pueden carecer de toda preparación pedagógica.  Personas con prácticas modestas pueden tener un genuino deseo de servir y ayudar a otros.  Creo que cada caso es único y he ahí donde radica la maestría de mi Guru para determinar quién está listo para estar bajo su ala.

Siento que esto de India y el yoga viene como una consecuencia de querer conocer,  en mi caso desde que estaba muy pequeña,  todo lo que tenga que ver con Dios y sus santos en este mundo. Mis libros preferidos eran  Juana de Arco y Bernadette.  Siempre escuché con fascinación las historias de santos como el Padre Pío en Italia,  los tres pastorcitos de Fátima y Marisa la de Costa Rica.  San Francisco de Asís me cautivó y cuando puso los pies en Assisi en Italia sentí que llegaba a una Mecca.  Lo mismo cuando vine a India la primera vez.  Como si todos mis deseos de niña de sentirme cerca del Dios estuvieran siendo respondidos.

Mi Jefe aquí en Mysore- el Boss-,  desencadena en mí sentimientos encontrados.  Por un lado,  un grandísimo respeto y devoción.  Por otro, un miedo atroz.  Comprendo su responsabilidad al sostener y continuar el legado de maestros de la talla de Krishnamacharya y su abuelo.  Veo su humanidad y no entiendo todavía cómo es que hace para sostener tanto.  Hablar con él me afloja las piernas y me asusta.  Estar en su presencia me conforta y me lleva al límite.

Estas primeras diez mil horas en su presencia me han enseñando mucho y a la vez,  me tienen como una niña pequeña totalmente desubicada a sus pies.  Supongo que mi parte consiste simplemente continuar comprometida con lo que hago.  Ese es el mejor homenaje que puedo darle desde mi amor por el gran servicio a todos nosotros.

Dentro de un rato voy a ir a saludarlo y a presentarle a mi querido hijo.  Conmovida y contenta de poder conectarlos.  Así que creo que las diez mil horas que he pasado en mi mat tienen el mejor corolario:  ser capaz de compartir lo que amo con quien amo.

Qué más alegría para una madre.




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