martes, 1 de septiembre de 2015

Laberinto

Su discurso era coherente y articulado.  Había en su mirada,  sin embargo,  un sentimiento de pesadumbre que nunca lo abandonó.  Las sonrisas pequeñas y raras  parecían camuflarlo pero siempre afloraba de nuevo.  Era como una melancolía.

Un dolor sin fondo.

Aprendí de este ser cronopio a apreciar la bondad de cada instante vital,  si tan sólo me enfoco en lo bueno.  Me ayudó a ver mis patrones expuestos y a observar en otros sus reacciones y dramas.  Me volví testigo de mis propios pensamientos y emociones,  era un estudio diario de mi personalidad y ego.  Cada día había quiz.  Cada semana examen.

Nunca pude relajarme.

La daga de Damocles colgaba encima de mi cabeza.  De día y de noche.  Hoy era un rumor,  al día siguiente un silencio.  Luego un drama,  después un acercamiento.  No supe encontrarle forma a este rompecabezas perenne y aunque hice mi esfuerzo supremo,  finalmente me ganó el desgano.

Pero aprendí mucho con este ser de luz camuflado en una personalidad fuera de lugar y de tiempo. Sus palabras certeras carecían a menudo, sin embargo,  de conexión con la vida.  Su discurso elevado para nosotros los mortales.  Aunque insistía en que cualquiera podía comprender lo positivo del Amor en toda circunstancia.

Probablemente tenía razón.

Sin embargo,  todavía muchos de nosotros patinamos diariamente en un sinfin de dimes y diretes, shoulds y shouldnt´s y entre tanto ruido es muy raro encontrarnos un ser que pueda discernir con claridad.  Utopía o quimera.    Puedo decir que la conocí:  aunque el caos estuviera encima intenté con todas mis fuerzas no soltar la visión.   Me queda la duda si ser aloof ( por encima de todo) implica ser coherente con los hechos vitales o solamente una estrategia para escapar de los pormenores de esta vida material a través de una mente brillante.

Me queda la enseñanza de que en este mundo de dualidad el dolor y el amor coexisten simultáneamente.  También de la realidad de que no basta con decidir abrirte.  Hay mundos internos que no se sacuden tan fácilmente,  aunque uno dé todo.   El nudo crece en la garganta hasta que se decide cantar viajera.  Pero es imprescindible abrirse de nuevo y darle la vuelta a este laberinto que llamamos corazón.  Al siquiera anticiparlo siento que me disuelvo irreconocible en un charco de lágrimas y que por más que intento el laberinto me traga de nuevo- aún sin haberlo intentado.

Pero veo una luz  que me invita a hacerme amiga de lo oscuro y a aceptar con resignación el ser insuficiente.  Insuficiente en consciencia,  insuficiente en compasión.  La tarea está dada:  el maestro puede partir.


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