domingo, 1 de junio de 2014

Pureza intrínseca

Emergió de la experiencia como un pescadito mojado que ha estado a punto de ahogarse en el mar desconocido del más allá.

Literalmente conoció la Muerte.

La medicina es inteligente.  Te siente,  te cambia.  Te busca los lugares oscuros, esos que ni uno mismo sabe que carga y menos entiende.  Pero una vez que está en tu cuerpo,  es implacable.  No pierde el tiempo.  No da vueltas en confusión.  Es decidida y contundente,  como un amante enamorado que no se anda por las ramas.

El cuarto humeaba entre salvia e incienso.  Los ayudantes cuidaban de todos y el Shamán,  con su humildad y sabiduría sincronizadas,  efectuaba las curaciones uno a uno.  Sabía exactamente lo que cada uno necesitaba y cómo llevarlos más profundo.  La primera noche fue la más espantosa.  Se había hecho una idea de lo que la experiencia significaba- el peor error.  Así que llegó el momento y estaba confiada y abierta.  Nunca imaginó lo que sucedería.

Horas después y en medio de la madrugada,  corrió al baño abrasada por un fuego interno.  La sensación subía desde los pies hacia la cabeza,  como una corriente eléctrica que iba encendiendo lo importante y apagando todo lo innecesario a su paso.  Cuando llegó a la garganta se quedó pegada,  sin avanzar y comenzó a asfixiarla.  Como si le dijera:  

"Es ahora o nunca.  Realmente quieres vivir?  Para qué?  Cuál es el punto?
Decidíte YA.  Ahora mismo..."

En segundos toda su vida pasó frente a sus ojos.  No podía encontrar un motivo lo suficientemente valioso para quedarse.  Se quedó en un limbo de dolor,  como un metal atravesado en su garganta,   un plomo que le impedía expresarse,  ese mismo que la había mantenido congelada durante tanto tiempo.   El grito nunca llegó.  Una de sus fosas nasales se cerró.  Quedaban pocos segundos: se dio cuenta de que se iba.  Terror,  oscuridad,  soledad absoluta y certera.  Y de pronto, inexplicablemente,   el aire fresco inundó de nuevo sus pulmones,  la presión cedió, cayó y quedó tendida en el piso en posición fetal.  Agotada y sorprendida,-  en medio de sus lágrimas, sudor y deshechos-  por el hecho milagroso de que le habían dado otra oportunidad.

Como pudo se arrastró hacia la ducha.  Abrió el agua caliente.  Se tendió en el piso y mientras el agua calentaba ese cuerpo deshecho,  desfigurado y transfigurado,  ese cuerpo que casi se había ido al otro lado,  un asomo de esperanza entró en ella en forma de respiración.   Sintió que respiraba por primera vez,  no habían pensamientos ni dolor, sólo aire fresco que la llenaba por dentro.   El frío del mosaico no existía,  tampoco existía la música allá afuera.  Sola, absolutamente sola y en silencio, en ese baño frío y desolado supo que no podía dejar pasar esta oportunidad.

El baño quedó como una batalla campal.  Después de vestirse tambaleando,  limpió,  recogió, ordenó los vestigios de la lucha que acababa de sostener mano a mano con la Muerte.  Esa Muerte limpia y segura que no duda en aparecer cuando es el momento,  pero que sin embargo escucha un alma que todavía necesita tiempo-  a pesar de que la enclenque humanidad pide a gritos que se termine.   A duras penas se vistió,  abrigó y regresó al salón.  La música estaba en su máximo auge,  la guitarra cantaba con todas esas almas que esa noche murieron un poco y renacieron desde otro lugar.  El guía cantaba con dulzura al Todopoderoso el regalo del amanecer.  Todos congregados en un espacio sin nombre,  una reunión anónima que al mismo tiempo se sentía como la familia más cercana.

Su guía la abrazó con dulzura y le habló de transiciones dulces,  con Gracia,  con fuerza.  Su intención había sido encontrar fortaleza.  Para ello,  se había enfrentado al miedo más profundo que llevamos los seres humanos.  Todavía no entendía muy bien que había sucedido.  Pero la compañía del amor la encontró en el mismo momento en que emergía como pecesito frágil y vulnerable de esas aguas turbias,  prácticamente  ahogada.

Y la acunó.  La acarició.  La fue reconociendo y reavivando,  naciendo a una vida nueva en la energía de un ser simplemente extraordinario.

En la conexión del Amor profundo,  sin explicaciones ni motivos, comprendió con alegría que su camino empezaba de nuevo.  Una vez más.  Sin direcciones preconcebidas pero libre de todo pasado rumiante. Su corazón latía,  sus ojos veían.  Y lo más bello de todo:  su mano era sostenida cálidamente con amor y presencia.

El sentimiento de que alguien la veía en toda su belleza le ablandó aún más el corazón.  Una belleza nueva,  fuera de los cánones mundanos arcaicos y que sin embargo era su belleza original.  Despojada de toda dureza,  enojo y tristeza.  La belleza de un ser que se sabe puro, que se siente nuevo por el divino y milagroso hecho de existir.

Porque es su naturaleza.
Y sólo el Amor  nuestro destino.


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