domingo, 27 de mayo de 2012

Consuela y el agujero

Anoche fui al teatro...

Terminé en la obra perfecta para este momento existencial.

La obra habla de entrar y salir...

Habla de nosotras las mujeres en ese eterno devenir entre quiénes somos y quiénes "tenemosqueser."  La permanente contradicción,  ya casi intrínseca a nuestro género,  la dura imposición de las voces externas-lo familiar,  lo no dicho,  lo esperado de nosotras...y la perenne búsqueda de la identidad femenina en este marasmo.

La actriz me conmovió hasta llorar.  Su intensidad y dolor se palpa en cada minuto de la obra.  El ajetreo mental que trae vivir en este conflicto externo la hacía sudar y jadear. Pude verme a mí misma con absoluta crudeza,  por debajo de esa parte-también inducida- que me pide aparentar ser muy correcta y estar siempre bien.    Si existe una posibilidad de superar esta crisis de identidad que nos han transmitido nuestras madres con su leche y que hemos respirado en este mundo desde mucho antes de nacer,  la salida es sumamente desgarradora.  Siento, al igual que Vivian lo expresa en la obra,  que hay mil manos agarrándonos los pies en nuestro intento por volar.  Se siente como un precipicio...no te lances,  no te atrevas...aquí todo es seguro...allá afuera no hay nada...

Es un hecho que lo femenino,  en su suave receptividad y espaciosidad,  no tiene cabida en este mundo masculinizado.

Lo femenino es demasiado salvaje,  inesperado,  incoherente e inestable.

Está vivo,  palpita,  se mueve,  cambia...es impredecible y ahí radica su belleza.

No se ajusta a un plan,  ni a una estructura.  Necesita respirar y expandirse constantemente.  Cualquier situación,  relación o cárcel termina siendo inevitablemente guillotinada.  Nuestro deseo de vida es demasiado extenso.  Es la fuerza misma de la creación.  Ni nosotras mismas la podemos contener. La contenemos 9 meses y surge de nuestros cuerpos como bocanada de fuego y agua inexorable,  imparable.  No tenemos más que entregarnos...y el cuerpo no tiene más remedio que abrirse a su máxima posibilidad.

Quisiera pensar que esta apertura interna que gozamos las mujeres a través de la maternidad y el parto tiene en sí misma la semilla para abrirnos también la mente.  Sin embargo,  veo los índices más recientes de cesáreas en hospitales privados en Costa Rica,   es un dato que da tristeza: más del 90% son cesáreas programadas.  Nos estamos olvidando que somos canales.   Estamos rindiendo de nuevo nuestra fuerza a loa masculino,  a lo programado, a lo exacto.  Estamos sucumbiendo al miedo,  nos estamos olvidando quiénes somos.

Aunque todavía no tengamos hijos físicos,  ese torrente de vitalidad palpita en nuestras venas desde que se juntan el óvulo y el espermatozoide.  Llevamos en nuestras células el ejemplo de mujeres tan fuertes que se levantan en la madrugada ya a punto de parir.  Sin despertar a nadie en la casa,  se van caminando fuera de la aldea y tienen su bebé solas junto al río.  Lo reciben en medio de las olas del parto,  lo limpian,  cortan el ombligo,  se lo echan al hombro y regresan caminando a su casa.  Su orgullo es total. Son reverenciadas como si vinieran llegando de la guerra y con toda razón.  Son heroínas.

Consuela se debate entre el olvido de su esencia ante el ruido externo y la necesidad imperiosa de encontrar su verdadera identidad.  La utilería de esta obra es fenomenal:  el escusado alumbra,  es en ese momento más íntimo de estar sola consigo misma en el baño,  que le llegan todas las revelaciones.

 Muerte o sumisión?  Conformidad o rebeldía?  el personaje de Consuela duele en el alma,  igual que nos duele a todas olvidar que estos cuerpos de mujeres tienen una energía única en esta tierra:  cuerpos rebosantes de músculos y tetas,  vientres y sudores.  No en vano encarnamos como mujeres.  Nuestra esencia es inseparable de esta realidad corporal.

Consuela se niega a regresar al agujero de donde viene.  Su familia la critica,  la tacha de loca.  Creo que la palabra loca es la única que tiene el establecimiento masculino para aplacar esta energía imparable que yace en nuestros espíritus femeninos.  Es una energía tan fuerte y produce tanto miedo cuando sale,  que invalidarla es lo único que impide que se los trague y se los coma.  Conste que este no es un discurso feminista.  La obra es muy clara en que somos nosotras las que no sabemos decir que no.  Somos nosotras las que nos hemos hecho la vista gorda ante el agujero-  ese deseo, ese vacío,  ese anhelo-que nos traga, extravía y no perdona.

Algunas de nosotras nacimos conscientes de que este lugar interno, pero esos territorios estaban socialmente vedados a nuestra exploración.  Desde pequeña,  siempre supe que estaría sola en mi aventura. Mi abuela y mi madre,  demasiado ceñidas a sus papeles externos,  no tenían nada que ofrecerme,  igual que mis tías y mis primas.  Mis amigas y colegas,  educadas para estar más bien lejos del hueco,   llenaron todo con actividades masculinas.

Me sentía sola. No tenía nadie con quien jugar.  Nunca me gustó jugar  de muñecas ni cocinita.  Pasaba subida en los árboles del patio de mi casa,  con las rodillas cholladas de las andadas en bici y las carreras en los charcos.  Nunca sentí que tuviera conexión con mis ancestros mujeres.  Las veía con lástima en sus papeles repetitivos sin alma,  resignadas a vivir una vida para otros.  Solas y frustradas. Sus cuerpos hablaban de abuso,  de soledad y frigidez.  Nunca las admiré. Me inspiraban tristeza.

Ahora,  comprendo que este discurso simplemente no se manejaba en sus tiempos.  La represión era tal que sus vitalidades se marchitaron y murieron profundamente solas con sus preguntas sin respuestas.  La verdad de sus ciclos emocionales tapados por décadas terminó enfermándolas de todo lo femenino no contenido: cáncer de útero a los 33 años,  histerectomías masivas y violentas mastectomías en edades muy tempranas.   El cuerpo gritaba,  nadie lo escuchaba.  Y luego, vinieron todas las cirugías plásticas reconstructivas,  en un vano intento de recuperar algo irrecuperable porque ya hacía mucho estaba perdido.

Quiero pensar que atreverme a romper con ese legado es posible.  Mi hija me inspira  a otro camino lleno de posibilidades.  Quiero soñar que soy un enlace en la cadena que rompe esta cadena. Y que todas las Consuelas que me encuentre,  dignas de atreverse a preguntar y dispuestas a que les sucedan "cosas"-en vez de ver vivir a otra gente,  principalmente los hombres a su alrededor- son capaces de salirse del agujero.

Quiero creer que podemos salir de ese cuadrito que tan bien se mostraba en la escenografía de anoche:  un panel central con dos ventanas,  una mesa,  una percha para la ropa y un inodoro.   Es esta la realidad desolada que viven muchas mujeres,  todos los días.

 No es posible pensar que podemos salir si no salimos todas.

Las revelaciones van llegando una a una,  ambivalentes,  casi metafísicas.  Honrar estos cuerpos de mujer y su espacio interno requiere agallas.  El atrevernos a imaginar algo diferente nos trae el riesgo de extraviarnos.  Nuestro mundo interno necesita topar el externo no desde un lugar de reproche y rencor,  sino desde una suave espaciosidad que todo lo contenga.   La savia de nuestra presencia y ausencia a la vez,  ese personaje de Consuela que nos consuela,  merece un lugarcito en nuestras vidas.

Sin ese lugar,  estamos irremediablemente perdidas.  Sin él,  somos un retrato mal copiado y desfigurado de todas las mujeres antes que nosotras.  Sin él,  estamos condenadas al agujero y sus voces distorsionadas.



No más agujero.  Ni un ratito más...

Gracias,  Vivian!


"Voy a empezar todo de nuevo...
pero al revés."






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