lunes, 25 de noviembre de 2013

Desapego, dulce gozo y Yoga


El Yoga que practico y enseño me ha enseñado mucho sobre desapego últimamente.  
En las escrituras antiguas de la India,  se habla de un estado natural en el ser humano llamado samadhi.  Este estado se ha  perdido casi totalmente en nuestros tiempos modernos a causa de la degeneración en la dieta y los hábitos de vida.  Hemos avanzado mucho en tecnologías sofisticadas,  pero ya no sabemos cómo ser felices.  Dejamos hace rato de buscar en el lugar adecuado.

El Yoga es una filosofía y práctica radicales que se está  perdiendo en su esencia e incluso pervirtiendo para acomodarse a intereses puramente comerciales.  Enseñar yoga se ha vuelto un negocio y cualquiera enseña o escribe un libro al respecto.   Muy poca de esta gente que dice saber ha estudiado seriamente con maestros por años.  Tal vez los han conocido o pasado unos cuantos fines de semana con ellos.

El yoga moderno se está convirtiendo,  en mi humilde opinión,  en una especie de avena sin sabor,  opaca y descolorida.  Una de las principales razones para esto es que el Yoga de verdad da miedo porque nos pide que le demos vuelta a nuestra forma de pensar.  Nos dice que nuestro propósito más importante en esta vida no es aquel de buscar el placer de los sentidos- que esto es un callejón sin salida que sólo  nos lleva a un ciclo de sufrimiento incesante.

Estamos todos tan apegados a nuestros placeres que preferimos pretender que no escuchamos esta parte.  Intentamos de todas formas cuadrar el yoga con lo que sentimos cómodo y evitamos confrontar nuestra obsesión con el mundo material-  que es exactamente lo que nos causa dolor.  

No hay vuelta de hoja:  con los apegos viene el sufrimiento.  Si buscamos el placer,  tenemos que aceptar el dolor.  Es un ciclo eterno de apegarnos a algo o alguien,  perder ese algo o alguien y luego buscar un sustituto-  ciclo que se repite hasta el infinito-  hasta que decidimos pararlo.

Esta sociedad en que vivimos nos enseña a desear constantemente.  A ser excelentes,  el mejor,  el más rico o la más bella.  El esfuerzo y estrés que nos causamos para alcanzar estas metas es enorme.  Esta competitividad es un condicionamiento profundo, pero para contrarrestar el estrés tenemos siempre nuestros "placeres". 

Vengo saliendo de un fin de semana que me situó en un lugar nuevo.   Después de dos tardes donde pude limpiar,  con ayuda de mis maestros y amigos,  el espejo de mi percepción,  me encuentro en un lugar sereno donde el placer o el dolor no son tan importantes.  A nivel físico no me siento muy bien: la gripe continúa haciendo estragos.  A nivel emocional,  sí hubo un cambio sustancial al poder liberar sentimientos y emociones anquilosados y respirar un nuevo aire.  Espiritualmente,  me siento lista para lo que venga, no importa cuán difícil,  no importan cuán arduo.  Y siento una paz profunda y ni siquiera estoy muy segura de dónde viene. 

Siento un gran desapego a los resultados de mis acciones.  A todos nos da miedo equivocarnos,  perder lo que amamos y valoramos,  pero la realidad es que,  cuando hacemos esta práctica,  sólo perdemos aquello que nos envenena.   Muchos adioses me ha dado este año y tengo que decir que me siento liviana de corazón y con mi mirada enfocada en lo importante.

Desapego no significa que no sintamos y nos duela,  sino exactamente lo contrario.  Lo que he aprendido a soltar es la necesidad de que mis deseos y expectativas sucedan.   He aprendido a dejar ir muchas preocupaciones y planes innecesarios,  incluyendo gente que consideraba cercana.   He aprendido a incrementar así mi experiencia de dulce gozo ante lo simple.  

He aprendido a crear yo misma mi propia paz.

En el pasado,  albergaba muchos sueños para otras personas en un deseo sincero de que descubrieran su verdadero potencial.  Ahora,  no tengo expectativas sobre nadie y todo lo que recibo me sorprende gratamente.  Tengo un estudiante que no cesa de alegrarme los días:  su devoción y humildad son realmente conmovedoras.  Recibe las enseñanzas como agua en el desierto y me hace recordar cuando yo misma me encontraba en ese lugar de apertura y receptividad totales ante tanta sabiduría de los maestros de esta práctica milenaria.  Sin saberlo, me enseña y me recuerda lo esencial.

Así que estoy aprendiendo a abrazar la paradoja que significa el yoga y la vida: 

el placer llega cuando suelto la expectativa del placer.
de la perfección del samtosha (el dulce gozo) se deriva la felicidad más dulce.

Y ahí voy aprendiendo a  cercenar poquito a poco esa rueda del samsara, ese condicionamiento que viene del deseo por el placer y la huída del dolor...hasta que otro placer nos alivia el dolor y ahí seguimos.

Estoy aprendiendo a no usar mi yoga como "algo" que se acomode a mis necesidades.  Sé que hacerlo impide cualquier beneficio que podría derivar de esta práctica.  Mi yoga ya no es algo calientito,  cómodo  y "fashionable" que calza en mi mente materialista occidental,  producto de mi cultura.  Se ha vuelto un lugar real,  pleno de obstáculos y retos por vencer. 

 Como mi vida,  con su mismo sudor, lágrimas y miedos. 


~ Así que de nuevo siento que estoy nuevamente empezando.


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