miércoles, 13 de noviembre de 2013

Cuerpo o mente?

Día seis y siete de ayuno:

Ayer empecé a sentirme un poco incoherente.  Me venía una idea de algo que tenía que hacer y de pronto,  cuando estaba lista para hacerlo,  se me olvidaba.  Dí varias vueltas en U durante la mañana y después de mediodía empecé a sentirme bastante mal.

Mi cuerpo estaba listo para salir.  Traté de no escucharlo y de hacerme la valiente.  "Diez días es la meta"- decía mi mente acostumbrada a ir más allá de la comodidad.  Pero en la noche ya empecé a sentirme muy débil y por supuesto,  de muy mal humor.

Con la gentileza de un bebé que uno arropa por primera vez,  mi cuerpo pedía ser escuchado.  El dilema mente-cuerpo es uno ya conocido para mí.  Me he acostumbrado en los últimos trece años a ir más allá de lo que mi mente pueda pensar.  Me he castigado. He hecho mi práctica con dolores,  enferma,  trasnochada...you name it.  Hasta una vez rompí la regla de oro de no practicar en luna llena:  mi cuerpo me lo recordó por los próximos dos años con una lesión en la escápula derecha que aún hoy día siento.

Así que opté por actuar diferente:  opté por escuchar al sabio cuerpo que,  a través de sensaciones  me estaba gritando que necesitaba glucosa para el cerebro,  que la acidez en la sangre era ya insoportable y que la limonada era simplemente inaceptable.  Sensaciones que tomaron una voz,  una expresión,  un mensaje importante.  Sensaciones que me recordaban que era tiempo de cambiar de rumbo.

El agua de pipa llegó como néctar en el desierto.  Después de muchos días de limón  el paladar se desensibiliza.  El sabor aterciopelado de esta agua dulce me llenó de paz.   Y me dormí con la certeza de que estaba dando el paso correcto en la dirección correcta.


Esta mañana en la práctica de madrugada,  mi cuerpo me dio las gracias.  El dolor en el hombro y la debilidad cedieron.  Volví a sentirme equilibrada y fuerte.  Pero fuerte desde un lugar distinto:  desde mi propia fragilidad.  Acepté que en cada etapa tenemos demandas distintas y que cada momento es una oportunidad para tomar decisiones más acertadas.  Definitivamente,  continuar con el ayuno hasta el sábado hubiera sido violento.  Y probablemente no hubiera podido lidiar con los quehaceres de tres bebés pequeñitos,  dos adolescentes,  un marido y muchos estudiantes.

Mi cuerpo se siente feliz.  Hoy recibí la visita de una querida amiga de afuera y desayunar con ella fue un verdadero banquete.  Mi batido verde me supo a gloria.  Observaba su omelette y su mocchaccino desde otro lugar:  sin apegos ni deseo.  Creo que esta experiencia me ayudó a soltar el apego que todos tenemos a la comida como una forma de compensar cuando nos sentimos tristes o solos.  La comida se vuelve la salsa de la vida.  Por supuesto,  la vida sin comida es un poco monótona.  Pude apreciar la diversidad,  creatividad y belleza que comer implica.

Pero también, pude encontrar un lugar profundo-  y todavía lo tengo aquí metido entre pecho y espalda-donde estoy bien incluso sin comer.  El ayuno me regaló una conexión más real y vívida con el Prana o fuerza de vida.

Y esa siempre está ahí,  hasta el último día.


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