jueves, 12 de junio de 2014

Amor humano

"La mayoría de los hombres,  Kamala,  son como las hojas que caen y revolotean indecisas en el aire,  antes de ir a parar al suelo.  Otros,  son más bien como los astros:  siguen una ruta fija, ningún viento los alcanza y llevan en su interior su propia ley y trayectoria."

Releo a Siddartha y cada palabra resuena como si lo estuviera leyendo la primera vez.  El día está espectacular aqui en Illetes.  La cala azul-turquesa-indigo de agua fresca se mueve al compás de una brisa suave.  Los niños juegan en la orilla.  A lo lejos,  el horizonte mediterráneo está pleno de veleros en la bahía y me siento serena,  lista para seguir leyendo a Hesse.

La capacidad de contar con una placidez interna y un lugar donde refugiarnos y sentirnos a gusto siempre es la marca de un buscador espiritual.  Siddartha buscó y buscó,  al punto de desdeñar al mismísimo Buda y su doctrina,  hasta que encontró algo propio,  algo personal,  una experiencia que colmara su sed de verdad de muchas vidas.

Para ello, tuvo que despedirse no sin dolor de su querido Govinda, su compañero y amigo desde pequeños. Tuve que dejar a su padre y a su madre,  internarse en el bosque como ermitaño,  conocer los placeres de la carne y la riqueza y finalmente,  terminar sus días como aprendiz de un río.  Su camino terminó cruzándose con el de todos los mortales al conocer el amor por Kamala y por su hijo- y ese fue el amor que finalmente le abrió el corazón.

Siddartha siempre catalogó con desdén a todos los humanos como "hombres-niños":  esos que sentían emociones,  que lloraban por sus seres queridos, que se apegaban. Y terminó como una más de ellos,  sediento del amor de su hijo,  extrañándolo y buscándolo.  Su superioridad moral se le cayó al piso en mil pedazos y supo entender y respetar que el amor humano puede ser una fuente de realización tan importante como cualquier otro sendero espiritual.

El vacío de la ausencia lo agobió de tristeza.  Se sentó frente al río,  ese que le había enseñado a esperar,  tener paciencia y escuchar.  Escuchó su corazón latir triste y cansado, en espera de una voz.  Sintió como la herida lo quemaba,  como la nostalgia lo hundía en un océano de dolor.  Pero aún en ese estado tan lamentable, supo aconsejar a su amigo Govinda-  que regresó a él ya anciano,  y  explicarle algo que yo misma necesitaba leer hoy, aquí en esta isla,  en medio de mis circunstancias vitales y con el sol y la arena a mis pies.

Le dijo:

"Cuando alguien busca,  suele ocurrir que sus ojos sólo ven aquello que anda buscando,  y ya no logra encontrar nada ni se vuelve receptivo a nada porque sólo piensa en lo que busca,  porque tiene un objetivo y se halla poseído por él.  Buscar significa tener un objetivo.  Pero encontrar significa ser libre, estar abierto,  carecer de objetivos."



Releo la frase unas diez veces y cada vez siento que la comprendo mejor.  La búsqueda termina: simplemente decido estar abierta.   De inmediato,  siento una profunda paz que me embarga,  como si el cielo y mar azules me abrazaran.  Como si el aire entrara en todo mi ser para abrazarme también por dentro.

Y en mis divagaciones y con la sonrisa dibujada de una ex-buscadora que ha encontrado,  recojo mis chunches,  camino hacia el bus y regreso a casa.  Entendiendo un poco más sobre ese misterio que es la sabiduría:  es posible encontrarla,  vivirla y dejarse llevar por ella.  Pero llega en el momento más inesperado,   cuando ya casi nos hemos dado por vencidos.



                          "El amor, Govinda,  me parece la cosa más importante que existe."


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