domingo, 10 de noviembre de 2013

Dejar ir

Preparamos la leña,  el temascale y los instrumentos con todo cuidado.

La jungla se iba oscureciendo y en el cielo apareció una nube en forma de flecha, justo sobre nosotros.  La flecha dio paso a una luna rosada que nos iluminaba mientras íbamos entrando al ombligo de la tierra.

Las abuelitas nos llevaron a un viaje intergaláctico.  En la oscuridad más absoluta,  sentí el dolor en mi corazón que se materializó en mil hormigas que subieron mi cuerpo.  Hormigas literales,  diminutas y potentes en su fuego.  Esto adicionado al calor penetrante de las piedras sagradas y el vapor de agua que llenaba  el espacio,  empezó a destrozar mis defensas.  Los cantos llenaban la noche,  mis acompañantes sostenían con amor el lugar sagrado de la transformación.

El efecto fue devastador:   en mi tercera noche de ayuno,  mi cuerpo estaba listo para soltar.  Lloré y lloré un llanto contenido por años.  Sentí como energías viejas dejaban mi ser.  Sentí el abrazo de la tierra y la luz de las estrellas.  Y después,  todo se detuvo.  Mi cuerpo inerte sobre la tierra húmeda entró en un savasana espontáneo donde literalmente me quedé pegada al suelo. No podía moverme.  Sentía la tierra que me jalaba y extraía dolor por toneladas:  dolor de traición,  dolor de abandono,  dolor de incomprensión.

Después de varias horas de sudar,  llorar,  maldecir y cantar;  después de sentir el agua fresca en mi piel limpiar el barro y los restos de hormigas diminutas,  caí en un estado de éxtasis que continuó toda la noche hasta hoy.  Amanecer en esta tierra poblada de sonidos de sapitos,  gallos,  perros y pájaros nutre mi alma.  Me siento suave y delicada por dentro.  No hay más pensamientos negativos y rencores.  Sólo el dulce aroma de la selva y la presencia de la jungla en mi corazón.  Mi corazón se volvió verde,  café y azul,  los colores de los árboles,  la tierra y el mar.  En mi mente comprendo la necesidad de un cambio generoso,  un cambio que sea congruente con este nuevo color.

Tierra es mi cuerpo
Agua mi sangre
Viento mi aliento y
Fuego mi Espíritu.

Gracias a estos hombres y mujeres que me han ayudado a recordar que nuestro papel en este mundo es estar más conectados y amables los unos con los otros y con el regalo inmenso de este planeta.  Ya ni siquiera tengo hambre,  sólo hambre de espíritu y necesidad de respirar aire puro y nadar en ese mar turquesa que me espera a la vuelta de la esquina.

Hacia ahí me dirijo.

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