jueves, 14 de mayo de 2015

Señales

He aprendido a moverme en mi vida por señales.

Parecen acertijos pero no lo son.  Son guías en mi camino que me confirman que voy por buena senda.  Son la mayoría de las veces inesperados y sorpresivos,  pero mi alma los recibe con certeza y alegría cada vez que aparecen y estoy aprendiendo a dejarlos entrar sin tanta duda mental.

Hoy fue un día especialmente lleno.

Mi pase de abordaje tenía mis números:  el 7 y el 22.  Antes de partir recibí la llamada de un amigo de hace muchos años:  me alegra tanto escucharlo bien, motivado, creando.  No hay mayor alegría en este momento de mi vida que saber que alguien que quiero está bien y su voz me lo dice todo.

Vuelo al norte con una sonrisa.

Encuentro a mi amiga y salimos a las calles de Managua donde veo cientos de árboles de luces iluminados:  los árboles de la Vida.  Una de mis películas preferidas sobre la vida y la muerte.  La Primera Dama ha llenado la ciudad de estos emblemas luminosos.

Y ahora escribo desde una hermosa habitación en una casa maravillosa.  Entro y lo primero que veo es una fuente repleta de kois, los peces japoneses de mi tatuaje.  Señal inmediata de que estoy donde tengo que estar.  Mi amiga y su familia me reciben amorosamente en un hermoso patio abierto.  La atmósfera cálida me muestra tonos azules y rojizos,  bellas artesanías de amarillos y ocres y  colores nuevos.

A pesar de extrañar a mis polluelos me siento en casa.

Mientras desempaco,  de un cuaderno brinca una carta:  una carta que no vi en su momento y que en este día,  aquí en Nicaragua,  me da el impulso que necesito para enseñar estos tres días ardiendo como una antorcha por todas estas almas que voy a conocer.  Siento el deseo de la gente por su práctica espiritual aunque todavía no haya visto sus rostros.  Siento ya en mis amigos nicaraguenses una alegría,  una jovialidad e intensidad característicos de este hermoso país.  He tenido últimamente oportunidad de conocer muchos yoguis y yoginis latinoamericanos y cada país, cada cultura trae a la práctica cualidades propias de sus lugares de origen únicos y maravillosos:

El ardor de los mexicanos.
El ritmo de los panameños.
La cordialidad de los guatemaltecos.
La elegancia de los argentinos.
La sabiduría de los bolivianos.

La dulzura de los salvadoreños.
La inteligencia de los venezolanos.
La belleza de los dominicanos.
La dedicación de los peruanos. 

El saudade de los brasileños.
El corazón abierto de los colombianos.

La intensidad sostenida de los ticos.

Es mi primera vez en este país y sé que cuando regrese el domingo a Costa Rica no voy a ser la misma.  Ya desde hace un mes que un grupo de mujeres extraordinarias me dio una patada gigante en el trasero y me invitó sutil y profundamente a alinearme.  El regalo más importante del Yoga no es la iluminación sino el discernimiento:  qué decisión es la más adecuada en cada momento?  cómo podemos ser consecuentes?  cuándo necesitamos poner límites claros y decir que no?  O que sí?

Mientras releo mi carta que me conmueve un poco más con cada lectura,  encuentro entre los libros de mi amiga un volumen de la Casa de los Espíritus de Isabel Allende.  Recuerdo a Clara y a sus mujeres:  todas seres sensibles con capacidades extrasensoriales,  videntes,  un poco hadas,  un poco brujas.  Me pregunto si ese libro no fue en su momento un oráculo de mi camino en la vida que en ese entonces ni siquiera imaginaba.

Y continúo siguiendo mis señales:  lunas llenas en la cumbre de volcanes apagados,  conversaciones compartidas desde corazones que anhelan abrirse,  música del alma,  risas y miradas profundas.  Golpes,  patadas,  ternura y curiosidad.   Todo confluye en este instante de mi vida y me invita a estar más viva,  más abierta,  más confiada en que no controlo nada.  En que tengo que rendirme al fluir incesante de la energía divina en mi ser,  cómo quiera que quiera moverme.  Intento escuchar ese río subterráneo que silencioso guía mis pasos y me da señales constantes de que estoy en el camino correcto.

Duermo soñando con nuevos horizontes,  ojos alegres,  óvalos de luz a la luz del alba y respiraciones compartidas entre gotas de sudor.   Sueño con un hilo de conexión entre todos los que amamos esto.  Con una tribu,  una familia,  un núcleo que se expanda por el resto del mundo y hable español.  Que sepa entender un abrazo,  que no tema mostrar sus lágrimas y que se atreva a reír a carcajadas a pesar de la vida y sus vueltas a menudo inexplicables.

Latinos unidos por una causa más grande: un corazón más abierto.

Y siento que mi vida tiene todo el sentido aquí y ahora en esta noche cálida de mayo,  en una tierra amorosa que hoy me acuna en sus brazos y que me recuerda para qué nací.




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