viernes, 15 de julio de 2016

Mi quehacer

Después de una semana de jet lag fatal,  inmersa en cámaras,  filmaciones,  rides y añoranza de mi familia que está fuera de Costa Rica,  finalmente tengo chance y me siento a escribir con  mi ala derecha rota.

Hago lo que hago por decisión propia pero sobre todo por un llamado profundo de mi alma.  Ser gatillo nunca será fácil:  la honestidad que implica mi quehacer me obliga a no andarme por las ramas.  Hay muchos listos para despertar en esta era del Kali Yuga y el trabajo espiritual es esencial para sostener el balance en un mundo que colapsa de violencia y horror.  Los que vienen a mí (la mayoría) son seres cuyas almas,  igual que la mía,  han tenido su tajada gruesa de sufrimiento en este mundo y están listos para liberarse de las garras de la ilusión.  Algunos otros quieren emular a estas almas y todavía no comprenden por completo lo arduo de la labor.

Yogis de paquete les llamo.

Pero su presencia también es importante.  Gracias a sus quejas,  incomodidades y ganas de llamar la atención comprendo por contraste la bendición de los yogis genuinos,  gente proactiva y entregada. Segura de su llamado y congruente en sus acciones.  Estos seres iluminan mi vida y  adonde quiera que estén en el planeta compartimos un hilo de plata que conecta nuestros corazones, independientemente de la cercanía física.

Y es que el mundo está colapsando.  Europa y Medio Oriente se hunden en un mar de violencia, karma de generaciones pasadas y de acciones inconscientes.  Multitudes emigran de sus hogares en busca de la esperanza. Y nosotros en Costa Rica tenemos el enorme privilegio de elevarnos por encima de todo ese caos y rezar,  practicar,  pensar en cómo ser elementos de armonía en esta tierra y no de conflictos innecesarios.

Cuando escucho sobre el bla bla bla de egos obtusos me siento sinceramente muy cansada y decepcionada.  Me duele porque estas personas han venido hasta Costa Rica a estudiar y estuvieron por unos instantes inmersos en un espacio de consciencia que ya no depende de mí sino que viene de maestros de estatura muy grande -que por alguna razón del destino decidieron venir a posarse en la sala de mi casa.  Cuando escucho de sus tergiversaciones y chismes quisiera sinceramente llorar de tristeza ante el desperdicio de energía y su miopía espiritual.

Pero luego pasa porque recibo un testimonio del corazón.  Alguno de los auténticos decide escribir desde su alma y por unos instantes sé que mi labor no es en vano.  Ser instrumento detonante de egos no es fácil ni nunca lo será.  Llamar la atención sobre las zonas oscuras de otros se hace desde un lugar de no juicio y con la intención pura de ayudar a llevar consciencia a lugares dormidos.

Muchos se lo toman personal.  Otros lo entienden y lo agradecen.

En el intensivo pasado sucedió así con alguien que estimo muchísimo.  Su enojo ante la vida carcome su corazón,   un corazón por cierto grande y generoso.  Es como una nube negra que lo tapa,  a pesar de ser alguien muy inteligente y con mucho deseo por la verdad.  Tuve que tomar una acción radical porque no me interesa tener a nadie mostrando sus dotes físicos en el mat si todavía tiene el corazón cerrado y adolorido.  En su momento se enojó muchísimo conmigo.  Quisiera ser de palo pero estas reacciones todavía me afectan.  Mi ala derecha colapsó silenciosa hasta el punto que ya no pude mover el hombro y sé que su energía hacia mí tuvo mucho que ver en el tema.  Sin embargo,  recién regresada de mi viaje y con él en la mente le escribí:  el cariño pudo más.

Gracias a Dios comprendió que el maestro nos señala donde nos duele,  echa sal en la herida.  Nos quema con el fuego de la consciencia para iluminar lugares cerrados.  Nos cercena y parte con amor...y el resultado es impredecible.  En almas listas,  se agradece.  En egos grandes crea odio y resentimiento y distancias dolorosas que en última instancia son ficticias.  Proyectar nuestros dramas en el maestro es algo muy común,  particularmente en aquellos todavía inmaduros en su camino espiritual.

Asumir responsabilidad y dar un gracias sincero cuando viene el fuego y el grito potente y aniquilador requiere de altas dosis de humildad.  Lo sé muy bien por experiencia.

He recorrido un camino de quince años y es en los últimos tres años que mi espada se ha afilado hacia todas las zonas,  propias y ajenas,  que nos separen del Amor.  Mi quehacer es difícil,  incómodo y riesgoso.  Pero si hay uno ( y gracias a Dios son varios) que escucha y comprende,  ese uno o esa una vale la apuesta.

Los que sufren muerden y llevo en mi cuerpo físico y energético cicatrices y heridas que perduran y continúan en el presente.  Las llevo con orgullo y gratitud porque no estoy apegada a este cuerpo, gracias a Dios.   Sé que es sólo un instrumento de la Gracia y aspiro a usarlo al máximo al servicio de lo que creo.  Por suerte,  algunos recapacitan y asumen responsabilidad por sus miedos y dolores, como este querido estudiante. Y aquellos que todavía no:  ojalá que la presencia amorosa de otros seres conscientes y  compañías elevadas les enseñen a su debido tiempo que defender el ego es una pérdida de tiempo.

Tiempo precioso que podemos utilizar en compartirnos desde el amor que somos.  Tiempo que no se recupera y que nunca volverá.

Viene un grupo nuevo de afuera y desde  ya siento sus energías y deseos. Rezo porque tengan la madurez de anhelar la liberación tanto como la anhelo yo.  Porque no importa cuáles sean nuestras circunstancias de vida, no habrá nada ni nadie que colme ese pedacito adentro que clama por un discurso real.  Los yogis de trapo abundan y esta semana tuve una experiencia muy cercana al respecto con la burocracia yógica de mi país.  No todo lo que brilla es oro en el mundo y tristemente también en el mundo del yoga,  no me canso de decirlo.  Desarrollar el discernimiento nos trae muchos enemigos,  nadie quiere ponerle el cascabel al gato... pero nos da paz interior.

Y por esa paz algunos estamos dispuestos a dar la vida.  Sin la menor duda.


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