domingo, 16 de junio de 2019

La espiral ascendente: el Amor nunca deja de ser

Me preparé para mi puesto como Embajadora por un año completo.  

Lecturas,  conferencias,  exámenes y numerosas citas con diplomáticos,  ministros,  organizaciones ambientales,  culturales y sociales en mi país con pasión y entrega para presentarle su cara a la India.  

Me empapé de Costa Rica por dentro y todo el 2016 fue un soltar constante de mi vida hasta entonces.  Continué enseñando lo que amo,  sosteniendo a mis niños y preparando todo lo concerniente a nuestro viaje a India.  El sueño era llevármelos a conocer el lugar que me había hecho renacer,  que ellos pudieran perfeccionar su inglés y conocer una cultura diametralmente opuesta en muchas cosas pero llena de una sabiduría milenaria que ignoramos en Occidente.

La sabiduría de la compasión,  la paciencia y el camino interior. 

Pasaron muchos meses.  Cada noche con mis niños era una despedida y lloré muchísimo porque acordé con su padre que yo me iría sola primero a explorar las posibilidades para ellos en escuelas,  vivienda y estilo de vida.  Sabía que no podía llevármelos de una vez porque India sorprende y Nueva Delhi era desconocida para mí.  Había viajado innumerables veces al sur pero en Delhi sólo de paso.  Mi exploración era necesaria e implicaba una despedida temporal pero nada agradable de mis pequeñitos. 

Partí hacia India el 15 de marzo del 2017,  después de dos meses de trabajo de planta en el Ministerio de Relaciones Exteriores de mi país.  Dejé listos los pasaportes diplomáticos de mis tres niños pequeños,  sus visas para Estados Unidos e India y también todos los seguros médicos que conllevaban mi puesto.  Los embajadores pueden viajar con sus familias,  menaje de casa,  seguros internacionales y dos ayudantes domésticos así que supe desde un inicio que quería llevarme a mi familia,  más siendo un puesto de al menos dos años.

Llegar a Nueva Delhi y comprender que mi sueño era una quimera fue una.

La ciudad de 25 millones de personas ardía no sólo en el calor del verano que arreciaba para llegar a los 50 grados,  sino que se hundía en una nube perenne de polución.  Conseguí un apartamento bien ubicado y sin muebles,  ya que me negué a llevarme mi menaje de casa que implicaba un gasto para el Estado costarricense de más de $35000.   

Me dije:  voy a empezar una vida nueva desde cero y con respeto por mis compatriotas.

Mi apartamento nunca llegó a tener muebles.  Dormía en el suelo y amigos generosos me dieron alfombras y los implementos básicos.  El aire acondicionado no podría protegerme del calor infernal ya que vivía en un último piso.  Con mucho dolor en el alma,  comprendí que traer a mis niños a estas condiciones de vida sería un suplicio para ellos:  la madre trabajando arduamente en la Embajada,  ellos solos con el servicio más una escuela en hindi e inglés,  el shock cultural y además,  las inclemencias del tiempo y la separación de su padre y familiares en Costa Rica.

Con mucho dolor,  como madre que soy,  antepuse su bienestar al mío propio y tuve que soltar a mis niños.  Cada noche los lloré anhelando el regreso lo antes posible.    

Durante mi gestión,  cada periodo de vacaciones lo pasé en Costa Rica y viajé incluso de emergencia con una licencia cuando mi niño Theo se enfermó.   

Pasé más de un año sirviendo a mi país con mucha dedicación.  No había habido Embajador en casi 4 años y a nivel diplomático,  las autoridades indias estaban muy complacidas de que finalmente Costa Rica tuviera una representante de mi rango.  En los círculos diplomáticos,  no tener Embajador con una embajada abierta es una señal de desinterés e inopia.  

Así que empecé a vivir en la ambigüedad permanente de extrañar a mis niños y fascinarme cada vez más con mi trabajo.  La paz,  la democracia,  el ambiente,  los derechos de las mujeres y los derechos humanos eran mi pan de cada día.   La misión de Costa Rica empezó a tener resonancia en los círculos del gobierno indio y el resto de las casi 200 misiones en Nueva Delhi de todo el mundo.  Amaba mi trabajo pero añoraba inmensamente a mis pequeños y mi práctica espiritual fue el pivote que me sostuvo en el dolor desgarrador de la ausencia y la separación. 

Varias veces llegué al punto de querer regresarme,  sin embargo,  el amor por mi país y las semillas que fui sembrando en India con el nombre de Costa Rica me pedían quedarme.  Mis niños me reclamaban y pedían que volviera en cada viaje...y cada regreso a India desde Costa Rica era dolorosísimo.  

Sin embargo,  ya sabía que mi gestión duraría poco por el cambio de gobierno y que mis días estaban contados. 

Así fue y después de un año y medio de estar con el corazón en la mano,  partida entre Costa Rica e India,  recibí la noticia de que mi gestión había terminado.  Sentí un alivio inmenso,  una carga menos en mi corazón de madre.  Comencé a preparar el regreso a mi vida en mi país con mis niños,  mi escuela de yoga y varios planes nuevos para seguir enseñando a nivel mundial.

Antes de partir para India a mi trabajo nuevo,  acordé con mi ex esposo por escrito con abogados y testigos que los niños estarían temporalmente viviendo con él hasta mi regreso a San José.   Mi intención siempre fue llevármelos para India.   Me fui con el corazón tranquilo confiando en su palabra de dármelos de vuelta a mi regreso y volver a las condiciones originales de nuestro divorcio.

Confié en él hasta el último día.

Regresé a Costa Rica finalmente y no tengo palabras para describir la alegría tan grande de estar de nuevo con mi familia.  Regresé a mi casa, mi escuela y mis pequeños y con mi ex siempre hablamos  de una transición equilibrada para los niños de la casa de papá a la de mamá.   Tenía varios planes de viajes y acordamos que estarían en su casa mientras yo trabajara fuera y conmigo cuando estuviera en el país.

Ver a mis niños y abrazarlos de regreso después de tantos meses de separación fue el cielo.  Ahora recuerdo cada segundo de esas tres semanas en Costa Rica con nostalgia:  llevarlos a sus clases de fútbol,   comer helados,  recogerlos en la escuela.  Tenerlos en mi casa en prácticas con mis estudiantes y celebraciones.  Todo se amalgamó en la noche en que Matías presentó su coro en el Teatro Nacional.  Fui con mi pareja Abhishek que fue a conocerlos desde India y mi padre.  Matías cantaba y yo me sentía tan feliz.  Todo estaba normal de nuevo.

Me sentía finalmente en paz.  

Mi ex esposo estaba muy normal y cordial.  Sus padres me saludaron como si nada...jamás hubiera anticipado lo que venía.  Me sentía feliz y agradecida de haber regresado a los míos y que aquel calvario profesional terminara.  El aire puro de mi país,  el cielo azul y las montañas me dieron la bienvenida después de numerosos días en una ciudad gris y café,  donde el cielo nunca se ve y donde las afecciones pulmonares son crónicas y la degeneración de la salud de las personas mortal.

De regreso a Costa Rica podía apreciar aquello con que había crecido.  La presencia de mis hijos grandes y mi nieto fue una fiesta para mi corazón adolorido por tantos meses de ausencia.   El abrazo de mis padres y amigos una bendición.  Mis estudiantes queridos estaban de regreso al shala,  la vida me sonreía de nuevo haciendo lo que amo con la gente que amaba.

El jueves de esa semana fui por mis niños a la escuela.  Fuimos a comer un batido y los dejé en la casa del padre porque al día siguiente se iban con sus abuelos para Tortuguero.  

No tenía idea que ese sería el último día que los vería...

La pesadilla inició el viernes por la mañana.  Iba saliendo de mi casa al supermercado cuando alguien tocó la puerta.  Llegó la notificación y ese día descendí al infierno más espantoso de mi vida, la pérdida más dolorosa que cualquier ser humano y especialmente madre,  podría experimentar.

Han pasado muchos meses desde ese nefasto día:  22 de noviembre del 2018.  

Los primeros días fueron de shock total.  

Quién me estaba demandando?  Quién me estaba quitando a mis niños amados?  Quién se atrevía a herirme de esta manera tan baja?  

La demanda había sido iniciada hacía 8 meses y yo en India nunca había recibido ninguna notificación!

Estaba en confusión total.  

Acudí a mis padres con el corazón destrozado.  Intenté llamar a mis niños y nunca pude comunicarme.  Fue un fin de semana infernal.  No había respuesta a los mensajes,  no había nadie que me dijera como estaban.  Los abuelos paternos se evaporaron en el aire con mis niños.  Mi ex esposo había salido del país y tampoco contestaba.  Habían planeado todos los detalles de la notificación de antemano de forma cruel e inhumana.

El dolor que experimenté en esos tres días fue y es el más intenso de mi vida entera.  El desgarro que mi corazón sufrió es una herida que no sana,  no importa cuántos días hayan transcurrido.  

Siendo abogada,  leí la demanda con incredulidad donde se me acusaba de ser una ¨madre ausente¨.  Una madre que había dedicado todas sus energías a sostener a sus niños desde su nacimiento con esfuerzo y dedicación,  a cuidarlos amorosamente,  preocuparse por su salud, educación y bienestar espiritual.  Una madre que los había dejado para ir a trabajar y sostenerlos en su estilo de vida.  Una madre que se moría por abrazarlos desde hace meses.  

Cada viaje de trabajo me aseguraba que los niños estaban cuidados por su padre,  los abuelos maternos y paternos y el servicio doméstico,  mujeres amorosas que tenían años de trabajar conmigo y conocían a mis niños como la palma de su mano.  Viajaba sí,  porque de no viajar mis niños hubieran tenido que ir a una escuela pública.  Amo lo que hago y es un placer enseñar yoga, pero también era responsable de ser la primera entrada económica de mis niños y darles una educación bilingüe era una de mis prioridades.

Leer la demanda me sacó lágrimas de cólera.   Cómo podía alguien mentir tan descaradamente?  Cómo podía separarme de mis corazones basándose en esta basura?  La redacción de la contestación de la demanda tomó días junto a mi abogado y sé que cada uno de los acápites fue contestado desde la verdad de una madre que fue padre y madre a la vez y que todavía no encontraba el don de  desdoblarse para producir lo necesario y a la vez,   estar presente físicamente con los niños.

La injusticia del patriarcado es que nos pide a las mujeres el doble de esfuerzo que a los hombres.  Nos pide ser profesionales y cumplir con carreras y compromisos financieros en las familias pero a la vez nos condena por no estar 100 por ciento presentes.  Hay una imposibilidad material al intentar ser madre soltera, profesional y médula económica del hogar y ser la madre arquetípica costarricense que cocina y amasa la masa.  Al hombre se le concibe con una pareja que lo apoya:  a las mujeres,  sobre toda a las que tenemos anhelos más allá de la maternidad y nos toca criar hijos sin pareja,  nos la tenemos que jugar solas.  

Y para peores se nos cataloga de ´malas madres´.

La demanda se contestó con todas las pruebas pertinentes:  recibos de las escuelas pagados con puntualidad,  transferencias mensuales de dinero al padre de mis niños,  prueba de los pasaportes de los niños listos para viajar a Delhi que nunca fueron usados. Además,  un recuento de la contaminación en Nueva Delhi y las razones para no llevarme a mis niños.  Fotos y numerosos testimonios de amigos y familiares donde constaba mi compromiso y amor por mis pequeños.  

Sin embargo,  nada de mi prueba fue considerada para fijar la medida cautelar que me traspasó el corazón.  La jueza falló a favor del padre sin demora y le otorgó la convivencia con mis niños,  dándome el insulto de verlos dos meses al mes y además, con supervisión. 
  
Como madre,  la sensación era incomprensible.  Había estado sacrificando mi corazón por meses por mi país y ahora que regresaba a mi tierra,  las mismas autoridades que me enviaron me castigaban con el peor castigo, la separación forzada de mis amores.  

Sentí la muerte.  La muerte en vida. 

Recorría mi casa llena de habitaciones vacías y me preguntaba quiénes eran estas personas que me acusaban,  que mentían sin ningún tipo de consciencia,  de moral y sinvergüenzas.  Veía las camitas de mis pequeños y abrazaba las almohadas extrañando su olor,  su abrazo y sus bracitos en  mi cuello.  

Escuchaba sus voces en mi cabeza nada más porque todas las llamadas estaban bloqueadas.   

No podía dejar de llorar.

El abogado me dijo que apelaríamos,  que fuera positiva.  Mis padres me apoyaron como pudieron pero el dolor que me aquejaba nadie lo puede comprender,  a menos que hayan pasado por lo mismo.  Hablé con numerosos padres de familia,  todos víctimas de la injusticia que me estaba sucediendo.  Hombres todos flagelados por una sistema donde la ley prevalece sobre los sentimientos y el amor.

Yo también era ¨el hombre de la familia¨-  sí, yo era el hombre.

Dejé de dormir.
Dejé de comer.
Dejé de moverme.

Lloraba y lloraba, impotente ante la realidad irreal que me estaba sucediendo.  Se sentía como un realidad paralela, donde nada tenía sentido.  Comencé a ver la decadencia en mi ánimo:  no podía practicar, sólo lloraba.  

Fue un momento de muchísima verdad ya que supe instantáneamente quiénes eran mis amigos verdaderos.

Había pedido verdad.  Aquí estaba.  Dolorosa y presente pero a la vez liberadora.  

Como abogada sabía que empezaba un calvario.  Demandar a alguien por la espalda equivale a una puñalada con consecuencias nefastas no sólo para las partes sino en este caso para tres niños pequeños.  La vía del diálogo en que creo fielmente hasta el final había sido sustituida por una guerra sin cuartel.   

La imagen de dos elefantes peleando me venía a la mente constantemente,  uno de ellos indiferente al destrozo de sus crías entre sus patas. Sabía que yo no quería pelear,  pero indudablemente me tenía que defender.  

Comprendí los tiempos procesales y los  muchos meses de espera que venían.  Con el corazón compungido cerré mi casa y tomé el avión a los brazos de quién me esperaba para sostenerme. 

En India  un guerrero me cuidó,  alimentó,  abrazó y sostuvo por meses,  devastada y enferma,  deprimida y doliente ante una realidad que no podía digerir y el dolor extremo de la pérdida de mis niños amados.
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Hoy,  aquí en Ibiza,  después de un mes de viajar por España y varios de vivir en India,  sé que hice lo correcto.   

Volé a la tierra que me cura,  a aquella que sana las heridas del alma más quebrada.  

Siete meses después nuestra apelación fue resuelta en negativo lo que implica que los niños se quedan con el padre.  En cuanto al fondo de la demanda,  todavía no hay humo blanco.  Se habla en este tipo de procesos entre 3 y 5 años,  lo que significa que mis niños tendrán 16,  15 y 14 años cuando finalmente la sentencia resuelva la custodia compartida que estamos pidiendo.  

En siete meses he muerto a quién era y he renacido a quién soy aquí ahora,  la magia y poder del yoga y mi maestro la mejor medicina para el alma rota de una madre que injustamente fue separada de su sangre.  Un sistema machista, patriarcal y retrógrado donde la imagen que no calza en el inconsciente colectivo de un país atrasado determina las vidas de aquellos que anhelamos vivir vidas conscientes.

Una patria que me envía como su representante a un lugar tan lejano y difícil y luego me cobra el peso de mi ausencia en sangre.  Una patria donde las autoridades no comprenden el impacto de favorecer desequilibradamente a uno de los progenitores y viola principios sagrados de vida  es una patria de ignorantes.  Una patria donde las mujeres y los niños somos sometidos a dolores psicológicos extremos por la separación forzada  es una patria donde reina la oscuridad y la violencia.

Mis niños sufren el Síndrome de Alienación Parental desde que partí a India a servir a mi país y probablemente desde antes.   Les han dicho que los abandoné.  Les han dicho que no los amo.  Algún día leerán estas letras y sabrán que nada de eso es cierto.  Lo sé porque les hablo cada semana y sus ojitos están tristes y caídos.  Sus sonrisas a medias,  atrapados en la injusticia de una realidad familiar donde se ataca a su madre de maneras sutiles y donde no se les permite expresar sus sentimientos libremente.

Y ese no es el problema:  el problema es que un Juez que se llame así decida a favor de la inmoralidad y la injusticia.  Y lo peor de todo:  que ese Juez sea una mujer y también madre.

Apelo a quiénes me conocen y saben de mi amor por mis niños,  no sólo en Costa Rica sino en muchos lugares del mundo ya que conocieron a mis niños y vieron el tierno amor que les profeso.  La custodia compartida es el derecho de vida de los niños:  su padre y su madre por igual.    

La espiral ascendente del Amor no podrá cerrarse nunca y toda fuerza inferior al amor será destruida:  es cuestión de tiempo.  










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