sábado, 15 de junio de 2019

La espiral descendente: el Vacío es una cama de plumas continuación


A través de los años experimentamos todo tipo de montañas rusas:  momentos de gozo supremo seguidos de etapas de mucha soledad,  incertidumbre y miedo.  

Esta es la rueda de la vida y algunas veces sube y otras desciende estrepitosamente,  a gran velocidad, sin ningún sentido y sólo la fe en que hay algo más grande guiándonos en la oscuridad y la incerteza nos permite continuar.

Entré en la espiral descendente a partir del año 2012.  Cuando mi hijo Matías,  el más pequeño,  cumplió 1 año,  ese mismo día supe que tenía que terminar mi matrimonio.   Cuando una relación pesa,  cuando los altercados son más que las conexiones,  cuando el otro piensa distinto en muchas cosas y no encontramos ese cordón al corazón,  es hora de sacar la espada. Algunos se quedan en relaciones mediocres y ahí envejecen,  quejándose de su destino y echándole la culpa de su infelicidad al otro.  

Otras tomamos acción.

Yo ya sabía que estaba con mi entonces esposo más por los niños que por mí misma.  Me despertaba muchas veces en la noche con una sensación de ahogo en el pecho.  Lloraba y me volvía a dormir,  atrapada en una noria de cotidianidad donde mis hijos eran una distracción que me permitía sentirme útil,  pero al mismo tiempo sufría de angustia existencial,  tristeza constante y mucha apatía.  Coincidió todo esto con el efecto de mi práctica de segunda serie diaria,  donde las emociones de atrás empezaron a aflorar.  Me sentía sombría y desmotivada ante la vida misma a pesar de mi práctica.  

Era una ironía todo esto:  tenía a mis hermosos hijos,  todos maravillosos,  sensatos,  intensos e inteligentes.  

Por qué no podía ser feliz?  


Por qué no podía acoplarme a este tren que ya iba rumbo a no sé dónde pero que contaba con la aprobación social,  un estudio floreciente y una fachada de pareja que parecía ideal?



Las profundidades de la psiquis femenina son difíciles de comprender,  incluso para nosotras mismas.  Leía y releía mi libro preferido,  Mujeres que corren con los Lobos, buscando una respuesta.  Sabía que era una loba y como loba,  nuestra prioridad es cuidar de nuestros cachorros.  Pero también leía sobre la importancia de seguir la intuición y ver más allá de las apariencias.  Lo vital de seguir mis instintos y no contarme la historia de la familia feliz cuando la madre y esposa vivía una crisis existencial de quién nadie más se percataba.

Continúe mi camino en el yoga, profundizando y aprendiendo.  Hicimos en mi estudio de yoga un curso de filosofía por un año completo con un grupo de maestros y fue un año de gran transformación para todos.  De ese grupo muchos irían a Mysore en India a conocer y practicar con mi Guru.  Todos y cada uno de mis estudiantes seres comprometidos, serios y dedicados y muy buenas personas.  

Al finalizar el curso comprendí que era momento de ser fiel a mi corazón y le pedí a mi entonces esposo que se fuera de mi casa. Necesitaba espacio para pensar y sentir qué seguía.  Si este yoga era cierto, necesitaba ser coherente y escucharme sin interferencias.

La despedida fue dolorosa.  Había mucho amor y también muchísimo apego.  Desgranar mi familia se sentía como arrancarme un brazo.  No podría estar en paz por muchos meses,  noches diarias de insomnio,  tristeza,  constante ansiedad pero también una sensación de libertad que necesitaba y reconocía.  No sabía qué me traería el futuro y ahí fue cuando empecé a escribir este blog.  Ahí fue que necesité compartir lo que me pasaba porque me ayudaba a decantar todo el arsenal emocional en que me encontraba sumergida.

Después de tres meses de separación,  dramas,  reencuentros,  citas con psicólogos de pareja y niños extrañando al padre,  además de la presión de las familias para una reconciliación,  comprendí que tenía que soltar de nuevo mis planes y regresé a la relación a regañadientes.  Regresé no por mí sino por el bien de los niños,  eso me decía a mí misma.  

Hicimos múltiples acuerdos en un intento final de superar nuestras limitaciones propias como personas y reeconectarnos desde el lugar profundo y amoroso que nos había unido. Sin embargo,  el intento fue en vano-  a pesar de que estuvimos juntos dos años más.  

Empecé a recibir muchas invitaciones para enseñar y cada viaje me conectó más conmigo misma,  mi práctica y mi enseñanza.  Decidí hacer esos viajes sola y abrazar Mi Dharma, como dice el Bhagavad Gita.  Estaba en Holanda enseñando cuando comprendí en una llamada que todo se había terminado.   Uno reconoce el instante preciso en que continuar en una relación daña más que dar la estocada final.

Fue un regreso profundamente triste a Costa Rica seguido de la partida de mi ex esposo de la casa y los trámites para un divorcio que se negoció en términos muy civilizados y tomando en cuenta mi estilo de vida que implicaba viajes continuos a India y trabajar en el extranjero y el bienestar de nuestros tres pequeñitos que eran siempre nuestra prioridad.

Del 2014 al 2017,  mi vida se expandió de maneras inesperadas y muy gratificantes.  Mi energía estaba más libre y comencé el proceso de creación de mis sueños a mayor velocidad.   Continué mis viajes a India y mi maestro Sharath me introdujo en el reto de la Serie Tercera,  la Serenidad Sublime.  

Libre de embarazos finalmente,  pude darle rienda suelta a todo el fuego que me quemaba por dentro entre el duelo por la relación y la incertidumbre del futuro.  Los meses en Mysore fueron mi oasis y el origen de los cursos que empezaron a suceder en Costa Rica y que llegaron a ser más de 12 en toda Latinoamérica para compartir el método y sus beneficios.  

Muchos de estos estudiantes terminarían también en Mysore. 

Viajé por Latinoamérica y Europa enseñando.   Sostuve grupos grandes de practicantes en mi casa y shala en Costa Rica,  gentes de muchos países que viajaron a profundizar sus prácticas y algunos de ellos a vivir conmigo y mis niños por varias semanas. 

Comprendí el sentido de que el estudiante viva con su maestro pues es en las acciones del día a día que comprendía las cualidades de las posturas de mis discípulos.   Sus rasgos de personalidad eran claros a la hora de cooperar en las labores de la casa,  el cuidado de los niños,  el seva o servicio al grupo y todo el día a día que es donde se muestra a un yogi-  o a alguien que sólo hace asana.

Hay una diferencia importante entre los dos.

En estos años de entrega conocí yogis amorosos,  seres de luz con prácticas limitadas y también conocí acróbatas que eran egoístas y ensimismados.  Pude experimentar en carne propia la inconsciencia  pero también la amabilidad de aquellos con quiénes sigo conectada hasta hoy en día a pesar de la distancia.   Entendí que el yoga es una máscara que puede esconder muchos demonios y que ver detrás de la máscara no es para todos.  Comprendí que como maestra podía ayudar a ver detrás de muchas máscaras y di mi mejor intento para apuntar a los puntos ciegos.

Algunos lo tomaron con madurez,  otros reaccionaron muy enojados.  Comprendí la frase que dice que los maestros llevamos cicatrices por todo el cuerpo producto de los mordiscos de aquellos a quiénes intentamos ayudar.  Los egos son implacables y en un instante pueden voltear a un practicante de años en cruel enemigo.  


Estando en India en mi viaje número 12,   recibí la invitación a considerar la posibilidad de ser embajadora de mi país Costa Rica en India.   Recuerdo que de pronto sentí que la vida finalmente me respondía el anhelo de mi corazón de años de vivir en un país que amo,  un país que me ha transformado en todas las dimensiones.  

Había llegado el momento de desplegar mis alas.  Había llegado el momento de unificar en esa oportunidad la preparación académica de mi primera vida:  la vida de abogacía con mis maestrías que nunca había comprendido bien para qué eran pero que me daban el boleto académico para accesar el puesto y la vida en India,  el país que espiritualmente me despertó.  

De pronto, todo se conectaba.  Todo coincidía. 
La sincronicidad del cosmos llamándome al otro lado del mundo.

No tenía idea de las consecuencias que esta decisión de vida tendrían para mí, mi familia y mis niños.  No anticipaba la devastación que conllevaría anhelar conectar mi corazón a los dos países que amaba.  

No podía imaginar que esta decisión me pediría entregar lo que amo.












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