domingo, 19 de julio de 2015

Mensajero de Amor

El Amor llega a veces disfrazado de daga,  de puñal,  de herida y de sangre. Otras arriba con una sonrisa dulce,  chocolates,  cenas a la luz de la luna y muchos besos y abrazos.

A veces nos confundimos:  creemos que la forma es,  en vez de la sustancia.

Así que ya no me dejo llevar por las apariencias.  Busco la certeza.  Esa certeza que me martilla el corazón cada segundo y me hace extrañar a ese significant other.  Esa certeza en que el tiempo se cuenta en función de la ausencia del amado.  Ya no depende de su presentación,  de sus palabras cariñosas ni tampoco de su romanticismo.

Es sólo una cuestión de presencia y verdad.

Medito sobre esto en la playa,  ya casi a punto de dormir.  En las últimas semanas he vivido una vorágine de experiencias,  desde las más místicas hasta las más inhumanas.  He sentido que hay alguien a quien le importo.  Alguien que está moviendo todas las piezas que hace tiempo estaban pegadas.   Esa presencia me hace sentir cada día que estoy acompañada:  se están moviendo proyectos que tenía guardados esperando el momento "correcto".  Se está expandiendo como pólvora el arte que enseño en el mundo y la energía general me hace sentir muy liviana y motivada.

Dentro de todo este panorama tan positivo hay también dolor,  inevitable dolor mezclado con éxtasis en este plano de consciencia en que vivimos.    El cambio nos mueve a todos,  estemos en primera fila o no.  El cambio, inevitable constante en esta vida,  permite que evolucione nuestra consciencia- aunque el precio a pagar no lo entendamos hasta muchos años después.

Hoy cené como mi bello hijo Gabriel.  En medio de un restaurante escandaloso en Jacó,  una de las playas más concurridas en mi país,  sentí que estos diecisiete años desde su nacimiento tuvieron una evolución,  un despertar diseñado especialmente para mí,  su mamá.   Fue gracias a él que inicié mi camino espiritual-  atrapada en su momento en el dolor de una separación que me dejó destrozada en todos sentido en medio de su embarazo,  mi cuarto parto,  lactancia y malas noches.  Tanta soledad. Mi ex se estaba casando simultáneamente y yo sólo sentía que me estaba volviendo loca.  Pero ese mismo ex que me sacó el corazón,  también me envió express a California a un lugar que cambiaría mi vida. De no haber caído en ese hueco espantoso nunca hubiera encontrado el yoga.  Gracias a Dios que en la perfección de mi dolor pude ver más allá,  aunque esto significó amarrarme las enaguas y separarme por dos semanas de mi gordo divino que entonces tenía sólo diez meses y sus hermanitos.

No tenía más opción que emprender un viaje hacia lo desconocido.

En ese viaje me acompañaron diez amigos de Costa Rica. Todos íbamos hacia un destino que no podíamos anticipar.  Todos los que participamos en esa generación,  una de las primeras olas de ticos que hicimos ese trabajo,  iniciamos también un camino de lágrimas,  sonrisas y mucha pasión. Todos, a  través de los años,  logramos manifestar algo que en ese momento estaba taponeado en nuestro interior por tanto ruido mental y emocional.

Regresamos nuevos.  Yo regresé a cuatro niños pequeños pero con una chispita en mi corazón que no se apagaría nunca más.  Que me ayudó a soltar lo que no era para mí con convicción y motivación por mis pequeñitos. Que me llevaría a seguir buscando en este continente y todo el resto del mundo.  Que me llevaría eventualmente al regazo amoroso de mis maestros en India.  Todo originado en un dolor lacerante y desalmado que casi arrasa con mi vida.

Veo a Gabriel, mi mensajero,  mi epifanía.  Lo veo tan hermoso, tan grande y guapo,  enfocado,  muy claro en sus propósitos y metas.  Lo veo y recuerdo a ese bebé frágil,  chinito y muy amado que me invitó a dejar mis muecas y ponerme seria.  Me invitó a descubrir quién era- finalmente yo sola, sin ser apéndice de nadie.  Con la más dulce de las miradas,  Gabriel me llevó a un lugar que nunca hubiera ido sola:  el desamparado pero pleno espacio de encuentro conmigo misma. 

Mientras cenamos y pienso en todo lo que hemos tenido que atravesar para estar aquí juntos, felices y muy tranquilos,   confirmo que hay un destino para todos nosotros que no se ve claro mientras estamos atravesando la tormenta.  Ahora sé con absoluta certeza que hay alguien, esa presencia de que les hablaba,  que no nos pierde de vista por un segundo.

Sólo tenemos que tomar la siguiente respiración,  animarnos a vivir este día y estar dispuestos a amar aunque duela....sin cansarnos,  sin darnos por vencidos. 

Y el Amor vence.
El Amor siempre,  siempre vence.






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