domingo, 14 de julio de 2013

Barco de amor

Vengo saliendo de cinco días a bordo de un barco muy particular.

Este barco tiene un capitán,  una tripulación y también pasajeros.   Entré en esta aventura el miércoles pasado después de una intensa resistencia a navegar los mares tempestuosos que sé frecuenta- porque ya en el pasado lo he tomado varias veces.  Mi mente se negaba a participar,  mi corazón estaba como una tapia y la visión nublada por completo.  Hasta que finalmente recibí un mensaje directo del capitán:  "A bordo.  Ya nos vamos."

A este capitán lo conozco desde hace muchos años y su llamado resonó en mi corazón y lo despertó.  El "sí" llegó la madrugada del martes,  la noche anterior al zarpazo y no pude dormir hasta que envié el mensaje confirmando que iba.   Desde ese momento hasta ahora que escribo,  el tiempo pasó en un instante.  Cinco días intensos,  de los más intensos que he vivido en mi vida,  y hoy me siento confiada,  serena,  con paz en mi corazón y con esperanza por el futuro.

Había caído en un nihilismo permanente sobre mi condición humana y este predicamento de impermanencia.  Había descendido a lo más oscuro de mis miedos y resistencia.  Me sentía perdida y desubicada en mi vida,  como si estuviera viviendo la vida de otra persona en cuerpo y mi mente.  Estaba fuera.  Desconectada. 

El capitán nos invitó en estos días a navegar aguas tormentosas y desconocidas de día,  de noche y de madrugada,   pero contaba con herramientas poderosas para no dejarnos claudicar.  En primer lugar,  las ansias de trasmitirnos su  fuerza.  Hace meses que vengo tratando de reconectarme con ese centro visceral que no necesita explicaciones sino sólo sentirlo.  Y pude accesarlo con su guía y ejemplo.    Más allá de mis conceptos e ideas de cómo hacía para regresar ahí,  estar en su presencia y en la de otros líderes del grupo encendió de nuevo la chispa en mí.

En segundo lugar,  no hay palabras para describir la fe de este capitán de que su barco estaba en buenas manos.  Esta fe y confianza contagiosa sostuvieron la embarcación en medio de vientos huracanados,  cielos oscurísimos y supe que la fe va más allá de la mente y que es un regalo de la Gracia.

Y por último,  mi capitán es un ser muy sabio a pesar de su corta edad,   no pasa del medio siglo.  Y su humildad al respecto es realmente admirable.  En todo momento recalcó que todos hacíamos el mismo esfuerzo de sostenernos y que su papel era igual de importante de aquel del que limpiaba los baños o servía las bebidas.

La tripulación de este barco son amigos de años,  gente que quiero y respeto.  Con ellos me siento segura porque sé que anhelan lo mismo que yo.  Somos almas parecidas que nos cansamos de buscar alivio al dolor vital a través de productos empaquetados,  la terapia de moda o la evasión a través de soluciones triviales.  Somos gente un poco rara,  he de decir.  Nos encanta sacarle el jugo a estos cuerpos,  llevar nuestras mentes al límite y lanzarnos al vacío.  Compartimos un backbone que nos empuja a estar constantemente ardiendo.  No sé si será una ventaja o un problema,  pero sí sé que cuando estoy en su compañía siento que puedo hacer cosas que no haría sola.  Me inspiran a seguir adelante y no darme por vencida.  Para mí son unos superhéroes.

El barco invita a los pasajeros a tener una experiencia maravillosa que les devuelve algo.  Lo he constatado después de numerosos viajes como pasajera y como tripulación.  El milagro siempre sucede.  Recuerdo que en mi primer viaje,  llegué hecho un puño,  desolada por la dureza con que a veces puede tratarnos esta vida impredecible.  Me recibió un grupo de amigos verdaderos:  no esos que te pelan el diente y te dicen cosas lindas que la mayoría de las veces no sienten.   Esos no me funcionan para avanzar espiritualmente.  Amigos que lo quieren a uno lo suficiente como para jalarle el aire cuando lo ven despistado,  oscuro o con miedo.  Amigos que lo están dando todo y que por osmosis lo contagian a uno de esa intensidad y presencia.  Amigos que aspiran a vivir esta corta vida en HIGH,  a 100 millas por hora, porque saben que estamos todos corriendo la carrera de Dios,  que nuestro tiempo es muy limitado y que sólo podemos ganarla.

Después de cinco días en buena compañía,  dando todo y más de lo que me imaginaba que podía dar,  sacrificando comidas y sueño por contribuir humildemente a esa causa,  escribo transformada,  inspirada y sensible.  No voy a decir que me siento feliz,  no.  La palabra es que me siento conmovida y creo que así continuaré por el resto de mi vida.  Me conmovieron muchas cosas durante este fin de semana y cito sólo unas pocas para no olvidar.

Me conmovió la entrega de un hombre que nos guió como segundo de a bordo cuando atravesamos el Triángulo de las Bermudas interno.  Lo veía enfocado y sereno,  incluso amoroso y suave a pesar de que en muchos casos sentí que ya estaba bajo el agua y no podía respirar.  Su calma amorosa me enseñó en estos días a vivir en el filo de la cornisa con una sonrisa y mirada dulce.  No tengo cómo agradecerle.

Me conmovió una mujer que pasó los cinco días fuera del cuarto coordinando las comidas y logística externa.  Para los que estamos adentro,  es muy hermosos compartir la energía.  Ella,  sin embargo, ella no pudo disfrutar ni de las meditaciones ni de la compañía de los pasajeros,   pero  ni por un instante la sentí separada o en resistencia,  sino totalmente abierta y feliz de estar dando.

Me conmovió una joven hermosa,  la más joven del grupo de la tripulación.  Entregada de corazón a esto a tan corta edad, comprendí que en edad cronológica me lleva vidas por delante.   A su lado me sentí un poco más abierta,  recuperé la fe en la especie humana y recordé lo lindo que es dar,  en cualquier forma, momento o edad.

Estos cinco días me devolvieron una inocencia que se había sepultado debajo de juicios sobre mí misma ante mis errores y carencias.  Disfruté tanto ir más allá de mi zona de confort y aprendí con el gozo de la mente del principiante.  Mi corazón se siente tan dichoso de haberle apostado  a este barco, una vez más.  A veces creo que desciende a los infiernos más espantosos,  pero luego me deposita siempre, al cuidado de mi capitán,  en una isla nueva.  La de hoy está rodeada de aguas azul esmeralda,  llena de cocos frescos que calman mi sed y acompañada de un puñado de seres humanos extraordinarios.  Aunque no los tengo en este momento físicamente a mi lado,  calaron profundo en mi corazón y ahí continuarán por siempre.

De alguna forma me siento como el patito feo que siempre sintió que no pertenecía.  Hasta que un día vio reflejada su imagen en el rostro de otros cisnes y comprendió que toda su vida pasó tratando de ser parte de un mundo que no era el suyo.  Finalmente pudo nadar a gusto son sus amigos,  cruzar las aguas veloz admirando su reflejo perfecto en el agua.  Con la primera sonrisa de su vida.

Feliz porque su imagen reflejaba también la belleza del cielo y la inmensidad del firmamento.


Y fue ahí,  en esa inmensidad,  en esa conexión con el Todo y en ese Amor donde pudo finalmente reconocerse.

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