martes, 11 de marzo de 2014

La muerte nos despierta

Recibo un correo muy sentido de una querida estudiante que no veo hace días.

Me cuenta de la muerte de una gran amiga.  Mujer joven y valiente como ella que dejó su cuerpo físico hace pocos minutos.

El zimbronazo interno que la muerte nos produce no tiene parangón en esta vida. Todos vivimos un poco adormilados,  como si la cosa no fuera con nosotros.  Hacemos y deshacemos y perdemos perspectiva de que nuestros días están contados.

De que no hay tiempo que perder.

Anoche hablaba con un grupo de siete yoguis,  todos ellos ejemplo de enfoque y compromiso.  Hablábamos precisamente del drishti,  que en nuestra práctica consiste en ir cerrando poco a poco los sentidos externos y volvernos más bien expertos en el mundo interno.  La realidad de la muerte nos sirve a los que tenemos una práctica espiritual como un recordatorio inaludible de nuestra propia mortalidad y es punto de referencia poderoso a la hora de hacer un recuento de nuestra vida.

Mi amiga,  movida por ese evento,  me explica con palabras dulces su cariño y apoyo a mi labor.  Me da palabras de aliento ante los obstáculos que inevitablemente han sucedido en el camino,  me invita a no quedarme pegada en los juicios ajenos ni en la crítica ignorante.  Me recuerda que hay muchos otros que sí entienden.

Me conmueve...

Ser pionero en algo no es fácil.  El liderazgo no es algo que buscara intencionalmente.  Simplemente decidí un día que tenía que compartir con quien quisiera algo que me ha ayudado mucho en mi propia vida.

Que me ha transformado. 

Todos venimos al Yoga con mucho bagaje y cargas emocionales.  Esta práctica nos da la bienvenida incondicionalmente y yo,  en mi pequeña humanidad,  trato de hacer lo mismo en el Estudio con la gente.  Mi gran deseo de verdad y libertad no es sólo por mí,  sino por los otros,  y esto me ha impedido ver en el pasado que no todas las almas se acercan a esto por misticismo y con respeto.  He sido testigo de acciones verdaderamente desconectadas,  víctima de rumores crueles,  malas lenguas y todo lo demás.  Pero ya me habían advertido:  mis maestros ya lo sabían.  Cuando uno tiene un maestro tiene la gran virtud de haber encontrado un guardaespaldas incondicional,  un ser que vive para protegerlo a uno.  Pregunté,  con lágrimas en mis ojos, si yo estaba haciendo algo mal.  Su respuesta contundente fue que no,  que simplemente tenía que aprender a a vivir con el dolor e ignorar las acciones de estos seres.  Al igual que él lo hace todos los días.

Me advirtió de maestros falsos que hace un burumbún y a la hora de la hora anteponen intereses personales a su enseñanza.  Me contó de aquellos que buscan la fama y el dinero a la hora de enseñar y se vuelven modelos superficiales y distorsionados de una práctica que es, por su misma esencia,  algo tan sagrado e íntimo como el momento de la muerte.  Me advirtió sobre las malas lenguas y de toda la gente que en vez de ayudar disfruta en hablar mal de los demás.  No puedo decir que no me aclaró con pelos y señales en lo que me estaba metiendo.

Anoche,  mientras compartía con estos yogis de corazón,  gente buena y amable,  determinados y fuertes,  los escuché compartir  un deseo incontenible de ayudar a otros y dar.  Escucharlos fue para mí como un bálsamo en mi alma.  Sólo los que vivimos esto comprendemos la seriedad de este camino.   También la necesidad imperiosa de tender humildemente la mano.   Para que el día en que la divina muerte nos sorprenda estemos ya habituados a ese lugar y podamos despedirnos de este mundo con una sonrisa en los labios,  satisfechos con la labor cumplida.

Quiero pensar en esta alma bella que dejó anoche su cuerpo mientras manejaba de regreso de la playa junto a su perro amado.  Venía de ver a su novio,  su amor.  Venía seguramente feliz,  realizada,  serena.  El choque tuvo que haber sido un impacto terrible,  pero el estado en que estamos antes del gran momento determina en mucho la salida de este cuerpo.  Quiero pensar que salió llena de amor,  en paz,  y que ahora nos ve a todos con una sonrisa en los labios preguntándose cuándo diablos  vamos a despertar.

Admiro a todos aquellos que ponen un pie en su alfombra cada mañana y honran el miedo que todos tenemos a la muerte física.  Admiro y quiero a mi maestro que con su ejemplo me muestra que no puedo echarle pedradas a cada perro en el camino.

No hay tiempo que perder.  

Y sobre todo,  agradezco y honro a estos yogis serenos,  intensos,  llenos de miedos y dudas como yo. Sé que en este momento estamos todos unidos por una causa más grande y noble:   la causa del Amor.   Este mundo está sediento de algo más que dobles caras,  chismes y bajonazos de piso.  A la hora de la verdad,  eso no nos va a servir de nada.

Un nuevo día comienza y con los pajaritos le doy la bienvenida a este martes de marzo.

Vande Gurunam,  Charanaravide...
Oh Maestro,  llevános de la oscuridad a la Luz...


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