sábado, 7 de mayo de 2016

La dulzura de la vida

El día transcurrió apacible, como transcurren ahora la mayor parte de mis días. Los niños dulces,  sonrientes,  felices a más no poder de ir de nuevo a la playa.

El viaje sin novedades.

Imagino que el día de mi muerte será así también.  Un día normal con un desenlace inesperado.  Un día como muchos que he vivido pero con un elemento nuevo.

Ayer saboree un poco de eso.

Entramos al agua y ya estaba oscuro.  Agua cálida y serena de mi mar Pacífico:  ayer le hacía todo el honor a su nombre.  Todavía había gente bañandose y les dije:  "Cinco minutos nada más." Corrieron,  brincaron,  chapucearon.

El espectáculo de mis cachorros en el agua no tiene igual.

A regañadientes,  como siempre,  salieron.  Y al llegar a tomar nuestras cosas escuchamos un sonido ensordecedor,  acompañado de un relámpago que iluminó la playa como si fuera de día.

El tiempo se suspendió...en mi cabeza sólo acaté a ver adónde estaban ellos.  El silencio lo llenó todo,  como si un túnel se abriera en la realidad cotidiana y volví a la realidad porque me empezaron a caer goterones de agua en la cara,  tibia como la selva de mi país y el océano que acabábamos de dejar...

Theo lloraba inconsolable.  Gael y Matías más tranquilos.  El cielo se abrió y el aguacero tropical, implacable, sin ningún tipo de timidez,  cayó sobre nosotros.  Los protegí bajo un techo y corrí a traer el carro entre relámpagos, asustada de que otro más cayera cerca.  Cuando llegué por ellos,  Theo no paraba de llorar.  Lo tomé entre mis brazos entre el agua y la gente que corría asustada a mi alrededor y le dije:

"Todo está bien,  amor.  Ya pasó..."-  yo misma no muy segura de que esto fuera cierto.

Totalmente empapados, deposité el primer cachorro en el carro,  se acurrucó como un pollito  y el aguacero arreció.  Regresé por el segundo:  Matías sonreía en medio del caos.  Todo le parecía muy divertido:  la oscuridad,  el agua,  la gente alborotada y las luces en el cielo.

Gael se montó solito,  caminando con timidez heroica para sus ocho años.

Y una vez en el carro,  la lluvia implacable y los relámpagos a lo lejos supe,  que esté donde esté, por más amor que tenga por estos bellos míos (incluyendo los grandes por supuesto),  el destino está escrito y todo ya se desenvuelve según un plan.  Por más que intente decirme que controlo algo sé que no es así.  Sé que sus vidas y la mía propia están en manos de Algo más Grande y esa energía nos sostiene hasta que decida que es tiempo de partir.

De regreso a casa la tormenta amainó.

De pronto,  Gael gritó:  "Un escorpión!!  Empezó a llorar porque algo lo había picado,  imágenes fantásticas de escorpiones gigantes en medio de la oscuridad porque el día anterior les conté que a mí me habían picado tres.  Los otros dos enanos saltaron encima mío y todos empezaron a llorar a gritos, aterrorizados por el monstruo imaginario que yacía en la oscuridad.

Los abracé a todos y en ese momento de caos,  miedo,  incertidumbre y desorden supe de mi práctica de yoga.  Con calma,  los apreté y hablé.  Revisé el dedo de Gael,  nada extraordinario.  Los bajé del carro para enfrentar al monstruo.

"No quiero perder a mi mamá!!-  gritaba Theo.

Y después de un rato encontré a la culpable del asunto:  nada de escorpión sino una dulce abejita que probablemente molesta porque alguien se le sentó encima,  empuñó su aguijón en actitud defensiva.

Entré a la casa como un héroe y todos comimos helados en una noche tranquila,  el fantasma del monstruo aniquilado por el dulce amor de la familia.

Bendita Sétima Serie.






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