martes, 27 de octubre de 2015

La insoportable levedad del ser

Me estoy despertando muy temprano estos días,  mucho antes de la hora de clase.  Hoy vi dos estrellas majestuosas en el cielo azul del amanecer.  El silencio de esta hora me fascina:  los vehículos a los lejos anunciando el inicio del día laboral no interfieren con la magia del nacimiento del día.

Todo palpita con la energía vital sin más.  Todo es con mucho más fuerza,  incluída yo.

Me muevo en la casa en silencio mientras mis cachorros duermen.  Me preparo mi té,  escucho el silencio.  Siento mi cuerpo en todas sus dimensiones,  mi mente serena después del sueño.  Nada parece tener el peso que adquieren los temas cotidianos con la luz.  El ser palpita frágil y su presencia se siente más mientras tomo mi agua con limón.  Nada parece ser tan importante.

Ni siquiera el drama de la última semana.  Ni siquiera el dolor de turno.
De hecho,  ya no son tales.

Leí cuando estaba muy joven un libro de Kundera que probablemente no entendí en ese entonces. Era sobre una pareja que se encontraba y desencontraba mil y una veces.   Pero sí recuerdo el título del libro y se ha quedado conmigo por todos estos años.  Hoy mientras hacía mi ritual matutino regresó a mí:  la insoportable levedad del ser.  No la siento tal:  sí se siente leve,  liviana pero no es insoportable. Fue insoportable mucho tiempo,  especialmente cuando la negaba y le vivía por encima. Recuerdo una resistencia inmensa a levantarme temprano.  Había algo en esta hora que todavía no podía comprender,  que de hecho me asustaba y que hoy en cambio alimenta cada uno de mis días con amor y paz.

El Ser es una realidad que cuesta a veces digerir.  Subyace a todo,  genera todo.  Es alfa y omega, raíz y rama.  Respira,  habla,  ve y oye y sin embargo, como cantan los mantras en India,  no es nada de eso.  Ama y existe y está por debajo de todo lo que pensamos y sentimos.  Alimenta todo, sostiene todo.  No está separado de esas estrellas ni del árbol en mi ventana.  Lo respiro mientras escribo y acuna a mis amados dondequiera que estén.  Sé que me  mantiene viva y lo hará hasta que decida no hacerlo más.

Ante esta realidad me relajo.  No tengo que hacer en realidad nada.  Hoy me considera los suficientemente importante para respirarme de nuevo.  Tomo esto como una señal contundente de que estoy aquí para algo,  aunque hoy todavía no sé para qué.  Antes quería que los días pasaran rápido, que las transiciones sucedieran de prisa, que la vida me diera el siguiente tema:  pareja,  viaje,  hijo, proyecto.  Hoy no.  Sólo sé que sentir su fluir en mí me llena por completo.  Las actividades vienen y van,  los pensamientos y emociones también.  Las siento,  las entrego y no me pierdo ya en ellas.

Voy más profundo.  Sé que mi perspectiva ha cambiado y no sé exactamente cómo.  Pero sé que ahora la vida es más dulce y quiénes vienen hacia mí se acercan con naturalidad y sencillez por la simple razón de que tiene que suceder.  Hace rato que no fuerzo nada.  Y tengo que decir que he encontrado dentro de mí que este ser no es para nada insoportable:  al contrario.

Siente como yo,  habla como yo.  Piensa- por suerte cada vez con menos dramas y apegos. Respira, mueve este cuerpo.  Me anima,  ve y oye a través mío.  Es una voz silenciosa que se siente a cada instante.  No busca nada.  No anhela nada.  Sólo es.  No tiene ninguna aspiración ni camino,  no busca obtener nada de nadie,   sólo compartirse.  Diáfana y honesta:  es como las hojas de mi árbol de mango.  Observa las tristezas pasadas y se encoge de hombros:  así es estar en esta tierra.

No recuerda nada malo,  no reprocha ni exige.  Está bien siempre.

La siento escribir esto y me sorprendo.  Como si alguien por primera vez me habitara completa.  Y ama los amaneceres,  de eso sí estoy segura.  El mar,  la arena,  el agua fresca y las olas.  La luna le recuerda algo al igual que los atardeceres y el bosque lluvioso  la hace sonreír.

Así que ahora sólo llevo mi cuerpo a los lugares donde ella me aconseja y donde me siento plena.

Ahora sólo la coloco cerca de presencias infinitas.  Y mi vida se ha vuelta tan simple y llana como las conchitas con que ayer Theo cubrió el altar del estudio y que trajo especialmente de la playa.

Conchitas de nácar.
Hojitas de romero.
Té de albahaca.

La simpleza de lo bueno.




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