jueves, 15 de octubre de 2015

Evas Urbanas

He aprendido en mi camino espiritual que el as de la sabiduría consiste en visualizar con claridad los dictados de nuestro corazón y luego,  en tener el valor de manifestarlo.

Nuestra vida se compone de decisiones:  estamos donde estamos hoy porque somos responsables de cada paso que hemos caminado hasta aquí.  Hacer un inventario de nuestro momento actual puede ser muy confrontativo:  requiere de enorme fuerza interior ser uno honesto con uno mismo.  Todos nos contamos historias y actuamos en base a opiniones ajenas,  expectativas y planes que a veces no tienen nada que ver con quién somos.   Despojarnos de todo ese escombro requiere a veces de un arduo proceso interno.  Otros necesitan sólo un momento de claridad.

Sea como sea,  la intención detrás de todo es ser más honestos con nosotros mismos.  Ayer me invitaron a un programa de televisión aquí en Managua.  Me pareció interesantísima la propuesta: Evas Urbanas es un espacio dedicado a todas las mujeres que hemos roto patrones.  Todas aquellas que no nos hemos conformado,  que nos hemos rebelado ante las expectativas ajenas y creado nuestro propio camino.  Sé de muchas como yo que nos rehusamos a seguir actuando el viejo condicionamiento  y buscamos una manera honesta de estar presentes en nuestras vidas.  Claro,  es un rompimiento de paradigmas bastante fuerte y seguimos encontrando más obstáculos que apoyo en esta quimera.

Me preguntaba mi amiga cuál había sido la enseñanza del yoga que había transformado mi vida:  mi respuesta fue la honestidad.  Honestidad conmigo misma en primer lugar.  No pretender algo que no es.  No jugar con imágenes ni satisfacerme con medias tintas.  Aspirar a la totalidad:  en mi vida personal,  en mi carrera y en mis relaciones.

En la noche fuimos a una cena de amigos y compartí con gente muy interesante.  Una nueva amiga, conductora de un programa de radio por aquí,  nos hablaba que acababa de hacer un programa sobre las mujeres que espantamos a los hombres.  Nos reímos mucho del tema,  cuatro de nosotras sentadas en una mesa con dos caballeros.  El nuevo terror masculino somos las mujeres independientes,  auto-realizadas,  mujeres que tenemos una pasión y que sabemos lo que queremos.  Muchos varones se sienten atemorizados ante esto:  atrás quedaron los tiempos en que el hombre dirigía:  hoy somos géneros que podemos compartir de tú a tú,  personas autónomas que no necesitamos a nadie-pero que podemos escoger estar y compartir desde un espacio de libertad no negociable.   Estamos en una generación femenina que se mueve por sí sola,  que piensa,  planea y decide.  Los tiempos de nuestras madres y abuelas sometidas al dictado del hombre están totalmente superados para la mayoría.

Uno de nuestros amigos en la mesa preguntó cuál era la razón de tales megacambios,  un poco reacio a aceptarlos.   Otra amiga le contestó que las mujeres empoderadas es lo mejor que le puede pasar a un hombre.  En vez de tener niñas inseguras y desvalorizadas bajo su tutela que pueden mangonear como quieran,  se enfrentan al gran reto de crecer,  de resolver sus rollos internos para estar lo suficientemente claros  para aspirar a una compañera de verdad.   Alguien que les ayude a alcanzar su potencial, una relación donde no haya dependencia mutua sino desarrollo común.  Un par que se mueve juntos y al mismo tiempo separados,  donde la compañía sea un regalo y no una necesidad.

Los tiempos ameritan un cambio de consciencia.  Las relaciones entre seres desiguales son una cadena.  El movimiento espiritual exige para muchos de nosotros compartir con gente despierta. Muchas mujeres y  hombres anhelamos la compañía madura de seres que aporten a nuestra vida,  no que quieran ahorcarnos y sofocarnos. Somos todos capaces de estar presentes con alguien si hemos hecho nuestro trabajo interno. Sino cualquier relación se vuelve una muleta que eventualmente mandaremos a volar y con toda razón.

Sueño con encontrar un ser que sea tan independiente como yo,  tan intenso y al mismo tiempo libre internamente que no me necesite.   Que haya espacios entre los dos,  como describe Khalil Gibran.   Que sea un apasionado de sus cosas como yo de las mías.  Que no interfiera con mis planes ni yo con los suyos,  al contrario.  Que seamos una piedra de apoyo el uno con el otro desde un lugar de amoroso desapego.  Que el aire fluya y los vientos del cielo nos alimenten.   Que podamos danzar cada uno a su ritmo sin aprisionarnos en nombre del Amor.  Todo supuesto amor que enajena no es tal.  Que comprendamos lo necesario de la soledad personal, al igual que las cuerdas del láud permanecen separadas y unidas crean la música más hermosa.

Sin estar demasiado juntos...
Sosteniendo un templo de estrellas como columnas fuertes pero separadas.  

Porque el roble y el ciprés no crecen ninguno a la sombra del otro.
Y una relación se valora profundamente si nos ayuda a transformarnos.




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