domingo, 14 de junio de 2015

Anahata: Corazón

Afino mi corazón.

Ayer celebré y celebré y celebré...

Celebré las lágrimas,  los desengaños,  los disgustos y la impaciencia.
Celebré las traiciones,  las mentiras y la hipocresía.
Celebré la ignorancia. 

Celebré los amigos.
Celebré mis maestros.
Celebré mis seres amados. 

Celebré toda la gente linda que ha colmado y sigue colmando mi copa.

Celebré todo,  todo lo que me hizo sentirme como me siento hoy,  aquí,  ahora.  Después de una noche de fiesta,  escribo escuchando una música sublime de una guitarra amorosa y sintiéndome conectada a todo lo que existe.  Aunque en su momento todos los dramas y eventos se sintieron como si me estuvieran pelando la piel sin anestesia,  comprendo que esos dolores fueron necesarios para desmembrar algún ente o identidad interna que ya no vive más en mí.

Observo como mi corazón lleva la batuta cada día.  Como no reacciono ante situaciones que en otro momento me hubieran causado un sufrimiento tenaz.  Hoy hablaba con un amigo cercano acerca de la transformación:  cómo se siente?  cómo se ve?  Realmente es algo tan íntimo y personal y sólo uno sabe del cambio.   Todo por fuera continúa bastante parecido-  tal vez la innovación más grata sea la compañía de almas más conectadas,  por montones y por doquier.

Será que muchos compartimos un momento de despertar colectivo y el deseo de aquellos que en el pasado buscaron a Dios con todas sus fuerzas nos está dando los réditos de esa inversión ajena.  Todos los maestros y maestras que tuvieron que hacer austeridades y sacrificios muy grandes, todo su esfuerzo y tenacidad lo estamos recibiendo.  Y claro que se necesita un deseo muy grande por la transformación:  tan grande que nada sea tan importante como eso.   Tan necesario y urgente que es lo primero que pensamos al despertar y lo último al ir a dormir,  intercalado con momentos de puro éxtasis en medio de días ordinarios.

Lo extraordinario en todo.  
Dios presente en cada segundo.

Hoy amanecí viendo la vida de color verde esmeralda:  el color del chakra del corazón.  Una serie de eventos encadenados a la perfección me han traído a este lugar:  no podría prescindir de nada.  La celebración de todo en nuestras vidas es una cualidad yógica sobre la que muchas veces leí e imaginé,  pero que nunca esperé sentir.  Sentir alegría en el desapego era para mí física cuántica-incomprensible.   Poder apreciar y agradecer a gente en el camino que supuestamente nos ha hecho daño,   simplemente imposible.  Ahora no es que quiera tomar café con ellos todos los días, pero si podría dirigirles la palabra,  saludarlos con amabilidad e incluso,  desearles lo mejor en sus vidas de corazón.

El interlocutor de este diálogo de amabilidad muchas veces no comprende el lenguaje del corazón, pero eso es lo de menos.  Ese lenguaje que nos pide unir extremos aparentemente contrarios,  conciliar paradojas,  abrazar al que nos hirió.  La mente racional y su lógica dice "esto no está bien":

Ojo por ojo y diente por diente. 
Al que se duerme se lo lleva la corriente.. 
Por uno que se levanta,  otro que no se acuesta.  
Bueno sólo Dios...
Al tonto,  ni Dios lo quiere. 

Crecí con todo este condicionamiento mental y llegué genuinamente a creer que así era esta vida.  Que la traición y mentira eran comunes e impunes.  Que había que derribar al contrincante.  Que no podíamos ganar todos.

Anoche supe con claridad que no es así:  hay abundancia para todos.  Hay maestros para todos.  Hay amor y bondad por todo lado y compartirla sólo la multiplica.  Si dañamos a nuestro hermano y hermana,  nos hacemos daño nosotros mismos.  Es irreversible.

Me encontré de casualidad con alguien que en algún momento estuvo muy cercano a mí,  al punto de conocer intimidades de mi vida personal y procesos muy fuertes.  Esta persona se alejó sin dejar rastro,  con explicaciones muy vagas y luego supe- porque la verdad siempre sale-,  que su lealtad era ficticia y sus palabras de oropel.  Sin embargo,  al saludar no sentí ningún tipo de resentimiento de mi parte.  Me alegró mucho verla,  pero  pude observar como todo su ser se encogió al verme, el rabo entre las piernas, genuinamente avergonzada en su alma por las acciones inconscientes.  Sentí en su hola un remordimiento tan grande,  un dolor tan profundo y eso bastó,  en un instante,  para dejar ir cualquier separación que pudo haber existido entre nosotros.

Salí del lugar sintiéndome liviana,  feliz y contenida en un amor expansivo que lo comprende todo.  Comprende incluso a aquellos que en algún momento me han deseado el mal,  que lo han actuado o que han creído dañarme con acciones y palabras.    No sé qué karmas antiguos nos unen,  pero sí sé que estoy armada con la más potente de las armas:  el amor.  Un amor que está fluyendo a través mío a pesar de los delirios de mi personalidad- y que ya siento a punto de caer.

Hoy me escribieron de México adónde voy a dar un taller esta semana.  El chico me dijo que había estudiado en India pero que sus sistema era un poco distinto del mío.  Que quería conocerme.  Y a pesar de las diferencias de tecnicismos y de mi sinceridad al decirle que viniera pero que no conocía su metodología y poco sería lo que podría ayudarle,  le dí la bienvenida.

Le dí la bienvenida porque siento que lo que hacemos,  sea lo que sea,  no puede ser una razón para separarnos.  Porque me interesa conocerlo por encima de los detalles de su técnica.  Porque el camino espiritual es el mismo para todos:  todos buscamos esa energía de bondad y amor que es una sola y porque ya a estas alturas del partido,  me es indiferente lo que hace el otro si ese ser siente un deseo genuino por avanzar y aprender.

Así que el corazón es siempre la respuesta,  aunque haya una tendencia inexorable a afirmar que nuestro camino es el mejor y el único.  La verdad,  cada uno de nosotros tiene su propio camino,  en soledad profunda con su Ser y su ser,  muchas veces oscuro,  otras iluminado.  No depende de nadie afuera y nadie más puede salvarnos ni hacerlo por nosotros.

Tal vez sólo inspirarnos a seguir intentando ser más amables:  la única religión válida en esta tierra.

                                          "To be good and do good:
                                            That is the whole of religion."



                                                                                                           Swami Vivekananda


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