martes, 25 de junio de 2019

El miedo no existe

Hoy son siete meses desde que salí de Costa Rica. 

Hoy son siete meses que no veo a mis niños y el sistema legal no se mueve.  Hoy son siete meses que podría haber pasado deambulando en una casa vacía,  perdida y con el corazón roto y los ánimos por el suelo,  impotente ante un veredicto injusto y parcializado de una jueza que antepuso el patriarcado antes que a mi familia.

Siete meses que una apelación cuelga en algún lugar de un tribunal atiborrado de expedientes donde los afectos humanos no cuentan,  a pesar de ser lugares que supuestamente protegen la familia. 

Hace muchos años tomé una decisión y esa fue buscar hacia adentro.  Encontré una respuesta clara en medio de todo el caos que destruyó mi vida en Costa Rica y la dirección era afirmar la vida...en este caso la mía propia.  

Una madre destrozada no puede luchar,  no puede comer ni dormir.   Una madre deprimida no sirve de nada.  
Una madre sin corazón es un zombie sin vida.

Así que a pesar de mí misma,  escogí la vida.  

Escogí la verdad.  

Escogí ser consecuente conmigo misma y también con mi causa. 

Escogí no obedecer un veredicto indigno,  un veredicto absurdo.  

Escogí retraerme y recuperarme.  

Escogí no darme por vencida por ningún motivo porque mis niños me necesitan entera y fuerte y sobre todo,  alerta y viva.

Escogí también compartir públicamente mi caso para denunciar las atrocidades que leyes mal aplicadas pueden causar en las familias en mi país,  Costa Rica.  Escogí no quedarme callada,  aunque ya haya recibido sendas amenazas de muchas personas por ¨hablar de más.¨  Puedo escribir con tranquilidad porque lo que escribo es cierto-  no voy a estas alturas del partido  a utilizar la mentira como herramienta de comunicación.   Mi compromiso con mi práctica espiritual me lo impide pero ante todo,  la integridad de una madre que ama,  ya que un día mis hijos víctimas de este ultraje,  leerán estos escritos. 

Ser verdadera.  Hace muchos años pedí verdad,  pedí verlo todo aunque fuera doloroso.  Pedí que cayeran los velos de mis ojos,  aquellos que siempre pensaban lo mejor del otro y se hacían la vista gorda ante el abuso y la manipulación.  Pedí que se me mostrara todo:   la verdadera cara de mucha gente que a mi alrededor me pelaba el diente y me metía el puñal por la espalda.  

Todo se ha mostrado,  bendito Dios.  TODO.  He masticado el dolor más profundo y a la vez,  me he extasiado al verme liberada de presencias nocivas.  De todo lo que yo creía que era... y no era más que humo,  reflejos de mi propia realidad interna.  

Proyecciones y fantasías.

A esas presencias les digo:  no voy a dejar de exponer la verdad.  

Mis niños merecen saber qué ha pasado y lo sabrán en su momento.  

La verdad tiene una cualidad y es que nos protege del mal.  El voto de ser verdadero implica asumir las consecuencias y las consecuencias de no ser real son catastróficas en el camino espiritual y también desastrosas para las nuevas generaciones que vienen detrás nuestro. 

Mi camino espiritual está en expansión total.  Estoy viviendo todo lo que soñé,  estoy viajando gracias a mi dharma y compartiendo con gente maravillosa que me confirma que el camino del corazón es el único posible para quiénes vemos la vida como una oportunidad de crecer.  Evolucionar implica ver a la luz del día todas las historias que nos contamos en su momento para negar la realidad,  todas las mentiras que nos dijimos a nosotros mismos con tal de no estar solos,  aprender a estar con el miedo,  ser rechazados o mal interpretados.

Hay un grado peligroso de libertad que sólo accesamos cuando decidimos ser leales a nuestro corazón y ya no nos importa lo que los otros piensen o digan de nosotros.  Mi destino me llevó a dejar mi país; me pidió buscar la sanidad mental lejos de un lugar amenazante,  un lugar donde la ley se dobla a voluntad sin el más mínimo respeto por los sentimientos de una familia.

La violación a mis derechos humanos y los de mis niños ha sido flagrante.  La denuncia de este atropello tendrá repercusiones a futuro no sólo para mí y mi familia entera sino para muchos en todo el mundo que me leen.  Sé que el despertar espiritual implica necesariamente el ataque feroz por parte de las fuerzas de la ilusión a quiénes intentamos vivir una vida con integridad dedicada a la luz.   Implica ser demolidos en nuestros puntos más débiles y a pesar de todo, continuar la batalla sin darnos por vencidos jamás.

No sé cuál será el desenlace de mi drama familiar pero sí sé una cosa: ya no tengo miedo.  Cuando uno pasa por donde asustan obtiene el don ganado con nuestra propia sangre y lágrimas de la valentía.   Es como correr hacia los perros en lugar de huir de ellos-  no se lo esperan.  Ya no huyo de nada ni de nadie porque donde quiera que esté,  tengo mi corazón rebosante de amor por mis niños y ellos lo saben.  Cuando crezcan comprenderán que esta jugarreta del destino nos separó injustamente y que fue mi voluntad siempre estar cerca de ellos.

Mientras tanto,  no me quedo tirada en una cama,  triste y deprimida por su ausencia,  aunque en un momento sentí que me moría.  Pero la magia del dharma es que nos llama a pesar de nosotros mismos.  Gracias al llamado de muchos que están listos para escucharme,  recorro el mundo con la confianza profunda en Dios sabiendo que lo que es nuestro  irremediablemente regresará a nosotros en el tiempo preciso.  Tengo la seguridad de saber que mi amor no es negociable,  no puede ser amenazado por nada ni por nadie y no tiene fin.  Se expande cada vez que enseño,  cada vez que hablo y comparto por escrito mi verdad y esto lo sé porque recibo diariamente numerosos votos de apoyo de mujeres y hombres en todo el mundo que también atravesaron el fuego de la separación de sus hijos por sistemas legales inertes e ineficientes.

No hay contradicción entre el amor y la distancia,  eso he aprendido.   El dolor de la ausencia de mis bebés me abre más el corazón a todos los que encuentro y el amor se siente más puro e infinito.   El miedo al dolor ya rebasó todo límite y me siento en un lugar de serenidad y alerta.  Sé que mi lucha por una equidad en la relación de padre y madre con sus niños es justa.  La custodia compartida es el futuro y el futuro se alimenta de voces que cuestionan el sistema como la mía. Sé que la ley en mi país me ha desprotegido insensiblemente, al igual que mis niños,  pero tal vez este caso sea el punto de retorno a un sistema que contenga la realidad de las madres del siglo 21,  aquellas que hemos sido padre y madre a la vez y que se nos cobra no ¨cuadrar¨ en el molde impartido por la cátedra del patriarcado de mujeres ignorantes y débiles metidas en labores domésticas sin pretensiones profesionales y personales. 

Sé que mis niños vendrán a mí  porque las leyes del Amor están por encima de las leyes de los hombres.  Sobre todo,  por encima de las leyes que se aplican con ignorancia y valores y donde no hay equilibrio en la forma en que se juzga a una madre que trabaja y además aspira a crecer espiritualmente por el bienestar de su familia.  

Las leyes de los hombres no son nada sin los valores de la verdad,  la justicia y la equidad como base y sin la inteligente aplicación por parte de un ser sabio y sensible que sabe que tiene la vida de personas en sus manos.   Son letra muerta en manos de gente irresponsable que hace más daño que bien en posiciones de poder que no merecen.

El liderazgo en el mundo está en crisis porque quiénes debieran proteger a los más débiles carecen de la inteligencia emocional mínima para actuar con congruencia.  Aquellos que amamos debemos actuar y mi espada son mis letras y mi intención de preservar lo más frágil,  precioso y valioso que me dio la vida:  mis niños,  mi sangre.

A quiénes me amenazan,  adelante.  No pueden hacerme daño porque ya el fuego más grande y doloroso de la vida de una madre lo he pasado en estos pasados 7 meses lejos de mis tres pequeñitos.  

Ya no tengo miedo.  El miedo es un mito y yo ya no creo en él.  
Será esta la virtud de que nos saquen el corazón en vida...el resto ya es cuesta abajo.



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