lunes, 15 de junio de 2015

De caídas y resiliencias

México me recibe con dos rostros sonrientes.

Escribo después de un día de ajetreo preparando el taller de mañana.  Tengo que despertarme dentro de seis horas:  vamos a romper ligeramente una de las reglas ashtangis:   práctica en luna.   Pero llevo dos días sin practicar después de una larga noche de fiesta y un día de viaje,  así que digamos que se vale.  Práctica suave,  primera serie sin mucha parafernalia.

DF tiene ya una familiaridad siendo este mi tercer viaje.  Sin embargo,  siempre hay más por descubrir.  Hoy conozco la naranja con chaya y entiendo qué son unos sopes.  Conozco una parte de la capital que no conocía,  llena de callecitas repletas de árboles y una serenidad rara en esta ciudad tan grande.  Mis amigos- y ya tengo varios nuevos,  se mueven en conjunto para afinar los detalles.  Conozco la casona de un poeta en cuyo seno recibiremos a la gente,  una casa centenaria llena de carácter e historia ahora convertida milagrosamente en un shala perfecto.

La dueña aparece a saludarnos.  Es una mujer activa e inteligente y nos platica mientras fuma hablando con admiración de su padre y su familia.  Nos cuenta que su madre murió muy joven, pero que mientras vivió su casa siempre estuvo llena de gente linda.  Hacían comidas tres veces a la semana para recibir gente y creció junto a sus cuatro hermanos entre mucha algarabía y arte.  Su padre,  un señorón que me llama la atención apenas veo su foto,  murió a los noventa y dos años entero como un roble.  Dice que lo extraña mucho.

Nos cuenta luego una historia increíble:  tuvo una caída hace tres años de un segundo piso y no se quebró ni un hueso. Pero dice que quedó morada por completo, como si la hubiesen pintado con pintura.  Me la imagino y no puedo más que sorprenderme de verla caminar tan bien y estar tan fuerte a sus años.

Cayó desde un segundo piso...

La casa no ha sido alquilada a nadie hasta ahora.  Así que el arte se renueva incesantemente y de alguna forma me siento parte de esta historia compartida que hoy toma un matiz nuevo.  Reconozco en las paredes gruesas,  puertas de madera y sillones antiguos una bienvenida.  La cocina con azulejos azules,  los pisos de ladrillo y los árboles circundantes se sienten perfectos.

Empieza a llover en Df y la temperatura baja.  El salón está sin embargo tibio por los rayos del sol del día.  Mi amigo Enrique corre de aquí para allá limpiando,  ordenando y pensando.  Todo se resume en una labor de amor para recibir a los invitados mañana.

Me duermo con una sonrisa doble porque esta ciudad de pronto se ha iluminado en el mapa para mí.  Escuché a amigos cercanos hablar de ella muchas veces pero es ahora que siento una conexión genuina y perdurable con este lugar.  Un pedazo de mi corazón vive aquí, pero también cuento con amigos de años que multiplican a su vez mis amistades.  Mañana conozco mucha gente linda y vuelvo a ver a otros tantos que no veo hace tiempo.  El frío es sustituido por una sensación de calorcito en mi corazón y me preparo para dormir:  hay que levantarse 3:45 am para hacer nuestra práctica antes de ir al shala a completar los últimos detalles.

Seis horas para la magia-  esta magia que sólo se expande.
Esta práctica que sólo bendiciones me sigue trayendo...

sin cesar.

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