sábado, 16 de mayo de 2015

Milagros cotidianos

Llego al cuarto y está totalmente abarrotado de gente. Uno como canal de energía de los maestros sabe cuando algo intenso va a suceder.

Lo primero que hago es cerrar las ventanas.  Algo en el clima de este lugar que es perfecto para esta práctica.  Mientras explico la dinámica de la clase y les hablo de calma en la intensidad y respiración,  puedo observar que ya muchos de ellos están sudando- así sentados,  sin haber siquiera empezado.

Oh oh...

La energía comienza a subir.  Nunca planeo mis clases:  tengo una idea vaga sobre lo que se me va a pedir,  pero es siempre el grupo el que define hacia adonde vamos.  Una vez que siento el rumbo,  me encargo en la medida de lo posible de llevar el barco a buen puerto.

Y ayer,  mi nuevo grupo pedía a gritos una estrategia contra el miedo.

Cuando esto sucede es porque generalmente el cuarto está repleto de almas fuertes e intensas que ya están cansadas de seguir las reglas y necesitan una bocanada de aire fresco.  A pesar de que el cuarto se sentía como uno de Hot Yoga (pero este sin calor artificial),  pude probar yo misma ese acercarme al límite sin saber lo que va a suceder después.  Mientras hablaba y me movía mi corazón se aceleraba cada vez más.  El piso del salón estaba tan mojado que un par de veces me resbalé.  Los mats de los estudiantes y ellos totalmente empapados.

Supe en ese instante que ya no había vuelta atrás.  Y esta es la lección clara frente al miedo:  ese que nos mantiene amarrados cuando todo indica que nos lancemos.  Ese que nos dice que es peligroso arriesgarse a lo nuevo.  Ese mismo que nos frena cuando la luz verde es tan obvia.

Ese que nos hizo perdernos algo que anhelábamos por el qué dirán.
El mismo que nos hizo aliarnos con almas perdidas.

El que nos empujó a no escuchar nuestro corazón y en vez de eso conformarnos. 

Mis nuevos estudiantes (de todas las edades,  desde los veintes hasta los sesentas y todos con el mismo deseo de romper paradigmas de limitación mental y una fuerza imponente),   me dieron ayer una lección clara contra el miedo.  

La ola fue tan grande que nos llevó a todos sin siquiera avisarnos.

Así es el yoga y así es la vida.  Cada experiencia en mi mat corresponde muchas veces a experiencias similares fuera de la alfombra.  Personalmente he tenido en las últimas semanas una sensación mezclada entre miedo y hastío,  entre resistencia y sufrimiento,  todo mezclado con momentos de éxtasis y pureza que desembocan en una pregunta abierta:

...y ahora, qué sigue?

Pero en medio de toda esta incertidumbre que es la vida humana cada día,  rescato esa sensación de cuando algo nos conmueve profundamente sorprendiéndonos como a niños pequeños. Hoy es un día lleno de regalos,  lo presiento.  Más gente,  más yoga,  nuevos rostros,  viejas almas amigas.  Todos hemos buscado,  a todos el Samsara Hala hala nos ha negado la felicidad verdadera y hemos tenido el discernimiento de no darnos más contra la pared.  Hay una innegable paz que llega cuando uno deja de buscar en el mundo de lo falso y realiza que es yendo profundo en nuestra alma y en su conexión con Algo Más Grande,  el Misterio,  que vamos a encontrar de verdad.

Uno pone el deseo,  da el esfuerzo y luego suelta.  Si nos aferramos a un desenlace específico ya no funciona. No sabemos cómo es que la Gracia va a escoger manifestarse en nuestros días:  pero podemos sentirla cuando está en acción.  Ayer fue una de las clases más intensas que he dado en mi vida.  Cuando terminamos y estábamos en Uth Pluthi,  sentía que el corazón se me iba a salir del pecho.  No tenía aliento para el mantra de cierre.  El sudor corría sin cesar mojando mi alfombra:  hace mucho tiempo que no me siento tan despiadadamente feliz.

Una hermosa mujer se acercó a mí después que terminamos,  me agradeció y me dijo que gracias por ayudarle a asimilar la muerte reciente de su padre.  Se sentía mucho más tranquila después de practicar.   Otra me contó que el yoga la había transformado de un ser amargado y negativo en una persona nueva,  con ganas de vivir y de servir.   Un tercero no dijo nada,  sólo se me acercó y casi se pone a llorar cuando me dio la mano.

Yo también.

Mi quehacer implica enseñar una tecnología que ayuda a las almas a recordar. Es un quehacer que yo misma he aprendido a aplicarme a través de los años,  a través de muchos miedos y resistencias.  Ultimamente está sucediendo con mucha facilidad hacia adentro y hacia fuera y ni yo misma sé por qué es así.  Siento que más gente en este mundo está sedienta de Verdad y de Amor al igual que yo y esos son los únicos requisitos para ser un yogi.  Lo demás es sólo circo,  decía mi maestro.  Lo demás viene y va y es forma que no significa nada.

Me preparo para la faena de hoy y anticipo ya en mi cuerpo lo que voy a encontrar.  Sé que sólo tengo que estar disponible y que el llegar al lugar,  conectar las miradas,  conversar desde el corazón y movernos al ritmo del Prana va a hacer que suceda el milagro.

Milagros cotidianos aquí en esta hermosa Managua que amanece con colores pasteles,  pájaros cantores y yogis entusiastas. Milagros paralelos en Costa Rica,  el resto de Latinoamérica,  India,  Europa,  Australia,   Japón y muchas otras partes del mundo.

Milagros que no dejan de conmoverme.




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