lunes, 20 de enero de 2014

Sólo música

La música vuelve a mí desde un lugar ancestral.

Mis primeros años de vida estuvieron siempre llenos de práctica.  Práctica diaria de escalas,  arpegios,  pequeñas fugas.  Práctica repetitiva,  monótona a veces.  Meditativa incluso,  a pesar de mi corta edad.

Mi piano se volvió mi refugio en un hogar destrozado por la violencia y la emocionalidad desbordada.  Fue mi barquito donde aprendí a resguardarme de la incertidumbre de cada día.  Mi maestra mi ángel guardián,  quién me acompañó por muchos años.  Su muerte se sintió como una orfandad y desde ella no pude volver a tocar en serio.

Aquí sentada en esta tarde india,  reviso varios regalos virtuales que recibí ayer y me encuentro varias piezas.  Una de ellas la mía,  mi preferida,  mi tesoro:   el concierto más hermoso y apasionado que he escuchado.  En mis últimos años universitarios cometí la osadía de comprar la partitura para dos pianos y soñar que algún día en esta vida podría acariciar con mis dedos las teclas de un piano de cola negro y brillante hecho especialmente para mí.  Así me visualizo en los últimos años de mi vida cuando mi cuerpo ya no pueda moverse y tenga el silencio como compañía.  La visión es clara y la música sólo esta.

De pronto,  puedo conectar los puntos.  De hacer música con mis dedos pasé a hacer música con mi cuerpo.  Es la misma genuina expresión en forma diferente.  Me lleva al mismo lugar seguro y cálido en mi alma.  Pleno de fuerza y suavidad simultáneamente.  Entre el sudor que casi me impide ver,  el miedo a entrar a ese lugar de riesgo e intensidad,  el temblor que sacude mis músculos que gritan ya no más...esta misma música recorre mis venas.  Quiénes compusieron estas partituras (música y asana) sabían que todo era lo mismo:  la humanidad compartida que todos llevamos por dentro y que se presenta en miles de formas,  colores,  expresiones y rostros.

Unidad en movimiento.
Silencio expresándose.

Todos los artistas saben de qué hablo. Un lenguaje inefable a los ojos de la mente.  Una vida paralela siempre presente,  no importa la periferia que estemos viviendo en ese momento.  Se suspende en instantes de luz y oscuridad,  danza y fluctúa.  Se esconde y se muestra.  Se enciende y se apaga...o parece apagarse hasta que explota de nuevo.

En estas mañanas de Mysore llego a un shala lleno donde todos somos una orquesta y cada uno muestra sus acordes y sonoridad  única y perfecta.  Sin comparación con ninguna otra.  Absoluta y relativa,  compartida hasta la médula y los huesos.  Cero máscaras,  todos frágiles danzando este instante vital protegidos por una mano generosa que nos invita a no dar un paso atrás.

La mano del Amor?

Siempre hay más:  más belleza, más profundidad,  más integración.  Orgánicamente crecemos en un paisaje habitado por miles de seres humanos que supieron encontrar el sentido de esta vida.  Y de alguna forma quiero pensar que nuestra quimera infecta al resto,  a aquellos que todavía tal vez anden un poco tristes y solos.

Porque no hay tal.  No hay soledad.
Hay sólo música danzando en nuestras venas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.