sábado, 22 de marzo de 2014

Quién no llora, no vive.

Los días nublados y lluviosos dan paso a una tarde asoleada y fría.  Sin embargo,  con sólo ver el sol ya me siento más feliz.

Después de dos días de yoga para desayuno, almuerzo y cena,  me siento a escribir adolorida en todo mi cuerpo.  Sólo imagino cómo van a amanecer mis pobres estudiantes mañana.  He tenido el honor de contar con un grupo de gente con mente abierta,  pero sobre todo con mucha fe en sus prácticas y una generosidad inherente que se muestra en cada mirada y cada sonrisa.

Hoy después de un taller de tres horas de abrir el corazón a más no poder,  terminamos todos en un estado de euforia y gozo imposible de describir.  La mezcla de varias nacionalidades ayudó mucho:  holandeses,  cameruneses,  estadounidenses,  venezolanos,  coreanos,  mexicanos,  iraníes...mi clase es un caleidoscopio del mundo y observo perpleja como estamos todos hechos del mismo material en contenedores de distintos colores y tamaños.

Una de las chicas tuvo una experiencia poderosa.  Cada vez que hacía un backbend empezaba a llorar sin control.  Se acercó al final de la clase,  la tranquilicé y pedí que se diera ese espacio para llorar.  Que ahora que regresaba a su hogar-  tenía que manejar como una hora-,  pusiera música y llorara todas esas lágrimas que se ha tragado por años.

Algunos de nosotros hemos aprendido a hacernos los fuertes.  No que sea malo tener la habilidad de enfrentar los retos de la vida con coraje,  pero todos somos en el fondo un puño de ternura, a veces solapado entre tanta represión y deber ser.   El cuerpo tiene muchas respuestas y algunas de esas respuestas son lágrimas,  simples y puras,  agua que nos limpia.  Darnos una buena llorada,  a veces hasta sin motivo aparente,  permite que nuestra alma respire y podamos continuar más livianos,  menos adoloridos en esos lugares sensibles que hemos sepultado sin piedad.

La chica se fue con una interrogante en su rostro y los ojos llorosos.  Pienso en ella:  estará ahora en su hogar,  con su esposo y su bebécito.  Tal vez,  sólo tal vez,  haya llorado todo el camino de regreso y llegado a su casa más abierta,  más vulnerable.  Tal vez haya abrazado a sus seres queridos con gratitud,  después de soltar la constipación que las lágrimas atrasadas creaban en su espíritu.  Quizás,  espero,  regrese mañana a clases a llorar un poco más.

Y es que todos lloramos.  Hayan lágrimas o no de por medio.  Algunos de nosotros nos damos el espacio de hacerlo diariamente,  como quien come o se baña.  Parte de nuestra higiene emocional.  Otros más esporádicamente.  Pero quién no llora no vive.  Un ser humano necesita llorar para recordar su fragilidad y su fuerza.  Sin las lágrimas,  nos convertimos en robots a merced de nuestras estructuras mentales,  sin ternura.  Nos terminamos creyendo la historia de que "los hombres no lloran...ni las mujeres tampoco.".  Perdemos esa conexión con nuestra parte suavecita y sin ella,  estamos perdidos en esta vida.

Cómo vamos a reconocer otras partes suavecitas y cálidas?  Ofreciendo nuestra propia vulnerabilidad.  

Cómo llegarle a la vulnerabilidad si siempre hemos cultivado nuestro lado estoico?
Cómo no tener miedo a derrumbarnos?

Me duermo en La Haya con estas preguntas- todas ellas mías personales en este momento.   Extraño mi país, extraño a todos esos seres suavecitos y cálidos que en este momento se preguntan cómo regresar a la fragilidad de un corazón abierto.

Y me duermo con tanta gratitud por la gran lección que me dio esta querida alumna en la clase de hoy.  La imagino en su cama,  sintiendo su corazón abierto después de mucho tiempo.  Las lágrimas corren por sus mejillas pero tiene también una sonrisa en los labios.

Hoy todos,  gracias a ella, recordamos la suavidad inherente a nuestros corazones humanos.  Y de una piedra endurecida pasamos a una noche de risas,  compartir y muchos abrazos sentidos.  Una tarde y noche memorable aquí en esta ciudad fría por fuera pero cálida y generosa por dentro.

Nuestros corazones palpitan un poco más fuerte esta noche.

Dedicado a todos aquellos que saben que pueden sentir un poco más...


                                                                                            y se preguntan todavía cómo hacerlo.

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