De vuelta para Costa Rica.
Este viaje a ver a maestros implicó varias renuncias personales, tres de ellas bastante dolorosas. Me perdí el cumpleaños número 75 de mi padre, la fiesta y la celebración de estos años de compañía y alegría a su lado. También me perdí el cumpleaños 19 de mi adorado hijo Ariel.
Y mañana es Día de la Madre en Costa Rica: y yo en camino de regreso.
Leí el otro día un post de una amiga que respeto como madre y artista. Decía exactamente
"Soy un mujer que además es mamá. Mi condición de madre no lo es todo en mi vida."
Me pareció claro para las que entendemos, un acertijo para las que todavía no.
Me pregunto cuántas mujeres-madres entienden realmente que nuestro rol como canales implica dar libertad total a nuestros hijos de que sean como tienen que ser sin nuestra interferencia. Ya vienen listos. No somos quién para moldearlos. Su perfección va surgiendo a través de los años, su huella única en este mundo se perfila desde los primeros días en la tierra.
Durante muchos años me debatí entre ser madre gallina y cumplir con todos los roles "sagrados" que implica la maternidad en mi país latino. Intenté cumplir sólo para darme cuenta que no estaba siendo congruente con mis propias creencias.
Fluctué entre ser la típica madre incondicional que termina manipulando a sus hijos para conseguir su propia realización, o tal vez atribuirse sus éxitos como si fueran personales o terminar con el síndrome de la mamá judía que después de tanto sacrificio pretende darse el lujo de pedir que sus hijos vivan su vida como ella decide.
Creo que las almitas llegan a nosotros por un karma anterior. Creo que nos corresponde ser los canales más limpios y transparentes posibles para su venida a este mundo y nuestra labor es sostener el espacio para que se manifiesten en todo su esplendor. Cada uno de mis hijos es un universo, una constelación, una galaxia en sí misma. Aunque vinieron a través mío sé que no son mi creación. Al contrario, a través de estos 25 años de maternidad he comprendido que su papel ha sido más que todo de maestros. Mis varones me enseñan cada día la fuerza de la masculinidad en seis versiones distintas y mi hermosa me hace espejo de muchos de mis propios procesos personales como mujer.
Soy una madre que aspira a empinar el vuelo para que sus pollitos la sigan. Una madre en el nido no es mi versión ideal de maternidad. Una madre puede ser lo que quiera- y lo que pueda. Pero personalmente entendí que si no alcanzo mi potencial completo en esta vida en todos los sentidos-humano, espiritual y material, no puedo enseñarles nada.
Como decirles palabras vacías?
Cómo enseñarles lo que yo no conozco?
Los muchachos actuales son especialmente duchos en saber cuánto un discurso tiene o no tiene sustancia que lo respalde.
Durante muchos años sentí el impulso de usarlos como excusa para no perseguir mis propias metas. Muchas de mis amigas y conocidas lo hicieron y ahora están con el nido vacío haciéndose cirugías plásticas o peor, deprimidas. Se les pasó el tiempo de crecer. Se aferraron a algo que no era suyo porque nuestros hijos no son nuestros: son bendiciones y regalos, pero jamás nuestra propiedad ni tampoco nuestra creación.
Claro que me siento muy orgullosa de los progresos que hacen en sus vidas y los aprecio todavía más porque los hacen por su cuenta. Crean ellos mismos las oportunidades y siguen su corazón. Sí, cuentan con todo mi apoyo. Estamos conectados por el Amor y mi consejo ha sido siempre que hagan lo que aman. Aunque parezca difícil, aunque no vean luz al final del túnel. Pero para poder decirles eso yo misma he tenido que atravesar una metamorfosis muy intensa donde muchas veces tampoco veía nada.
Sólo sabía que tenía que continuar.
En el proceso he tenido que soltar muchos conceptos de cómo tenía que vivir mi vida, entre ellos la imagen de una madre abnegada metida en la cocina y viviendo en función de todos a su alrededor, un patrón muy fuerte en mi familia que se llevó entre las patas vidas enteras. Así fue una de mis querida abuelas: terminó con una artritis que le destrozó sus huesos, gritando de dolor. Comprimida, disminuida, violentada por un sistema que no le dio espacio y que la aplastó. No es posible sacrificar así una vida: no es justo.
Mi otra abuela en cambio fue la rebelde. Su madre tuvo 19 hijos y vio los efectos del machismo en su propio hogar. Desde siempre decía lo que pensaba, no dejaba que nadie le pusiera un pie encima. Le tocó un marido músico que era muy fiestero y aunque nunca se separó, estaba muy consciente de su realidad. Siempre abogó por los derechos de las mujeres, siempre me impulsó a seguir mis sueños.
Gracias a ella comprendí que la equidad y justicia en las relaciones hay que ganársela, triste realidad en nuestros países latinos. La inmensa mayoría de los hombres aquí son criados por madres muy machistas. Los consienten, ensalzan continuamente egos vacíos y los terminan convirtiendo en unos verdaderos inútiles. Es increíble como un hombre con un simple resfrío parece que se está muriendo mientras nosotras parimos los hijos sin anestesia.
Tenemos que criar hombres fuertes, queridas mujeres. Los tiempos lo demandan.
Mis hijos varones son seres valerosos y determinados. Se ponen ellos mismos retos que a mí me asustarían y aún así salen adelante. Voy camino a encontrar a mi primogénito que lleva tres años de estar en Alemania. Aprender el idioma ya es para mí un reto casi imposible: este año se gradúa y ha hecho su carrera en alemán.
Es hermoso ver que tus hijos te superen, que crezcan, que se atrevan.
Mi hija vive en México donde pinta y se aventura cada día en la selva del DF. Ha pasado momentos difíciles pero tiene algo en su alma que es invencible. No se da por vencida fácilmente.
Y sé que nunca lo hará.
Mi tercero escala montañas impensables sin miedo. Se acerca a cumbres que yo ni en pintura soñaría. Hace música desde un alma sensible y conectada. Su pasión me inspira y sé que todo lo que haga lo hará bien en su vida porque tiene una fuerza interna que ya está encendida.
Mi cuarto es un ser profundo que aprecia todo tipo de artes. Su amor por la literatura me conmueve: siempre está leyendo. Ama bailar y también compone y hace música. Se mueve en la vida con mucha determinación y planeamiento y sé que sus pasos son firmes a pesar de su corta edad.
Mis tres hijos mayores ya pusieron pie en India, dos de ellos en Mysore. Gabriel, mi cuarto retoño, planea venir conmigo el año entrante.
Mis tres pequeños están creciendo en un hogar lleno de yoga. Todos los días se mueven entre mats, clases, estudiantes, reuniones, mantras y música. Viven además con una mamá que viaja por el mundo, que va a India, que tiene un maestro. Reconocen ya cuál es el abuelo y cuál el nieto. Me preguntan. Ven mis libros, escuchan mi música, conocen a mis amigos. Sueñan con ir a India.
Y si has nacido y crecido en un hogar donde hay yoga no tenés nada más de qué preocuparte, como lo dice sabiamente Krishna a Arjuna en el Bhagavad Gita.
Yo misma fui muy afortunada porque mi propia madre me introdujo en el mundo del yoga cuando todavía era pequeña. A esta alma progresista mi eterna gratitud.
Celebro mi Día de la Madre en Alemania abrazada a mi querido hijo mayor y con el resto de mi progenie en mi corazón. Aspiro a ser alguien que deje una huella de fuerza y pasión en sus vidas. La maternidad bien llevada es en sí misma un potente camino de crecimiento espiritual que nos pide servicio desinteresado, soltar nuestros miedos y apegos y estar totalmente presentes. Desde el momento que sentimos la vida pulsando en nuestro vientre, el maestro o la maestro ha llegado a transformarnos. He tenido la inmensa dicha de sentir esa plenitud nueve veces en mi vida, aunque sólo siete perfectos seres llegaron a nacer a este mundo. Todos los nueve me han marcado, me han amado y me han sostenido a través de 26 años.
Es mi privilegio llamarme su mamá y también mi responsabilidad.
Si puedo abrirles un poco la brecha para que sean más ellos mismos cada día, considero exitosa mi labor. Si puedo ayudarles de alguna manera con mi ejemplo que la vida es tan corta y que hay que vivirla al máximo, he alcanzado mi meta más querida.
Sé que cada uno de ellos volará alto y lejos y a su paso abrirá camino para que muchos otros, incluídos sus hijos y nietos, hagan lo mismo. Y así seguiremos creciendo al infinito, sin fronteras, compartiendo el verdadero sentido de llamarnos una familia.
Este viaje a ver a maestros implicó varias renuncias personales, tres de ellas bastante dolorosas. Me perdí el cumpleaños número 75 de mi padre, la fiesta y la celebración de estos años de compañía y alegría a su lado. También me perdí el cumpleaños 19 de mi adorado hijo Ariel.
Y mañana es Día de la Madre en Costa Rica: y yo en camino de regreso.
Leí el otro día un post de una amiga que respeto como madre y artista. Decía exactamente
"Soy un mujer que además es mamá. Mi condición de madre no lo es todo en mi vida."
Me pareció claro para las que entendemos, un acertijo para las que todavía no.
Me pregunto cuántas mujeres-madres entienden realmente que nuestro rol como canales implica dar libertad total a nuestros hijos de que sean como tienen que ser sin nuestra interferencia. Ya vienen listos. No somos quién para moldearlos. Su perfección va surgiendo a través de los años, su huella única en este mundo se perfila desde los primeros días en la tierra.
Durante muchos años me debatí entre ser madre gallina y cumplir con todos los roles "sagrados" que implica la maternidad en mi país latino. Intenté cumplir sólo para darme cuenta que no estaba siendo congruente con mis propias creencias.
Fluctué entre ser la típica madre incondicional que termina manipulando a sus hijos para conseguir su propia realización, o tal vez atribuirse sus éxitos como si fueran personales o terminar con el síndrome de la mamá judía que después de tanto sacrificio pretende darse el lujo de pedir que sus hijos vivan su vida como ella decide.
Creo que las almitas llegan a nosotros por un karma anterior. Creo que nos corresponde ser los canales más limpios y transparentes posibles para su venida a este mundo y nuestra labor es sostener el espacio para que se manifiesten en todo su esplendor. Cada uno de mis hijos es un universo, una constelación, una galaxia en sí misma. Aunque vinieron a través mío sé que no son mi creación. Al contrario, a través de estos 25 años de maternidad he comprendido que su papel ha sido más que todo de maestros. Mis varones me enseñan cada día la fuerza de la masculinidad en seis versiones distintas y mi hermosa me hace espejo de muchos de mis propios procesos personales como mujer.
Soy una madre que aspira a empinar el vuelo para que sus pollitos la sigan. Una madre en el nido no es mi versión ideal de maternidad. Una madre puede ser lo que quiera- y lo que pueda. Pero personalmente entendí que si no alcanzo mi potencial completo en esta vida en todos los sentidos-humano, espiritual y material, no puedo enseñarles nada.
Como decirles palabras vacías?
Cómo enseñarles lo que yo no conozco?
Los muchachos actuales son especialmente duchos en saber cuánto un discurso tiene o no tiene sustancia que lo respalde.
Durante muchos años sentí el impulso de usarlos como excusa para no perseguir mis propias metas. Muchas de mis amigas y conocidas lo hicieron y ahora están con el nido vacío haciéndose cirugías plásticas o peor, deprimidas. Se les pasó el tiempo de crecer. Se aferraron a algo que no era suyo porque nuestros hijos no son nuestros: son bendiciones y regalos, pero jamás nuestra propiedad ni tampoco nuestra creación.
Claro que me siento muy orgullosa de los progresos que hacen en sus vidas y los aprecio todavía más porque los hacen por su cuenta. Crean ellos mismos las oportunidades y siguen su corazón. Sí, cuentan con todo mi apoyo. Estamos conectados por el Amor y mi consejo ha sido siempre que hagan lo que aman. Aunque parezca difícil, aunque no vean luz al final del túnel. Pero para poder decirles eso yo misma he tenido que atravesar una metamorfosis muy intensa donde muchas veces tampoco veía nada.
Sólo sabía que tenía que continuar.
En el proceso he tenido que soltar muchos conceptos de cómo tenía que vivir mi vida, entre ellos la imagen de una madre abnegada metida en la cocina y viviendo en función de todos a su alrededor, un patrón muy fuerte en mi familia que se llevó entre las patas vidas enteras. Así fue una de mis querida abuelas: terminó con una artritis que le destrozó sus huesos, gritando de dolor. Comprimida, disminuida, violentada por un sistema que no le dio espacio y que la aplastó. No es posible sacrificar así una vida: no es justo.
Mi otra abuela en cambio fue la rebelde. Su madre tuvo 19 hijos y vio los efectos del machismo en su propio hogar. Desde siempre decía lo que pensaba, no dejaba que nadie le pusiera un pie encima. Le tocó un marido músico que era muy fiestero y aunque nunca se separó, estaba muy consciente de su realidad. Siempre abogó por los derechos de las mujeres, siempre me impulsó a seguir mis sueños.
Gracias a ella comprendí que la equidad y justicia en las relaciones hay que ganársela, triste realidad en nuestros países latinos. La inmensa mayoría de los hombres aquí son criados por madres muy machistas. Los consienten, ensalzan continuamente egos vacíos y los terminan convirtiendo en unos verdaderos inútiles. Es increíble como un hombre con un simple resfrío parece que se está muriendo mientras nosotras parimos los hijos sin anestesia.
Tenemos que criar hombres fuertes, queridas mujeres. Los tiempos lo demandan.
Mis hijos varones son seres valerosos y determinados. Se ponen ellos mismos retos que a mí me asustarían y aún así salen adelante. Voy camino a encontrar a mi primogénito que lleva tres años de estar en Alemania. Aprender el idioma ya es para mí un reto casi imposible: este año se gradúa y ha hecho su carrera en alemán.
Es hermoso ver que tus hijos te superen, que crezcan, que se atrevan.
Mi hija vive en México donde pinta y se aventura cada día en la selva del DF. Ha pasado momentos difíciles pero tiene algo en su alma que es invencible. No se da por vencida fácilmente.
Y sé que nunca lo hará.
Mi tercero escala montañas impensables sin miedo. Se acerca a cumbres que yo ni en pintura soñaría. Hace música desde un alma sensible y conectada. Su pasión me inspira y sé que todo lo que haga lo hará bien en su vida porque tiene una fuerza interna que ya está encendida.
Mi cuarto es un ser profundo que aprecia todo tipo de artes. Su amor por la literatura me conmueve: siempre está leyendo. Ama bailar y también compone y hace música. Se mueve en la vida con mucha determinación y planeamiento y sé que sus pasos son firmes a pesar de su corta edad.
Mis tres hijos mayores ya pusieron pie en India, dos de ellos en Mysore. Gabriel, mi cuarto retoño, planea venir conmigo el año entrante.
Mis tres pequeños están creciendo en un hogar lleno de yoga. Todos los días se mueven entre mats, clases, estudiantes, reuniones, mantras y música. Viven además con una mamá que viaja por el mundo, que va a India, que tiene un maestro. Reconocen ya cuál es el abuelo y cuál el nieto. Me preguntan. Ven mis libros, escuchan mi música, conocen a mis amigos. Sueñan con ir a India.
Y si has nacido y crecido en un hogar donde hay yoga no tenés nada más de qué preocuparte, como lo dice sabiamente Krishna a Arjuna en el Bhagavad Gita.
Yo misma fui muy afortunada porque mi propia madre me introdujo en el mundo del yoga cuando todavía era pequeña. A esta alma progresista mi eterna gratitud.
Celebro mi Día de la Madre en Alemania abrazada a mi querido hijo mayor y con el resto de mi progenie en mi corazón. Aspiro a ser alguien que deje una huella de fuerza y pasión en sus vidas. La maternidad bien llevada es en sí misma un potente camino de crecimiento espiritual que nos pide servicio desinteresado, soltar nuestros miedos y apegos y estar totalmente presentes. Desde el momento que sentimos la vida pulsando en nuestro vientre, el maestro o la maestro ha llegado a transformarnos. He tenido la inmensa dicha de sentir esa plenitud nueve veces en mi vida, aunque sólo siete perfectos seres llegaron a nacer a este mundo. Todos los nueve me han marcado, me han amado y me han sostenido a través de 26 años.
Es mi privilegio llamarme su mamá y también mi responsabilidad.
Si puedo abrirles un poco la brecha para que sean más ellos mismos cada día, considero exitosa mi labor. Si puedo ayudarles de alguna manera con mi ejemplo que la vida es tan corta y que hay que vivirla al máximo, he alcanzado mi meta más querida.
Sé que cada uno de ellos volará alto y lejos y a su paso abrirá camino para que muchos otros, incluídos sus hijos y nietos, hagan lo mismo. Y así seguiremos creciendo al infinito, sin fronteras, compartiendo el verdadero sentido de llamarnos una familia.
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