lunes, 13 de enero de 2014

Santosha

Varios días sin escribir.

El efecto de la segunda y tercera series de Ashtanga Yoga combinadas...más el cambio de horario de 8 am a 5 am.  me tienen bastante averiada.  El dolor físico ya lo anticipaba.  Internamente,  la necesidad de silencio es muy grande.

Y necesaria para el reto que tengo entre manos.

Este reto significan veinte días más de una levantada a las 4 am para estar en el shala a tiempo.  A esa hora el silencio es total.  Sólo se escucha la respiración.  Sharath sale y hacemos juntos la invocación.  La energía comienza a subir,  más gente empieza a llegar.  Afuera está totalmente oscuro y frío,  el shala es como un útero calientito que nos protege y conforta.  No importa la locura de postura en que uno esté.

Mi mente entra silencio después de un rato.  Dejo de pensar si Ariel se despertó para ir a practicar,  en los planes del día,  en mi familia en Costa Rica.  El sonido de las respiraciones juntas,  interrumpidas de vez en cuando por golpeteos en el piso, saltos y el clásico UGGGHHH,  pasa a un trasfondo.  La concentración se vuelve cada vez más cerrada.  Hoy me tocó en una zona de paso así que además de lidiar con el cansancio y el sudor,  me tocó tener muchos pies en mi alfombra.

Santosha.

Mis brazos se siente como si fueran a explotar.  La conjunción del Nadi Sodhana y el Sthira Bhaga tiene un sentido muy claro:  uno está muy cansado cuando empieza Tercera y no tiene más remedio que acudir a recursos internos para sobrepasarla.  El cuerpo ya no responde.  Los músculos cansados y el dolor generalizado me pide ir más profundo.  Y cuando todo termina siento como si Dios me hubiera amasado... amansado y abrazado.  Tiemblo como un conejo de pies a cabeza. Salgo del shala después de saludar a mi maestro,  profundamente agradecida por esta experiencia límite,  cada día nueva,  cada día más intensa y sutil al mismo tiempo.

Gracias por ayudarme a conocerme mejor.  
A realizar que sí puedo aunque mi mente diga que no.  
A no darme por vencida. 

Afuera, la calle está todavía silenciosa.  Me tomo dos cocos cor cor,  casi sin respirar.  Y camino de regreso a la casa como levitando,  con una sonrisa de oreja a oreja.

Será que ciertas almas necesitamos tocar el límite para sentir a Dios?
Será que estamos hechos de otro material?

No sé las respuestas a estas preguntas.  Sólo sé que hoy,  martes catorce de marzo,  soy profundamente feliz.

Aunque me duela hasta el pelo.
Aunque tiemble mientras escribo esto de pies a cabeza.

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