domingo, 30 de marzo de 2014

Yogic Medicine

Doce días solamente.

En doce días  mi vida ha dado un giro de ciento ochenta grados.  No sé explicarlo muy bien. Pero sé que la medicina del Yoga de nuevo me ha mostrado que lo que esto no cura,  nada lo cura.

Llegué con una sensación de desazón y desaliento.  La vida a veces se nos pone cuesta arriba,  el fantasma de la indecisión nos atormenta y los miedos sacan sus garras.  Llegué cansada,  sintiendo un vacío de amor muy grande.  Vine porque una voz interna me dijo que viniera.  Seguí mi intuición y de nuevo,  no me equivoqué.

Doce días que se sintieron como un bálsamo para mi alma.  El Yoga nos habla de poderes super-naturales,  de momentos en que escuchamos la sabiduría de nuestra alma hablándonos al oído.  El llamado a esta tierra fue contundente. Cada uno de estos días  he recibido algún tipo de mensaje:  unos poderosos y llenos de aliento para el futuro.  Otros duros de asimilar y muy crudos,    pidiéndome que abra bien los ojos y me dé el regalo más necesario en este momento:  confiar y soltar.

Los siddhis o poderes psíquicos de los yogis permiten ver más allá de la distancia,  leer el corazón de la gente y tener el don de la omnipresencia.  Leí sobre ellos hace muchos años y la verdad,  no me interesaron.  Pero he recibido información estos días que podría llamar providencial.  He conocido más sobre seres indiscutiblemente poderosos que habitaron esta tierra:  desde pintores juzgados por una sociedad anacrónica hasta niñas valientas aceptando un destino de enajenación y muerte.  Conocí la amabilidad y el cariño desinteresado en la presencia de mis amigos y estudiantes.  Me llené el corazón con esas miradas curiosas al principio y agradecidas al final.  Tengo que decir que estar aquí estos doce días han sido mi mejor medicina y estoy muy feliz de haber seguido mi corazón.

Hoy sucedió lo inexplicable:  visité un lugar lleno de Gracia.  Miles de flores de colores llenaron mis pupilas por horas.  Los colores más brillantes y exóticos que he visto me confirmaron que hay un Creador cuya perfección es impecable y perfecta.  Caminé sin preocupaciones por senderos rodeados de jazmines,  narcisos, tulipanes y cerezos.  Y el paisaje externo por un instante me iluminó sanándome cada grieta contenida por mucho tiempo.  Recibí el mensaje en miles de flores de que estaba en el lugar correcto,  en el momento correcto.

Mis ojos sucumbieron a la fiesta de colores.  Mi alma también.  Terminé hoy la biografía de Van Gogh y comprendo exactamente sus angustias y miedos ante la responsabilidad de su destino.  Su soledad y confusión al saber que tenía que seguir su pasión a pesar de los tremendos obstáculos.    Un gigante de esta talla  vivió angustiado toda su vida.  Pero nos legó algo invaluable:  no sólo sus pinturas sino el ejemplo de que incluso un ser atormentado puede crear la belleza más extraordinaria.

El ícono que fue este pintor me recuerda que los artistas miramos al infinito de una forma distinta a los demás seres y nuestro propósito es mostrar lo que es invisible para los demás.  El proceso de desempolvar de las miradas comunes un atisbo de eternidad implica un compromiso total con uno mismo.  Mi propósito personal ha flaqueado últimamente entre muchas decepciones y desengaños.   Mientras empaco y preparo mi largo viaje de regreso,  reconfirmo que no por eso dejaré de pintar,  como no lo hizo él hasta el último día de su vida.

Nunca dejaré de pintar. 

La tarde cae en La Haya y el sol se despide amorosamente.  El frío cede a la primavera,  las flores nacen con esperanza.  Regreso anhelando un nuevo comienzo en mi vida, una nueva oportunidad de sentirme útil y enamorada de mi dharma y de todos aquellos que me rodeen con sus presencias amorosas.  Comprendo claramente que las reacciones ajenas no volverán a conmover mis raíces al punto de querer rendir mi labor.  Mi corazón esté tan enraizado en su camino que no tiene más remedio que vivir cada día como si fuera el último:  con la intención profunda de pintar,  bailar y reír al máximo el resto de los días que me queden.

La medicina del Yoga sana cualquier resquicio de miedo o reserva.  Porque encontrar el camino es la mitad del camino.  Y amar lo que uno hace es el destino de las almas felices.

Soy un ejemplo humilde y alegre de todo esto.

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