domingo, 5 de enero de 2014

El Principito

Hoy recuerdo al Principito y su sabiduría. 


Tuve contacto con ese libro a los doce años y desde entonces,  me identifico totalmente con las ansias de este niño por conectarse con lo que ama.  Su intensidad y especialmente la parte cuando le pide al piloto que le dibuje al cordero y se frustra con sus bocetos.  Ninguno da en el clavo.  

Siento que es lo que nos sucede cuando tratamos de entender al otro:  damos un montón de palos de ciego y nos equivocamos a cada rato, por buena que sea nuestra intención.

Así me ha sucedido con este hijo mío amado, León de Dios.  Desde pequeño,  sentí una conexión de alma profunda,  al igual que con todos los demás.  Nació solo,  el doctor ni se había vestido. Vino al mundo en forma contundente,  sin dudas,  sin pedir permiso.  Ha sido un espejo total en intensidad,  inquietud,  energía y corazón.  Al mismo tiempo,  tenerlo tan cerca reflejó también mis propias sombras y heridas y recuerdo con tristeza que fue el único con quién en algún momento la perdí y le dí un par de nalgadas.

Cómo me duele.


Los años adolescentes hicieron que todo ese amor contenido en ese cuerpo que crecía empezara a salir como bombetas, un poco caótico.  Llegó el momento en que la cosa se puso muy intensa:  como podría ser un duelo entre un León y un Caballo de Fuego.  Ninguno quería dar su brazo a torcer.  Y ahí fue que empezaron los enfrentamientos: dolorosos para los dos,  hirientes en lo más adentro de lo más adentro.

La separación fue necesaria.  Hace ya dos años que vive con su papá.  El cambio era imperativo, pero no fue fácil. Parte de la sabiduría de ser padre o madre consiste en saber exactamente cuándo es que uno tiene que soltar.  

Ni antes ni después.

Y el resultado ha sido perfecto.
Tal vez no a la vista de muchos,  pero sí a la mía que lo conozco como la palma de mi mano.

Los principitos nos rodean continuamente.  Son seres sensibles,  amorosos y les cuesta mucho adaptarse al sistema. El sistema quiere endurecernos a todos,  hacernos esclavos de una visión condicionada.  Algunos principitos desde muy jóvenes se rebelan...y con mucha razón.

Aquí en Mysore,  con mi cachorro,  estoy empezando a entender su rebelión que en algún momento juzgué como innecesaria.   Estoy escuchando, aprendiendo. Puedo decir que tengo dos maestros en este viaje:  Sharath en el shala y el otro aquí en la casa.

Yo misma nunca tuve la fuerza de rebelarme ante lo que me oprimía.  Siempre bajé la cabeza y me adapté.  Hasta que llegó el día que mandé todo al carajo.  Tal vez haya otra forma: tal vez se pueda crecer observando con cuidado qué es bueno para nosotros y qué nos daña.

Tal vez podamos crecer también a nuestra edad en discernimiento y sabiduría.  Como este adolescente que ya tiene un sabio adentro.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.