sábado, 20 de julio de 2013

La clave de una mente tranquila son las relaciones

Toda mi vida he leído descripciones del estado iluminado por doquier,  pero por más inspiradoras que sean estas descripciones me doy cuenta de que son tan útiles a la hora de enfrentar la vida como lo es un manual de cómo aprender a nadar cuando nos estamos ahogando.

En esos momentos límite lo que necesito es algo que me ayude a mantener la cabeza fuera del agua.  Tengo muy claro que me ahogo porque se me olvida quién soy en verdad y vivo en un estado de obnubilación y confusión.

Realizar esto implica necesariamente,  reconocer mi conexión con todo y todos.  Dice una hermosa escritura india muy antigua,  el Isha Upanishad:

Aquellos que ven a todos los seres en sí mismos
y a sí mismos en todos los seres
renuncian al odio.
Cómo podría la diversidad de la vida
confundir a aquel que ha realizado su unidad?

Fluctúo como muchos de nosotros entre el sufrimiento que viene de la convicción de que estoy separada y la realización de que soy Uno con todo y con todos.   A veces me siento como si estuviera en el Titanic,  con la certeza de que sé adónde se acerca este barco y trato de cambiarme de asiento como si eso fuera de algún modo a impedir el desenlace.  Absurdo!    Estoy en el mismo barco con todos mis hermanos y hermanas,  seres vivos y sensibles y el viaje tiene un destino final igual para todos.  No puedo evitar sentir más que compasión por mí misma y por todos los que viajamos en este barco de la vida.

Innumerables veces he tratado de cambiarme de asiento,  como si eso fuera a hacer la diferencia.  Creo que estar en el deck de primera clase va a hacer todo más fácil que en las barracas.  No es así.  En todo el barco,  comparto con mis compañeros pasajeros las mismas limitaciones mentales que nos oscurecen el viaje.  Y esto me invita a desear que nos  acompañemos y apoyemos en esta efímera existencia.

A menudo me siento fatigada,  inerte, con dudas,  perezosa,  hacia afuera,  desconectada y evasiva.  Luego depresiva,  frustrada,  desesperada,  inquieta,  incapaz,  enojada y decepcionada.  Sé que todos los pasajeros compartimos estos estados:  a veces se ponen tan densos que uno quisiera echarse por la borda.  Y he aquí donde la compasión mutua,  una compasión enorme por nuestro predicamento,  hace el milagro.

El primer paso para la paz mental consiste en limpiar nuestras relaciones.  Las relaciones es lo que más perturbación puede causarnos en la vida. Cuatro actitudes van a ser nuestro salvavidas y nuestra forma de enfrentar los retos de la vida y del viaje.  Estas cualidades del corazón van a eliminar y evitar más tensión y sufrimiento.  Son simples y tengo el firme deseo de aplicarlas de ahora en adelante en cualquier circunstancia.

La primera es ser amistosa con mis amigos.  Esta me parece muy fácil.  Conozco tanta gente linda y me alegra verlos y compartir con ellos.  Pero sé que puedo estar todavía más presente para ellos de maneras más reales:  apoyándolos,  escuchándolos,  compartiendo tiempo y espacio.

La segunda es tener compasión por aquellos que están sufriendo.  También parece bastante fácil y natural.  Sin embargo,  sé que me he endurecido para no sentir el dolor del prójimo.  Toda nuestra sociedad nos invita a anestesiarnos por la magnitud del sufrimiento en el mundo y nuestra relativa impotencia para hacer algo al respecto.  Necesito tener más empatía,  romper esa división arbitraria entre mi yo personal y el universal.  Anoche contó un amigo cercano la experiencia de estar presente en un accidente y ver morir frente a él a un niño pequeño.  Pude sentir el dolor de este angelito en sus últimos momentos y realizar que su dolor es mi dolor.

La tercera es la actitud de ver lo bueno en los demás.  Escojo ver la divinidad en el otro,  en vez de sus fallos.  Todos los que hemos estado en relaciones íntimas sabemos lo difícil que es esto,  especialmente cuando hemos visto los defectos del otro tan de cerca.  Quiero intentar librarme de este crítico interno,  este monólogo que ha consumido tanto de mi energía últimamente.  

Esta actitud también se manifiesta celebrando los éxitos ajenos y la prosperidad de los otros con la misma genuina alegría con que celebraríamos los nuestros.  Nuestra cultura costarricense nos ha enseñado precisamente lo contrario:  cuando alguien triunfa,  hay que serrucharle el piso para que no destaque.  Es como un bumper sticker que vi una vez:

"Dios,  por favor,  si no puedes hacerme flaca haz a todas las demás gordas como yo."

Vivimos obsesionados por la competencia,  aprendemos a percibir el éxito de otro como una amenaza al nuestro.  Incluso,  hemos llegado al punto de sentirnos complacidos de ver fracasar a otras personas.  Cuán a menudo celebramos el éxito de los demás?

Esta tercera actitud se vuelve fácil si frecuentamos buena compañía,  gente que ya ha alcanzado algún grado de consciencia espiritual.  Tengo la gran dicha de estar cerca de mucha gente así. Si queremos saber lo que es la paz,  frecuentemos gente pacífica.  Sé que puedo aprender más sobre el amor en compañía de personas amorosas.

La última actitud-la más difícil para mí- es practicar la imparcialidad y desapego hacia aquellos que me han dañado y herido.  Este es el cinturón negro.  "Ama a tus enemigos",  dijo el gran Maestro.

 Oh Oh.

Puedo intentar soltar la amargura,  incluso poniendo límites sanos.  Lo que esto significa es que tengo que soltar la "historia" y liberarme del veneno del resentimiento.  Hacer lo contrario es atormentarme al negarme a soltar algo que,  en último instancia,  no puedo cambiar.

No tenemos que ir tan lejos como decía Jesús y amar a nuestros enemigos.  Lo que se nos pide aquí es tolerancia.  Lo que sea que estamos rechazando en el otro,  lo rechazamos en nosotros mismos.  Lo que odiamos y tememos en el otro,  odiamos y tenemos en nosotros también.

Inicio mi día meditando sobre cómo poner en práctica estas cuatro actitudes.  Mi deseo es que mi mente esté tranquila y reaccionar menos al comportamiento de los demás.  Ninguna práctica espiritual sirve si sigo atrapada en la ira,  el miedo y estar continuamente a la defensiva.  No importa cuán espiritual me considere,  de nada me sirve si hiero a mi hermano o hermana con mis acciones, palabras o pensamientos.

Inicio mi día y el resto de mi vida revertiendo esta tendencia y con la firme intención de ser amiga de mis amigos,  compasiva con los que sufren y desapegada con aceptación de lo que piensan o actúan los demás.  No sé cuál será el desenlace, pero sí sé que mientras escribo estas letras regresa a mí una genuina esperanza de que el viaje en este barco no es después de todo tan malo:  mis compañeros de viaje hacen que valga la pena.

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