miércoles, 30 de diciembre de 2015

Meca

Finalmente instalada en el apartamento-  después de un día de muchas vueltas, compras,  logística y registro con mi maestro, siento la cabeza un poco extraña y a veces como si mis pies se despegaran del piso y todo diera vueltas:  en conclusión,  mi cuerpo no sabe si está en Costa Rica,  Alemania o India.

Después de acomodar todo voy donde Anu y Ganesh, una terraza donde nos reunimos a conversar al atardecer.  La brisa fresca de India me trae todo tipo de olores y recuerdos.  Las caras de mis amigos también:   Argentina,  México,  España,  Estados Unidos,  Francia,  Perú,  Japón y Costa Rica nos reunimos a  conversar, ponernos al día y también a despedirnos.  Muchos parten entre hoy y mañana. En un año siempre nos pasan cosas interesantes y a todos muy parecidas.  La amistad sólo se profundiza en cada viaje siento yo.  Un sentimiento de camaradería muy profundo y sincero.

Así que me alegra mucho abrir un blog de un colega en Boulder, Colorado,  discípulo de alguien que admiro mucho y con quién tuve el gran privilegio de estudiar.  Apunta este yogi a todos los rumores y dimes y diretes de mucha gente sobre Mysore.

Tanto ruido llegó a sus oídos que dice que no sentía el más mínimo deseo de venir. Le hablaron de jerarquías,  de "argollas" (grupos cerrados),  de violencia en la práctica,  de separación y superficialidad.  

Por supuesto que en todo grupo humano siempre habrán excepciones pero me alegra mucho confirmar mi experiencia durante los últimos doce años en el atardecer de hoy 30 de diciembre. Ninguno de nosotros habló sobre su práctica (eso es algo muy personal que uno comparte sólo con su maestro),  tampoco nos comparamos con otros ni competimos con nadie.   Cada uno de los que estábamos hoy en el grupo hemos recorrido un camino intenso personal donde hemos enfrentado muchas sombras y llorado innumerables lágrimas.  Sabemos que hay un respeto total hacia el otro porque entendemos muy bien qué nos pide nuestro maestro y qué estamos intentando hacer.

Como decía un maestro indio por aquí,  sólo soy un sirviente de Dios....es más,  decía,  ni siquiera eso.  Sólo estoy intentando ser un sirviente de Dios.  Los que ya lo son son seres verdaderamente extraordinarios.

Veo a mis amigos y sé que son seres extraordinarios.  Todos encuentran la forma de venir acá,  de hacerlo su prioridad.  También inspiran a otros a que sigan sus pasos,  no para seguir un dogma o limitarse a un concepto; al contrario.  A todos esta disciplina nos ha desestructurado donde ocupábamos soltar y nos ha solidificado adonde necesitábamos fortalecernos.  Este método es importante estudiarlo con seriedad y profundidad por muchos años:  los cambios son sutiles pero los pude percibir en mis compañeros de camino.  Miradas más relajadas,  mayor amabilidad y dulzura. Compartir desde un lugar de cero pretensión,  simplemente somos quiénes somos y las máscaras han caído con los años,  gracias a Dios.  Aquí no venimos a imponerle nada a nadie ni a pelearnos por nada.

La verdad es una sola y todos somos espejos de formas distintas que la reflejamos de una manera única.  No hay un club que defender.  No nos sentimos superiores a nadie- bueno, tal vez sentimos que somos un poquito mejor de lo que fuimos ayer pero es en relación a nosotros mismos y a nuestra profundidad.  Tal vez se han movido un poco los viejos patrones de arrogancia.  Tal vez estamos más abiertos y comunicativos.  Quizá escuchamos mejor,  nos preocupamos por el otro.  Será que coincidimos en algo importante que es saber que no sabemos nada.

Nuestra práctica nos los recuerda todos los días.

Decía mi maestro Senior,  Richard Freeman,  que el Ashtanga nos va amasando como una pasta de pan.  Hay que darle mucho para que tome su forma, para que el pan quede perfecto.  Somos todos esa masa amorfa al inicio que luego va tomando formas de sonrisas,  de abrazos,  de presencia mutua,  de conexión amorosa.

Y no sólo sucede hacia "adentro" de nuestro grupo sino que sucede con todos.

Con el conductor del tuc-tuc,  con el señor de la tienda.  Con el hombre que cambia la plata y también con el vendedor de flores.  India nos pone más sensibles,  nos toca las fibras más profundas del alma. Sin querer conectamos infinitamente y simplemente nos permitimos sentirlo.  India nos da esa luz verde.

En el blog mi colega viene a Mysore lleno de prejuicios y se da cuenta que todo lo que había escuchado era falso.  Encuentra, al igual que muchos de nosotros,  que no hay fundamentalismo en esta práctica pero sí un orden.  Un orden que cuando se aplica por años termina por ordenarnos la mente y consecuentemente, la vida.   Encuentra también que hay corazón en esta práctica, ejemplificada por un maestro humano que se considerará siempre un estudiante.  No hay círculos, nadie está adentro ni afuera.  Todos somos iguales,  sea que estemos haciendo nuestro primer saludo al sol o que tengamos años de investigar los efectos de este método en nosotros mismos.  Existe un respeto inmenso por la práctica y esta no tiene que verse de ninguna forma específica porque todos somos distintos y perfectos en nuestra diversidad.

Será que tenemos mentes un poco más abiertas,  lo contrario de lo que nos endilgan muchos "haters"- como dicen por ahí.  Sabemos que aunque haya muchos caminos efectivos y serios,  es éste el que nos ha tocado en esta vida y decidimos escogerlo día tras día.   Sabemos también que no hay que bajarle el piso a nadie para sentirnos menos mal con nuestras debilidades.  Aquí,  por el contrario, corremos directo hacia ellas en un afán de aceptarlas y observarlas,  sin juicios de por medio.

Aquí nadie se burla de nadie,  estén en la serie que estén.  Aquí no hay "avanzados",  no hay agresión ni competitividad.  La atmósfera del shala es de seguridad y silencio,  de espacio sagrado y vórtex de energía de milenios.   Un lugar lleno de amabilidad y respeto por el otro, nutrido por conversaciones inteligentes,  vidas satisfactorias y gente lista a aprender cada día,  a escuchar.   El proceso se va dando solo,  sin muchas intervenciones innecesarias.

Sabemos también que todos estamos remando hacia el mismo destino y esa solidaridad se siente en cada estadía,  en cada momento que comparto con mis compañeros mysorianos.

Cualquier separación es falsa y nefasta aún más en el mundo del yoga.  Si no estoy dispuesta a subir el Everest no tengo por qué hablar mal de quién lo intenta en un afán de justificarme.  Al contrario,  apoyaré con toda mi energía al valiente que se aventure a ese pico- aunque para mí no sea una posibilidad real en esta vida porque no me la he planteado con la suficiente seriedad.

Las mentes abiertas van más allá de los bandos y equipos.  Todos compartimos ese destino final: nadie va a salir vivo de aquí.  Así que cierro mi primer día en Mysore feliz de regresar aunque la faena por cumplir sea dura y dolorosa.  Feliz también de ver la transformación y suavidad de mis colegas y amigos,  algo que es difícil de describir pero que se siente.  Vine sin expectativas y me doy cuenta de todo lo importante está en su lugar.

Siempre insisto a mis estudiantes en que vengan a India.  Para algunos que han vencido los obstáculos y han puesto ya un pie en el shala,  no olviden.  Y para todos los que sueñan con venir a la Meca,  sólo humildad,  amabilidad y compasión los esperan.


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