miércoles, 19 de diciembre de 2012

La vida es saber que existo

Me propuse terminar esta historia de los viajes a India antes de este viernes 21 de diciembre. Le contaba a una amiga que apenas me despierto agarro la compu y es casi como si me dictaran.  Todas las imágenes regresan frescas y eso que siempre creí que tenía muy mala memoria!

Después que Theo nació,  el efecto de la anestesia continuó y fue extraño en mi cuerpo:  comenzó a dormirme los músculos de la respiración.  Estaba muy mareada por toda la intervención tan violenta,  un poco perdida,  pero cuando sentí que ya no podía tragar ni respirar bien,  me di cuenta que bien este podía ser el último día de mi vida.  Marco estuvo conmigo todo ese rato de angustia y zozobra,  no soltó mi mano ni un segundo.  Ahora viendo hacia atrás,  hubiera sido una salida perfecta. Feliz porque el bebito estaba bien y tranquila de haber hecho mi mejor esfuerzo.

La muerte es una sombra que nos persigue toda la vida.  Sin embargo,  en contados momentos la vemos cara a cara.  La primera vez fue cuando tenía 15 años en una playa costarricense.  Siete olas gigantes estuvieron a punto de ahogarme...y eso que soy buena nadadora.  Realmente,  eran gigantes.  Mientras luchaba por respirar,  veía a mi papá jugando en la playa con mi hermanos.  Le gritaba,  pero no me escuchaba.

El día que nació Theo fue la segunda vez.  Todo comenzó a irse.  Aunque estaba asustada,  sentí una placidez y una sensación de que no podía oponerme a esta fuerza.  Al momento de soltar,  sentí que podía inhalar de nuevo.  Y poco a poco,  la respiración- que ahora aprecio como nada- se volvió de nuevo libre y plácida.

Theo quedó también muy maltrecho del parto.  Su frente marcada por el fórceps y muy asustado.  Lo poníamos en la cuna y brincaba.  Necesitaba mucho amor y contención.

La mamá quedó bastante afectada también.  Tuve depresión post-parto.  En esos días, recuerdo que no hacía más que ver por la ventana un árbol a lo lejos y llorar.  Lloraba porque sentía que no había podido vivir la experiencia tan hermosa que es un parto normal.  Porque me sentía violentada en mi cuerpo.  Porque me dolía mucho la cadera:  en la carrera y la emergencia,  me habían desgarrado el famoso musculito que ya venía frágil y me dolía al caminar y sobre todo de noche.

Tuve que dejar de practicar por el dolor y esta fue la peor parte.  Acostumbrada a lidiar con mis emociones en la alfombra de yoga,  de pronto me vi sola frente a este monstruo de tristeza que no se iba.  No quería alzar al bebé,  lo alimentaba y ya.  Marco fue mamá y papá de Theo por 6 meses.  Y a los 6 meses,  quedé de nuevo embarazada-  sin pedirlo.

Ahí la cosa se puso fea.  No estábamos listos,  ninguno de los dos,  para recibir otro bebé en esas circunstancias.  Y Matías me enseñó el valor de venir a dos papás que estaban bastante desconectados.  En nuestra furia y resistencia,  contemplamos posibilidades que ahora suenan absurdas. Pude sentir lo que es estar realmente solo-  aunque no sea cierto-  y no ver ni un ápice de esperanza.

Dos embarazos en fila devastaron mi práctica.  Fue como un tsunami que arrasó con todo.  Ahora veo la perfección y el apego que tenía a la forma externa.  El yoga es una práctica interna y todo esto me enseñó a la fuerza a ir más profundo.

Ahora con estos tres bellos en la casa,  mi cuerpo recuperado,  mi mente tranquila,  veo como me quedé pegada en ideas y conceptos de lo que tenía que ser mi vida.  La idea de India,  mi escuela,  mi práctica y "mi mi mi" se desboronó.  La vida me pidió servir y dar a estos bebés preciosos.  Aprendí a salirme de mí misma y el valor de realmente entregarme. Poco a poco,  día a día,  pañal a pañal,   de mala noche en mala noche,  la parte más dura de mi corazón fue deshaciéndose y dio paso a un nuevo ser:  más generoso,  más relajado.

La enseñanza que mis tres hijos pequeños me trajeron no se las podré agradecer nunca.  Yo que creí que hacía yoga!  su amor diario me abre el corazón,  me despiertan el alma.  Y gracias a ellos,  pude apreciar mejor también la belleza y pureza de los cuatro más grandes.  Gracias a ellos,  siento que puedo ver con más claridad  los seres hermosos que vienen a practicar y a todos los demás,  incluso a los meseros,  personas que me ayudan y gente en la calle.

Los caminos de Dios son misteriosos.  Y la vida es saber que existo,  aún en espacios que ni yo misma conozco.-


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