Varios días sin escribir.
El efecto de la segunda y tercera series de Ashtanga Yoga combinadas...más el cambio de horario de 8 am a 5 am. me tienen bastante averiada. El dolor físico ya lo anticipaba. Internamente, la necesidad de silencio es muy grande.
Y necesaria para el reto que tengo entre manos.
Este reto significan veinte días más de una levantada a las 4 am para estar en el shala a tiempo. A esa hora el silencio es total. Sólo se escucha la respiración. Sharath sale y hacemos juntos la invocación. La energía comienza a subir, más gente empieza a llegar. Afuera está totalmente oscuro y frío, el shala es como un útero calientito que nos protege y conforta. No importa la locura de postura en que uno esté.
Mi mente entra silencio después de un rato. Dejo de pensar si Ariel se despertó para ir a practicar, en los planes del día, en mi familia en Costa Rica. El sonido de las respiraciones juntas, interrumpidas de vez en cuando por golpeteos en el piso, saltos y el clásico UGGGHHH, pasa a un trasfondo. La concentración se vuelve cada vez más cerrada. Hoy me tocó en una zona de paso así que además de lidiar con el cansancio y el sudor, me tocó tener muchos pies en mi alfombra.
Santosha.
Mis brazos se siente como si fueran a explotar. La conjunción del Nadi Sodhana y el Sthira Bhaga tiene un sentido muy claro: uno está muy cansado cuando empieza Tercera y no tiene más remedio que acudir a recursos internos para sobrepasarla. El cuerpo ya no responde. Los músculos cansados y el dolor generalizado me pide ir más profundo. Y cuando todo termina siento como si Dios me hubiera amasado... amansado y abrazado. Tiemblo como un conejo de pies a cabeza. Salgo del shala después de saludar a mi maestro, profundamente agradecida por esta experiencia límite, cada día nueva, cada día más intensa y sutil al mismo tiempo.
Gracias por ayudarme a conocerme mejor.
A realizar que sí puedo aunque mi mente diga que no.
A no darme por vencida.
Afuera, la calle está todavía silenciosa. Me tomo dos cocos cor cor, casi sin respirar. Y camino de regreso a la casa como levitando, con una sonrisa de oreja a oreja.
Será que ciertas almas necesitamos tocar el límite para sentir a Dios?
Será que estamos hechos de otro material?
No sé las respuestas a estas preguntas. Sólo sé que hoy, martes catorce de marzo, soy profundamente feliz.
Aunque me duela hasta el pelo.
Aunque tiemble mientras escribo esto de pies a cabeza.
El efecto de la segunda y tercera series de Ashtanga Yoga combinadas...más el cambio de horario de 8 am a 5 am. me tienen bastante averiada. El dolor físico ya lo anticipaba. Internamente, la necesidad de silencio es muy grande.
Y necesaria para el reto que tengo entre manos.
Este reto significan veinte días más de una levantada a las 4 am para estar en el shala a tiempo. A esa hora el silencio es total. Sólo se escucha la respiración. Sharath sale y hacemos juntos la invocación. La energía comienza a subir, más gente empieza a llegar. Afuera está totalmente oscuro y frío, el shala es como un útero calientito que nos protege y conforta. No importa la locura de postura en que uno esté.
Mi mente entra silencio después de un rato. Dejo de pensar si Ariel se despertó para ir a practicar, en los planes del día, en mi familia en Costa Rica. El sonido de las respiraciones juntas, interrumpidas de vez en cuando por golpeteos en el piso, saltos y el clásico UGGGHHH, pasa a un trasfondo. La concentración se vuelve cada vez más cerrada. Hoy me tocó en una zona de paso así que además de lidiar con el cansancio y el sudor, me tocó tener muchos pies en mi alfombra.
Santosha.
Mis brazos se siente como si fueran a explotar. La conjunción del Nadi Sodhana y el Sthira Bhaga tiene un sentido muy claro: uno está muy cansado cuando empieza Tercera y no tiene más remedio que acudir a recursos internos para sobrepasarla. El cuerpo ya no responde. Los músculos cansados y el dolor generalizado me pide ir más profundo. Y cuando todo termina siento como si Dios me hubiera amasado... amansado y abrazado. Tiemblo como un conejo de pies a cabeza. Salgo del shala después de saludar a mi maestro, profundamente agradecida por esta experiencia límite, cada día nueva, cada día más intensa y sutil al mismo tiempo.
Gracias por ayudarme a conocerme mejor.
A realizar que sí puedo aunque mi mente diga que no.
A no darme por vencida.
Afuera, la calle está todavía silenciosa. Me tomo dos cocos cor cor, casi sin respirar. Y camino de regreso a la casa como levitando, con una sonrisa de oreja a oreja.
Será que ciertas almas necesitamos tocar el límite para sentir a Dios?
Será que estamos hechos de otro material?
No sé las respuestas a estas preguntas. Sólo sé que hoy, martes catorce de marzo, soy profundamente feliz.
Aunque me duela hasta el pelo.
Aunque tiemble mientras escribo esto de pies a cabeza.
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