miércoles, 10 de junio de 2015

Pioneros

Ya en casa, con el corazón lleno por la última semana en Argentina y un poco de nostalgia de sentirme tan lejos.  Sin embargo,  no más llegar aquí la acción es intensa:  mis tres pequeñitos le ponen sal a todo y estar con ellos es un verdadero deleite.  Hoy practicamos temprano como todos los días y regresar al shala es un bálsamo para todo mi ser.

Me recibe un país lluvioso,  fresco recordatorio de que somos tropicales hasta la médula.  No ha parado de llover desde que aterricé ayer.  Encuentro todo bien,  con los detalles normales de algunas personas a mi alrededor en resistencia,  drama y rollos tan predecibles.   He aprendido en la vida a verlos e intentar no engancharme.  No quiero perder este corazón tan grande que traje del Sur.

Mi táctica,  como diría Benedetti,  es simplemente no darles bola.  Allá ellos si quieren pasar sus días con sus lentes oscuros.

La mejor estrategia:  alejarse.

He aprendido a llenar mi vida con buenas personas,  frecuencias amorosas y naturalmente,  el resto cae.  Cae por sí sólo,  casi por arte de magia.  He aprendido también a limitar mi contacto con aquellos que se deleitan criticando a los demás,  muchas de estas personas observadoras de la vida ajena como si fuera una película.  Siempre he tenido un tema con los críticos de lo que sea:

Cómo criticar algo que uno no hace ni conoce? 

Cómo criticar la obra de un pintor si uno no se ha manchado hasta el pelo pintando?  

Cómo entender la música si nunca has puesto tus manos en un piano o una guitarra?  

Me parecen observaciones omniscientes sin sentido ni corazón.

Para juzgar el camino de tu hermano o hermana tendríamos que caminar primero en sus mocasines,  decía un sabio dicho de los indios americanos.  Los últimos catorce años he dado todo lo que tengo para alimentar una quimera que es mi estudio.  Entre todos los estudios centroamericanos,  me ha tocado una responsabilidad muy grande de representar a mis maestros.  Me he sentido muchas veces sola,  desmotivada,  traicionada y requetecomida por las malas lenguas.  Hoy entiendo que todas esas experiencias no han mermado mi deseo por la Verdad sino que al contrario,  la han alimentado.  Hay una cierta fuerza que le da a uno el roce,  la fricción,  el camino con obstáculos.   Si todo fuera fácil no lo apreciaríamos,  dice mi maestro.

Y me pregunto qué fuerza me sostiene que no me ha abandonado,  a pesar de todos los desencuentros,  todos los corazones rotos y amistades perdidas que han quedado en el camino.

Sé que el camino de los pioneros nunca es fácil.  Se nos tacha de locos,  se nos serrucha el piso continuamente y los observadores profesionales se unen en corrillos para utilizar el muy preciado instrumento de la incomprensión y la envidia.   Pero sé también que tantos seres humanos excepcionales fueron incomprendidos y aunque no me considero excepcional, sí sé que tengo algo extraordinario por qué vivir y por qué luchar.  Creo en lo que hago,  tanto que he consagrado mi vida a su difusión.  Creo porque he visto sus efectos en mí y en muchos otros.  También he visto las pataletas de furia y desengaños internos que otros tantos han sufrido al probar el método sin comprometerse,  al mojar sus dedos en el agua apenas y luego salir corriendo de regreso a sus vidas ilusorias,  pensando en refugiarse de algo que llevan por dentro y que no podrán evitar,  aunque quieran,  y enfrentarán el día inevitable de su muerte.

Se necesitan bolas,  diría mi colega argentino.  Muchas bolas para no sucumbir,  para no aburrirse,  para no cambiar el método por el yoga de moda,  para no escuchar chismes,  dimes y te diretes de corrillos insignificantes que sólo distracción traen.  Para sobreponernos a los dolores físicos,  a la limpieza interna de emociones,  a los traumas sufridos cuando pequeños,  al desamor en general se necesitan bolas y además,  un muy buen karma para sostenernos en un camino que,  como todo camino espiritual,  nos va a pedir abandonar todo lo superfluo y absurdo dentro de nosotros y adentrarnos en la selva tupida de lo desconocido con ansias de encontrar al fin algo real.    Donde no sabremos más quién somos ni quién fuimos y cada día será el descubrimiento de una nueva experiencia,  sin antecedentes.

Esa bolas tienen que ir unidas a la presencia de un maestro.  Sin él o ella en nuestras vidas estamos perdidos.  Ya de por sí es difícil la liberación,  pero sin guía es prácticamente imposible.  En mis catorce años de vida profesional he constatado que son raros  los seres humanos que rinden su vida como la hubiesen querido y la cambian por una señal de interrogación perenne.  Lo cierto es que muchas cosas se van y a veces se siente como si uno no tuviera nada.

Tal vez no "tenemos"  en los términos convencionales.  Tal vez no "poseemos" como la mayoría aspira.  Tal vez no "vivimos" la vida como hay que vivirla.  Tal vez sólo anhelamos ser libres y vivir una vida simple.

El mundo está listo para una revolución interna y somos esos pocos que creemos que se puede quiénes lo estamos logrando.  Aunque afuera la mayoría observe absorto como desenvolvemos nuestras vidas de una manera extraña y disonante para muchos,  la verdad es que son armónicas y perfectas para nuestras almas.  A esos como yo,  a ustedes que leen esto,  extiendo una invitación amorosa,  inclaudicable,  de no abandonar el camino.  Porque ya es tarde para escondernos y no hay dónde.  Porque somos un fuerza extraña y silenciosa que poco a poco carcome los cimientos de esta vida vivida de una manera insulsa y sólo nutrida por objetos materiales.

Los mismos objetos materiales que dejaremos atrás cuando el cuerpo  muera y que no tendrán ningún sentido en nuestro lecho de muerte.


Algún día en cualquier parte
en cualquier lugar indefectiblemente
te encontrarás a ti mismo
y esa,  sólo esa,
puede ser la más feliz o la más amarga
de tus horas.

Pablo Neruda

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