sábado, 9 de mayo de 2015

De piernas y corazones

Algunos pensamos que sostenernos heroicos e inmutables nos vuelve fuertes,   cuando es más bien soltar lo que necesitamos.

Hoy mientras corría por la jungla en un afán consciente de aplacar el dolor de mis piernas (producto de un entrenamiento brutal adicional a mi práctica),  le pedí una señal al de Arriba:

le pedí que me indicara si lo que tenía que hacer en este momento de mi vida era luchar o soltar.

Después de media hora de correr y caminar intermitentemente,  empapada de sudor,  con los grillos y las chicharras despidiendo el día y mi corazón a punto de salírseme del pecho,  después de haber incluso olvidado que había pedido la señal la vi:

cruzó frente a mí,  
una criatura mítica,  surrealista,  imposible de describir con palabras.  

Había pensado en la bellísima Morpho que cruza normalmente por estos lados del Pacífico.  

Sin embargo, mi señal vino en forma de una mariposa púrpura,  el color morado más intenso que he visto en mi vida.  

Cruzó frente a mí apacible y su presencia por sí sola calmó mi respiración.

Recordé mi señal.

Me ha sucedido tantas veces que me confundo,  llego a una intersección vital y le paso por encima,  o le pongo una etiqueta,  o me rindo a mi miedo y no doy el paso.  También me he escondido,  escapado,  excusándome en mil justificaciones mentales que sólo yo y mi ego entienden.

Básicamente he sido muy cobarde.

Pero hoy nueve de mayo me dí cuenta que no puedo repetir este patrón en este momento de mi vida.  Tengo que sacar el amor a través del miedo,  los ovarios a través de los "mejor paso"  y darle mi voto de confianza a Quién me está poniendo en esta situación.

Comprendo que nunca hay garantías de nada.  La vida es el arte de despertarnos cada día con esperanza y esperar lo inesperado.  Es la confianza básica en que si estamos vivos,  por alguna buena razón será.  Hoy mi día recibió varios destellos de magia:  mis niños me sorprenden,  me llenan el corazón y me dejan con la boca abierta cada instante.  Corrí después de muchos años de no usar mis piernas de esa manera y mientras corría y sudaba a chorros en el clima húmedo y cálido de mi linda Costa Rica,  comprendí que la vida me está pidiendo que me salga de mi cuadrito seguro,  que pise tierra nueva.  Que dé un salto cuántico que me saque de mi comodidad y convierta todo en bandadas de pájaros alegres,  como hubiera dicho uno de mis más queridos poetas costarricenses,  Jorge Debravo.

Mientras escribo esto voy a la cocina por algo de tomar.  Las piernas no me responden.  Me duelen tanto que tengo que caminar muy lento y torpemente.  Hay algo de mágico en recuperarlas:  durante muchos años subieron montañas,  corrieron maratones y movieron bicicletas.  Siento que tienen que despertar de nuevo al aire libre y aunque adoloridas,  me están sonriendo.

"No sé que nos hiciste,  pero hacélo más por favor".

Y me pregunto si eso que le hice a mis piernas se lo podré hacer a mi corazón,  sediento de un amor profundo que no puedo siquiera anticipar.  Sediento del ataque despiadado y único del sable hiriente y lleno de éxtasis de la transformación amorosa.  Aquella que todos tememos:  la que nos hace nuevos.

Mis piernas duelen,  pero mi corazón está latiendo diferente.

Mañana las saco de nuevo a correr.  Guiadas esta por un corazón que está despavilándose para un encuentro incómodo,  incierto y aterrador al mismo tiempo. Mi fuerza radica en dejarme llevar,  en soltar amarras y entregarme a lo que la Vida ponga en mi regazo sin dudas ni remordimientos.

Pero sé que voy al encuentro de mi Fuerza.





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