domingo, 1 de septiembre de 2013

Los verdaderos maestros

La villa nos acoge entre sus olivos y viñedos.  La piedra de las casas y el silencio de los alrededores nos hace sentir a todos más unidos,  menos distraídos por nuestras vidas cotidianas.  Los campos de trigo color oro reflejan la luz del sol y después de bañarnos en un mar azul turquesa sorprendentemente tibio,  cerramos la noche con una cena al aire libre,  una mesa llena de niños,  pequeños y grandes.

El grupo es numeroso y muy interesante:  una estudiante vasca, varios ingleses, italianos y españoles,  hasta una irlandesa que se ríe junto a un peruano y un brasileño.  El alemán habla perfectamente español y los holandeses están empezando a practicar.

La heterogeneidad del grupo me invita a empezar todo de cero.  Los nuevos van a estar bien cuidados y los "avanzados" ya saben que no hay nada que saber,  así que todos estamos en la misma página.  Les doy las recomendaciones usuales de cuidar su cuerpo,  dormir e hidratarse bien.  Y si quieren más movimiento, quitar azúcar,  café,  cigarros y alcohol.

Un retiro es una experiencia muy personal para cada participante.  No sólo están aquí para hacer yoga:  están de vacaciones,  con necesidad de mar y de sol,  con deseo por la compañía de nuevos amigos y entusiasmo por la novedad.  Así que la disciplina férrea del ashtangi por ahora está on hold.  Quiero que se sientan libremente inspirados a dosificar la intensidad.  Y sé por experiencia que cada uno de ellos es un universo a explorar,  con temas diferentes que abrir.

Tenemos cuatro bellísimos niños en el grupo:  tres niñas y un guapo.  Todos andan entre los ocho meses y los cuatro años de edad.   Hermosos maestros de servicio incondicional y consciencia minuto a minuto.  El grupo va a tomarse turnos para cuidarlos.  Y todos van a participar de esta oportunidad:  papás y mamás y todos los demás,  aunque no tengan hijos propios.

Al final del círculo de apertura,  una pareja se me acerca tímidamente a compartir que quieren tener un bebé y que se están preparando.  Que sus vidas son demasiado estresantes y que han comprendido que necesitan bajar el ritmo para concebir.  Ambos están emocionados y con muchas dudas.  Les digo que el Yoga los va a poner más felices y que todo será como tiene que ser.  El brillo en sus ojos se llena de esperanza.

Los niños son los verdaderos maestros esta semana.  Varios padres y madres se me acercan muy contentos por tener la oportunidad de venir a practicar con ellos.  Me extraña saber que no los han aceptado con sus niños en otros retiros.  Que la gente pide silencio,  enfoque y cero distracciones.  Que dicen que los niños interrumpen y molestan.

Creo que toda esta gente todavía no entiende que ellos son los verdaderos maestros.  Tanta gente en el mundo que toma el Yoga como una excusa más para aislarse emocionalmente del resto de la vida y se crean un sub-mundo desconectado del Amor.  Todos ellos realmente necesita pasar un tiempo con estos chicos.  Sus carcajadas- y a veces,  lloros-, su inocencia y su alegría interna,  esas son las cualidades que los grandes vamos perdiendo y que ellos nos recuerdan con su presencia.  Su capacidad de jugar sin juzgarse,  de disfrutar cada minuto sin preocupaciones,  su espíritu libre y entusiasmado por la vida:  esas son las cualidades de un yogi de verdad.

Así que tomaremos turnos para estar en su presencia.  Y todos nos empaparemos de su amor permanente. Yo misma tengo el privilegio de dormir con el niño cada noche en la misma casa que sus padres.  Me siento feliz de tenerlo cerca y constato lo feliz que me hace su cercanía. Hoy nos cantó todo el camino de regreso a casa. Alternaba entre cantar y tocar su flauta:  tiene dos años y esa era su forma de decirnos que había sido un buen día y que estaba feliz y tranquilo.

Maravilloso. Día 1 fue un éxito.  Leo lo confirmó.

Y mientras veía las estrellas en la noche mallorquina- que aquí  se ven claras y brillantes-,  pensaba en lo afortunada que soy de tener a mis siete hijos-maestros que me han enseñado tanto y me siguen enseñando sobre la vida.

Sin ellos,  todo esto sería una pose,  una performance,  un viaje narcisista hacia mi propia "iluminación".

Pero gracias a ellos he aprendido que lo más importante en la vida viene en empaques pequeños.  Seres de luz que a veces se ponen intensos,  a veces nos llevan la contraria,  otras nos hacen preguntas insondables o nos invaden el alma de amor.  Que nos dan el privilegio absoluto de estar cerca suyos y de alguna manera contribuir a que despleguen sus alas y vuelen libres.

Todos necesitamos a los niños.
Todos somos sus pupilos.

Y aunque no los tengamos biológicamente,  hay tantos allá afuera que estarían felices de compartir un rato con nosotros.



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