martes, 20 de diciembre de 2011

Oír sin escuchar

Hace unos días escribí que un viaje a la India mueve muchas cosas a nuestro alrededor.  Por lo general,  la primera reacción de la gente es:  "pero es muy sucio y huele muy feo!  cómo vas a ir ahí otra vez?"...y uno se queda pensando en qué lado del cerebro viven.   Para alguien cuyo hemisferio izquierdo es predominante- la parte en todos que quiere todo muy controlado,  ordenado y perfecto- India es el mayor reto.  Todo ahí es impredecible!  si uno va a la estación de tren,  no saben hacer fila!  y como son tantos,  básicamente hay que lanzarse al molote...a menos que haya en esa estación una ventanilla para turistas.  Esa sí es una salvada!
Mi papá tenía ganas de ir con nosotros,  sin embargo,  hizo una encuesta entre 10 amigos suyos que habían ido y todos le dijeron que jamás regresarían (!).   Uno ama u odia India,  pero no hay grises en esto.  Los que ya vivimos enamorados creo que compartimos una visión más allá del caos,  de la multitud y del ruido externo.  Compartimos una vibración.  Osho decía que en India han confluido tantos santos, yogis y meditadores,  que necesariamente para aquellos que andamos en esta onda se siente algo...yo lo identifico desde que me bajo del avión.  Es un cierto olor,  mezcla de incienso,  tierra,  orina,  sangre,  heces y curry.  Es indescriptible,  pero lo amo.  Hay una gran libertad en caminar por las calles sucias y alegres,  donde las sonrisas blancas de la gente en sus rostros oscuras nos reafirman el Samtosha (la capacidad de estar bien en cualquier circunstancia).  La marejada de colores de los saris, los turbantes,  la comida es una fiesta para los sentidos.  El silencio interno se siente más claro en medio del bullicio de los dialectos ininteligibles,  los rickshaws escandalosos (motos con carrocería que son el medio más popular de transporte)  ...gallinas,  chanchos,  vacas sagradas por doquier...vendedores ambulantes,  niños de todas las edades,  mujeres sumamente elegantes y coquetas...India es un billón de personas que pululan y conviven en este subcontinente que lo tiene todo:  las montañas más bellas, los Himalayas...las playas más serenas en el Mar Arábico...el fluir de los ríos Dioses como el Yamuna y el Ganges, lo sagrado de los santuarios y templos.  Es un caleidoscopio de la vida.  Es esta dimensión en que vivimos en su máxima expresión.  No todos están listos para ver la muerte en cada esquina, el hambre y pobreza extremas,  así como las fiestas más coloridas y la comida más deliciosa.   Pero para aquellos que este país nos llama,  India nos recuerda lo sagrado,  lo permanente,  lo que no cambia.
Cuando compartimos con la gente nuestro deseo de ir a este lejano país,  generalmente nos encontramos con gran resistencia.  Oímos sin escuchar,   agradeciendo el comentario pero sin internalizarlo.  Sólo alguien que comparta nuestra búsqueda espiritual entenderá la razón para sumergirnos de cabeza en este mundo exótico y desordenado.  Sólo aquel o aquella que se haya aventurado en su propio caos interno resonará con este país de belleza diferente.  No es el destino turístico por excelencia,  aunque uno podría evadir lo incómodo en el Expreso de Oriente y hoteles de cinco estrellas. Pero más bien,  el anhelo es hundirme en los olores nuevos,  tan familiares y disfrutar cada paso que ensucia mis sandalias...con mucho agradecimiento por tener el privilegio de abrazar todo lo que soy,  luz y sombra por igual.

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