domingo, 7 de julio de 2013

Silencio

Hace días vengo contemplando la idea de llevar una vida más silenciosa.

Tengo el privilegio de tener un trabajo que puedo hacer en silencio,  con muy pocas excepciones.  El constante beep de mi teléfono y yo hemos entrado en conflicto últimamente:  me interrumpe constantemente cuando estoy con mi familia,  con un libro que amo o simplemente siendo.  Me doy cuenta de que mi vida ha transcurrido en los últimos tres años entre los compases de espera de un mensaje,  correo,  texto o vinazo y otro.   Se terminó.

Quiero recobrar mi vida.  Esa vida donde puedo sentir espacios personales que fluyen sin interrupción, como un río sereno y relajado.  Quiero levantarme en las mañanas naturalmente y abrazar de primero a mis bebitos,  tomarme un té saboreándolo y hacer mi práctica sin preocupaciones de la acumulación de mensajes en un par de horas.

Quiero recordar y escuchar mi propia voz en vez de sentirme invadida por millares de otras- otras muy inteligentes e interesantes, tengo que admitirlo- pero no la mía en fin.

Me considero una de muchos allá afuera que hemos sucumbido a la tecnología en aras de sentirnos "informados".  Hoy leí la Nación en papel después de muchos días de haberla sustituido por internet:  fue realmente un placer pasar la páginas del periódico,  la sensación táctil de mis dedos mientras leía con calma letras e ilustraciones sin prisa acompañada por un delicioso café humeante.  Mientras leía un artículo sobre los ticos y las relaciones,  recordaba todos los años en que mi teléfono me sirvió sólo para comunicarme cuando lo necesitaba.  Cuando era un instrumento y no un tirano.  Y mientras saboreaba el ritmo y la cadencia de un desayuno de domingo,  tomé la decisión pospuesta desde hace días de cerrar mi cuenta en las redes sociales.

De mis dos mil y pico amigos,  muchos de ellos muy queridos,  otros desconocidos,  varios me escribieron alarmados para saber si todo estaba bien.  Ja ja...exactamente, todo está muy bien.  He decidido recobrar mi vida,  mi privacidad y la de aquellos que amo.  Quiero pasar desapercibida.  Mi maestro en India fue un vivo ejemplo de eso,  nunca escribió nada públicamente, sólo un libro que salió casi al final de su vida.  Vivió anónimamente haciendo el bien por muchos años y tuvo más estudiantes que ningún otro en el mundo.  Su arma secreta era el Shakti y la bondad,  no fotos fuera de contexto que a veces agranden nuestros méritos.  Era un maestro humilde y de bajo perfil y hacia eso quiero gravitar.

No niego que me dolería perder contacto con gente que aprecio y con muchos otros que me han enseñando todos los días inmumerables lecciones a través de sus posts.  Voy a extrañar especialmente a mi amigo Jodorowsky,  que aunque no lo conozco,  siento cerca de corazón.  Así que mañana mismo voy a comprarme uno de sus libros,  reliquias de pasta dura y papel que venden en unos lugares ya vacíos llamados librerías y voy a leérmelo de cabo a rabo--como hacía en la época añorada cuando tener un libro entre las manos,  tiempo en silencio para estar conmigo misma y unas buenas medias de lana era todo lo que necesitaba.

Dejo atrás el corre y corre de lecturas superficiales que ha sustituido tiempo de calidad con autores de peso.  Dejo atrás la adicción a sentir que si no estoy conectada me estoy perdiendo de algo.  Sí, me he estado perdiendo de mí misma y de la vida que transcurre mientras yo estoy pegada a una pantalla.  Veo la gente en la calle con los ojos en su teléfono en vez de su interlocutor y me entristezco.  Me veo a mí misma en los últimos tiempos y no me reconozco.

Silencio añorado.

Los verdaderos amigos me llamarán- si tiene que suceder.   Nos tomaremos un café,  daremos un paseo,  charlaremos de la vida y de la muerte y nos reiremos en vivo y a todo color: de cómo dejamos de vernos por sentir que estábamos artificialmente conectados a máquinas frías y fotos congeladas.

 De cómo pudimos franquear el obstáculo de los tiempos modernos para recuperarnos y vernos cara a cara.

Domingo 7:  Día feliz para mí.
Vuelvo a la vida.

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