viernes, 30 de octubre de 2015

DF Mysore-style

DF me recibe con un montón de sonrisas y un viento frío que me cala los huesos.  Me recibe de nuevo en una casona hermosa en uno de los barrios que más me gustan de esta ciudad,  llena de árboles de granada,  techos artesonados y ladrillos centenarios.

El shala ha evolucionado hermoso en mi ausencia.  Cuando vine la primera vez estaba apenas abriendo:  hoy se ve muy distinto.  Detalles por doquier anuncian que la casa está habitada.  Detalles que probablemente sólo son visibles a mis ojos acostumbrados a viajar por el mundo conociendo shalas nuevos.

Un shala (escuela en sánscrito) se caracteriza por un elemento invisible:  la devoción.  Un lugar sencillo puede ser un shala si su creador tiene tras suyo alguien a quien respeta y honra.  No hacen falta lujos.  He conocido lugares sumamente pomposos en términos de arquitectura y diseño que no tienen la vibra;  también lugares muy simples que arden en intención.

Otro elemento importantísimo en un shala es la limpieza.  El lugar tiene que estar impecable. Alguien ha preparado el lugar el día anterior y la pulcritud no es negociable.  Alguien se ha preocupado de que haya una velita prendida al maestro,  un piso perfecto y conciencia en todos los detalles.  Los estudiantes hacen su práctica y dejan el lugar igual o mejor de cómo lo encontraron.

Este elemento es vital.

Finalmente,  es esencial  la actitud de quiénes llegan a practicar.  Esto incluye al maestro o maestra y a los estudiantes.  El maestro obviamente y sin excusas es puntual.  Hoy tuvimos clase guiada con Mau y todos llegamos a tiempo 6:30 am.  Silencio total mientras esperábamos.  En Ashtanga no somos el crowd social.   Uno viene al shala a practicar:  así que las conversaciones y onda social se queda para después.  Ahí sí comemos juntos,  compartimos,  reímos,  bromeamos.  Pero en el shala todos llegamos directo al mat,  enfocados y determinados en sacar la faena diaria- que en nuestro método es, por cierto,  bastante ardua.

Escribo todo esto después de varios viajes en el scooter de Mau del apartamento al shala y viceversa y  me llega un feeling como de estar en India.


Allá casi todos nos movemos en moto. Yo soy muy cobarde para manejar en las calles indias pero siempre tengo rides de amigos que me llevan de acá para allá.  La temporada con mi maestro inicia este próximo domingo y ya las callecitas de Gokulam arden con yogis y yoginis de todos el mundo.

Las calles del DF también empiezan a adornarse para mañana y el lunes,  Día de Muertos.  Según me cuentan mis amigos mañana se celebran los niños que se nos han adelantado en el viaje supremo. El lunes es ya para el resto.  Planee este viaje hace muchos meses anticipando estar acá para esta celebración.  Una celebración que por cierto me parece increíble.  Los mexicanos celebran la Muerte: donde todo el resto nos escondemos atemorizados,  ellos-  al igual que en India,  le dan la cara.  Le cantan con mariachis.  Le llevan torta de muertos (un pan con azúcar que se ve muy bueno) y las comidas preferidas de los difuntos.  Dedican un día completo a recordar a sus seres queridos.

Así que yo también me uno a esta celebración y traigo el recuerdo de mi abuela materna,  ser amado que me acompaña diariamente.  Traigo también el recuerdo de mi maestra de piano,  del resto de mis abuelos y amigos de infancia que no están ya en este mundo.  Prendo una velita por todos los que me han abierto el camino con sus vidas y errores,   transitado antes que nosotros y de alguna forma nos siguen cuidando.

Día de Muertos Df-style en un scooter veloz,  con gente genuina.  En una ciudad vibrante que no por ser tan grande pierde su encanto.  Pienso en mis amigos en India y mi querido maestro que abren la escuela este próximo domingo y sé que estamos conectados.  Al igual que los shalas en San José, San Salvador, Managua,  Panamá y Argentina que tengo muy presentes.  Y el resto del mundo. Todos practicando con la devoción y cariño que vuelven de esta práctica de yoga una práctica de vida.

Y es desde la devoción que comprendo que India está por doquier,  no importa ya adónde esté.


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