viernes, 14 de junio de 2019

El Vacio es una cama de plumas: continuación


El año pasado escribí mis memorias de vida.  El tiempo que viví en India me dio la inspiración para recopilar los eventos más importantes de mi vida y ponerlos en el papel.  

Fue un proceso de recordar y perdonar al mismo tiempo muy poderoso.  El título del libro me lo dio mi hija Adriana en una conversación por WhatsApp:  

¨El Vacio es una Cama de Plumas¨

Tengo que confesar hoy,  aquí en una mañana oscura en Ibiza,  acompañada por el silencio de la montaña,  el viento en los árboles y los cantos lejanos de pavo reales,  he de confesar que el título me suena hoy como una profecía de lo que venía- no tanto de lo que escribí en su momento.

Así que hoy inicio el capítulo final de mi libro aquí en mi blog,  el cual adjuntaré al libro que ya está circulando.  Gracias a mi amiga Thaís Aguilar por leer mis escritos y sugerirme que el final todavía quedaba inconcluso. Vernos en Madrid fue un paso importante no sólo en esta realización sino también en la perspectiva de cómo escribirlo. 

Siento que es el momento de plasmar mi final...un final abierto ya que todavía no se resuelve nada respecto a mis niños.  

Escribir este capítulo es como meter el dedo en la llaga, una llaga que ya tiene muchos meses abierta y que sangra y supura constantemente.  Es sólo gracias a la misericordia infinita de mi Guru y mi práctica espiritual que me sostengo en pie y por supuesto, a la compañía amorosa de aquellos que me aman y apoyan personalmente y también a través de mensajes, correos y llamadas de todas partes del mundo.

Estas letras serán leídas algún día por mis niños y las escribo para ellos.

Gracias a la vida.


CAPITULO FINAL
EL VACIO ES UNA CAMA DE PLUMAS


Cuando uno llega al yoga,  llega porque ha buscado mucho.  Ha buscado y ha encontrado tal vez pedazos de un lienzo más grande,  pero no todo el lienzo completo.  

Llegar al yoga en esta vida equivale a querer verlo todo y entender de qué se trata este viaje.   Es a través de las prácticas realizadas por años, sin interrupción y de la mano de un maestro que nos acoge,  que empezamos a ver que nuestra historia personal es una pequeña aguja en el pajar de algo mucho más grande.

Somos una pequeña estrella en el firmamento de la vida,  pero somos importantes y únicos cada uno de nosotros con su propia historia.  Llegar al yoga equivale a ganarse la lotería,  a pedir verdad cueste lo que cueste y esa ha sido mi plegaria por muchos años.  Gracias a esta oración constante,  he visto desaparecer de mi vida lugares y gentes que eran un obstáculo para mi evolución y he manifestado seres que me inspiran a seguir adelante y seguir explorando con fe.  

Llegar al yoga equivale a ir más allá de la esperanza.  Es estar dispuestos a verlo todo, no importa cuán intenso y difícil sea desenmascarar a la ilusión.  La ilusión o maya,  la fuerza de la oscuridad en este mundo,  se disfraza con cara de bondad, de devoción y de amor-  un amor muy pusilánime comparado con el amor de verdad.  Nos seduce y engaña y caemos presa si todavía estamos dormidos y anhelamos la incompleta felicidad de este plano.

Mi historia de vida ha estado plagada de dolor que yo misma he creado al proyectarme en otros.  El yoga me ha enseñado que hay muchos espejos y he aprendido a verme primero yo con honestidad.
Veo hacia atrás y recuerdo la pasión que sentía por este camino que empezaba a abrirse.  

Era la respuesta que había buscado por tantos años a mis preguntas...llegaban respuestas y a la vez, más y más preguntas venían y me desconcertaban y motivaban al mismo tiempo. 

La espiral ascendente le llamo ahora. 

Gael nació en una parto divino,  en una piscina de agua tibia con la compañía amorosa de mi doula y su padre,  inmersos en agua,  gritos de extasis y tanta belleza.  Fue un parto sin ningún tipo de anestesia y por lo tanto,  profundamente intenso pero la intensidad se puede soportar sin ningún problema con la fuerza del amor.

Vino la etapa màs dulce de todas.  El bebé amoroso y tranquilo se volvió el centro no sólo de mi familia sino de mi estudio de yoga.  Gael me dio algo que no había conocido:   aprender a aplicar el yoga en un cuerpo que crecía y decrecía,  un cuerpo que probó mi mente ampliamente cuando viajé a India sola con tres meses de embarazo en medio de muchas náuseas y vomitos.  Pasamos este bebé y yo momentos muy difíciles en el vuelo y luego en Mysore y a la vez,  comprendí el sentido de ir más lento,  de escucharme más.  El sentido que mi práctica no era lo más importante,  sino sólo un medio para el fin de estar más presente con mi vida y conocerme mejor a través de las espirales descendentes. 

A Theo lo pedí yo.  Veía a Gael crecer a tantos años de sus hermanos y sentí que un hermano o hermana era importante.  Tuve que insistir y finalmente llegó...fue un embarazo muy sano igual que el de Gael, mi cuerpo de yogini fuerte y presente para lo que le pedía.  Hice mi práctica de yoga durante todo el embarazo de Theo,  canté mantras,  medité,  hice japa...el pequeñito sintió y vivió todo esto y ahora comprendo su personalidad espiritual,  etérea y profunda.

Me sentía tan fuerte y segura para el parto que incluso invité a mi cuñada y a mi hija a estar presentes,  un parto que anticipaba fluiría tan bien como el de Gael.  Yo les iba a mostrar cómo parir en extasis...piscina preparada,  doula amorosa...y luego la tragedia sangrienta de un suceso inexplicable,  inaudito e inesperado. Tal y como es la vida,  que nos sorprende con lo más hermoso o grotesco a la vuelta de la esquina.

La cabecita de Theo se movió ligeramente y no descendió.  

Después de horas de parto y una madre agotada,  el médico intuyó que el bebé no estaba bien.  En mi modorra de labor,  escuché que llamaban a un anestesista y me sacaron de la piscina.  Recuerdo mucho movimiento en el cuarto mientras yo esperaba sola,  totalmente sola y desnuda con mi bebé en mi panza y las salvajes  contracciones que arreciaban intentando sacar al pequeño de mi cuerpo ya que eran demasiadas horas de labor.  

Yo me sentía perdida en el limbo de las madres que damos a luz, confiada en que el proceso me entregaría a mi bebé muy pronto.  

Qué equivocada estaba. 

Theo nació con fórceps y salió azul- envuelto en sus propias heces y ya casi sin oxígeno.  La dosis de anestesia para la madre fue muy alta porque parecía no hacerme efecto,  tanto que después de su nacimiento los músculos de la respiración,  esos que tan bien conozco gracias a mi práctica de yoga,  se paralizaron-  producto del trauma del parto y el miedo de perder a mi bebé.  Por unos minutos no pude respirar.   Sentí como se me escapaba la vida y salí de mi cuerpo y pude observar al pediatra con Theo,  mi hija Adriana y el papá,  todos pendientes del pequeñín mientras yo flotaba en el techo despidiéndome de todos, viendo como mi cuerpo yacía en la cama de un hospital donde yo misma había nacido hacía muchos años atrás.

Ese día saboree la muerte.

Sólo recuerdo que abrieron mis piernas con mucha fuerza y quedé lesionada por muchos meses por la ruptura de mi músculo piramidal en la espalda baja.  Quedé además con una depresión post- parto de meses,  donde lloraba inconsolable de día y de noche ante el trauma que habíamos sufrido.  Theo tenía reflujo y siempre estaba muy incómodo después de comer,  procesando a su tierna edad una experiencia tan fuerte e intensa.  

A diferencia de mis niños anteriores,  el postparto fue muy incómodo y doloroso.  Nunca había sufrido depresión y sólo puedo decir que es estar en una cueva negra sin cielo por muchos meses.  
No quería ni practicar y aunque hubiera querido no podía-  la lesión me acompañó por varios meses y tuve problemas incluso para caminar normalmente. 

El trauma de la violación con unas paletas metálicas impactó mi cuerpo y mi psiquis violentamente a pesar de la anestesia.  Me sentía totalmente sola en mi dolor.  Amamantaba al pequeñito pero no estaba presente,  rememorando continuamente el trauma del nacimiento. 

A pesar que me insistieron en tomar medicamentos,  comprendía que tomarlos se los pasaría a Theo en la leche y por tanto me negué rotundamente.  Ya suficiente tenía mi bebé que procesar para además hacerlo adicto a medicinas psiquiátricas desde tan pequeño...así que decidí reiniciar mi práctica de yoga.  

Un dia a la vez...sólo respirando ya que no podía moverme.


Theo nació el 4 de febrero.  En agosto me dí cuenta que estaba de nuevo embarazada.  Recuerdo sentirme feliz,  a pesar de que todo apuntaba a que era mala idea.  Theo tenía sólo cinco meses y estaba amamantando,  como amamanté a todos mis niños por un año,  incluso más.  Supe de Matías porque Theo ya no quería mi leche...había cambiado de sabor.

Y fue entonces que llegué a ese punto en que todos llegamos en la vida,  ese punto de encrucijada donde decimos ¨por qué a mí´...ese lugar de posibilidades donde se cuecen milagros o tragedias.  Ese momento donde la duda no sirve ante la insistencia de la vida en que abracemos lo que es.

El yoga más arduo de todos,  la aceptación radical de lo que es.

Mi amor Matías nació con una cesárea porque su madre no podía acuclillarse.  El piramidal empeoró con la subida de peso en el embarazo y me resigné a caminar con mucho dolor y a no poder parir a mi niño.  

Matías es mi héroe personal porque vino a unos padres que estaban cerrados y deprimidos.  Nos ha tocado a todos con su gracia y sabiduría y es alguien que respeto inmensamente por su gran valentía de saltar al vacío con fe.

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Hoy llego hasta aquí.  

Así fueron las entradas de mis preciosos hijos en el mundo.  Cada parto muy simbólico e importante en mi camino como madre.  Cada ser que ha venido al mundo a través mío es un maestro en amor incondicional,  paciencia,  compasión,  entrega y fe. 

Mañana continúo este relato de amor y envío hoy,  como todos los días,  mi corazón hasta Costa Rica donde mis niños duermen y en sueños los acaricio y abrazo como el primer día que los conocí, extrañándolos y amándolos a distancia por designio del destino.

Unidos en alma y corazón porque el amor no conoce distancia.


























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