miércoles, 18 de mayo de 2016

Nuestro Roble

Hoy hace siete años mi maestro Sri K. Pattabhi Jois dejó su cuerpo físico. Hoy hace siete años fue un día muy triste para todo el mundo del Ashtanga y del yoga en el mundo.

Su muerte movilizó muchos corazones.  Guruji enseñó por casi 70 años sin tregua.  Cantaba el vinyasa en sueños y su esposa bromeaba al respecto.  Fue un león,  un tigre, un elefante lleno de fuerza y vitalidad y un deseo genuino por la expansión del yoga en Occidente.

Lo conocí cuando ya tenía 85 años.  Su presencia era imponente,  su carisma sin igual.  Estuve con él en California varias veces y cuando comencé a ir a Mysore en el 2003 todavía enseñaba.  Llegué al shala en India totalmente perdida,  toqué su puerta y él,  con el mismo cariño y humildad que exudó toda su vida,  me abrió y me invitó a subir a su casa.  Arriba,  conocí a Saraswati y a sus nietos,  los hijos de Sharmila, mientras la familia seguía sus rutinas:  tender la ropa,  cuidar los niños,  hacer el chai.  Mi primera impresión de Guruji fue de un abuelo amoroso,  totalmente a gusto con su vida. Una gratitud y aceptación completas era lo que expresaba su sonrisa.

Ninguna preocupación, ninguna ansiedad.

Es hasta hoy,  muchos años después de ese encuentro y recordando todos los que vendrían,  es hasta hoy que puedo apreciar la mano de mi maestro en mi vida.  Su lema era "Pray to God",  "Why fear?" y "All is coming".   Koans concisos llenos de sabiduría,  píldoras de luz que nos decía mientras nos quebraba literalmente la espalda.  Sus manos tocaban con una seguridad infinita,  como si el Prana mismo hubiera tenido cuerpo.  Su amabilidad y alegría por ver tanta gente practicando eran contagiosas,  tanto que nos pasó a muchos el gusanito de su deseo inmenso por la verdad.

Mi vida ha sido bendecida más allá de cualquier idea que yo me hubiese podido imaginar.  Empecé esto del yoga con poco entusiasmo.  Me gustaba mucho la adrenalina y creía  que era algo aburrido y lento.  El Ashtanga rompió todos mis conceptos y los viajes a India todavía más.  Cada peregrinaje ha sido valioso,  cada soltar para ir a los pies de mis maestros un regalo con sacrificios muy grandes pero cada paso me ha traído a hoy,  este día,  aquí,  ahora.  Guruji amaba a su maestro sobre todas las cosas:  sus ojos se iluminaban al hablar de Krishnamacharya.  En esa época yo todavía andaba distraída,  no le había dado mi sí total a su presencia y método.  Seguía con backdoors y un poco dudosa de entregarme a algo tan exótico y lejano como una escuela en medio sur de la India.  Mis niños eran mi mayor preocupación:  cada viaje,  cada separación.  Pero ahora que Ariel está practicando,  que Hernán y Adriana han estado allá también,  hoy que Gabriel me pide de regalo de graduación un viaje a Mysore y que toda la familia sé que desea conocer ese país desencajado y perfecto en su caos,  hoy me doy cuenta que la mano de Guruji me ha traído lo que más deseaba en esta vida:  no sólo mi propio despertar sino el despertar de aquellos que amo.

Y esto incluye mucha gente en el mundo que he tenido el privilegio de conocer gracias a este yoga exigente,  difícil y sublime.

Ayer chateaba con un amigo querido,  alguien que admiro muchísimo y que llegó a este yoga por una experiencia muy difícil- como llegamos todos.  Su vida,  su percepción y antenas crecieron a un nivel muy profundo y ahora enfrenta un dolor enceguedor,  de esos que nos paralizan y cohíben ante esta experiencia llamada vida.  Lo he tenido muy presente en mis prácticas diarias y ayer me alegró tanto saber que está sacando la cabeza,  que la experiencia la está enfrentando desde un lugar de profunda sabiduría y gratitud- como uno tiene que vivir todo.  Estas eran las transformaciones energéticas que sucedían alrededor de mi maestro:  gente enferma que sanaba,  y me refiero a todos los que estuvimos con él y seguimos practicando.  Todos llegamos arrastrándonos,  con heridas dolorosas,  sin rumbo, con mucho miedo.  A algunos se les ven estas llagas fisicamente,   otros las hemos intentado tapar sin éxito.  Pero todos compartimos una visión:  la posibilidad de atravesar este viaje llamado vida con otros ojos.  Y Guruji ha sido para muchos de nosotros luz en la oscuridad.

Preparo mi viaje la próxima semana para estar con mi maestro en California,  su nieto Sharath.  Sé que la peregrinación a Estados Unidos en junio incluye yogis de todas partes del mundo.  Voy con mi querido hijo Ariel,  su vida bendecida por los primeros pasos en este camino.  Voy a despedirme de Sharath por un tiempo porque la vida me lleva a un rumbo nuevo,  algo inesperado y lleno de posibilidades de crecimiento.  Voy a tocar sus pies y a pedirle su bendición para mi aventura con la certeza que él y su abuelo siempre están conmigo,  dondequiera que este cuerpo mío esté ubicado en el mundo.

Y cada vez que Sharath hace el count de las Series,  sea en Mysore,  en New York,  Stanford,  Los Angeles,  San Francisco,  Miami,  Copenhagen,  Londres:  todos esos lugares donde he tenido el gran privilegio de estar con él:  ahí está también Guruji abrazándonos a todos en un abrazo inmenso y personal,  su energía ya libre de estar con todos a la vez.  Su presencia crece con los años y este yoga implacable,  destructor de lo falso,  este que nos pide soltar todo y a la vez nos da todo-  crece de la mano de seres extraordinarios que nos recuerdan que nosotros también lo somos,  un poquito cada día.

Más confiados,  más agradecidos.
Muestras andantes de los pasos firmes y admirables de nuestros maestros.


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