jueves, 18 de abril de 2019

Surfea las olas

Mientras preparo mi próximo tour a Europa,  paso mis días absorta entre práctica y trabajo,  totalmente sumergida en lo que amo.  Lo hermoso de trabajar en nuestra pasión es que las horas pasan y no nos damos cuenta.  Cada día está lleno de aprendizajes,  reflexiones y tiempo para sentir y escribir-  la vida se me muestra distinta a como la imaginé y he escogido intentar no llorar por lo que no está sino agradecer todo lo que tengo.

Y tengo tanto.

Mi cuerpo me regala cada día la oportunidad de integrarme en mi alfombra,  la consciencia corporal que me da consciencia mental y emocional.  Sí, muchas veces tengo que parar a llorar y sentir.  Mi práctica no es violenta sino que se ha convertido en mi oasis.   Cada día una gotita de esperanza. Cada respiración una confirmación de que la Gracia me quiere viva,  no donde yo planeaba estar sino dónde tengo que estar.  

Hace rato le pedí a Dios que me ubicara adonde pueda servirle mejor.

Así que ser sirvientes del Shakti implica una toma del consciencia del panorama más grande que,  poco a poco se filtra en la práctica del asana.  

Hace años, pensaba mucho mientras practicaba.  Cómo colocar huesos y músculos, cómo ser más eficiente en las transiciones,  Cómo manejar el cuerpo en las posturas avanzadas y sentía una especie de triunfo cuando alcanzaba alguna postura difícil.  Había un elemento de ambición que ya se ha ido.  Lo ha sustituido una profunda gratitud simplemente por estar viva y a pesar de todo el dolor y el sufrimiento presentes a nivel emocional y las heridas todavía abiertas, tengo una sensación de paz que nunca antes había experimentado.

En cada práctica me ofrezco y pregunto cómo puedo estar más presente, cómo puedo escuchar mejor los designios de Dios para mi vida.  Cómo puedo confiar cada día más y rendirme a mi destino.  La tierra se mueve en su eje a más de 60 000 kilómetros por hora,  voy montada en un planeta suspendido en medio de las galaxias y todavía creo que puedo controlar algo o creer que sé la solución perfecta, 

Me he dado cuenta en estos meses que cualquier intento de saber qué está bien y qué está mal es inútil.  Me he vuelto permeable, suave y vulnerable,  serena por dentro e intentando escuchar el próximo paso sin entrometerme.  La herida de muerte ya sucedió y ahora toca continuar.   Podría continuar pegada en el dolor del odio y la resistencia hacia quiénes me han dañado aparentemente pero eso sólo haría que mi presente se apague.   

Cada día siento que sé menos y escucho más. 

Como facilitadora de un proceso interno sumamente frágil y emotivo como es el yoga,  sé que soy un espejo nada más para reflejar toda la bondad y inteligencia de mis estudiantes.  Sé que tengo que limpiar el espejo de mi consciencia hasta que no quede nada que interfiera con ese reflejo.  Sé que a través de este descenso forzado a las profundidades del dolor humano he podido entender que todo es yoga,  todo lo que hago,  pienso y siento.  He aprendido a vivir en el momento presente y a no tener más expectativas que las que la Vida me traiga a mi regazo.

Llegan suaves,  amorosas y en el tiempo perfecto como las olas de un mar azul que veo por primera vez. 

En este divagar continuo entre memorias,  tiempos y recuerdos que vienen y van,  gente que amo y extraño cada día,  rescato mi práctica como el instrumento mágico de integración,  como el aliciente para explorar diariamente la inmensa sabiduría del dolor y por lo tanto,  estar más abierta al gozo y la alegría.  Hay que explorar la sombra para conocer la luz y agradezco inmensamente el poder de la herida para abrir más mi corazón. 

He aprendido a vivir este yoga.  Mi vida aquí ahora.  No cómo la planee, no.  

Como Dios quiere.   

Sé que hay un plan divino para mi alma y hace muchos años que rezo por ella.  Nunca creí que para comprender mi destino tendría que soltar lo que más amo.  Pero mi práctica y mi maestro me han enseñando a través de los años a tomar acciones congruentes.  Esto es Ahimsa,  el primer yama,  la no violencia. La no violencia de amarnos tal y como somos en cada instante de nuestra vida,  tomar las decisiones que respeten nuestra integridad y a pesar de todo,  agradecer todo aquello que nos reta y cuidarnos en el proceso mientras aparece una solución al acertijo. 

Alguien está sosteniendo un círculo sagrado para mí.  No tengo palabras para agradecer a aquellos que me dieron esta medicina.  Estaría muerta o loca sino fuera por mi práctica.  Es gracias al contenedor seguro de mi sadhana que me siento amada siempre.  Afuera todo cambia pero por dentro,  he encontrado la estabilidad que llega por sí sola después de la tormenta más salvaje.  

Practico para que no importa la situación en que esté inmersa, mi reacción automática sea un intento de empatía.  No es nada fácil porque la empatía es comprender al otro aunque no haya acuerdo.  Estoy trabajando en ella arduamente porque me cuesta mucho conciliar posiciones.  Pero el yoga es ante todo, aprender a reconciliarnos con la vida misma y todos sus colores;  perdonarnos y perdonar y saber que todos hacemos lo mejor posible con nuestro nivel de consciencia. 

Este yoga,  mi arte, tu arte,  nuestro arte,  nuestra medicina y tabla de salvación.  Este yoga,  este aceptar amorosamente los designios de una vida que no planeamos y surfear las olas con una sonrisa a pesar de todo.






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