sábado, 9 de enero de 2016

Noveno Viaje: el regreso

Noveno Viaje


Amanezco enferma.

Parece que hay un virus en el shala y en Mysore.  Se ha puesto muy frío últimamente y el cambio de clima lo ha propagado.

Así que paso un día de luna muy hacia adentro,  entre escalofríos y fiebre, buscando entre mis recuerdos para escribir.  Este Blog lo empecé exactamente hace cuatro años, previo a este mi noveno viaje.  El abanico de recuerdos se abre amorosamente a un tiempo ya pasado pero muy amado.

Esta es una colección de las entradas previas al viaje:  un atisbo a la vida en familia.  El nacimiento de los bebés me ha mantenido alejada de mi escuela por casi dos años.  

Mysore se ha vuelto un lindo recuerdo en mis meditaciones.


Regreso

Hoy me despierto desde las 5 am,  la hora de Brahman,  la hora perfecta para meditar y practicar.  Todo está en silencio,  la luces en la montaña todavía encendidas,  las últimas estrellas en el cielo.

Mysore se ha vuelto sólo un recuerdo en mi vida.

Mi querido Mysore,  recuerdo levantarme todos los días a las 4 am para estar en la escuela a las 4:30.  Caminar en silencio,  resguardada por la seguridad que me dan mis maestros,  a pesar de que tengo que caminar casi un kilómetro todos los días en medio de la oscuridad.  

Cuando llego a la escuela, ya está llena de gente esperando en el portón,  todos en silencio,  me reciben sonrisas...esperamos que abran.  Cuando entramos,  el shala se ilumina,  cada uno abre su alfombra y empezamos...nadie habla,  sólo se escucha el sonido de la respiración,  un ujjayi íntimo,  un ujjayi que simboliza la unión,  el yoga...todo fluye en armonía.   Cuando Guruji estaba todavía con nosotros,  llegábamos y él estaba sentadito en su escritorio,  leyendo sus queridos libros sagrados...a las 5 am,  cantamos la invocación:  llévanos de la oscuridad a la luz,  querido Guru,  de la selva implacable del samsara,  del ciclo eterno de deseo y sufrimiento,  de vida y muerte,  a la luz.  Todo transcurre en silencio,  los maestros y su presencia nos cubren como un manto sagrado.  A las 7 am,  todo ha terminado...y el resto del día es una contemplación de estas horas tempranas.  Todo se ve hermoso,  los conductores de los rickshaws me saludan y yo quiero abrazarlos,  el señor de las pipas me da una y se la agradezco tantísimo...los amigos,  la comida...cada instante es una reverencia.  Siento el corazón tan lleno.  Esto por un mes es una medicina para el alma....para mi alma sedienta. Todo está bien,  no hay remordimientos.  Mi alma bebe el Prana,  mi cuerpo se siente tranquilo,  mi mente está en silencio...y puedo apreciar lo hermoso de esta vida,  sin tanto ajetreo, sin tanta preocupación. Se abre un espacio interno que realmente puedo sentir,  que está vivo,  no es un pensamiento...existe.  Es real. 


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Hoy también me despierto a las 5 am,  Marco sale a trabajar temprano.

Matías llora en su cuna,  Gael y Theo se despiertan temprano.  Dos horas de atenderlos, cambiarlos, darles de comer,  escuchar sus historias,  calmar sus lágrimas.  Matías tiene 8 meses, Theo un año y 9 meses y Gael casi 4.  Son mi Yoga diario.  Cuando empecé a practicar Ashtanga, mis hijos grandes ya estaban en la escuela y tenía todas las mañanas libres para practicar tres horas y hacer pranayama.

Hoy,  es casi un sueño.  

Mientras escribo,  Theo grita en el primer piso.  Lo escucho con agradecimiento.  Este año 2011 casi se nos va en junio, tuvo una bacteria intestinal tan fuerte que tuvimos que internarlo y pasamos tres días de mucha zozobra y miedo.  Cada vez que lo abrazo le agradezco infinitamente a  Dios el que siga con nosotros.  

Gael todo lo pregunta,  es un niño que nos pide awareness constante,  si le contestamos sin presencia inmediatamente lo reclama.  Tiene la risa más bella que jamás he escuchado.  Matías gateó ayer por primera vez...vino a nosotros sin pedirlo y hoy es el regalo más hermoso de nuestro hogar.

Cada vez que iba a India,  anhelaba profundamente el viaje.  Esta vez no.  Siento que mi corazón se va a partir en muchos pedazos al tener que soltarlos.  Siento el dolor y a la vez,  la apertura que esto va a traer.  Más espacio para que cada vibración entre más profundamente.  Desde ya hace muchos meses que siento la ansiedad de la separación.

Será que esto es más difícil que la Tercera Serie?  Cuánto nos pide la Vida si realmente queremos ser consecuentes?  

Sólo porque sé que India da más,  mucho más de lo que uno alguna vez anticipa,  es que puedo soltar a mis pequeñines con la seguridad que todos estamos en las manos del Divino....regreso a mis gorditos,  mientras escucho las risas de Matías y los lloros de Theo,  agradezco y honro cada pedacito de mi Yoga.

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Guruji decía que cuidar a la familia es la sétima serie

En junio del 2011,  Theo se enfermó con una diarrea muy grave,  lo tuvimos en el hospital internado tres días entre la vida y la muerte.  Fue la experiencia más dolorosa que vivimos desde que somos papás de estos babies.  Cada día que veo a Theo corriendo y jugando,  recuerdo esos momentos de zozobra.  

El segundo día en el hospital,  iba saliendo para la casa a atender a Gael y Matías, Marco estaba con Theo en el cuarto.   Y apareció el arco iris más hermoso sobre el hospital,  exactamente sobre el cuarto donde estaban ellos.  Lo interpreté como la Gracia en acción,  enseñándome sobre la fragilidad de la vida,  la fuerza del amor y lo difícil de soltar cuando amamos.  

Cada vez que me despierto en la mañana, entrego a todos mis hijos a la Gracia,  siento por dentro como si muriera:  el miedo a perderlos es tan grande.  Pero a la vez comprendo que ellos son de la Gracia,  que yo soy su guardiana mientras crecen y que siempre están cuidados por el Amor.  Ahora con este viaje a India,  los miedos de que algo les suceda mientras no estamos salen a la superficie.  Pero en el fondo de mi corazón siento que el amor por ellos es tan profundo y puro que no importa lo que suceda a los cuerpos.  Nuestras almas siempre seguirán amándose.    

Lo más lindo que sucedió este año fue el nacimiento de Matías.  A través de toda la resistencia que Marco y yo teníamos a su llegada,  nos atravesó como un rayito de luz los corazones y ahora no podríamos concebir nuestra vida sin él.  Nos enseñó el valor de venir a unos padres que estaban perdidos en sus samskaras,  nos abrió el corazón de par en par con su incondicionalidad.  Cómo pudimos no sentir su amor es sólo una muestra más de como el Avidya (la ignorancia)  nos cubre continuamente y gracias a la Gracia continuamos nuestro camino con el deseo de abrir nuestro corazón cada día un poquito más.  Ese es el Yoga,  todo lo demás siento que es un proceso de desembarazarse de tanta coraza que hemos construido alrededor de ese lugarcito tan delicado y frágil como la vida misma.  

Desde ahí es que quiero vivir,  aunque a veces se sienta como si no tuviera piel que me proteja.

Abrir el corazón es el propósito último de nuestra práctica de yoga.

A los pies del maestrito.
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Lo Divino en lo mundano

Derivamos nuestra fuerza de nuestra espiritualidad,  cualquiera sea el camino que escojamos.   

En mi caso, escogí el camino del Yoga,  no sólo porque me encanta que no haya dogma sino además,  porque aprecio que todas las realizaciones vengan de la propia experiencia.  El Yoga es una disciplina que promete libertad.

India es considerada por mucha gente como una tierra sagrada.  La tierra misma es Dios y en muchas aldeas,  se honra como el cuerpo mismo de la Divinidad.  Las montañas,  el cielo,  los bosques, las cuevas y ríos,  son los rasgos de su rostro.  Ella es Bharat Mata,  la Madre India.  Su paisaje está vivo, denso de significado sagrado.

Contemplo los rasgos de mi vida sagrada.  Los pájaros cantando,  la brisa suave de la mañana. Todo es silencio en el Estudio,  los bebés duermen,  Marco también.   Siento ya el dolor de la partida,  el desgarro en mi corazón desde ahora.  Desde ya me pide esta Madre que suelte lo que más amo,  que confíe y me lance a ese viaje de días a través de este globo terráqueo.  India nos prepara, nos curte,  nos muestra adónde estamos contraídos,  nos invita a sentir la expansión de nuestro Ser por encima de los apegos.  

India nos llama,  me llama.  Acudo al llamado,  le doy la vuelta al mundo y una vez allá,  me sentaré a esperar que llegue mi corazón.  Me voy sin corazón,  queda aquí en mi casa,  con mis hijos y  mi gente. 

Sé que voy buscando algo que ya tengo.  Voy porque Arjuna tuvo que ir a la batalla,  porque era su Dharma.  Voy sabiendo que voy a encontrar algo nuevo que todavía no sé que es pero que necesito vivir. 

El año termina con mi corazón en esta vida de detalles,  de simples cosas:  bañar a los chicos, darles de comer,  reírnos y abrazarlos,  esta Navidad en familia,  el intercambio de regalos.  Lo divino en el día a día...lo sagrado en mis manos y mis pies.  No necesito ir a ningún lado para encontrarlo.   

Ha estado siempre dentro de mi corazón.

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El dulce sabor de la Navidad

Hoy:  Navidad dulce,  sentida...el día transcurre en medio de risas,  peleas por juguetes,  sonrisas y lloros.  Todo mezclado produce un caleidoscopio de vida,  un abanico de sensaciones.  En ciertos momentos,  siento cómo mi idea del cómo tiene que ser se contrae ante la realidad de lo que es. 

Matías nuestro bebé lucha contra el sueño,  se termina durmiendo a las 4 de la tarde en vez de su siesta habitual de las 10 am.  Lucha,  se para en la cuna,  llora.....no se rinde!  Terminamos dándole de comer juntos,  Marco lo alza y cucharada por cucharada,  va cerrando los ojitos,  se relaja y finalmente,  cae.  

Quisiera poder rendirme igual ante la idea de la despedida.  En este momento,  es sólo una idea,  una anticipación de la mente.  Imagino el momento en mi cabeza,  le doy vueltas y me doy cuenta de que faltan sólo 3 días.  TRES DIAS.  Tres días para tenerlos los más cerca posible..y luego,  rendirme ante la idea de que puedo partir en paz.

Porque es el Prana quién los mantiene con vida.  Todo es perfecto y así lo escogí.  No tengo por qué temer.  India espera,  sin embargo, no hay nada que ir a buscar.  Sólo reafirmar lo encontrado.  Sólo alejarme un rato para realizar que todo ya ES.  No hay búsqueda aleatoria,  no hay promesas de iluminación.  Existe este momento y aquí realizo todo.  

Aquí comprendo todo.  Con sus altos y bajos,  la resistencia y la confianza.  Es perfecto.
Soy feliz.


Qué llevar...

Bien...empaquemos.  

El problema es acomodarse en un salveque tan estrecho.  Si uno va a India de backpacker, necesita limitarse a lo esencial.  

Número 1:  botiquín.  Leo en la guía de Lonely Planet una lista interminable de posibles catástrofes que pueden acontecer,  desde bichos en la cama hasta tifoidea.  En las ocho veces anteriores, tengo la suerte de no haberme enfermado más que una vez con calentura y diarrea.  Pero la guía recomienda:  vacunas,  medicinas, antibióticos, etc, etc, etc.  Es una muestra más de cómo el miedo puede entrar.  

Decido limitarme a unas acetaminofén,  bloqueador solar en abundancia y un antibiótico para diarrea.  India tiene la cualidad de limpiarnos apenas llegamos...a veces sí,  a veces no. Voy dispuesta,  no preocupada.  Me doy cuenta de que podría caer en la paranoia y la hipocondría...pero decido estar tranquila. 

Qué más? chaqueta para el Norte,  se pone muy frío de noche.  Por supuesto,  mi mat.  Un par extra de zapatos,  anteojos,  la compu...y basta!  es intenso esto de simplificarse.  Sin embargo,  se siente una gran libertad el saber que se puede sobrevivir e incluso,  disfrutar,  con tan poco equipaje.  

Nuestro itinerario inicia en Delhi,  capital de la India.  De ahí,  la idea es bajar a Agra,  al famosísimo Taj Majal,  luego Jodhpur,  Varanasi y Goa.  No sabemos si este plan se va a mantener, probablemente no.  Y está bien...terminamos nuestra aventura en Mysore.  

Ir a India es abrirse a la Gracia.  Es agradecer cada día el cambio de planes.  Aquí nuestra rutina es predecible,  allá todo es inesperado.  Me doy cuenta de que amo mi rutina.  Me siento un poco incómoda de tener que cambiar todo...

Cómo incomoda el cambio.   Será que es esa incomodidad la que nos hace crecer?  Me resisto a salirme de mi cuadrito.  

Lucho por llevar más chunches...pero no caben.  


Papi y Mami siempre vuelven!

Navidad en la Montaña: Gael y Matias


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El yoga del householder: de ashrams y renunciantes

Sacamos un rato para ir a la montaña. 

Theo va muy asustado,  la cuesta es empinada. Gael pregunta a cada rato si ya empezamos a subir.  Arriba,  la ciudad se ve pequeñita y el sonido del viento invita al silencio interior.  Caminamos y aparecen unas vacas, Theo inmediatamente llora para que lo alcemos.  Gael va tranquilo,  aún ante un perro que se asoma a saludarnos.  Vemos caballos,  un corral,  árboles de mandarina y otros llenos de campanitas amarillas.  El atardecer es majestuoso.  Los tonos de rosado y naranja destacan aún más el azul de las montañas.  Todo se siente tan tranquilo...y sólo deseo estar ya de regreso para traérmelos de nuevo a la "Montaña de Papi" y estar todos juntos de nuevo.

El Yoga que practico no me pide que me vaya a internar en un ashram (lugar de recogimiento), sino que aplique lo que realizo en mi vida de hogar,  de familia,  de trabajo.  Es el Yoga del Padre y Madre de Familia.  No hay que irse a los Himalayas a vivir e iluminarse,  sino que cada acción diaria, cada perla de la rutina, es un instante sagrado.  Lo que pasa es que a veces cuesta mantenerse despierto ante tantas demandas.  Una parte de mí desea sólo check out cuando los tres bebés lloran,  pierdo la paciencia y absurdamente,  evado la oportunidad de iluminación. 

Leo en mi libro de India que cualquier lugar donde gente con una mentalidad parecida se unan para explorar la espiritualidad puede llamarse un ashram.  Me gusta esta definición.  Mi hogar puede ser un ashram,  el Estudio es de hecho ya un ashram.   Dice el libro que un ashram se establece cuando un guru se queda en un sólo lugar y los discípulos se congregan a su alrededor:  todo cobra sentido.  Mis bebés son mis gurúes,  aquellos que llevan de la oscuridad a la luz,  aquellos que me enseñan el valor del servicio desinteresado.  En medio de tanto ajetreo,  aprecio enormemente el regalo de poder salirme de mí misma,  de soltar un poco mi egocentrismo y dar,  dar simplemente por amor. 

El amor más grande que he sentido en mi vida.   

Los ashrams tienen códigos de conducta,  sigue el libro.  

Sí,  lo entiendo muy bien: 

"Por favor,  entendéme cuando te hablo entre balbuceos."  
"Cuando tenga hambre,  dáme algo que me guste y que disfrute."  
"Cuando tenga sueño,  rascáme la espalda y hacéme masajito."   

"Cuando simplemente no sé que tengo,  abrazáme". 

El día transcurre con mi intuición despierta para leer sus señales, a veces sin palabras. Y todo lo vale cuando Theo me hace ojitos,  cuando Gael me dice que "te voy a hacer tanta tanta falta",  o Matías se me acurruca para que lo duerma.   

Las reglas de los ashrams en India incluyen bañarse a diario-la cumplimos,  incluso varias veces-, abstenerse de tabaco,  alcohol,  ajos y cebollas-  no nos gustan de todas formas,  preferimos las uvas,  el aguacate y la sopa de letras.  La mayoría de la gente en los ashrams en ese país se visten de blanco.  Aquí,  la pureza e inocencia de estas almitas les permite vestirse de colores y tal vez, contagiar a los papás y a todos aquellos que quieran estar cerca de ellos de esa Luz...aunque sea por ratitos.

Medito sobre el profundo privilegio que significa tenerlos cerca.  Y la bondad de la Vida de hacerme canal de semejantes seres.  Ya los tres duermen,  la casa está en silencio y puedo escuchar los alisios tardíos soplando con fuerza.  Todo está en paz.  

Los maestros están en casa.





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